Víctor Arufe, el primer día, pasa por “chiflado”. Llega al aula, se presenta y, a su manera, descoloca al personal. No es un profesor al uso. Todo lo contrario. Intenta, cada año, innovar, sembrar la duda, fomentar el pensamiento crítico, hacer que sus alumnos piensen. “Quiero que no se aburran en las clases, que no estén mirando el reloj, que se queden con ganas de más”. Por eso, siembra métodos y recoge impresiones. Es su ‘marca’ como profesor de Educación Física en la Facultad de Educación de la Universidad de la Coruña. Allí, un día, enseña a sus estudiantes recurriendo a MasterChef o a First Dates; otro, a Pekín Express o al Fortnite. Huye de lo convencional sin caer en la revolución: acepta cualquier sistema siempre que sirva para mantener la atención de los estudiantes y, obviamente, para que aprendan.
— El primer día les dice que van a jugar a First Dates. Así, nada más llegar, en la Universidad, no es lo habitual...
— Sí, mi intención, desde el comienzo, es crear un clima cálido en las clases. El primer día los alumnos están más receptivos, acaban de llegar… y nos presentamos como si fuera First Dates. Les digo que escriban en un papel qué hacen aquí, quiénes son, qué esperan hacer cuando sean más mayores… Los rellenan anónimamente, hacemos aviones, los lanzamos y luego los leemos en voz alta. Cada uno tiene que adivinar de quién es el avión. Al leer un papel que no es el tuyo, buscamos coincidencias entre unos y otros. Es más divertido y mejor que el tradicional método de que cada uno se vaya presentando individualmente.
Ese es el comienzo. A un lado, 60 alumnos; al otro, Víctor Arufe, profesor de Educación Física, blogger, organizador de eventos, runner, senderista, fotógrafo, lector sin límites… lo que le echen. Un tipo particular, que cuenta chistes y anécdotas en clase; que desconcierta de primeras y llena de segundas; que enseña y, sobre todo, deja huella. Natural de Santiago de Compostela y licenciado en Actividad Física y del Deporte, fue galardonado como el mejor docente de 2017 en España por Educa. Para entender los motivos, basta un rato de conversación con él. Su tono no mengua con los minutos de entrevista. Su voz transmite esa pasión que sólo impulsa lo verdadero. Le encanta su trabajo… y todo lo que deriva de él.
Sus días en la Universidad son, por lo general, caóticos. Víctor, a menudo, organiza congresos (lleva 30 a nivel nacional e internacional) y cursos de reciclaje; gestiona una revista científica y su propio blog; prepara sus clases y se ofrece como tutor vitalicio. “Se lo digo siempre a los alumnos: 'Cuando no sea vuestro profesor, me tenéis aquí para lo que sea'”, explica. Él no se borra nunca. Sabe que está ante futuros docentes, que sus enseñanzas trascenderán en el tiempo. “A veces, a los alumnos no se les brinda la oportunidad de hablar. Yo intento que lo hagamos de todas las etapas educativas para que cuando estén en el aula, dando clase, se acuerden de todo esto”, prosigue.
Víctor no guarda secretos. Su ‘librillo’ está ahí para que cualquiera haga uso de él. Es partidario de la metodología activa, de dar un rol protagonista al alumno. “Me gusta que participen en su enseñanza, que me pongan colorado, que cuestionen lo que hacemos o me digan lo que quieran”. Y, para ello, innova. Pone un pie en el la calle y otro en el aula. Ve lo que interesa y lo adapta en clase. Y lo hace con éxito.
— Incluso le copian los métodos. Por ejemplo, el de MasterChef.
— Este lo colgué en mi blog y hay muchos profesores que lo han utilizado en sus clases. Es una forma divertida de aprender un tema. La mecánica es igual que la del programa. Les digo que formen grupos de cinco personas y les doy 30 minutos para elaborar el plato. Cuando digo ‘¡YA’!, acuden a una mesa donde hay unos sobres. Allí, ven el tema que les toca desarrollar. Después, van a otra mesa y cogen los apuntes que les corresponden. Se juntan, elaboran un Power Point (el plato) y lo presentan ante la clase. Yo y el resto de alumnos somos los jueces. Es una forma distinta de enseñar.
