Hicham El Balloury dejó su humilde casa en Fez, una urbe del interior de Marruecos con 1,4 millones de habitantes, el lunes 30 de abril de 2018. La vivienda, de una sola planta, no tenía ducha ni agua corriente, y en algunas estancias carecía de techos. Hicham le dio un beso a su madre, Rabia, otro a su abuela, Rakia, y se despidió de sus dos hermanos, Abdelkarim y Abdelmajid, ambos menores que él.
El hombre, de 34 años, se llevó consigo una mochila con ropa, su documentación personal y 33.300 dirhams. Era el dinero ahorrado durante más de un año trabajando como camarero y como guía informal de turistas franceses. Al cambio, unos 3.300 euros.
Tras partir, Hicham viajó durante cuatro horas en autobús hasta Tánger, una ciudad costera al norte de su país. Como tantos otros marroquíes, quería subirse a bordo de una patera, cruzar el Estrecho de Gibraltar, esa angosta lengua de mar que separa África de Europa, y probar suerte en el viejo continente.
Pero el viaje hacia el dorado le iba a llevar a verse rodeado de presos narcotraficantes, asesinos, violadores, simples rateros o maltratadores de mujeres. Ocho días más tarde de su partida, la vida de este marroquí dio un giro inesperado. La Guardia Civil lo detuvo cuando la embarcación en la que viajaba llegó a una playa de Tarifa (Cádiz). Fue el 7 de mayo del año pasado.
Hicham había pagado 3.000 euros a una banda de traficantes de droga que, para aprovechar los portes de hachís, también traficaba con personas. Tras pasar por los calabozos de la Benemérita, el juez lo envío directamente a prisión. Hicham ingresó en el módulo 13 de la cárcel de Botafuegos, en Algeciras.
Pese a que el inmigrante llevaba consigo toda su documentación y a que durante el juicio los verdaderos narcos contaron que Hicham era un simple polizón que nada tenía que ver con las dos toneladas de hachís que ellos transportaban, un juzgado gaditano lo condenó a cinco años de cárcel y al pago de una multa de nueve millones de euros.
Finalmente, la pesadilla para Hicham sólo duró 14 largos meses. La justicia ha acabado por declarar inocente a este inmigrante alto y espigado, de piernas como palillos y que aprendió a hablar castellano rodeado de quinquis mientras jugaba al fútbol en el patio de la cárcel o limpiaba el suelo de la prisión.
Su historia pone de manifiesto cómo, desde hace un tiempo a esta parte, las mafias del hachís, debilitadas por la presión policial, también trafican con personas dando un uso alternativo a las embarcaciones que utilizan para su negocio con las drogas.
Desde hace un par de años se viene produciendo este fenómeno, denunciado por la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC) o por el Sindicato Unificado de la Policía (SUP).
"Nos encontramos ante una peligrosa coincidencia de actividades delictivas, la del tráfico de estupefacientes y la de las mafias que se lucran con la desesperación de las personas que tratan de acceder irregularmente a territorio español", denunciaba la AUGC ya en septiembre del año pasado, cuando se viralizaron varios vídeos en los que se veía cómo jóvenes inmigrantes se subían a una lancha en Marruecos y luego se bajaban de ella en la playa tarifeña de Los Lances.
Ahora, gracias al testimonio de Hicham, un periódico español desentraña por primera vez cómo el negocio del narcotráfico está mutando hacia el del tráfico ilegal de personas.
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“Un año, dos meses, dos días”. Hicham come calamares rebozados, a los que acompaña con café solo y agua fresca, en la terraza de un restaurante del paseo marítimo de San Pedro de Alcántara (Málaga).
El joven atiende a EL ESPAÑOL a las pocas horas de salir de prisión. Tras pasar un par de noches en Algeciras en la casa de un preso al que conoció entre rejas, Hicham se ha instalado de forma temporal en una pensión de esta localidad malagueña. No puede ir muy lejos. Los días 1 y 15 de cada mes tiene que fichar en los juzgados porque la Fiscalía Antidroga ha recurrido su absolución.
Hoy hace viento y el día, pese al sol que luce sobre nuestras cabezas, es fresco. A Hicham le recuerda a su travesía por el Estrecho rodeado de fardos de hachís. En total, 68 paquetes de chocolate. 2.038 kilos de droga. La cifra exacta por la que ha pasado entre rejas, pese a ser inocente, “un año, dos meses, dos días”. Lo tiene grabado a fuego, cuando él simplemente buscaba llegar a la Península y viajar en busca de trabajo hasta París, donde residen varios primos hermanos suyos.
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Flashback. Noche del jueves 3 de mayo de 2018. Tánger. Hicham lleva un par de días instalado en una pensión de la medina de la ciudad. Paga 60 dirhams al día, unos seis euros. El joven que un día soñó con ser futbolista profesional jugando en el Wydad Athletic de Fez, un equipo de su ciudad, se encuentra sentado en un cafetín situado frente al vetusto puerto de la urbe norteafricana.
