Lily tenía 30 años y llevaba 5 prostituida en la calle Robadors del Raval de Barcelona. Cinco largos años pidiendo ayuda para salir de aquel infierno. Era víctima de trata. Tenía dos hijos en su Rusia natal que estaban ‘secuestrados’, según le explicaba a los vecinos del Raval. Eso le impedía dejar la calle. Aquí, su ‘chulo’, un gitano rumano, le pegaba palizas por sistema. Le daba tan fuerte que Lily tenía callo en las costillas. De la última la mató.
Lily es el nombre con el que ejercía la mujer que ha fallecido en el Parc de Salut de Mar (PSMAR) de Barcelona. Murió el viernes a causa de las herida causadas por la última paliza del proxeneta que la prostituía. Los golpes la llevaron al hospital y allí se encontraron con un terrible hallazgo: la mujer sufría leucemia. La enfermedad estaba en un estado tan avanzado que su recuperación de los golpes se preveía imposible.
Siempre solitaria, siempre con los niños
“Era muy solitaria. En la calle Robadors hay prostitutas latinas, rumanas, nigerianas y marroquíes. Pero rusas no. Por eso siempre la veías apartada de las demás. Y por eso hablaba tanto con nosotros”, cuentan desde RPR, una de las asociaciones vecinales del Raval. “Sobre todo, con los niños. Era muy cariñosa con ellos, siempre los mimaba y les daba besos”. Le recordaba, tal vez a los dos críos que ella había dejado en Rusia y que le servían a sus explotadores para coaccionarla.
Lily reconocía abiertamente ser víctima de la trata. No estaba aquí libremente y había pedido ayuda muchas veces. A sus 30 años tenía dos niños pequeños que dejó en Rusia. Decía que estaban secuestrados por la mafia, que así la extorsionaban. Ni siquiera se planteaba poner una denuncia por temor a que le hicieran algo a los pequeños. La tenían bien pillada con sus hijos de rehenes.
Un infierno en Rusia y otro en Barcelona
Un infierno en Rusia y otro en Barcelona: aquí la prostituía un rumano de etnia gitana que la maltrataba. Eso era un secreto a voces porque ella lo explicaba y porque era habitual verla con cardenales. De las palizas, le había dejado algunas marcas permanentes en el torso. Además, la obligaba a trabajar a diario entre 14 y 16 horas: “Se cambiaba de ropa tres veces al día y a seguir trabajando”, cuentan los vecinos de la calle Robadors. Apartada del resto de prostitutas por su nacionalidad, es con los que más se relacionaba. Con la gente del barrio que a menudo, sobre todo en invierno, le bajan ropa, mantas o caldo caliente a las prostitutas. Todos recuerdan el especial cariño que le tenía a los críos.
Cinco años llevaba pidiendo auxilio. A la policía no podía ir, pero lo puso en contacto con todas las asociaciones que se acercaron a ella. Éstas, a su vez, lo trasladaron al Ayuntamiento de Barcelona. Allí no hicieron nada porque, decían, no había denuncia previa. Una denuncia que ella no podía poner dada su situación de indefensión, tanto aquí como en su país natal.
Tan acostumbrada a sufrir estaba Lily, que no se percató de que la leucemia la estaba devorando por dentro. No es que no estuviese recibiendo tratamiento; es que ni siquiera le habían diagnosticado el cáncer. Su chulo nunca la llevó al médico. Se enteraron de eso el lunes, después de que volviese a acabar en el hospital a causa de otra paliza de su chulo. En el chequeo se lo descubrieron, además de las cicatrices de los malos tratos del proxeneta que nunca la llevó al médico.
La leucemia que no le diagnosticaron
La enfermedad se encontraba en un estado tan avanzado que poco más se pudo hacer. La vida de Lily se fue consumiendo durante la semana en el hospital. No pudo recuperarse de las heridas y acabó falleciendo el viernes 5 de febrero. Y aun después de muerta siguen sus problemas: su funeral. “Ese entierro habrá que pagarlo porque esta mujer no tenía seguros ni nada, así que hay problemas lo asumiremos los vecinos”, explican desde la asociación RPR (Robadors-Picalquers-Roig, las tres calles que comprende esta Illa (isla) del barrio del Raval donde se concentra la prostitución).
“Lo más jodido de este caso es que se sabía. Pidió ayuda muchas veces y todo el mundo conocía su situación de vulnerabilidad. Hasta el Ayuntamiento tuvo constancia de su caso, que es lo grave, pero nadie hizo nada y al final la han matado”, lamenta Núria González, de la plataforma Cataluya Abolicionista, que ha convocado para esta noche, a las once, una concentración de protesta en la plaza Salvador Seguí de Barcelona. Una manifestación silenciosa. El mismo silencio que mantenía Lily las 16 horas cada día en la calle buscando clientes. Sola y sin hablar con casi nadie, salvo con los niños del barrio, que le recordaban a los suyos. Sus dos hijos que ahora están huérfanos en Rusia y en manos poco recomendables. Porque aquí en Barcelona, aunque todo el mundo lo sabía, nadie ‘pudo hacer’ nada.