Al pie de la montaña, en La Cabrera (Madrid), hay un colegio, el Dos Latidos, donde no hay exámenes ni temario. No hay materias fijas ni suena la campana. No acaban las clases ni se ponen deberes. No hay lecciones magistrales ni obligaciones. Los críos ‘mandan’. O, mejor dicho, deciden. Ellos son los que eligen qué les motiva, qué quieren aprender, durante cuánto tiempo... Los profesores están ahí para acompañar, para fomentar el pensamiento crítico, para dejarlos proponer… Nada más. Es, sin duda, una escuela distinta, de las llamadas libres o activas. ¿Mejor? ¿Peor? EL ESPAÑOL pasa una mañana en dos centros de este tipo para conocer este revolucionario método de educación: el propio Dos Latidos, con Infantil y Primaria, en plena sierra (350 euros mensuales); y La Semilla Matariki, sólo con Infantil, situado en Getafe.
La primera parada la hacemos en la sierra, en el Dos Latidos. Hace frío, mucho frío. Los niños, acompañados por algún familiar, entran en la escuela. Sergio y Marigú, fundadores y profesores del centro, les dan la bienvenida. “¿Qué tal Nico? ¿Qué has traído hoy?”. Unos y otros hablan sin miedo a que suene la campana o les metan prisa. El trato, desde el primer momento, es distinto. Los padres y las madres de los niños, también. Se conocen entre ellos, colaboran con el colegio, dan charlas, ayudan si se lo piden… No son un agente externo, un visitante en jornadas de entregas de notas u horas de tutorías. Cada día, charlan con los profesores. Son parte activa de lo que pasa en el centro.
Por eso, muchos pasan con sus hijos hasta dentro. Unos, los más pequeños (de tres a seis años), se quedan en la Blue House (Infantil); y otros, los más mayores (de seis a 12), se meten en la Green House (Primaria). Todos, eso sí, se quitan las zapatillas al entrar, se sientan y hacen la llamada reunión de troncos –bautizada así porque se lleva a cabo, cuando el tiempo acompaña, en un círculo de troncos. Allí, les informan de lo que van a hacer durante el día: talleres, juegos, debates… Todo.
En nuestra visita, Marigú, profesora, directora y dueña del centro, se encarga de contarle al segundo grupo de Primaria –de los tres que hay– qué van a hacer durante el día.
— Profesora: "Hoy ha venido una padre para explicarnos qué es la peste, pero antes Nico nos quiere enseñar algo… Ha venido con un muñeco. Explícanos qué es".
— Nico: "Es un militar. Mi bisabuelo era comandante en la Segunda Guerra Mundial. Lo he traído para dejarlo aquí, en la escuela".
Dicho y hecho. Marigú coloca la figura en la estantería y da paso al taller sobre la peste, pero no obliga a nadie a quedarse. “Sólo están los que se apuntan. Al resto les decimos que estén en el aula haciendo lo que quieran y, a veces, ponen el oído y se unen porque, de repente, les interesa”, explica la profesora y dueña del centro. Bastan 30 minutos para comprobar que, en efecto, el centro es diferente. Aunque, realmente, nació así…
Homologado por Estados Unidos
Marigú es psicóloga, especialista en recursos humanos y maestra de Primaria. Y Sergio, piloto, diplomado en turismo y coach educativo. Ambos habían montado una empresa de formación para dar cursos de creatividad, trabajo en equipo, habilidades… “Cuando llegaron nuestros dos hijos, nos dimos cuenta de que los niños nacen siendo creativos y, sin embargo, de adultos ya no lo son tanto. '¿Por qué perdemos esa creatividad?', nos preguntamos. Y llegamos a la conclusión de que en la escuela convencional, por regla general, se tiende a hacer caso a los maestros, a promover la competitividad, las respuestas únicas…”, recuerda la directora de Dos Latidos, homologada por Estados Unidos.
