Tres sicarios colombianos se sentarán en el banquillo de los acusados de la Audiencia Provincial de Madrid el 13 de mayo. Se les acusa de asesinar por error a un joven madrileño que guardaba parecido físico y conducía el mismo coche que la persona a la que iban a matar. Entre otro delitos, se les imputa el asesinato de José Luis Lucas Serrano, de 32 años, en septiembre de 2014.
La víctima, ejecutivo en paro, acababa de salir de un curso que el Servicio Público de Empleo Estatal impartía en el número 21 de la Avenida de Córdoba en Madrid, una vía próxima al río Manzanares entre los barrios de Usera, Legazpi y Puente de Vallecas. Segundos después de subirse a su vehículo, que lo tenía aparcado en las inmediaciones del lugar, un hombre en moto golpeó su ventana.
Ante la insistencia de aquel desconocido, José Luis abrió la puerta e intentó salir del coche. En ese instante, aquel extraño le apuntó con una pistola Parabellum del calibre 9 milímetros. Sin mediar palabra, un segundo después le descerrajó tres tiros en el rostro y cinco más entre el pecho y el abdomen. El joven murió en el acto.
La acusación particular, ejercida por la familia del fallecido, solicita para el autor material, Breiner Augusto Portilla, la pena de 25 años de prisión por un delito de asesinato, año y medio por tenencia ilícita de armas y un año y nueve meses por falsedad en documento oficial. En total, 28 años y tres meses de reclusión penitenciaria. La Fiscalía rebaja su petición a 23 años y dos meses.
Para Jhonson Andrés Medina, quien habría entregado el arma al autor material de los hechos, la acusación particular solicita 26 años y medio de prisión por asesinato, mientras que el ministerio fiscal rebaja su petición de condena a 18 años y medio.
Para José Arbey Rentería, la acusación ejercida por la familia del asesinado solicita 25 años de prisión. La Fiscalía pide 18 años para él.
Negaron los hechos
Los tres acusados, en prisión preventiva, negaron los hechos durante la instrucción del caso, llevada a cabo por el Juzgado de Instrucción número 35 de Madrid. Ahora, un jurado popular deberá decidir si son culpables o no tras un juicio cuya duración será de 10 días y se celebrará en la Sección Primera de la Audiencia madrileña.
El asesino, según explicaron fuentes policiales a este periódico en diciembre de 2017, buscaba a un conocido alunicero de la capital de España que, probablemente, antes había robado un cargamento de cocaína a una banda de narcotraficantes colombiana. Quisieron cobrarse la deuda con su vida. Pero erraron.
José Luis y él tenían la misma edad, 32 años, y una complexión similar (altos, fuertes, cabello oscuro). Ambos conducían el mismo coche -un Smart- y cada tarde de los últimos meses se les veía entrar al mismo edificio de la avenida de Córdoba. José Luis lo hacía para seguir formándose mientras buscaba otro trabajo; el delincuente con el que le confundieron, viejo conocido de la Policía madrileña por cometer robos estrellando coches, para cincelar sus músculos en el gimnasio Liceo, unas plantas más arriba de donde se impartía el curso al que iba la persona que, sin saberlo, le iba a salvar la vida.
La víctima de los sicarios era diplomado en Empresariales y sabía francés, inglés y portugués. José Luis Lucas era un chico normal: deportista, trabajador y sin antecedentes policiales o penales. Su familia y su pareja recibieron la noticia con consternación.
[Más información: José Luis, el ejecutivo madrileño acribillado por un sicario que lo confundió con un narco]
Smart, el coche de 'Niño Sáez'
Un cúmulo de casualidades llevó a la muerte a José Luis. La primera fue meses antes de que le asesinasen. El fallecido tuvo un accidente de coche a principios de 2014. Fue entonces cuando decidió cambiar de vehículo y comprarse un Smart.
Tres años después de su muerte, en mayo de 2017, un sicario acabó con la vida de Francisco Javier Martín Sáez, Niño Sáez, el mayor alunicero de España y un delincuente vinculado al narcotráfico.
El día que su familia lo velaba en el tanatorio, la Policía se percató de que la mayoría de aluniceros de Madrid que acudieron a darle un último adiós -unos, amigos; otros, rivales, pero todos con códigos mafiosos- habían llegado a bordo de un Smart como el que conducía José Luis.