Efraín, Agustín, Qiheng o José, escondido bajo un pseudónimo por miedo, este domingo, por la tarde, en la Puerta del Sol, protestaban pidiendo derechos, reclamando más seguridad. Son solo cuatro. Pero, junto a ellos, en Madrid, otros 25 se han manifestado, sumándose a sus compañeros de Barcelona, más numerosos (100, en total). Todos, trabajadores de Glovo, la empresa de reparto de comida a domicilio. Y todos, indignados por la muerte de uno de sus compañeros el sábado por la noche en la Ciudad condal, donde han quemado, literalmente, las mochilas con las que hacen los repartos.
Ya no hay vuelta atrás. Su compañero nepalí, de 22 años, a los cuatro meses de llegar a Barcelona, perdió la vida. Él, como muchos otros, decidió, nada más aterrizar en la Ciudad condal, sacarse un ‘dinerillo’, ganarse la vida de alguna manera. ¿Y qué hizo? ‘Opositar’ al trabajo más rápido y fácil, el que asegura ingresos sin pedir experiencia o estudios. Se hizo repartidor de Glovo y, en la noche del sábado, mientras iba camino de entregar un pedido, fue atropellado por un camión del servicio de limpieza a las 23:15. Cayó de la bicicleta. Murió en el acto.
Se desconoce, aún, qué ocurrió. ¿Fue culpa suya o del conductor del camión? Quién sabe. Lo más probable, eso sí, es que, en una noche desapacible, lluviosa, con el asfalto mojado, movido por las prisas, se diera de bruces con el vehículo en el cruce de la calle Balmes con la Gran Vía de Les Corts Catalanas. “Ha tenido que morir alguien para que nos hicieran caso. Ya lo veníamos avisando. Sabíamos que algo iba a ocurrir. No nos hacían caso y… tristemente, ha sucedido lo peor”, lamenta Mario, de la Asociación de Riders Autónomos, en conversación con EL ESPAÑOL.
Es la primera víctima, pero, seguramente, no sea la última si no cambian las cosas –se quejan unos y otros–. “Sabemos que hay un accidente cada día, pero hasta ahora no había muerto nadie”, prosigue Mario. Por eso, por el miedo a deshoras de trabajo, por reclamar justicia, sus compañeros, en Barcelona y Madrid, se han reunido para pedir que las cosas cambien, que alguien les haga caso, que los seguros sean efectivos y que la precariedad dé paso a una cierta estabilidad laboral. En total, son 17.000 trabajando como repartidores, según datos de UGT. Demasiados como para que su voz no se escuche. EL ESPAÑOL habla con ellos. Cada uno, con su historia, con sus problemas… y también con sus soluciones. Escuchen a los que les sirven la comida en casa.
Efraín Juárez: “Dos pedidos por hora a 3’50”
Efraín, venezolano de origen, llegó a España hace un año. Decidió, como muchos de sus compatriotas –en la concentración hablan de que el 99% son de la misma nacionalidad en la capital–, empezar a trabajar como repartidor. Hace tres meses, se hizo una cuenta. O, mejor dicho, dos: una en Glovo y otra en Uber Eats. “Es lo primero que consigues y te permite cierta libertad”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Se queja, no sólo de las condiciones laborales o de los salarios (“hacemos dos pedidos a la hora y nos pagan unos 3’50 euros por cada uno"), sino de la presión. Para subir en el ranking de repartidores, tienen que hacer muchas entregas y, por otro lado, llevarlas en tiempo y forma. Viven, al fin y al cabo, de las puntuaciones de los usuarios para subir en los rankings y, si llegan al 100%, tienen más horas de trabajo. Pide, como la mayoría de sus compañeros, un contrato fijo, no tener que pagar la cuota de autónomo ni estar disponible durante 24 horas los siete días a la semana.
Agustín Candelario: “Un compañero estuvo en coma; nos tienen esclavizados”
Agustín, natural de República Dominicana, llegó a España hace 12 años. Tiene trabajo fijo en unos grandes almacenes y, en sus ratos libres, hace entregas para Glovo y Uber Eats. Reconoce que, si hace bastantes pedidos, gana dinero. “Pero estamos en un limbo legal. No somos autónomos. En la práctica, somos trabajadores de esas empresas; somos falsos autónomos, esclavos para ellos”, se queja en conversación con EL ESPAÑOL.
Pero eso, quizás, sea lo de menos. Lo que más le preocupa es la seguridad. No le extraña que el trabajador de Glovo en Barcelona haya sido atropellado. “Aquí, por ejemplo, no nos tienen respeto. Sobre todo, los taxistas”, especifica. De hecho, habla de un compañero que se ha quedado en coma. “Tuvo un accidente en Arturo Soria y… ya no sé en qué estado se habrá quedado”, sentencia, enfadado.
Qiheng: “No sabemos cuándo estamos asegurados”
Qiheng, español de nacimiento, trabaja para Glovo en sus ratos libres. Estudia Turismo y Empresas en la Universidad y lo hace, simplemente, para “sacarse un dinerillo”. Empezó en diciembre y apenas si ingresa entre 100 y 200 euros al mes, dependiendo de las horas que eche o de cómo vayan sus exámenes. Y le preocupa, como a sus compañeros, la peligrosidad y los riesgos que tienen que asumir. “Vas por el carril de 30, por el que tienes que conducir y los taxistas pasan muy rápido, no nos respetan”, protesta al hablar con EL ESPAÑOL.
¿El problema? La desconfianza. “No sé si el seguro que nos facilitan nos cubre. Cuando llevamos el pedido, sí. Pero, ¿y cuándo vamos a por él? No lo sé”, cuenta. Seguirá, de momento, haciéndolo. Pero pide que se respeten sus derechos laborales, que las empresas los traten como a trabajadores. No obstante, no lo hará durante toda su vida. Tiene apenas 19 años —“aunque me dicen que aparento menos”, bromea– y cuando termine la carrera, seguramente, lo dejará. ¿Habrán cambiado las cosas para entonces? Quién sabe.
En ese sentido, Glovo, en un comunicado, ha reconocido que, una vez que se esclarezcan los hechos sobre la muerte de su trabajador nepalí en Barcelona, iniciará “los trámites para activar el seguro privado que cubre la actividad realizada por el repartidor en caso de accidente”.
José (nombre ficticio): “Que se regularicen los contratos”
Decide hablar, pero no quiere echarse una foto. José (nombre ficticio) es uno de los muchos que no quiere que se conozca su nombre ni aparezca su foto por miedo a represalias. “Me pueden suspender la cuenta y me quedo sin trabajo”, cuenta, atemorizado, a EL ESPAÑOL. Él, también venezolano, aceptó el trabajo para ganar dinero rápido. Pide que se “regularicen los contratos y que se hagan carriles-bicis para que no haya tantos accidentes”.
Son algunas de las quejas, las de cuatro, que se pueden resumir en lo pedido por la Asociación de Riders Autónomos de Barcelona en una reunión mantenida con Nuria González, alcaldable de Actúa en Barcelona: “Son un colectivo olvidado (…) Muchos son autónomos. Y, aunque muchos quieran seguir siéndolo, reivindican un mínimo sus derechos. Quieren un salario mínimo por portes, que puedan parar en las zonas de carga y descarga sin estar expuestos a recibir multas, tener un distintivo para que las autoridades sepan que son de una empresa de reparto… Por eso, piden que haya una mesa de negociación en los ayuntamientos y poder negociar sus condiciones”, explica.
Ahora, todos se preguntan: ¿conseguirán algo?
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