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Al poco de llegar, como quien da una amarga bienvenida, la humedad se filtra por la suela del calzado. El frío ya no le abandona a uno hasta que abre el día. Son las siete y media de la mañana en las marismas del Guadalquivir. En este instante el sol comienza a dar una tibia luz sobre las embarradas aguas que descienden hacia la desembocadura del gran río andaluz, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).
Pero ahora estamos a la altura del margen del Guadalquivir en Lebrija (Sevilla). “Subid a la lancha, vamos en ella hacia los barcos”, dice José Manuel ‘el Gordo’, barba cana de varios días, gorro de lana en la cabeza, pitillo en la comisura de los labios.
Su compañero, David ‘el Feo’, más joven, es quien lleva la motora con la que ascendemos río arriba un par de kilómetros. De fondo suenan los graznidos de las grullas y los ánsares, que también despiertan. Estos dos hombres con los que se cita EL ESPAÑOL son pescadores furtivos: han cazado angulas durante años y ahora se dedican a apresar camarones con sus redes.
La pesca de dicho pescado y ese marisco están prohibidas en Andalucía, pero para ellos sigue siendo su modo de subsistencia. Sin ella, el hambre. “Si no pescamos, no comemos”, aseguran. “Y a nuestras casas tiene que llegar un plato de comida caliente cada día”.
José Manuel Vidal nació en Lebrija (Sevilla) hace 47 años. David García lo hizo hace 34 en Trebujena, una población de Cádiz vecina a la de ‘el Gordo’. Entre los dos hombres suman seis barcos. Al año, con ellos cada pescador se lleva en sus redes entre 3.000 y 4.000 kilos de camarones. El día que un reportero y un fotógrafo de este medio les acompañan David y José Manuel pescan cuatro kilos en solo unas horas.
Luego, lo limpian, lo congelan y lo venden a 10 euros el kilo. Sus ganancias oscilan entre los 18 y los 24.000 euros anuales. A ese dinero hay que descontarle los gastos de combustible, de redes o de poleas. Lo justo para vivir. Cuando pescaban angulas les iba mucho mejor. Llegaron a vender los 1.000 gramos hasta a 400 euros.
"Las multas son criminales"
“En 2010 se prohibió la pesca de la angula, que es el alevín de la anguila. Nosotros dejamos de pescarla tiempo después, hará unos cinco años. Las multas son criminales. Pero todavía hay quien trapichea con ellas”, dice David ‘el Feo’. En una ocasión, le multaron con 72.000 euros.
“La gente tiene que entender que de algo hay que comer. Y el que se ha dedicado toda su vida a esto no sabe hacer otra cosa”, puntualiza José Manuel. Ambos furtivos saben que si hoy llega la barcaza de la Guardia Civil y les pillan, les impondrán multas considerables por esquilmar las reservas de camarones del Guadalquivir.
En la actualidad, alrededor de 40 barcos ilegales siguen faenando en las aguas del Guadalquivir en el tramo del río que une Sevilla y Sanlúcar, muy cerca de Doñana.. Se trata de una flotilla pirata que no debería estar ahí, pero que se mantiene agazapada como barcos fantasmas. Ninguno tiene dueño formal.
Se trata de embarcaciones que tiene un valor de 25.000 euros cada una. Pero si alguien las quisiera comprar no pagaría más de 3.000. “La prohibición hace que este oficio, mientras sea ilegal, no tenga atractivo. Nosotros venimos de familias de riacheros y hemos nacido y crecido en el río. No sabemos hacer otra cosa”, coinciden ‘el Feo’ y ‘el Gordo’.
Se esquilmó el río
La Junta de Andalucía prohibió a finales de 2010 la pesca de la angula. Tomó la decisión tras comprobar que el volumen de capturas había menguado un 98% desde 1980. Se argumentó que por cada kilo de angula se capturaban cuatro de otras especies, como el langostino, y que se pescaban otras muchas en sus fases de larva o inmadura. Con esa medida, se prohibió de facto cualquier tipo de pesca en el Guadalquivir.
Fue un golpe duro para los conocidos como riacheros, pescadores fluviales del río de localidades como Trebujena, Lebrija o Isla Mayor, una población al otro lado de la margen del Guadalquivir, justo frente a las marismas lebrijanas. Desde 2010, los patrones del río andaluz sus patrones miran con envidia hacia Galicia, País Vasco, Aragón, Comunidad Valenciana o Asturias, comunidades donde, con sus limitaciones, sí se permite la captura de angulas.
