A 30 kilómetros del Congreso de los Diputados, donde se está escenificando la jarana política, la calma es absoluta. Caen casi 40 grados sobre el chalé de lujo que Pablo Iglesias e Irene Montero comparten en la localidad madrileña de Galapagar y nadie se atreve a pasear por la calle. Si los líderes de ambas formaciones hubieran llegado a un acuerdo, Montero se habría convertido en la vicepresidenta y el chalé se habría transformado así en una suerte de Moncloa 2.0, en la residencia de una de las más altas personalidades del Estado.
En Galapagar, en su inmensa casa, Irene Montero hubiera movido los hilos del Estado en conexión con Pedro Sánchez. Allí, tras los techos de vigas de madera vista, sobre los suelos de gres y con la calefacción de suelo radiante que lleva incluida la vivienda, Pablo Iglesias y su mujer habrían edificado sus políticas. Con todas las comodidades (como piscina o 268 m2 de casa en una parcela de 2.000 m2), y con sus dos niños, nacidos de seguido en estos dos últimos años electorales.
Esto habría alterado la tranquila vida de los vecinos, se habría convertido en un trasiego de gentes, en un posible objetivo y se habría traducido en fuertes medidas de seguridad. Y no les habría asustado, sería una de las zonas más seguras del país. Pero, de momento, ese chalé aspirante a sucursal de uno de los altos poderes está escoltado por un coche de la Guardia Civil con un agente dentro, una garita de la que no se asoma nadie y un baño de obra portátil colocado de espaldas a la calle. Quizás en septiembre, quién sabe, pero este jueves de julio no se espera que nadie de la Unidad Central de Protección de la Policía Nacional, el órgano encargado de las escoltas, venga a decirle a Irene Montero: “Señora vicepresidenta-social, a sus órdenes”.
Son las 14:15 y por las ventanas abiertas de las casas aledañas, seguramente para que corra aire, se escucha la voz de su vecino más ilustre, Pablo Iglesias, por un par de televisiones. Parece que le está haciendo una oferta a Sánchez desde la propia tribuna del Congreso. “Renunciamos al Ministerio de Trabajo si nos cede las políticas activas de empleo de este país”, dice el dirigente del partido morado.
Mientras Iglesias habla, Carmen, una vecina de una de las casas cercanas, interrumpe su comida para atender a este diario. “A mí, ni me van ni me vienen Iglesias y su señora”, dice contundente y molesta por la disrrupción de su letargo veraniego.
- Lo cierto es que si esto hubiera pasado, alteraría la vida de los vecinos, tendrían más medidas de seguridad y más movimiento.
- Mira, eso sí que lo agradezco desde que ellos llegaron aquí. Me siento más segura que nunca con la Guardia Civil siempre ahí. Ahora que lo pienso, ojalá que hicieran a Montero vicepresidenta, así seguro que nunca tendríamos ningún problema de seguridad.
“Vienen a las 4:00 a insultarles”
Son las 15:20 y arranca la votación en el hemiciclo. La propuesta de Pablo Iglesias de renunciar a un ministerio si le ceden las políticas activas de empleo ha caído en saco roto. La respuesta socialista va en formato de gancho izquierdo: “Las políticas activas de empleo son competencia de las comunidades autónomas, cómo va a gestionar un ministerio que ni conoce", le han achacado.
David no quiere dar su nombre (este es ficticio), pero sale de su casa, enfrente de la de Iglesias, y habla con este periódico mientras los diputados pronuncian sus votos. “¿Qué voy a opinar de que vivan aquí si no puedo hacer nada al respecto”, comenta. “Hay veces que se hace difícil, cuando a las 4:00 de la mañana vienen algunos pasados de copas a insultarle y nos despiertan o cuando vuelvo en el coche con mi hija y hay gente diciendo no sé qué de ‘ese hijo de puta’ que dicen que tengo enfrente. Esto por lo general es tranquilo”, añade. “Pero a mí no me interesa la política, soy abstencionista”, eso que tiene en común con sus vecinos.
Mientras tanto, Irene Montero debe estar dentro de la casa viendo la televisión. O puede que ni siquiera, total, ya sabe lo que va a pasar y ella ha emitido su abstención a las 15:15, tan solo cinco minutos antes, apurando al máximo, por si sí, aunque al final ha sido que no. Ha decidido hacerlo así por su avanzado estado de embarazo.
Tras la votación, el chalé sigue como antes, un bastión político en medio de la calma de Galapagar. La número dos de Podemos ha estado a un palmo de convertirse en vicepresidenta del Gobierno y nadie sale a celebrar ni a dar las condolencias. Silencio. Ya no se escuchan las televisiones en las casas. Lo que el pasado fin de semana fue que sí, el lunes acabó siendo que no, el martes cayó la sorpresa del quizás para volver el miércoles a un no que se mantuvo hasta la tarde de este jueves. Podemos no ha aceptado la propuesta socialista de otorgarles la vicepresidencia de Asuntos Sociales y los ministerios de Vivienda y Economía Social, Sanidad, Asuntos Sociales y Consumo y de Igualdad y el PSOE no ha cedido más allá.
La Moncloa que no fue
Al no salvar la ropa y convertirse en esa Moncloa 2.0, el chalé en el que residen los dirigentes de Podemos seguirá siendo una mancha rara en el currículum. Independientemente del debate, ya manido, de si un líder de la izquierda de trinchera debe o no residir en una casa con carné de identidad de la casta a la que criticaba, desde que entraron por sus puertas ha representado una caída cuesta abajo para la pareja.
Desde que lo compraron a mediados de 2018 por más de 600.000 euros las cosas han ido a peor. Lo tuvieron que someter a referéndum entre sus bases para ver si podían vivir ahí o no. Después, Íñigo Errejón los abandonó para ir con Carmena en Más Madrid. Ese mes de enero, una jueza ratificó la sanción a Pablo Echenique por pagar “en negro” a su asistente y luego se produjeron dimisiones clave como la de Ramón Espinar y Pablo Bustinduy.
Entrando la tarde de este jueves, ya lejos de formar y entrar en el Gobierno, el lujoso chalé de Galapagar no se convertirá en la segunda Moncloa y apunta a que seguirá siendo la casa de las pesadillas para la Iglesias y Montero.
Porque por el orgullo, por unos ideales férreos, por excesiva testosterona… por lo que sea, la asignatura de tener un Gobierno que ponga en marcha esa maquinaria que es el Estado ha quedado pendiente para el mes de septiembre. El PSOE y Podemos o, lo que parece lo mismo, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, han materializado su ruptura este jueves en la segunda ronda de investidura. No hay acuerdo, por ende, no hay Gobierno. Ni Moncloa II en Galapagar.