— Y, sobre todo, el Fortnite, que lo llevan a cabo, al menos que usted sepa, otros 50 docentes.
— Sí, ha tenido muy buena acogida entre los profesores de Educación Física. La mecánica es muy parecida a la del juego. Coges pelotas, petos, jabalinas, lo que sea… Las pones todas por el pabellón y, cuando suena la canción de Fortnite, cogen esas cosas (las armas) y, por ejemplo, dejas a alguien herido si le das con la pelota, puedes reanimar a un compañero haciendo sentadillas… Al final, el que gana la partida tiene que hacer un baile y todos tienen que repetirlo. Ha tenido una acogida muy grande.
Víctor cambia de método cada año. Sale a correr, va a andar por el campo y piensa qué puede hacer. Inventa, descubre, valora si es posible llevarlo a cabo. Y, después, lo pone en práctica, experimenta. No siempre de la misma manera. Sus clases, a menudo, son diferentes. “No es algo mecánico. Unos días debatimos sobre la materia, otras analizamos un artículo determinado, a veces doy una sesión magistral, jugamos…”, explica. Sólo se exige una cosa: que los alumnos se quieran quedar, que no tengan ganas de marcharse del aula, que pierdan el miedo a preguntar, que participen…
No le importan siquiera los exámenes. Los hace, sí, pero sin darles un papel fundamental. “Si están preocupados de la nota no lo disfrutan igual. Siempre les digo que no vienen a la Universidad a aprobar, sino a aprender”, precisa. Incluso, a jugar. Como cuando, desde su canal de Youtube, les envía misiones a sus agentes secretos (alumnos) para que las hagan. Por ejemplo, ir a un centro de educación infantil y preguntarle a la profesora cómo enseña. Y, después, volver rápido, ir al despacho de Víctor y contar qué han hecho, sin conocer la puntuación hecha hasta el final del cuatrimestre.
— Innovaciones que, entiendo, no todos compartirán.
— Los alumnos creo que están contentos. Exijo mucho porque lo soy conmigo mismo, pero creo que ellos se llevan una buena impresión. Y entre los compañeros, pues hay de todo. Están los que saben que tienen una nómina asegurada y no están dispuestos a esforzarse más allá de lo estipulado, pero luego hay muchos que me apoyan. Tengo la suerte de hacer lo que me gusta.
— Supongo que, dado su estilo, no es muy partidario de la lección magistral.
— No la rechazo. Yo no me caso con ningún método, pero para dar una buena lección magistral es necesario ser buen orador, manejar bien los silencios, tener un buen discurso, saber captar la atención… Si sabes hacer todo eso, puedes dar una lección magistral con mayúsculas. Pero hay profesores que no saben y entonces los alumnos se aburren, se ponen a mirar el teléfono móvil o se entretienen con una mosca. Hay que ser muy bueno para hacerlo. Y es algo que nadie te enseña. Eso lo tienes que aprender tú solo. Así que no, no castigo la lección magistral como tal, pero sí aquellas que no están bien dadas.
— ¿Qué le dicen sus hijos? No debe ser fácil tener un padre/profesor tan innovador…
— Tengo dos, uno de 12 y otro de 14, y creo que les he generado una conciencia crítica que a veces les lleva a pensar que la escuela no sirve de nada. Ven en casa lo que yo hago y luego van al colegio y ven que les mandan dictar y… Pero bueno, creo que son muy maduros, que son pequeños adultos que son capaces de sacar conclusiones sobre lo que ven o leen. La escuela está bien, pero las familias tienen un papel importante.
— Ya para terminar. ¿Falta imaginación?
— Yo creo que sí. La imaginación, la creatividad, la empatía… Son valores muy importantes que hay que tener en cuenta. Y, sobre todo, no hay que olvidar que esperábamos de los profesores cuando fuimos estudiantes. Eso hay que llevarlo a la práctica.