Esa noche, los niños habían bajado al patio a jugar con un patinete de color rosa. Arrancaba el verano y los vecinos del bloque estaban en la calle, “a la fresca”, en calma. Pero vinieron los tiros. Luego llegó la muerte, la Policía, los periodistas y los viudos que cruzaban el patio llorando sus pérdidas. Y el patinete pasó días ahí tirado, con todos ajenos a él, convirtiéndose en una especie de símbolo de algo que se había roto para siempre.
Han pasado dos meses y el patinete ya no sigue ahí. Alguien se daría cuenta. Tampoco están las flores en el suelo, justo en el lugar en el que cayó Liset cuando intentaba cubrir a su hermana pequeña, Montse, que murió días después. No está la familia de las dos, los Fernández, que se ha ido del lugar. Demasiados recuerdos. Ni está la de él, los Mendoza, que huyeron en tromba antes de que las represalias se convirtieran en una guerra abierta que dejaría un reguero de sangre. Y el balcón desde el que él disparó ahora está tapiado con placas de metal.
El pasado día 9 de junio, Juanín Mendoza, de 38 años, se asomó por la ventana de su casa y comenzó a disparar con una escopeta contra su familia política, los Fernández. Las dos familias, de etnia gitana, vivían una enfrente de la otra en un bloque de pisos de la calle Victoria Kamhi de Aranjuez, en Madrid. ¿El motivo? Su mujer, Cele Fernández, se había liado con Miguel, el cuñado de Juanín.
Tras la separación, él se trasladó a esa vivienda con sus padres y ahí, viendo todos los días a su familia política, fue mascando la venganza durante tres meses hasta que no pudo más y fue con todo. Ese domingo murió Liset Fernández, de 35 años. Dos días después, el martes, murió Montse Fernández, de tan solo 23 años de edad. También resultó herida Consuelo, la madre de ambas y suegra de Juanín.
Aunque en el patio de las viviendas las cosas están como si nada hubiera pasado ahí, en una calma rara, por debajo de la piel todo se sigue moviendo. En una nueva entrega de esta serie, EL ESPAÑOL habla con los Fernández y con los Mendoza. Los primeros están buscando una nueva casa en Aranjuez y los segundos están ocultos por alguna parte de la geografía española. “Nos encontramos como los refugiados de Siria”, dice Juan Mendoza, padre de Juanín. Los patriarcas de ambas familias están intentando llegar a un acuerdo que se plantea difícil pero que evitaría una masacre. “Pero es muy difícil, aquí ha habido muertes y es para toda la vida”, reconoce Juan.
Los Fernández dejan su casa
Juanín y Cele se conocieron de pequeños, de verse por su Aranjuez natal. Cuando él tenía 17 años y ella 14 decidieron casarse siguiendo los preceptos gitanos. Corría el año 1998 por aquel entonces y siguieron sus días viviendo a su manera. Ocupaban pisos, empalmaban unos trabajos con otros y, así, con sus cinco hijos a cuestas.
Pero en 2013 una operación policial contra el narcotráfico les dio el primer golpe. A ella se le imputó un delito contra la salud pública y él acabó en la cárcel por tráfico y tenencia ilícita de armas. En prisión hizo pocos amigos, le llamaban el chivato por delatar a otro. Eso se lo seguirían recordando siempre. Sin embargo, sólo estuvo ahí dos años. En 2015, cuando tenía que volver al centro penitenciario tras un permiso, simplemente no regresó.
De manera paralela, Cele comenzó una relación prohibida con Miguel, Miguelín, El Perrito le llaman. Él es cuñado de Juanín y para su cultura gitana esto es una alta traición que acabarían pagando muy caro. En abril de este año, según desveló EL ESPAÑOL, Cele y Miguelín se trasladaron juntos al municipio de Yepes, en Toledo. Ocuparon una vivienda a las afueras e intentaron regularizar su situación y escolarizar a una de las hijas de Cele. Pero no pudieron y a finales de mayo, tan solo unos días antes del tiroteo, se fueron y se perdieron por el mapa.
Eso era lo mejor. Pero no contaron con él. Juanín volvió a casa de sus padres y ahí se le fue agrietando el carácter. Aunque estaba en búsqueda y captura por su fuga, seguía tocando la guitarra en el patio. Pero cada vez lo hacía menos y se le veía más serio. Todos los días tenía que ver a la familia de la mujer que le traicionó. Y no pudo más.