Entonces, se plantearon abrir un colegio propio y buscaron la forma, recorrieron España, miraron en el extranjero... Con sus dos latidos –es como les anunciaron que iban a tener mellizos–, empezaron a estudiar los distintos modelos y se fijaron, concretamente, en el de la Sudbury Valley (Estados Unidos) y el de la Summer Hill (Londres), dos escuelas libres. Presentaron su proyecto al Ayuntamiento de La Cabrera (Madrid) y se pusieron manos a la obra. Hace cinco años, la inauguraron.
— Explíqueme el método.
— Es un método de educación no directiva y vivencial. Esto no quiere decir que sea sin dirección. Tenemos un círculo abierto y el maestro guía al alumno a través de él, pero es el niño el que decide qué, cuándo, cómo y con quién quiere aprender. Nosotros, los profesores, somos buscadores de recursos. Ellos nos dicen lo que quieren saber y nosotros les damos los recursos y se los ponemos delante. Por ejemplo, quieren saber de la peste y yo busco una madre que sea especialista y que nos pueda hablar sobre ello. La segunda opción es que ellos busquen los recursos por sí mismos o con nuestra ayuda.
Los críos pueden elegir el 80% de los contenidos según sus gustos o intereses; el otro 20% son mínimos obligatorios que todos deben aprender. En general, por tanto, tienen libertad. En Dos Latidos trabajan con la convicción de que los niños nacen artistas, bomberos, científicos… y que la obligación del maestro es ayudar a los pequeños a potenciar esos talentos naturales que ya tienen y que deben ir descubriendo…. ¿Cómo? Toca volver al colegio...
Propuestas de los alumnos
Terminado el taller sobre la peste, el colegio deja libertad a los niños para que se muevan por las tres salas de Primaria y se mezclen con sus compañeros. Da igual la edad que tengan. Eso no importa. Son libres. Unos deciden aprender con el ordenador, otros comen, y unos últimos eligen un juego de mesa para ocupar su tiempo. Y, mientras, la maestra, Anne Jenni, profesora de inglés y de Primaria, escucha y presta atención para explicar lo que sea necesario. Eso, hasta que llega la hora del proyecto –la siguiente actividad del día–. ¿En qué consiste? En que el niño escoge un tema sobre el que investigar y el maestro lo acompaña. Así de simple.
Después, toca fórum. Los niños se reúnen en un círculo, proponen e intercambian ideas. Una niña, por ejemplo, pide que los viernes, día en que suelen ir de excursión al campo, puedan llevar animales; otro pide ayuda sobre cómo hacer una tapa para la papelera… Votan, se divierten y, sobre todo, piensan y tienen iniciativas. “Ese es uno de los objetivos”. Los profesores los tratan con la misma consideración que a los adultos y ellos responden como tal. La pretensión de Dos Latidos es que los niños puedan pensar por sí solos, que no se acostumbren a que una persona –en este caso, el profesor– les diga lo que tienen que hacer.
— ¿Os han tomado alguna vez por locos?
— Los inicios fueron duros. Salirte del camino siempre genera incertidumbre. Cuando dábamos cursos en empresas, veíamos que los trabajadores se resistían al cambio aunque fuera bueno. Así que, a los que no nos comprenden, les digo: ‘¿Y si funciona?’. Porque, de hecho, el sistema convencional no siempre funciona. El 35% son fracasos escolares. Yo siempre digo: ‘Cuando dudes, mira al niño. Si te gusta lo que ves, entonces no hay de qué preocuparse’.
Termina la mañana. Los 41 niños (20 de Primaria y 21 de Infantil) se despiden. En pocas horas, llegarán sus padres. Pero ellos no se llevarán notas a casa ni deberes (“son ellos los que se los ponen”, reconoce Marigú); no han han hecho exámenes ni los esperan. Aprenden por gusto. Nada más. Pero no son los únicos.