Allí, Hicham escucha la conversación que varias personas mantienen en una mesa cercana. Hablan de cruzar el Estrecho y llegar a la Península. De pagar. De un próximo viaje.
Hicham se presenta a esos extraños. Uno de ellos le dice que se llama Rachid. Hicham explica que quiere emigrar a Europa y pregunta cómo le pueden ayudar a hacerlo. Rachid llama por teléfono a otro hombre que se presenta en aquel cafetín un rato después. Se llama Mohamed. Le dice a Hicham que dentro de dos días, el sábado por la mañana, ha de estar en una playa del cabo de Malabata, a diez kilómetros al este de Tánger. Una vez allí, le presentará a la persona que lo puede llevar hasta las costas andaluzas del sur de España.
Sábado 6 de mayo de 2018. Hicham coge un taxi que lo conduce hasta la playa del cabo de Malabata, donde de nuevo se encuentra con Rachid, el hombre que dos días antes hablaba en una mesa cercana de una cafetería frente al puerto de Tánger. Rachid le presenta a otra persona.
- ¿Quieres ir a España?- le pregunta ese desconocido.
- Sí, responde Hicham.
- Págame 30.000 dirhams y te vas a dormir a donde te lleve Rachid. Ya te avisaremos.
Hicham no duda. Aquel señor le dice que le asegura su pase hasta la Península. Luego, tres hombres, entre ellos Rachid, acompañan en coche a Hicham a recoger su mochila a la pensión donde se hospeda. Más tarde, Hicham vuelve a verse con aquel hombre del que nunca llegará a saber su nombre y le entrega el dinero. 30.000 dirhams. 3.000 euros.
Esa misma noche, sobre las doce, mientras Hicham está en una casa con Rachid, suena el teléfono de su acompañante. Rachid habla durante unos segundos con su interlocutor. Al colgar, le dice a Hicham: “Viene un coche a recogerte. Te va a llevar a Larache. Ya te marchas. Suerte.”
En mitad de la oscuridad de la noche, a Hicham lo dejan en una playa cerca de Larache, al sur de Tánger. En la orilla hay una hilera de personas que se pasan de mano en mano unos pesados bultos que el chico no llega a distinguir bien en mitad de la oscuridad. Los van dejando encima de una embarcación semirrígida de ocho metros de eslora y un motor -va otro de repuesto a bordo-.
Una voz desconocida le dice a Hicham que suba. La proa del barco está acuñada en la orilla. Cuando el inmigrante ve de cerca los grandes paquetes que le rodean, los cuales llevan distintas marcas, pregunta: “¿Qué es esto?”. Alguien le responde: “Hachís”. Son las cinco de la mañana del domingo 6 de mayo. Las señales de los fardos son el 'nombre' de sus dueños, el distintivo del comprador.
En ese momento, Hicham lo entiende todo: había pagado 3.000 euros a una banda de narcotraficantes de las que surten de chocolate a las mafias europeas que operan en el sur de España. Y ya no hay vuelta atrás. La Península está más cerca que nunca, aunque el miedo se ha apoderado de él.
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Hicham, tres narcotraficantes y otros dos inmigrantes que también habían pagado 3.000 euros divisaron la silueta iluminada del puerto de Algeciras sobre las nueve de la noche de aquel domingo. Habían pasado 16 horas desde que partieron de una playa de Larache en mitad de la madrugada. Durante el trayecto la embarcación estuvo cerca de zozobrar por las olas de tres y cuatro metros con que les recibió el Estrecho, donde el mar Mediterráneo se convierte en océano (Atlántico) y viceversa.
Hicham vomitó dos veces. Durante la travesía por aquellas movidas aguas, las mismas que separan dos continentes, dos mundos, no dejó de rezar el Corán. Mientras apura su plato de calamares cuenta que el piloto de la embarcación paró el motor a las tres de la tarde de ese mismo día en mitad de aguas internacionales. Lo hizo para que las cámaras térmicas del Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE), que recorren la costa andaluza de este a oeste, no los detectasen.
- Pasé mucho frío durante la noche -cuenta Hicham-. Pensaba que el mar nos engullía. Cuando vimos Algeciras me puse muy contento. Pero lo peor aún no había llegado.
Porque la verdadera pesadilla de este inmigrante marroquí comenzó a las cinco de la madrugada del 7 de mayo de 2018, cuando la Guardia Civil del puesto de Facinas, en Tarifa (Cádiz), detuvo a varios de los hombres que horas antes habían sido avistados a bordo de una embarcación procedente de aguas marroquís.
