El sueño de Edu Colmena era tatuar la cara de su hija en el cuerpo de Pilar, su mujer. Tenía una especial habilidad por el dibujo. Le llamaban Shon desde sus tiempos de grafitero, porque ese era el nombre con el que firmaba. De joven había tatuado a amigos, pero hacía tiempo que había perdido el hábito. Por eso, antes demarcar con tinta el cuerpo de su pareja, decidió practicar tatuando unas orejas de cerdo. Los dibujos estaban casi acabados. Sólo faltaba plasmarlos en el cuerpo de Pilar. Pero a Edu lo mataron antes de que pudiese acabar su obra. Ella no cobrará viudedad, porque nunca llegaron a casarse.
La familia de Edu muestra los bocetos de los tatuajes justo el día de su velatorio. Dentro de la trágica navidad que está viviendo la familia Colmena Cebrià, ayer les dieron una noticia que esperaban: ya saben cuándo podrán darle sepultura a los restos de Edu. Al hombre que fue asesinado a tiros en Baró de Viver (Barcelona). Será el sábado 29 a las 12:30 de la mañana. Los autores del crimen, por su parte, siguen en libertad.
Los vecinos han construido un altar. Improvisado, como todo en esta historia. Como las manifestaciones ciudadanas de repulsa. Improvisado como los ataques de vecinos indignados a la casa de los presuntos culpables. O como las campañas que corren por internet pidiendo una condecoración para Edu. Improvisada como la actuación de los Mossos el día de los hechos, cuando acudieron al barrio alertados ante una tragedia inminente, pero se limitaron a hacer acto de presencia un rato y despedirse, dejando solo y desprotegido a Eduard.
En el altar hay velas y fotos. Algunas ilustran bien lo que supuso (y supone) una figura como Edu para el barrio. Sale pintando en una pared el escudo del equipo de fútbol del barrio. Una imagen con sus tres pasiones: la pintura, el deporte y su barrio.
El barrio aislado
Baró de Viver es una barriada aislada de cualquier forma de vida social. Por un lado limita con los polígonos industriales, por el otro con el nudo de la Trinidad (un enlace de carreteras y autopistas), por los otros lados,con la vía y el río. Baró de Viver es en sí un microcosmos distinto al resto de barrios. Un lugar en el que la lucha grecorromana tiene más éxito que el fútbol. Un lugar que está lejos de todo. Sobre todo de la policía, aunque la comisaría más próxima esté a 2 kilómetros.
“Edu no era hijo del barrio. Era nieto”, apunta uno de sus amigos, recordando el arraigo de esa familia en Baró. Originarios de Cañizares (Cuenca), volvían al pueblo algunos veranos. Ángel, padre de Edu, ya es nacido en Barcelona. Le llaman el ‘Pato’. Así empezaron apodando también a Edu, hasta el día en el que un detalle transformó su alias. “Fue en una competición de lucha. Se llevó un golpe en el cuello que hubiera tumbado a cualquiera, pero Edu ni lo notó. Ahí vieron sus entrenadores que tenía un cuello extraordinariamente fuerte”, cuentan su familia. A partir de ahí fue ‘Cuellopato”.
Su imponente físico intimidaba. Su primo lo recuerda: “Una vez íbamos él y yo el puente de Santa Coloma y vimos a dos ancianas del barrio paseando y a dos yonkis detrás. Las mujeres nos vieron de frente que acelerábamos el paso hacia ellas y se echaron las manos a los bolsos. La sorpresa les vino cuando uno de los dos tipos le echó mano al bolso por detrás. Edu lo agarró a tiempo y le hizo una inmovilización. Salieron corriendo. Fue ahí cuando las mujeres, asustadas, se dieron cuenta de lo que había pasado. Se estaban asustando de quien no era. Una le dijo a la otra “¿Ves tú como a este no le teníamos que tener miedo, que es del barrio?”.
Practicando lucha, Edu ganó en su juventud varios campeonatos locales y representó a Cataluña en torneos autonómicos. Cuando creció se dedicó a entrenar. Desde niños hasta Mossos d’Esquadra. “Los mismos que tendrían que haberle venido a proteger”; lamenta ahora un primo suyo. Varias lesiones (dos en la rodilla y varias hernias) le apartaron del deporte. “Pero siempre decía que volvía cuando se recuperase”, cuentan sus compañeros del gimnasio.
Llega el clan, llegan los problemas
Los problemas llegaron con los ‘Pistoleros’: un clan dedicado al narcotráfico que fue reubicado en una vivienda del barrio. Una decena de personas que habían diso repudiados incluso por el resto de su familia. “Llegaron marcando a la gente. Se dedicaban a pasar. Al principio, para hacerse respetar, eran capaces de meterse con las pisolas en casa de alguno que les debiese dinero y retenerlo allí hasta que pagase. Cobradores de la droga. Y no te hablo de deudas grandes, sino de alguien que les debiese 30 euros. Les daba igual quién hubiese dentro”, cuenta un vecino.
Eso pasó hace 5 años. El primer choque de trenes tuvo lugar hace 4. Los Pistoleros tenían varios incidentes ya en su haber. La agresión a una mujer que iba con sus dos hijas provocó el primer enfrentamiento entre Edu, que salió a defenderla, y uno de los miembros del clan. Edu rompió el bastón del agresor como advertencia. “Ahí le hicieron la cruz”, coincide la familia del finado.
El acoso fue constante. Edu presentó denuncias, pero la única forma eficiente de evitar una guerra fue quitarse del medio. Desaparecer de la escena durante un tiempo. Podía hacerlo: todavía no había nacido su hija.
Dayra tiene ahora dos años y medio. Su nacimiento y el encarcelamiento de algún miembro del clan enfriaron las cosas. Edu vivía en Baró de Viver y cuidaba a Ángel, su padre. Por eso percibía una pequeña ayuda a la dependencia. Laboralmente no le iban bien las cosas. Tenía reconocida una discapacidad del 65% por lesiones durante su etapa como luchador. Hace dos años se la revocaron porque lo vieron físicamente bien. Ahora estaba en juicios para que le repusieran la pensión.
"Cuellopato, te voy a matar"
La semana pasada volvieron a caldearse los ánimos. El ataque a otra mujer lo desencadenó todo. Edu y un miembro del clan volvieron a enfrentarse y el resultado volvió a ser favorable al luchador. Pero el Pistolero no se conformó. Los vecinos lo escuchaban pegando voces por la calle dirigidas a Edu: “¡Cuellopato, te voy a matar!” dicen que gritaba Pedro Santiago, el principal sospechoso y ahora fugado.
Eso fue el viernes por la noche. El sábado se lo pasó Edu metido en su casa. “De verdad que no era una persona que buscase pelea, aunque si lo buscabas lo encontrabas”, cuenta su familia. Aunque intentó evitarlo, su suerte estaba echada. Por la noche salió a pasear a los perros y le descerrajaron 4 tiros a bocajarro.
Ahora va a ser incinerado. Su hija Dayra pregunta por él a su madre, a Pilar, a la que Edu quería tatuar. Se queda sin pareja, con una niña pequeña y sin derecho a viudedad porque no tenían su relación formalizada. Tanto ella como el resto de su familia sigue pidiendo una placa para Edu en el parque donde lo mataron. También piden más policía. Pero, sobre todo, lo que piden con mayor inmediatez es que capturen a los presuntos culpables. Al cierre de esta edición, siguen en la calle.