Ese domingo sangriento, las hermanas de Cele, Liset y Montse, estaban visitando a su madre, Consuelo. Juanín, desde su piso ya había demasiado acumulado. Él las culpaba por lo que había pasado y algunos testigos aseguran que hubo una discusión entre las partes. Entonces, Juanín entró a su casa, cogió una escopeta y pegó un tiro al aire. Liset le dijo que qué estaba haciendo y que se dejara de tonterías. Y a ella fue el segundo disparo. Su hermana Montse, que intentó cubrirla y ayudarla recibió otro disparo. La madre, en la trifulca, se llevó otro puesto en la pierna.
Los Fernández ya no quieren volver a ese lugar. La casa, donde antes colgaban ropas del tendal, ahora está con las persianas bajadas, cerrada a cal y canto. “Es que todo pasó en la misma puerta de su casa”, dice Goyo Fernández, tío de las víctimas y de Cele. “Si hubiera sido en otro sitio, bueno, pero es asomarse a la ventana y ver dónde cayeron al suelo sus hijas y todo lo que ella presenció. Yo no llegué a ver nada y ni siquiera tengo estómago para bajar a esa casa”, añade Goyo por conversación telefónica.
El familiar comenta que los padres de Cele y las víctimas están tramitando el cambio de vivienda. Llegaron ahí gracias al Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima) pero desde que pasó todo se realojaron en un chalé, también en Aranjuez, de otro familiar. Ahora están negociando con el Ivima el cambio de vivienda.
-¿Cómo se encuentra Consuelo? ¿Ha salido ya del hospital?
-Está hecha polvo. Mientras estaba en el hospital no asumía bien lo que estaba pasando. La tenían todo el día tomando calmantes y sedantes y no se enteraba de mucho. Ha sido al salir, cuando ha empezado a digerir todo, que se ha derrumbado. De las heridas está mejor pero tendrán que volver a operarla de nuevo en septiembre.- responde Goyo
-¿Y de Cele saben algo?
-Absolutamente nada, y mejor. Alguna de sus hermanas sé que guarda contacto con ella pero no el resto de la familia. Yo no quiero que le pase nada, faltaría más, pero cuanto más lejos esté, mejor.
Las negociaciones de los patriarcas
Para su familia, ahora que la rabia visceral ya se ha calmado, la culpa se dirige en dos direcciones. La primera, Cele, de su propia sangre, porque no hizo las cosas como había que hacerlas. Para divorciarse hay unos procesos que su tradición, se habla con los patriarcas, lo gestionan, etcétera. Pero ella se escapó, deshonrando a todos. Y los otros grandes culpables son Juanín y toda su familia. La ley gitana por la que se rigen es clara. Muerto por muerto. Y los Mendoza llevan dos tantos adelantados en el marcador.
Una de las cosas que más se vio los días siguientes a la tragedia no fue sólo el dolor de una familia que había perdido a dos miembros, que estaba enterrando a sus dos hijas en la misma semana. Esos momentos quedaron sepultados bajo toneladas de odio hacia los Mendoza. Las amenazas de muerte eran constantes, la tónica general, y no se libraba ni el bebé Mendoza que acababa de nacer y al que muchos apuntaban como siguiente víctima. “Vamos a ir a donde más duele”, reconocían a este periodista.
Por eso, la misma noche del tiroteo los Mendoza abandonaban Aranjuez y se perdía en la geografía española. “No sabemos nada de ellos, no sabemos si están en Portugal, Francia o si siguen en España”, dice Goyo.
-¿De verdad que les han buscado?
-Hemos tratado de enterarnos pero no sabemos nada. Ahora los ánimos están más calmados. Pero hay gente que les sigue buscando. Si hubiera sido una pelea, de cuatro puñetazos, es algo que se puede llegar a arreglar. Pero las han matado. ¿Eso se arregla? Quizás dentro de mucho tiempo, mejor que por ahora no vuelvan.