El mar estaba embravecido aquella noche. Los narcos les dijeron a Hicham y a los otros dos inmigrantes que se lanzaran al agua, cuando se encontraban a 500 metros de la orilla. Hicham logró llegar a nado a tierra firme. Fue arrestado nada más llegar a la playa. Jadeaba. Estaba empapado. Y exhausto. De los otros inmigrantes nunca ha vuelto a saber nada. Desconoce si lograron huir o si se ahogaron.
Los agentes de la Guardia Civil, que usaron linternas para alumbrar a aquellos hombres en mitad de la oscuridad de la noche, detuvieron a tres de los cuatro varones “tras una larga espera y apostadero”, según recogieron después en un atestado. Los arrestados eran Hicham y dos de los tres narcos que iban a bordo de la embarcación. El tercer traficante tampoco apareció jamás.
Según confesaron luego los tres detenidos, incluido Hicham, uno de ellos no buscaba ganar dinero con la droga. Hicham El Balloury contó que era un inmigrante que había pagado 3.000 euros para realizar en lancha el trayecto entre Marruecos y Cádiz, y así entrar ilegalmente en España.
Los agentes vieron que Hicham llevaba una mochila con una fotocopia de su pasaporte, el carnet de identidad marroquí y también el de conducir. Además, portaba encima un teléfono móvil moderno y 1970 dirhams (197 euros).
Los propios narcos, Mustapha Kendja y Halid Douas, corroborarían después esa misma versión ante la Audiencia Provincial de Cádiz en su sección de Algeciras. Kendja declaró que Hicham no participó en la carga de hachís en Marruecos y que les dijo que venía “como ilegal”. Sin embargo, los tres detenidos ingresaron en prisión.
A El Balloury, que durante el juicio oral negó los delitos de los que le acusaban, acabó condenado a cinco años de cárcel y al pago de una multa de nueve millones de euros por tráfico de drogas.
A los verdaderos traficantes, quienes sí asumieron los hechos, se les impuso una pena menor que a él: cuatro años y medio de prisión y cinco millones de sanción. Esa primera sentencia tiene fecha de 1 de febrero de 2019. Por ese entonces Hicham ya llevaba diez meses en la cárcel.
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“Los dos primeros meses en prisión no comía. No dormía. Sólo lloraba. No entendía qué estaba haciendo yo allí”, cuenta Hicham mientras pasea por las calles de San Pedro de Alcántara. “Los otros presos me decían que confiara, que si yo era inocente un día se sabría toda la verdad. Cuando conseguí llamar a casa, pasadas siete u ocho semanas de mi salida de Fez, mi madre me contó que pensaba que me había muerto. Pero la que había muerto era mi abuela. Eso me hundió aún más”.
El abogado de Hicham, Ricardo Álvarez Ossorio, recurrió la sentencia ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA). El letrado del inmigrante expuso que, cuando se le detuvo, su cliente llevaba encima el documento de identidad de Marruecos, el carné de conducir, un teléfono móvil de la marca Samsung y casi 200 euros en billetes de su país.
En cambio, explicó que los otros dos acusados sólo llevaban encima sus terminales Nokia y dijo que eran “como los que usan” los traficantes de drogas del Estrecho, unos aparatos de bajo precio que sólo utilizan en sus comunicaciones durante los traslados de mercancía en lancha, para luego deshacerse de ellos.
A principios de este mes, el TSJA decidió absolver al marroquí Hicham El Balloury de un delito contra la salud pública. La Fiscalía Antidroga ha recurrido la sentencia. El abogado del inmigrante entiende que por casos como el de Hicham "es necesario plantear un punto de inflexión en la presunción de culpabilidad por la mera cercanía a un alijo".
"He tenido oportunidad de conocer casos muy duros de personas inocentes condenadas de forma casi automática sin prestar la debida atención a detalles que apuntaban a su inocencia, pero que pasan totalmente ignorados por un sistema sobrecargado de casos con jueces muy válidos que no tienen el tiempo ni los medios para optimizar el resultado de sus decisiones. Es fundamental una justicia más reflexiva. Más sosegada", insiste Ricardo Álvarez Ossorio. "Y esto va a ser siempre difícil bajo el ritmo de asuntos que procesa un juzgado de cualquier clase en nuestro país."
Cuando Hicham puso un pie en la calle, el lunes 8 de julio, habían pasado “un año, dos meses, dos días” desde su ingresó en la cárcel. Bernardino, uno de los funcionarios de la prisión de Botafuegos, le dijo: “Buena suerte, Hicham”. El inmigrante rompió a llorar. Esta vez, de felicidad.
En cuanto Hicham deje de estar obligado a presentarse en los juzgados cada 15 días, quiere viajar hasta París, donde tiene a varios primos. Son ellos quienes han pagado el trabajo de su letrado. “Así podré ayudar a mi familia con el dinero que gane trabajando. Mi padre murió hace 17 años. Mi madre y mis dos hermanos me siguen necesitando”.
Hicham es el reflejo de cómo los narcos se reinventan para seguir lucrándose, aunque sea a costa de traficar con humanos.