Lucía Llano, a los 32 años, se tuvo que jubilar por una enfermedad; y Jesús, a la misma edad, hizo lo propio tras sufrir un accidente en un acto de servicio. Los dos soñaron, en diferentes etapas de su vida, con ser guardias civiles; los dos pasaron, a la primera, las oposiciones; y los dos, con orgullo, ingresaron en el Cuerpo. Pero, por desgracia, lo tuvieron que dejar antes de lo esperado (y deseado). Un día, irremediablemente, abrieron el armario, colgaron su particular traje de ‘luces’ y dijeron adiós. Aunque no para siempre. Ellos, junto a otros compañeros, han iniciado una ‘lucha’ para que se les reconozca y no queden en el olvido –a pesar de no estar en activo–. “Somos útiles, pero nos sentimos abandonados”, lamentan en conversación con EL ESPAÑOL. Por eso, crearon la Asociación de Retirados (RAGCE). Y por eso, coincidiendo con la no aprobación de los presupuestos, acudieron al Congreso para entregar a los diferentes partidos un decálogo con cambios que consideran necesarios.
Entre sus quejas, el excesivo copago farmacéutico que abonan los guardias civiles jubilados (quieren que se reduzca del 30% al 8%), el apoyo a las viudas/os (“algunos viven con 600 euros de pensión”), el aumento de su participación institucional y la devolución de las ayudas de carácter social suprimidas (natalidad, adopción...). “Tenemos la obligación de luchar por lo que consideramos justo. Hemos hecho mucho por este país, podemos seguir ayudando y, sin embargo, nos sentimos apartados”, explican. Eso sí, la lucha no ha hecho sino empezar…
La plataforma de jubilados es de reciente creación. “Nos animamos y, un día, quedamos 13 guardias civiles en Madrid y sentamos las bases del proyecto”, recuerdan. Oficialmente, la asociación se constituyó en agosto de 2018. Desde entonces, buscan mejorar su situación y recuperar los derechos perdidos con una mujer al frente: Lucía Llano (Ferrol, Galicia, 1972). Ella, pionera en casi todo, se multiplica estos días: habla con políticos, con periodistas... “Es mucho trabajo, pero confío en que salga bien”, comenta, esperanzada en conversación con este periódico.
Pionera del fútbol femenino y en la Guardia Civil
En realidad, esta es su última conquista. Antes, tuvo que protagonizar muchas otras. ¿La primera? Ser futbolista. “En eso fui pionera”. Jugó en la máxima categoría femenina y abrió camino. Eso le gustaba. Mucho, de hecho. Pero lo que más deseaba era entrar en el Cuerpo. “Yo venía de una familia de guardia civiles, tenía el cuartel al lado de mi casa y era mi sueño”. Sin embargo, su tarea no resultaba sencilla. “Cuando yo tenía 16 años, entró la primera promoción de mujeres. Y, a los 18, cogí un tren a Madrid y me fui para allá”. Pasó todas las pruebas y entró en la academia en Baeza.
Allí, fue, al mismo tiempo que Emiliana Pascual, la primera mujer corneta. “Entonces, era muy raro estar ahí. Ibas por la calle y te preguntaban: ‘¿De verdad eres Guardia Civil?’. No creían que pudiéramos formar parte del Cuerpo”, recuerda. Pero así era. Ella lo consiguió. Fue primero a la academia, donde nunca sufrió discriminación, y después pasó por diferentes puestos. “En la calle, eso sí, las cosas eran diferentes. Quedan muchos techos de cristal por romper”, lamenta.
De una u otra forma, terminó su formación en Baeza y empezó a ejercer de lo que siempre había soñado: pasó por Tarragona, por Cullera y terminó su carrera en el servicio fiscal de Barajas. Pero, una vez allí, comenzaron sus problemas. “Tuve artritis reumatoide y, aunque yo quería quedarme por todos los medios siendo Guardia Civil –así se refleja en mi sentencia–, me vi obligada a jubilarme prematuramente”. Su carrera se estancó. “Pasé varios años mal y con ayuda psicológica porque me encontraba perdida”. Todos sus sueños y sus anhelos se truncaron.