Sin embargo, entre tanto odio, hay un ápice de esperanza. Como las dos familias son de Aranjuez, ambos tienen a familiares en común. Hay gente que son Mendoza y Fernández al mismo tiempo. Y a ellos les ha caído ahora el papel de intentar llegar a un acuerdo. Son una especie de Suiza en la que se refugian las aspiraciones de evitar la sangre. Pero no es fácil, la balanza está descompensada.
“Tenemos contacto con algunos familiares que se han exiliado y queremos llegar a un acuerdo, porque hay primos segundos que se han ido y que no tienen nada que ver con el tema”, asegura Goyo. El acuerdo al que están intentando llegar los patriarcas que comparten familia consistiría en repartirse en comunidades autónomas. Los Mendoza no pueden entrar en Madrid, donde están los Fernández, y los Fernández no pueden entrar ahí donde se encuentren los Mendoza. De momento, no se sabrá dónde están hasta que se llegue al acuerdo.
“Esto ayudaría a solucionar las cosas porque si nosotros no hacemos caso estaríamos desobedeciendo la palabra de nuestros propios patriarcas. El acuerdo está cerca. Pero, de momento, si vienen a Madrid, a muerte”, y las palabras de Goyo suenan tan tranquilas que parecen de verdad.
“Hemos dejado todo atrás”
En algún sitio de España, o quizás del extranjero, a Juan Mendoza le suena el teléfono. Es el padre de Juanín y ahora carga con la cruz de su hijo. “¿Si?”, responde. “¿Es usted Juan Mendoza?”. “Así me llaman”. “Soy periodista, le llamo porque estuve trabajando en todo lo que pasó y era para ver cómo estaban”.
“Nos encontramos como los refugiados de Siria, como los que huyen de su patria por una guerra”, dice por teléfono. “Estamos rehaciendo nuestra vida, nos hemos establecido en un sitio pero no estamos bien”, añade. Por supuesto, no dice ni palabra del sitio donde se encuentran. Hablar demasiado se paga cargo. “En Aranjuez teníamos casas, negocios, amigos… la vida de 60 años ahí que hemos tenido que dejar atrás de golpe”, cuenta.
“Mi madre, la abuela de Juanín, que tiene 90 años, también tuvo que salir huyendo con lo puesto. No nos sentimos seguros ahora mismo y no hemos tenido nada que ver con lo que ha pasado. Ha sido él, mi hijo, y ya está en prisión pagándolo”, dice Juan.
Lo cierto es que Juanín tampoco está seguro del todo. Después de los hechos fue trasladado hasta la cárcel de Valdemoro. Entre rejas, tenía que llevar un horario especial, sólo salía al patio y el resto de zonas cuando no había nadie más. Las autoridades temían que alguno de los Fernández que pudiera estar en el mismo centro podría intentar matarlo.
Fuentes penitenciarias han confirmado a EL ESPAÑOL que a finales de julio a Juanín lo trasladaron a otro centro. Lo hicieron además bajo unas medidas caracterizadas por el secretismo, unas técnicas que se usan para los presos que están en peligro. Se les cambia un par de veces de centro para que se les pierda la pista y corran un riesgo menor.
-¿Juan, usted cree que el que debería haber muerto es su hijo, Juanín?
-No en el sentido que usted puede pensar. Yo lo veo como lo que le pasó a Jesucristo, que murió en el Calvario para que se salvara los demás. Juanín tiene cinco hermanos y somos mucha familia que peligra por lo que ha pasado. Si hubiera muerto Juanín, estaría salvando a los demás. Igual que Jesucristo. Sólo espero que, con el tiempo, los hermanos que no tienen nada que ver, puedan volver a sus casas.
Un par de horas después de acabar la conversación, Juan empieza a mandar mensajes a este periodista. Son fotos de sus hijos, los hermanos de Juanín, en un taller de Aranjuez donde trabajaban antes de que todo pasara. Quiere ver que tenían vidas normales hasta que un día se tuvieron que ir, dejarlo todo atrás. Quizás, algún día.
La serie 'Regreso al lugar de la tragedia'
(I) Laura Luelmo: la mártir de El Campillo, el pueblo donde los niños no salen solos a la calle
(II) La paella que terminó con la muerte de Julen en el pozo y dio comienzo a una guerra entre familias
(III) Verónica lleva dos meses muerta y no hay detenidos en Iveco por propagar sus vídeos sexuales