Distintos espacios; libertad de movimientos
En el sur de Madrid, concretamente en Getafe, otra escuela activa, esta de primer y segundo ciclo de infantil, comparte, en gran medida, el método. Esther, Ana y Ana Isabel son las fundadoras, profesoras-acompañantes y directoras de La Semilla Matariki. Ellas, como muchos otros maestros, se dieron cuenta de que algo tenía que cambiar en la educación. “En nuestra vivencia en colegios y escuelas infantiles, al estar con 20 o 25 niños y no poder atenderles individualizadamente como necesitan, nos dimos cuenta de que teníamos que hacer algo”, cuentan.
Por eso, se plantearon abrir La Semilla Matariki. ¿Su método? “Entendemos que no hay aprendizaje si no hay interés en algo. Si hay pasión, en cambio, se aprende. Partimos de esa base”, explican. ¿La diferencia fundamental? Las profesoras están en contacto permanente con las familias. “Si no, no tendría sentido. La comunicación es entre ambas partes, nosotros y los padres. Es fundamental para que los niños y niñas se sientan seguros".
Esa atención es posible por el ratio de niños por profesor. La Semilla Matariki tiene, en total, 26 niños: nueve en el nido o escuela Infantil (de tres a seis años); y 17, en Infantil (de tres a seis). Todos ellos, por sí solos, buscando lo que les pide el cuerpo, lo que necesitan. Cada uno a su ritmo. ¿Cómo? A su manera.
El día, en la Semilla Matariki, empieza a las 9:00 horas. Cada mañana, Esther, Ana y Ana Isabel reciben a los niños, que guardan sus zapatos y se ponen cómodos. Se saludan, intercambian impresiones… y adelante, todos a aprender. “Desde que entran por la puerta, cada uno elige qué es lo que va a hacer para comenzar”, cuentan las docentes.
En el nido, los más jóvenes, de uno a tres años, incorporan rutinas a través de canciones, juegan, disfrutan y aprenden. En Infantil, los pequeños se van moviendo en función de sus necesidades e intereses por diferentes zonas: la de lenguaje, la de juego simbólico (donde se desempeñan roles), la biblioteca, la zona sensorial, la zona de construcciones, la zona de arte y la zona temática relativa a lo que los niños estén viviendo en ese momento… “Pero hay mucho movimiento entre los diferentes espacios. Muchas veces, se concentran en una tarea y otras veces rotan”, cuentan. ¿El objetivo? Que los niños y niñas, de esta manera, puedan atender a sus necesidades y los profesores los acompañen en sus dificultades y potencien sus gustos e intereses.
Media hora más tarde, se reúnen todos en un círculo y se pasan, entre ellos, una vela. “Cantamos la canción del Abuelito Fuego y vamos pasando una vela de mano en mano. Mientras, nos miramos a los ojos, vemos que cuidamos de algo importante y le damos al resto algo que da calor pendientes de nuestro cuerpo, pero también del cuerpo del resto de compañeros”, prosigue Esther, contando el día a día.
Después, llegan las propuestas. Hacen pan, acuarelas, juguetes con materiales de reciclaje, dramatización… Y, al mismo tiempo, disponen de una zona de movimiento para desarrollar la psicomotricidad. Y, eso sí, todos los días salen al exterior. En especial, los viernes, cuando tienen excursión al campo. Y, al final del día, el cuento vivenciado, el final de todo. Eso sí, esto es tan solo una mañana. Cada día, en La Semilla Matariki, es diferente.
Son, a su modo, un centro diferente: no exigen que el niño sepa leer y escribir a los seis años y entienden que cada uno tiene su ritmo y que hay que respetarlo. Y ese es su objetivo, con un siguiente paso en mente: obtener la homologación para que La Semilla Matariki tenga Primaria próximamente. Ese es el sueño: educar y enseñar diferente, pero siempre como acompañantes de los procesos del niño.