Alicia del Moral vivía una doble existencia: por las mañanas era esa gran dama rubia, alta, elegante, que se paseaba por las calles de su barrio madrileño, Chamberí, su Chamberí, vestida pulcramente, de marca y con estilo. Pero, al caer el día y su tapadera, se desnudaba, quitándose el disfraz de señora bien para adoptar su situación real. Alicia, a sus 65 años, estaba a punto de encarar su segundo desahucio. Y no lo pensaba soportar.
Cuando sonó el timbre que la iba a sacar de su hogar, que no podía pagar, Alicia saltó. Llevaba el pijama aún puesto.
La mujer era conocida en Chamberí. Cómo no: amante del baile, acudía a citas con sus antiguas amigas para tomar café e incluso donaba ropa a la caridad. A su hijo le decía que compartía piso, un pequeño estudio de 30 metros cuadrados en la calle Ramiro II, con una amiga que acababa de enviudar. Era mentira.
Apasionada del flamenco y lectora de Le Monde, según cuenta El Mundo, Alicia parloteaba cada vez que podía sobre su pasado de oro, aquellos días en los que trabajó de modelo y actriz. Su empleo más estable fue el de secretaria de un economista madrileño. Cuando éste cerró el despacho tras jubilarse, todo comenzó a irse a pique. Por esa época, perdió a su madre. Ella también era hija única de una familia acomodada.
Saltaba de un empleo precario a otro: se ofreció como cuidadora de enfermos o de personas mayores. Incluso trabajó como kelly, camarera de piso, en un hotel, detalla El País. Alicia llevaba viviendo sola cerca de cinco años. Estaba divorciada. Pagaba 500 euros al mes a Apartamentos Galileo, una sociedad que tenía cerca de siete pisos en la finca. Era su hijo el que le pagaba el teléfono móvil y la conexión a internet. El muchacho era lo único que tenía.
Si Alicia no se relacionaba demasiado con sus últimos vecinos no era porque fuera una mujer rancia, no. Ella sólo trataba de esconder su vergüenza: su anterior desahucio. Había sucedido hacía cinco años, en mitad del fragor de la crisis económica. Tuvo que dejar su piso de la calle Joaquín María López. En el mismo Chamberí que se resistía a abandonar. Su Chamberí.
Las agujas del reloj rozaban las once de la mañana. Alicia escuchó el sonido del timbre. Sabía quién era. Un agente judicial acompañado de una patrulla de la Policía Municipal de Madrid se encontraba frente a la puerta del 5º4 para hacer efectivo un desahucio por impagos en el alquiler.
En un acto de desesperación, Alicia caminó hasta el balcón y se precipitó al vacío. La mujer cayó sobre una furgoneta que había aparcada frente a una peluquería cercana y después, impactó contra el suelo. Bea, peluquera del comercio, salió a hacer un recado y vio a Alicia tendida sobre la calzada. Por un momento se imaginó que se había desmayado. Un obrero que estaba trabajando en el mismo edificio también la vio y fue a avisar a Juan, el portero de la finca, que no había escuchado nada porque se encontraba en el interior del portal. Él se imaginó lo peor.
Nadie se lo podía creer. No se imaginaban que Alicia estaba pasando por una situación al borde del suicidio. A ningún vecino le había comentado que tenía problemas económicos. Tampoco recibía cartas y tenía pocas visitas. No hacía mucha vida de calle y "bajaba muchas noches a tirar la basura en pijama", cuenta un empleado de la cafetería, que hacía tiempo que no la veía pasar por el establecimiento.
Muchos vecinos del edificio han coincidido en que el precio de los alquileres de pisos es alarmante. "Este año han subido entre los 200 y 300 euros. Hay casas cuyos alquileres rondan los 1000", expresa una vecina a través de telefonillo.
El hijo de Alicia del Moral ha donado su cuerpo a la ciencia. Y en Chamberí, su Chamberí, sigue habiendo velas de quienes no la olvidan.