Pilar habla serena, masticando las palabras, esculpiendo cada frase. Cuenta su historia con cuidado. Sabe lo que es pasarlo mal. “Estos días (el Black Friday, las Navidades…) eran muy duros”, confiesa, entre suspiros, a EL ESPAÑOL. Está rehabilitada. Ya no es consumidora compulsiva. Pero lo fue. Robó para comprar libros (su obsesión). Primero, de una temática concreta; después, repetidos; y, finalmente, porque le gustaba la portada. “No creía que tuviera un problema”, asiente. Pero lo tenía. Y, ahora, en Valladolid, ayuda a otros que se encuentran en una situación parecida. Es el caso de Roberto, que llegó a endeudarse adquiriendo material de obra; o el de Ana, que compraba de todo para satisfacer sus impulsos. Ambos están en tratamiento. Buscan una salida que, este viernes, en pleno tsunami de ofertas, les cierra la puerta.
Sus historias se asemejan en el origen (aunque con mínimas diferencias), en la enfermedad y esperan hacerlo, también, en el desenlace. Por eso Pilar es la que toma la palabra. Ella lo ha superado. Les cuenta, en un centro de Valladolid, a Ana y Roberto, su particular calvario. No sólo el relativo a las compras, sino también lo que la llevó a desarrollar el trastorno. “Yo vivía en casa de mi madre, pensionista, estaba en paro y se juntaron muchas cosas. Tenía 30 años, la gente se había situado, me quedé sola… Surgen las inseguridades, la insatisfacción… Todo empezó con una depresión y con la ansiedad”, explica a EL ESPAÑOL. ¿Y qué hizo? Refugiarse en las compras. “Eso es lo que me hacía feliz”, asiente.
Roberto la entiende. Él también empezó a comprar por insatisfacción. No se dedicaba a lo que le gustaba y se hizo autónomo. Y, para realizar las obras, “compraba más de lo que necesitaba”. Era inútil, pero no lo percibía. Como tampoco lo hacía Ana, que desarrolló el trastorno tras una situación personal complicada. “Yo sentía que había vivido una vida que no era la mía. Me encontró con un vacío emocional. Comprar era hacer lo que yo quería”, cuenta a este periódico.
Ese es el origen. A partir de ahí, la vorágine. Pilar, en paro, llegó a robar dinero a su madre y a sus primas para comprar libros. “Y, claro, cuando trabajaba, mucho más”. Hasta 1.000 euros al mes gastó en su particular vicio. “Es como las drogas. Quieres más y más”. Primero fue su felicidad, su vía de escape. Hasta que dejó de serlo. Todo era poco. “Compraba las cosas sin mirar, crecían las torres de libros en mi casa...”. Ella no sabía que tenía un problema, pero a su alrededor se dieron cuenta.
Su madre y su prima la llevaron al Centro específico para el Tratamiento y la Rehabilitación de Adicciones Sociales (CETRAS) de Valladolid. Pero Pilar seguía sin reconocer el problema. Iba a la terapia enfadada, a calentar asiento, veía aquello como un castigo. “¡Me quitaban lo que era mío!”. Tardó dos años en darse cuenta. Lo pasó mal, muy mal. No tenía dinero ni forma de comprar. “Me lo escondían, tenía que justificar cualquier gasto”. Pero poco a poco fue reaccionando. “Otros te van contando su experiencia y dices: ‘¡Eso lo he hecho yo!’”. Fue el principio de su reacción.
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Pero no estaba plenamente rehabilitada. De repente, al darse cuenta de lo que había hecho, se vino abajo. “Tienes un sentimiento de culpabilidad. Piensas: he robado, he comprado mucho, la he fastidiado...”. Eso también lo tuvo que superar. Y no lo hizo hasta que empezó a sacar los libros de su casa. Entonces, según se fue despojando de todo lo inútil, empezó a respirar. “Los miraba y no creía que aquello lo hubiera hecho yo”. Pero lo hizo.
No es la primera ni la última que tiene que hacerlo. Se estima que entre el 3% y el 7% de la población sufre este trastorno. ¿El problema? No hay muchos lugares donde puedan combatir la enfermedad. CETRAS, en Valladolid, es uno de ellos. Allí, llegan desamparados, enfadados y rechazando someterse a una terapia. Sin embargo, el proceso les lleva a aceptarlo como lo mejor. De primeras, porque el primer día, nada más llegar, los recibe alguien que ha sufrido su mismo problema. Entonces, se dan cuenta que no están solos, que hay más como ellos. A partir de ahí, comienza un proceso que, dependiendo de la persona, deriva en consultas individuales, terapias de grupo u otras actividades.
Comprar relojes de oro, coches...
Es el caso de Roberto, el más joven, con 37. Él, mientras escucha a Pilar, reconoce la necesidad de someterse a un tratamiento. De hecho, estuvo a punto de enloquecer cuando le dijeron que necesitaba ayuda. “Yo había comprado relojes de oro, coches… Me había endeudado, había pedido créditos de 8.000 euros. Cuando salió todo a la luz, pensé en suicidarme. Lo pasé fatal. Ahora, no llevo ni un euro en el bolsillo. No puedo ni echar para aparcar el coche”, explica a EL ESPAÑOL. Pero, por suerte, lo está afrontando. No va a caer. Sabe (y quiere) superarlo.
A su lado, en la misma, sala, Ana asiente. Ella, antes de ser consumidora compulsiva, había tenido problemas. “Quizás no te sientes valorada en casa, o no te han tenido en cuenta por temas afectivos… Se juntaron muchas cosas”. Y, la salvación, la buscó en las compras. Gastó 3.000 y 4.000 euros; ropa de lujo, cajas de hilo para las clases de costura… De todo. “Estaba atrapada, en un estado lamentable”. Entonces, su marido tiró de ella. Y sus hijas hicieron el resto. “Podía haberlo perdido todo”. Por eso, acudió al centro. Y por eso, está, poco a poco, sacando la cabeza y luchando contra la enfermedad.
El espejo de ambos es Pilar, que se ve reflejada en lo que cuentan ellos. Ahora, por suerte, rehabilitada, no sufre el Black Friday. Es capaz de controlarse. Ha aprendido a comprar controladamente. Su vida no ha cambiado sustancialmente. Es la misma. Vive sola y su situación laboral es parecida (aunque ha trabajado en alguna casa últimamente). Pero, sobre todo, es capaz de manejar situaciones de estrés y ansiedad. Y, además, es crítica con estos días de orgías de consumo, con las Navidades y las ofertas. Reconoce situaciones de riesgo y las evita. Ha recuperado su vida. Tiene libros, lee (porque le gusta), pero no acumula. Ha vuelto a ser libre y, de paso, le ha enseñado el camino a Ana y Roberto. No todo está perdido.
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