Cuando le preguntaron si había sufrido tocamientos en sus genitales, María, de 66 años, contestó cerrando los ojos y volviéndolos a abrir. Hizo ese gesto solo una vez. Era su forma de responder que sí a la pregunta que le planteó su familia al día siguiente de que varias trabajadoras de la residencia en la que estaba ingresada la encontraran en su cama con la ropa vomitada, llorando, con el labio ensangrentado y con un hombre de 72 años dormido junto a ella.
La anciana, enferma de ataxia de Fiedrich, una variante de la esclerosis múltiple que le impide mover el cuerpo, sólo se comunica con el exterior a través de sus ojos y muy de vez en cuando con leves movimientos de cabeza. En su realidad, un abrir y cerrar de ojos es sí. Dos, no. Lleva así desde los 13 años: empezaron fallándole las piernas, después las manos, hasta que perdió el habla.
En este reportaje nos referimos a ella como María, pero sus iniciales son A. M. H. Nació en Castilla La Mancha. Es hija de guardia civil. Los hechos sucedieron la noche del 10 de septiembre de 2018, entre las 23 y las 24 horas. La mujer, dependiente en un grado del 100%, no pudo chillar ni evitar el presunto abuso.
María ingresó en junio de 1998 en la residencia Lago de Arcos, en Arcos de la Frontera (Cádiz). Tenía 46 años por aquel entonces. Sin descendencia, su hermano y sus sobrinos decidieron instalarla allí para que recibiera los cuidados que requería dada su enfermedad.
"Tengo ganas de echar un polvo"
Pero aquella noche de hace ahora tres meses, J. L. G. C., un hombre de 72 años enfermo de alzhéimer que había ingresado el mes anterior, le dijo a una empleada del centro: “Te voy a follar (...) Tengo ganas de echar un polvo”. El anciano, según el informe redactado por la inspección de la Junta de Andalucía y al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL, padece trastornos maníacos, demencia, desinhibición sexual, agresividad y brotes psicóticos, entre otros problemas.
A su llegada, la residencia instaló al hombre en el pasillo central, la zona de grandes dependientes, para su evaluación y, en caso de necesidad, su posterior traslado a otra área. J. L. G. C. acabó encamado con María, que presentó un pequeño eritema en la zona genital, según indicó en su informe el médico del 061 que la observó, aunque con el paso de las horas desapareció.
“No entendemos cómo ese hombre, con ese perfil tan marcado, pudo estar en la misma área que mi tía”, dice en conversación telefónica con este periodista Alfonso M., sobrino de María por parte de padre.
“Metieron una bomba en la residencia. Otro anciano atacó a mi tía. La culpa de lo que sucedió no es suya, ya que ese señor está enfermo. Hasta ahí lo comprendemos absolutamente. La residencia es quien tiene toda la responsabilidad”, asegura. Ahora el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 3 de Arcos de la Frontera investiga lo sucedido y trata de concretar si hubo abuso sexual o no.
Una empleada dice que 'no' se le medicó
Aquella noche, sobre las 23 horas, una cuidadora despertó a J. L. G. C., que se había quedado dormido en el salón de la residencia, donde tienen sofás y televisión. En su declaración ante el juez instructor, la mujer, Ana Isabel, contó que, mientras llevaba a su dormitorio al anciano, él le dijo: “Te voy a follar”. La trabajadora le recriminó aquellas palabras. “Es que tengo ganas de echar un polvo”, le respondió él.
La empleada de la residencia contó que luego lo dejó “acostado en su habitación” y que “no” se le administró “medicación alguna”, tal y como aparece en su declaración ante la Guardia Civil y ante el magistrado que instruye el caso.
Ana Isabel continuó con su tarea, que a esa hora era el cambio de pañales de los residentes. Sobre las 23.45 horas, la cuidadora vio que la habitación del anciano estaba abierta, que él no estaba ahí y que la puerta de la de María, la 311, estaba cerrada. “Lo normal es que esa habitación estuviera abierta”, explicó al juez.
Cuando Ana Isabel entró en la habitación de María, se encontró que la mujer, “con sangre en la boca y vomitada”, estaba entre “la baranda de la cama y el colchón, con medio cuerpo metido en el pequeño huequito, mientras J.L. estaba tumbado al lado de ella en la cama”. De inmediato, llamó a una compañera y también llegó una enfermera. Desde el centro se pusieron en contacto con la Policía Local y la Guardia Civil. Avisaron a la familia a la mañana siguiente.
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Desaparece el pañal
Dicha enfermera, Rocío, declaró ante el magistrado instructor que el médico del 061 que la había asistido en un primer momento observó un “eritema suprapúbico” en la zona genital de María. Esa empleada de la residencia respondió a preguntas de la abogada de la familia de María que, ante la pérdida del pañal que llevaba puesto la mujer, suponía que se había tirado a la basura tras cambiarla, pero que “estaba limpio”, que lo habían “abierto para mirarlo y no había nada”.
El informe médico forense del Instituto de Medicina Legal de Cádiz, al que también tiene acceso este periódico, señala que las heridas en brazos, boca y genitales, además de la afectación emocional de María tras los hechos, son compatibles con haber sido empujada contras los barrotes de la cama y con un “probable tocamiento en zona supragenital”.
La Junta, cuya inspección dio por buena la actuación de la residencia, ha enviado al juzgado la versión de Aura Cuidados, empresa que gestiona la residencia Lago de Arcos, con la que la Consejería de Igualdad y Políticas Sociales mantiene un concierto en algunas de sus plazas para ingresos de personas beneficiadas por la Ley de la Dependencia. Pese a que la investigación judicial continúa, el sobrino de María se muestra disconforme con la actuación del Gobierno andaluz.
“Ha cerrado en falso la inspección. No tenía datos suficientes para valorar lo que sucedió, como que ese día J. L. no estaba medicado o que le había dicho a una empleada que quería echar un polvo. Todo eso no aparece en el informe que la Junta tiene. Desde la residencia se les ha mentido”, explica Alfonso M. “Además, días antes, ese anciano se metió en la cama de otro hombre, pero en ese caso pudo forcejear”.
"El sobrino miente"
José Ángel Aranda es director asistencial de Aura Cuidados. Asegura que los empleados de la residencia Lago de Arcos siguieron "estrictamente" el protocolo de actuación aquella noche. "El sobrino de la señora miente, está intoxicando".
Aranda admite la posibilidad de que ese día no se medicara al hombre que apareció encamado con María, pero asegura que fue porque "probablemente no hiciera falta" en ese momento. Aranda le resta importancia a que el anciano dijera que tenía voluntad de mantener relaciones sexuales con una empleada.
"La desinhibición hace que digan cosas así. Otros también nos dicen que nos van a matar y no pasa nada. Son personas dependientes que tienen problemas. Hay que contextualizar bien el asunto", argumenta.
El director asistencial de la empresa que gestiona la residencia reconoce que, días antes al incidente con María, J. L. G. C. se metió en la habitación de otro anciano, pero "no en su cama". Aranda explica también que cada nuevo ingreso pasa por la zona donde se cuida de los grandes dependientes y que en el caso del presunto abusador se siguió este proceso antes ubicarlo en otra área.