“Cuando ella empezó no había nadie”, “era casi imposible encontrar rivales”, “no se veía bien que una mujer hiciera boxeo”… Sin embargo, María Jesús Rosa lo intentó. Entró al gimnasio y probó. Empezó entrenando en kick-boxing y después se pasó al boxeo. “Al verla, pensamos: ‘Algo tenemos que hacer con ella’”, recuerda Enrique Soria, su promotor. Aquella joven menuda, pequeñita, poca cosa, “era valiente”. “Mucho”, inciden. Tanto como para ser la primera campeona de Europa (lo hizo en cuatro ocasiones) y del mundo en España. Tanto como para erigirse en pionera, en leyenda, en historia del boxeo patrio (con tan solo un combate perdido). Tanto como para que esta semana, tras su fallecimiento –ha muerto de cáncer a los 44 años–, en el entierro, se pidiera un aplauso que se postergó, formalmente, durante cinco minutos, pero que, informalmente, será eterno.
En la memoria, la sonrisa perenne de María Jesús (20 de junio de 1974 - 18 de diciembre de 2018), su falda rosa –la que le hizo su suegra, la que llevó en todos sus combates–, su legado, su sello, su retirada para ejercer de madre… Ella, en definitiva, la niña que jugaba al fútbol con sus hermanos, la joven que retó al sistema, la que no quiso plegarse ante lo que se consideraba lo correcto. Pese a los dictámenes de la sociedad, “hizo cosas que, por aquel entonces, se decía que eran solo de chicos”, cuenta ahora su entrenador, José Luis Esteban Chumillas, alias Chumi, a EL ESPAÑOL. Ella, sin planearlo, golpeó al costumbrismo y lo puso en jaque. Las que lo intentaron después (y las que vendrán), estarán eternamente agradecidas.
Ella, un día, junto a su marido, llegó al gimnasio. “Le dije: ‘¿Quieres probar?’”, recuerda su entrenador. “Por qué no”, pensó ella. Fue el inicio de una carrera fulgurante. “Tenía 22 años cuando empezó a hacer kick-boxing. Era muy valiente. Cuando alguien viene, ya sabes si vale para los deportes de contacto. Si tiene miedo, si es echado para delante… Y yo, desde el principio, vi que era muy fuerte, que podía ser una buena boxeadora”, cuenta ahora Chumi.
María Jesús entró a un gimnasio plagado de chicos. Con ellos se pegó y entrenó durante toda su carrera. “Entonces, el boxeo femenino no estaba bien visto”, cuenta su promotor, Enrique. Pero a ella le dio igual. Asumió el encargo de dar el primer paso, de ser el origen de casi todo. “Que alguien te abra el camino es muy importante. Sin ella, a mí me hubiera resultado más difícil”, reflexiona ahora, tiempo después, Joana Pastrana, su mejor heredera en el ring, doble campeona del mundo, en conversación con EL ESPAÑOL.
Con el tiempo, ser mujer y boxeadora se ha ido normalizando. Todavía queda por recorrer mucho camino, pero, entonces, María Jesús comenzó una lucha contra lo socialmente establecido. “Nos ponían trabas para hacer combates y, sobre todo, no había contrincantes. Había que traerlas de fuera y costaba más”, explica Enrique a este periódico. Pero eso no la frenó. En el 1999, debutó contra Esther Paez, la primera mujer en obtener una licencia en España. Ganó su primera pelea. Y su segunda. Y su tercera… y así hasta llegar a 18 victorias (con 4 KOs). Sólo perdió su último combate, el 19.
“A nosotros nos dijeron que había una chica que era muy buena”, cuenta Enrique, el primer promotor de una pelea de boxeo femenino en España. “Vimos que empezó a ganar y el resto vino solo”. En 2002, decidieron, entre todos, empezar a escribir la historia de una leyenda. María Jesús Rosa, ese año, fue campeona de Europa en cuatro ocasiones. Se impuso a Viktoria Varga dos veces, a Sonia Pereira y a Nina Abrosova. Llenó el Magariños, el polideportivo donde entrena hoy en día el Estudiantes, y el Raimundo Saporta, pabellón del Real Madrid de baloncesto. Consiguió colgar el cartel de no hay billetes, algo impensable en la época –y difícil todavía en la actualidad–.
Hizo historia, pero quería más. No le bastaba con ser campeona de Europa. “Queríamos montar un Mundial en España. Nunca se había hecho y, la verdad, nos costó bastante dinero”, cuenta Enrique. Dio igual. Consiguieron que la estadounidense Terri Moss peleará contra ella en Alcobendas (Madrid). Organizaron la velada y confiaron en que María Jesús no fallara. Y no lo hizo. Con su falda rosa y su manta negra, ambas cosidas por su suegra, ganó a los puntos. “Hicimos algo impensable”, recuerdan ahora sus allegados. Ese día, la púgil madrileña tiró las puertas del cielo para unirse al selecto grupo de pioneros del deporte español: Santana, Ballesteros, Fernando Martín… y ella.
Quién se lo iba decir a aquella madrileña que acudió al gimnasio sólo para divertirse. Ella, campeona del mundo y de Europa, reclamo principal de los carteles pugilísticos del momento. “Era una más”, recuerda Pablo Navascués, dueño del gimnasio Origen Thai Martin, dos veces campeón de España de peso superwelter, campeón del mundo latino e Intercontinental. “Yo movía mucha gente y ella, qué voy a decir, lo ganaba todo. Recuerdo pelear antes que María Jesús, llegar al vestuario todavía un poco mareado por el combate y ducharme delante de ella. Ahora, piensas: ‘¡Pero cómo hacía yo eso, delante de una mujer!’. Pero, entiéndase, es como si fuera un chico, era como nosotros”, añade, posiblemente, el púgil más mediático del boxeo español.
Pelear contra la mejor
María Jesús Rosa podía haberse retirado tras aquel título mundial en 2003. No lo hizo. Se puso otra meta: ganar a la mejor boxeadora del momento, Regina Halmich, que terminó su carrera con 47 victorias, una derrota y un nulo. “Nos tiramos a la piscina. En Alemania, sus peleas registraban mayores indices de audiencia que la selección”, recuerda su promotor. Y la púgil madrileña fue convencida de que podía ganar. Viajó a Karlsruhe (Alemania) y estuvo a punto de dar la sorpresa. La germana ganó a los puntos en una decisión tan discutible como discutida. Tanto es así, que Regina nunca aceptó la revancha.
De hecho, María Jesús Rosa tuvo que retirarse tras aquel combate. Se preparó para cuatro peleas en 2006. Por unos u otros motivos, ninguna se llegó a celebrar. Se retiró para ser madre. Un año después, tuvo su primer hijo. Después vino el segundo. La primera mujer campeona del mundo se despidió con la cabeza bien alta, pero con aquella espina clavada.
Le dio igual. Había sido feliz con el boxeo, lo había hecho todo. Pero la vida, esta semana, dejó KO al boxeo español. Nadie se imaginaba que su pionera se fuera tan pronto. Para en el recuerdo, quedará su impronta, su legado, sus títulos, pero sobre todo, su sonrisa. “Yo quería ser boxeadora, campeona de Europa, campeona del mundo y madre”, comentaba en una de sus últimas entrevistas. Y lo logró. Como todo lo que se propuso en la vida. Qué mejor ejemplo podría dejar a los que están por venir. Obviamente, ninguno. Simplemente, ella, su boxeo, su forma de ser, su leyenda.
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