Han matado a la Eva. Así, con el artículo delante, que es un recurso muy catalán que se emplea en castellano cuando tienes mucha confianza con alguien. Y en casa la tenemos, porque Eva lleva 12 años con nosotros. Nos da apuro hasta comer, que a los cuatro se nos ha cerrado el estómago.
Mi padre escucha en silencio a mi hermana, que fue a pasar consulta con ella hace dos semanas. Mi hermana está en España de vacaciones, porque vive en Canadá, y sobre eso refiere una curiosa revelación que le hizo la doctora asesinada: “Eva se pegó la mitad de la consulta preguntándome sobre mi vida. Cuando le dije que estaba viviendo en Canadá, me contestó que ese era el país al que ella querría irse a vivir con sus hijos. Que no se lo planteaba porque tendría que volver a estudiar mucho para ejercer la medicina allí. Pero que marcharse a Canadá con sus hijos era su ilusión”. Con sus hijos y sin su marido. Ahora, tras su asesinato, ese deseo formulado en voz alta cobra todo el sentido. Eva estaba deseando agarrar a sus hijos y largarse a la otra punta del mundo, lo más lejos posible, fuera del alcance del hombre que la ha acabado matando.
Personalidad desdoblada
Eva Abad Pérez, de 47 años, era una persona desdoblada. En el ámbito laboral era la doctora más habladora, próxima y empática que se había visto nunca en el CAP Terrassa Est. La médica de familia más popular del deprimido Distrito 2, el de los los barrios bajos. Una mujer abierta, con personalidad, muy agradable y cercana. Rubia, alta, imponente. Siempre ataviada con atuendos hippies. Era la doctora que todos los pacientes pedían. De esas que no escatimaba en recetas y que siempre te ponía en ‘preferente’. Era de las que dejaba siempre la puerta del consultorio entreabierta y te decía “pasa, pasa” si llegabas una hora tarde, o incluso un día después de la cita concertada.
Fuera del CAP era otra historia. Se transformaba y se retraía. Su trabajo, vocacional desde pequeña, era también su refugio. La válvula de escape a su situación cotidiana. Y es que, en su barrio, ni siquiera saludaba. “Iba siempre con la cabeza gacha, como intimidada. A nosotros nos saludaba hola y adiós, máximo. Pero peor era el marido, que ni siquiera saludaba”. Esa era, según los que los trataron, la verdadera razón por la que Eva no se relacionaba con sus vecinos. Miedo a los celos de su marido.
Manel Pérez Sucarrats, de 50 años, era un tipo oscuro. Un abogado de 50 años que en la actualidad no ejercía. Llevaba más de una década trabajando en corredorías de seguros. Actualmente, para una llamada Ferrer & Ojeda. Aficionado al golf y orgulloso de haberse adjudicado algún torneo amateur sin importancia. Un chulo. “Yo llevo 5 años viviendo en su bloque y todavía estoy esperando a que me salude”, cuenta uno de los vecinos de la plaza del Vapor Gran, el lugar donde Manel ha matado a su mujer.
Insultos de noche
No había denuncias previas de malos tratos, pero los vecinos barruntaban que las cosas no iban bien en ese matrimonio. A menudo se escuchaban gritos. Otras veces, a él, insultando a una mujer en un tono absolutamente monocorde. Como una letanía aprendida. Puta, zorra, perra… Pero todo eso se quedaba en casa. Entre cuatro paredes. Todo eso se lo comía la doctora Abad, que no lo externalizaba jamás. Luego cambiaba el chip por completo cuando se marchaba de aquel infierno silencioso, se ponía la bata y se metía en la consulta.
“Ese tío también le pegaba a su hija. O, al menos, la trataba con violencia, porque yo los he visto a los dos yendo por la calle y él llevarla pegándole tirones fuertes de la muñeca”, comenta su vecina de edificio, a la que tampoco le causó buena impresión nunca aquel tipo tan estirado. “Un par de años llevo aquí y nunca hemos tenido nada de relación. Adiós como mucho”, confiesa, con la voz todavía trémula.
