¿Es posible vivir en algún lugar de España con 18 euros y 40 céntimos al día sin llegar a pasar hambre? Piénselo bien: comida, ropa, luz, agua, internet, teléfono, seguro de coche… Usted pensará que no. Pues esa cantidad es justo la que dispone cada 24 horas un vecino de Portezuelo, en Cáceres, el pueblo con menor renta per cápita disponible del país: 6.716 euros al año.
La respuesta a la pregunta de más arriba es sí. Sus 230 vecinos censados logran salir adelante con esa cantidad diaria de dinero. Son 559 euros al mes. Pese a que los portezueleños no llegan al salario mínimo interprofesional, que en 2018 ha alcanzado los 735,9 euros mensuales, en este pueblo nadie se queda sin comer ni sin techo. Al contrario, la gente se las apaña para contradecir la conclusión que se podría extraer si se mira las estadísticas desde la distancia, sobre todo si uno es un urbanita que reside en una gran ciudad española.
La Agencia Tributaria publicó a mediados de octubre un estudio que señala que siete de los 10 pueblos con menor riqueza de España están repartidos entre Cáceres y Badajoz, las dos únicas provincias de Extremadura. Situaba el primero a Zahínos, donde cada habitante dispone de 10.577 euros anuales. Sólo incluía poblaciones con más de 1.000 habitantes.
Pero la propia Junta de Extremadura lo desmiente. En su Atlas Socioeconómico de 2017, realizado en colaboración con la Universidad Autónoma de Madrid, se analizan otros parámetros más allá de la renta por declaración de IRPF. Incluye factores e índices como la venta de automóviles, las prestaciones sociales o los impuestos directos. Así, consigue determinar el dinero disponible en el bolsillo en forma de renta familiar disponible (RFD) por habitante y año. De esa operación sale Portezuelo como primero del ránking... y otros 80 pequeños municipios por delante de Zahínos.
EL ESPAÑOL ha viajado esta semana hasta Portezuelo para conocer cómo es la vida allí, el pueblo donde sale más barato vivir de España. No esperen cines con largas colas, ningún restaurante de comida ‘japo’ ni niños en patinetes eléctricos. Pero sí calles en paz, vecinos que se saludan aunque se crucen dos o tres veces al día, una tahona con horno de leña donde todo el mundo compra el pan, una escuela con cinco alumnos o una tienda de comestibles, la única de la población, donde el tendero, Carlos, fía a quien le haga falta.
El único albañil del pueblo nunca ha ido de vacaciones, pero es feliz
José María Ginés tiene 53 años. Es el único albañil del pueblo. Lo dice con cierta honra. “No hay más. Soy el único, aunque llevan unos años viniendo unos chicos de un pueblo cercano a trabajar de vez en cuando. Yo lo entiendo, ¡eh! Hay que ganarse el pan como sea”.
José María es autónomo. Por jornada cobra 80 euros. Si trabaja 22 días al mes, se embolsa 1.760 euros. Pero con la cuota de la Seguridad Social y las retenciones, se le quedan unos 1.200 euros mensuales que reparte entre las tres bocas de su casa: su mujer, en paro, su hija, que tiene 13 años y va al instituto, y él. Salen a 400 euros cada uno.
“Tengo la casa pagada desde hace años. Mi mujer no trabaja ni cobra paro. Vivimos de mis ingresos, a los que a veces sumamos los de ella si consigue trabajar para algún plan de empleo del ayuntamiento, que los hay a cuentagotas”, explica José María, tío por parte de madre de la alcaldesa, María de los Ángeles Lancho Ginés.
Son las 2.15 de la tarde de este pasado miércoles. José María ha hecho un descanso en la vivienda que está reformando y ha ido a casa a comer. Allí le esperan ya su hija y su mujer, Rocío Salgado, de 51 años. Hoy toca almorzar arroz a la cubana: dos huevos fritos y arroz blanco mezclado con tomate.