Entre los perjuicios, tenía 32 años cuando se jubiló y estaba obligada a medicarse de por vida por esa maldita artritis reumatoide (enfermedad degenerativa). “Con un 30% de copago farmacéutico por ser Guardia Civil. Ahora mismo, gasto 130 euros al mes, pero hay compañeros que tienen que abonar entre 300 y 400 euros. Lo que queremos es que nos lo reduzcan al 8%, como lo tienen muchos jubilados”, reclama Lucía.
"No nos invitan el día de nuestra patrona"
Pero, más allá de lo monetario, ella reclama que, a pesar de no estar en activo, se cuente con ellos. “Somos útiles, pero se nos ha apartado. Nos sentimos abandonados”. ¿El ejemplo? “No nos invitan al Pilar, nuestra patrona; no estamos representados en el Consejo de la Guardia Civil; y no se tienen en cuenta nuestros puntos de vista. Eso por no hablar de cuando vas a un cuartel y te dejan fuera”, se queja. Todo eso le duele. Pero está dispuesta a cambiarlo. A sus 46 años y después de mucho tiempo encadenando diferentes trabajos y estudios (se sacó Educación Social en la Complutense), su labor al frente de la Asociación no ha hecho mas que empezar. Y sus compañeros se lo agradecen.
Jesús, por ejemplo, tiene dos hijos. “Nunca he recibido ninguna ayuda, pero, obviamente, me vendría bien, como consta en el Plan Social que nos quitaron”. Actualmente, lo que persiguen desde la asociación es recuperar esas bonificaciones que se daban por natalidad, adopción, familia numerosa, idiomas, enseñanza en universidades o ayudas para cercanías. Eso, ahora mismo, sólo lo perciben el primer año tras pasar por el retiro. Después, nada.
“Lo das todo para ayudar a la gente y, después, te jubilan y se olvidan de ti”, lamenta Jesús. Él, que entró en la Guardia Civil tardíamente (lo hizo a los 26 años después de trabajar en el campo), se retiró por un accidente en acto de servicio. “Tuvimos una llamada porque un chaval quería matar a su novia. Llegamos allí, yo fui a auxiliar a un compañero y, cuando estaba poniéndole los grilletes al agresor, se giró y me golpeó con una piedra en la cabeza”. Fue el final de su carrera.
Jesús (Castilla-La Mancha, 1965) estuvo varios días en coma. Después, se lo tuvieron que contar todo. Pasó varios controles médicos, pero le obligaron a retirarse. Tenía, también, 32 años, dijo adiós al Cuerpo. Colgó el uniforme y tuvo que asumir que nunca jamás volvería a trabajar. “Me dedico a lo mejor que se puede hacer en la vida: cuidar de mi familia y de mi mujer”, reconoce, contento por haber sobrevivido a aquel palo. Pero, como la mayoría de sus compañeros, siente que lo han abandonado. “Después de sufrir aquel accidente, por ejemplo, me propusieron para darme una medalla por mi historial. El expediente estaba totalmente limpio y procedía darme un galardón. Lo firmo, digo que sí y al tiempo me dicen que no me lo dan. ¡Me quedé con una cara!”, se sorprende.
Esa es su queja y la de la mayoría de los jubilados jóvenes. No se sienten útiles, pero saben que pueden serlo. “Tenemos mucho que aportar”. Por eso, desde la Asociación seguirán peleando para que se les reconozca, pero también para que los que siguen en activo, cuando les toque, se retiren en mejores condiciones. Y lo hará, la Guardia Civil, con una mujer al frente. Quién se lo iba a decir a ella cuando, de pequeña soñó con llegar al Cuerpo sin ningún referente femenino. Seguramente, nadie. Ahora, se lo cree. Por eso lucha. O, mejor dicho, por eso seguirá luchando.