Otro vecino recuerda el día “en el que estaba ella con su hijo y al chaval se le coló la pelota en un edificio de la plaza. Yo aparecí y me ofrecí a ayudarles. Ella y el niño estaban como asustados, sin querer hablar mucho conmigo. Les recogí la pelota después de unas cuantas peripecias, intenté hacer bromas… pero no fueron muy elocuentes. Me dieron las gracias con sinceridad, pero se fueron pronto. Al día siguiente la volví a ver y apenas me saludó de reojo, sin levantar la cabeza del suelo, como iba ella siempre por aquí. Yo ahora supongo que actuaba así porque si luego volvíamos a cruzarnos y ella iba con su marido, él no se iba a tomar bien que un hombre la saludase”, deduce.
Infierno silencioso
Visto en perspectiva, el caso parece todavía más extraño. A Eva no le pegaba en absoluto estar compartiendo vida con un hombre que la maltratase. Hacía gala de una personalidad firme, segura, independiente. Aborrecía las redes sociales, se reía por todo y siempre jugaba al límite de las reglas; era capaz de hacer trampas para adelantarte la hora con el especialista. Y daba la impresión de pasar de todo. Explico en casa, mientras intentamos comer, aquella anécdota de cuando fui a visitarla y le comenté que estaba pensándome seriamente lo de dejar de fumar. “Pues yo, en cuanto acabe tu consulta, me bajo a la puerta a echarme un cigarro”, me contestó como solución. Y allí acabamos los dos en la puerta del CAP Terrassa Est, apurando un pitillo a media tarde y riéndonos de las terapias milagrosas contra el tabaquismo.
Otro día, coincidiendo con un chequeo que me hizo antes de irme de viaje a la selva de Guatemala, me recetó por su cuenta trankimazines como para tumbar a un ejército: "Si te pierdes por esos bosques, que al menos no te importe mucho", me razonó riendo. Anécdotas de estas tenía todo el barrio. Una personalidad que dista mucho de la mujer atemorizada, amenazada y cohibida que describen sus vecinos.
Pero, a la vista de los acontecimientos, así era su vida. Al parecer, en las últimas semanas se habían escuchado numerosos escándalos en el interior de la casa. Los dos hijos estaban pasando el verano en casa de sus abuelos. En el domicilio familiar sólo quedaban Manel y Eva. Hace dos semanas se escucharon gritos durante casi una hora. Y la semana pasada, a él insultando sin descanso.
La mañana del 24 de julio explotó todo. No ha trascendido el detonante. Lo que se sabe es que Manel Pérez Sucarrats, el abogado arisco y parco en palabras, agarró un cuchillo de grandes dimensiones y la emprendió a puñaladas con su esposa. Durante la agresión, se le desmontó la empuñadura. En lugar de dejarlo estar, se tomó la molestia de buscar un arma sustituta. Rebuscó por los cajones, halló unas tijeras, y con ellas degolló a su mujer. Eran las 9:30 de la mañana.
A sangre fría
Tras perpetrar el crimen, Manel se calzó y se dirigió a la comisaría de policía nacional que hay a doscientos metros de su casa. Con la misma sangre fría con la que asesinó a su esposa, se esperó en la ventanilla hasta que le atendieron. “Buenos días, quiero interponer una denuncia”. Extrañeza entre los policías que le atendían, porque en esa comisaría ya sólo se expiden pasaportes y carnets de identidad: “Es que he matado a mi mujer. Si van ustedes al número 2 de la calle Portal Nou, en el 4º-1ª encontrarán su cadáver. Aquí les he traído las llaves”, relató Manel, con una tranquilidad que puso los pelos de punta a más de un agente. Se desplazó una patrulla improvisada al lugar de los hechos y se encontraron a la doctora Abad degollada, tirada en un charco de sangre. Los agentes llamaron a los Mossos d’Esquadra para que se hicieran cargo del caso.