José María acompaña esa comida con una copa de vino tinto y pan. De postre come melón. Su mujer, igual. Ella hace años que está acostumbrada a estirar como un chicle los ingresos que genera su marido.
“Aquí nadie pasa hambre. Si hay alguno, es por dejadez más que por la realidad del pueblo -dice Rocío sin quitar la sonrisa de su rostro-. Todo es cuestión de saber priorizar. Nosotros nunca nos hemos ido de vacaciones. Nuestros viajes son ir a la casa de algún familiar que vive en otro punto de España o acudir a un funeral. No sabemos lo que es irnos una semana a un hotel de la playa, pero tampoco eso nos hace infelices. Al contrario. Mi marido y yo nacimos aquí y aquí pensamos seguir viviendo”.
- ¿Cómo lo hacen para llegar a final de mes?- pregunta el periodista.
- Sencillo, sin gastar más de lo que uno tiene. Aquí no se come ternera cada día, pero sí mucho pollo, cerdo, lentejas o caldo de puchero con garbanzos. Cosas baratas que pueden durar más de un día. El pescado fresco, nunca. Pero comemos congelado, que también está bueno.
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Estirar la pensión de los ancianos
En Portezuelo son esenciales los lazos familiares para salir adelante. Muchos vecinos son ancianos que cobran pensión. Con la crisis, esos mayores han visto volver a sus casas a los hijos que un día se marcharon a trabajar fuera, sobre todo a Madrid o Barcelona. No en vano, en Getafe hay una colonia de portezueleños desde hace décadas.
Julio trabajaba en Toledo. En 2006 cerró la empresa en la que había estado empleado 15 años. En la actualidad, Julio tiene 54 años. Desde 2012 vive en Portezuelo con su madre, ya anciana. “Ahora mismo como de la pensión de ella, que no llega a los 500 euros. El año pasado trabajé una semana por 60 euros al día en una finca de aquí cerca. En marzo [de 2019] espero cobrar la ayuda de los 426 euros”.
Julio, además de a su madre, tiene a un hermano que regenta uno de los dos únicos bares que hay en la localidad. Cuando lo necesita, como en puentes, el mes de agosto o Navidad, fechas en las que vienen turistas al pueblo o personas que residen fuera pero son originarios de aquí, le llama y él le echa una mano con los cafés, las tostadas y las tapas.
- ¿Pasa hambre usted?
- Para nada. Esto es muy barato. Hay que pensar que esto es muy distinto a una capital. Aquí uno se viene porque en parte sabe que los suyos nunca le van a dejar tirado. Mi madre, a la que cuido, sé que no le va a faltar un plato de sopa cada día o una tortilla por la noche.
El Ayuntamiento, la ‘fábrica’ de empleo
En Portezuelo la gente camina sin mirar al reloj ni está pendiente todo el día de los mensajes que llegan al móvil. No hay prisas ni agobios aparentes. Por las tardes, los pocos niños del pueblo juegan en la calle mientras sus padres conversan en la puerta de casa. Este curso sólo hay matriculados cinco chiquillos en el colegio. El año pasado eran un par más, pero este año han pasado al instituto y esos cada día van en autobús a un pueblo cercano.
Portezuelo está enclavado justo en el centro de la provincia de Cáceres. La comarca de Las Hurdes, esa que en 1932 retrató como lugar de miseria y hambre el cineasta Luis Buñuel en Las Hurdes, tierra sin pan, dista de aquí 80 kilómetros por carretera.
Pero aquella España ya quedó atrás. Ahora Las Hurdes es un lugar de atractivo turístico y el hambre ya no está en los pueblos perdidos y sí tras los cristales de las cajeros de banco de las ciudades del país. En Portezuelo no hay apenas dinero, pero tampoco pobreza extrema. Sus habitantes saben vivir con 18 euros al día y unos cuantos céntimos de sobra. En Madrid, por ejemplo, con alquileres desorbitados, eso sería imposible.