Sin embargo, riacheros como David y José Manuel no han dejado de faenar por las aguas que le vieron crecer. Cada día, en función de las mareas, colocan sus barcos en el río. Se lo conocen como las palmas de sus agrietadas manos. ‘El Feo’ y ‘el Gordo’ no temen a las multas de la Guardia Civil. Por precaución, tienen puestas sus propiedades a sus mujeres o a otros familiares. De esa forma no pueden embargarles ningún bien.
David y José Manuel podrían hacer como otros, que ante la prohibición han optado por ceder sus embarcaciones a las bandas de narcos que operan en el Guadalquivir con sus potentes lanchas. Les llegan a pagar entre 15 y 20.000 euros por permitir que almacenen en el interior de sus embarcaciones cientos de kilos de hachís durante unas horas.
Desarticulan una banda
En febrero de 2017, la Guardia Civil asestó un duro golpe a una mafia que operaba en España en el contrabando de angulas hacia China, principal consumidor en el mundo de la anguila, el adulto de la angula. Se detuvo a ocho españoles y a otros nueve ciudadanos en Grecia, quienes habrían enviado cada año siete toneladas de angulas a Hong Kong. Una empresa de Tarragona realizaba los envíos. Contaba con intermediarios en Valencia y también en Coria del Río (Sevilla).
Los pescadores furtivos recibían entre 180 y 350 euros por kilogramo, dependiendo si se estaba al principio o al final de la temporada. Los intermediarios, entre 250 y 450 euros. Y los exportadores, entre 800 y 1.500 euros.
El beneficio se disparaba en Hong Kong, donde, según los cálculos de la Guardia Civil, los compradores chinos podrían llegar a conseguir hasta 7.000 euros por kilo gracias a que venden los ejemplares ya adultos. En total, a Benemérita calculó que dicha mafia lograba unos beneficios brutos al año de siete millones de euros.
"Queremos comer del río, no morirnos sin él"
David faena en el Guadalquivir con su propio barco desde los 14 años. Con 10 se viba en bici desde Trebujena, su pueblo, hasta las marismas del Guadalquivir. Aprendió el oficio de su padre, también riachero. Su abuelo también se dedicó a la pesca del camarón. Vivía en una choza junto al río.
"Este arte pasa de generación en generación. Mi padre murió con 77 años. Dos años antes seguía pescando conmigo. Si a mí me falta, duro dos días vivo. Te lo aseguro", dice.
José Manuel comenzó a pescar en el río 'grande' andaluz con 12 años. Está casado y tiene dos hijos, aunque uno falleció por culpa de un cáncer. Como en el caso de David, su padre también se ganaba el oficio con lo que sacaba del Guadalquivir.
En 2006 uno de los hermanos de José Manuel murió ahogado mientras faenaba. Se cayó al agua cuando iba de un barco a otro en su lancha. La autopsia señaló que tenía un fuerte golpe en la cabeza. José Manuel encontró el cadáver días después a un kilómetro y medio río arriba.
"Lo llevamos en la sangre y no vemos el peligro. Durante la temporada (noviembre-marzo) pasamos hasta 20 horas aquí metidos. Comemos, dormimos, amanecemos... Pasamos semanas sin coincidir con nuestra familia. Es un oficio durísimo", afirma 'el Gordo'.
David y José Manuel son socios. Los beneficios económicos de lo que pescan se lo reparten a medias. Tras pescar el camarón lo limpian, lo congelan y luego lo venden entre un puñado de restaurantes y de intermediarios que tienen desde hace años.
Ambos furtivos pertenecen a TRELEIS, una asociación de pescadores de Trebujena, Lebrija e Isla Mayor que trata de que vuelva a ser legal la pesca de la angula en el río Guadalquivir.
Con ese objetivo viajaron a Bruselas para presentar un plan de recuperación de este pescado. Pero la Junta se sigue negando a conceder permisos. Ellos, en cambio, aseguran que se generarían cientos de empleos. "Ahora lo tienen prohibido, pero saben que lo hacemos. Queremos tener una cartera llena de papeles, no de billetes. Queremos comer del río, no morirnos sin él".