El CAP Terrassa Est está cerrado. Los médicos han improvisado unas pancartas en las que explican que cierran por el duelo del asesinato de su compañera. Llegan pacientes medio enfadados, que se quejan al ver las persianas bajadas sin haber leído primero las pancartas. Dos facultativas les informan en la puerta: “Han matado a la doctora Abad”. Todo el mundo se queda mudo, pide disculpas y recula. En el interior, muchos médicos llorando.
Sus hijos
Eva Abad Pérez no era sólo una muy apreciada doctora de cabecera. Era una persona capaz de gestionar centros de salud enteros, como ya había hecho antes de llegar a este ambulatorio hacía doce años. Su trabajo era lo que realmente le motivaba, junto a la educación de sus hijos. Una excompañera con la que coincidió durante 4 años recuerda que “siempre me preguntaba por mi formación educativa infantil. Me decía que a ella ya le interesaba antes incluso de tener a sus hijos, que por eso pasó mucho tiempo con su sobrina”. La medicina y los niños, sus dos pasiones. Las mismas a las que no estaba dispuesta a renunciar si se iba a vivir a la otra punta del mundo, tal y como confesó hace un par de semanas. Un niño y una niña adolescentes que, cuando vuelvan a casa, encontrarán que su padre está en la cárcel y su madre asesinada.
Para largarse contaba con sus hijos y con su talento, pero no con su marido, el mismo que le estuvo haciendo la vida imposible en secreto durante tantos años. El mismo que se la ha quitado a puñaladas y se ha tomado las molestias incluso de cambiar de arma sobre la marcha. Nadie en el barrio da crédito. Han matado a la Eva, a nuestra médica de cabecera, a la doctora más querida en los barrios más conflictivos de Terrassa. Una mujer que supo mantenerse en la cima de su trabajo en las circunstancias más adversas, siempre con una sonrisa, pero que no pudo controlar en casa la ira de un marido celoso que la asesinó a sangre fría una mañana de verano, a los 47 años.
Este suceso, además, rebate a todo aquel que sostiene que la violencia machista sólo se da en casos de familias desestructuradas, en ambientes lumpen, entre inmigrantes. Es el segundo caso de asesinato machista que se ha registrado en Terrassa este año. Ambos se han dado en matrimonios locales, arraigados, de buena familia. De algo poder adquisitivo y elevado nivel académico. Los crímenes machistas no están tan lejos, no "pasan sólo en la tele", como comentaba el dueño del bar del edificio de este último asesinato. La violencia machista es una pandemia que afecta a todos los estratos de la sociedad. Y que, en ocasiones, toca directamente en tu propio entorno. Nadie está a salvo.
Eva es la trigesimoquinta mujer asesinada este año por su pareja o expareja. En España, en 2019, también han sido asesinadas Riet, 54; María del Carmen, de 45 años; Elena, de 54 años; Mónica Borrás; Monika Asenova, de 29 años; Piedad, de 51 años; Juana Ureña, de 47 años; Irene López; Nelea, de 22 años; María Soledad Bobet; Gloria Tornay Naranjo, de 58 años; María José Aboy Guimarey, 43 años; Estrella Domínguez, 63 años; Sheila Chazarro Moyano, 29 años;Daría Oliva Luna, 20 años; Rosa María Concepción Hernández, 60 años; Rosa Romero Rueda, 69 años;Rebeca Santamalia, de 47 años; Romina Celeste, de 28 años; Leonor Múñoz González, de 47 años; Rebeca Alexandra Cadete,de 26 años, Manuela B.B., de 61 años y Maisu, de 47.. La serie 'La vida de las víctimas' contabilizó 47 mujeres asesinadas en 2018 y 53 mujeres en 2017.