Portezuelo no tiene industria. La empresa que más trabajo da tiene a cinco empleados. Se dedica a cerramientos y vallados de fincas. Aquí, escuchando a los vecinos, uno se da cuenta de que la gente se saca unos cuartos extra haciendo picón para el invierno, vendiendo leña de los cuatro árboles que tienen en sus pequeñas parcelas o cobrando baratos los huevos que ponen sus gallinas. Otros son jornaleros y cuando no hay cosecha viven del paro agrario o recogen las aceitunas de sus pocos olivos para que no les falte el aceite con el que guisar durante el año.
En este contexto, el ayuntamiento de la localidad ejerce de ‘fábrica’ creadora de empleos, principalmente para las mujeres. Ya sea con recursos propios -las menos veces- o a través de planes de la Diputación de Cáceres para evitar la despoblación. Cada medio año o 12 meses, el consistorio contrata a varios vecinos como peones para limpiar las calles, recortar los setos o vaciar las papeleras.
“No comemos salmón, pero tampoco respiramos contaminación”
Guadalupe Arias, Montaña Macías y María Rosa Alonso trabajan para el Ayuntamiento limpiando las pocas calles del pueblo. Guadalupe y María Rosa tiene contrato de seis horas y media al día durante un año. Cobran 600 euros. Montaña trabaja cuatro horas y no llega a los 400. Los maridos de las tres mujeres sí trabajan. Sus sueldos no superan los 1.000 euros.
En un pequeño parón que hacen para atender a este periódico, cuando el periodista les pregunta por cómo es la vida con 18 euros al día, ellas sueltan una carcajada. “Con el cinturón apretado siempre”, dice Guadalupe, que durante muchos años ha vivido en Getafe pero que se ha venido a Portezuelo porque su marido nació aquí.
“Pero te digo una cosa: quizás vivo mejor aquí que en Madrid. No se trata de tener más y sí de necesitar menos. Aquí se gasta menos el coche, y por tanto se consume menos en gasolina. Todo está más barato. En este pueblo no se pasa hambre, al revés. ¿Que no comemos salmón nunca? Bueno, pero tampoco respiró contaminación las 24 horas del día”, concluye Guadalupe, de 52 años.
“Mira -dice ahora María Rosa-, yo tengo calefacción pero en invierno no puedo ponerla. Da igual, me tapo con una mantita y ya está. Mi menú se basa en carne de pollo y algo de cerdo, lentejas, garbanzos, alubias… ¿Pescado? Alguna sardina, pero sin empacharme ¡eh! Pero ¿sabes qué? Que no cambio esto por ná. Seremos pobres en las cifras, pero en el pueblo nadie es pobre de verdad. Con 18 euros se puede vivir. Sin excesos, pero se vive”.
Cae la noche sobre Portezuelo y el pueblo se vuelve aún más silencioso. Unos cuantos gatos rebuscan entre la basura y de vez en cuando se escucha, a lo lejos, el paso de un coche por la carretera EX-371, que divide en dos la localidad.
En un rato, Carlos Alcalá, de 31 años, echará el candado a su pequeña tienda de comestibles. Desde que cerraron los otros dos negocios por la jubilación de sus dueños, él es el único tendero del pueblo. Es de los pocos jóvenes que quedan en Portezuelo. Tiene pareja y quiere ser padre pronto para echar raíces aquí.
“La gente aquí sabe estirar el poco dinero que tiene. Esos 18 euros de los que me hablas les dan para mucho, te lo digo yo. Y quien no puede pagarme porque es final de mes, yo le fío. Aquí nadie te engaña. Es lo bueno de pueblos así, aunque la gente se crea que vivimos en otro siglo. Nuestra pobreza es relativa. ¿O no es más pobre el que vive en Madrid, cobra 1.500 euros y gasta 1.000 en el alquiler?”.