Marcelina gana su batalla contra Thermomix: se quemó tras estallarle la tapa y le pagan 24.000€
Demandó a la compañía alemana por un fallo en el robot de cocina cuando estaba haciendo un puré de calabacín.
4 noviembre, 2019 20:23Noticias relacionadas
Vorwerk, fabricante del robot de cocina más conocido del mercado, el llamado Thermomix, tendrá que pagarle 24.000 euros a Marcelina Fabián Muñoz por las quemaduras en el pecho, en los brazos y en el cuello que este electrodoméstico le hizo cuando estaba preparando un puré de calabacín. La vecina de Leganés (Madrid), tras dos años luchando y cuatro de sufrimiento, ha conseguido tumbar a la compañía después de que el Juzgado de Primera Instancia 52 de Madrid le haya dado la razón: el aparato falló. Eso está probado.
Las consecuencias de ese incidente, sin embargo, se mantienen. Marcelina, cuatro años después, conserva secuelas físicas y psicológicas: “Tienes las marcas y eso te recuerda toda tu vida lo que pasó. No me puedo poner un escote normalito porque no quiero que se me vean las marcas, necesito ponerme protección solar muy alta cuando llega el verano, me gasto muchísimo dinero en cremas especiales, se me pone todo rojo y me pica cuando hace calor...”, reconoce la afectada en conversación con EL ESPAÑOL.
Su pesadilla, inconscientemente, comenzó hace 15 años. Una vecina llegó a su casa y le vendió la Thermomix TM-31, que hoy en día tendría un coste de 1.200 euros. En 2015, se produjo el accidente. Ella estaba cocinando un puré de calabacín cuando la tapadera estalló por un defecto en la goma. La presión hizo que se disparara la tapadera y las aspas repartieron la crema en ebullición por toda la cocina. Esto le produjo quemaduras en los brazos, el pecho y el cuello.
“No sabía qué había ocurrido. Sólo que se abrió cuando estaba triturando y me saltó el puré”, recuerda. Inmediatamente, se echó agua fría encima. “Cogí el coche, puse el aire acondicionado y fui al hospital. Allí, me pusieron inyecciones, me hicieron las primeras curas… y al día siguiente fui a la unidad de quemados intensivos de Getafe”, prosigue contando.
Marcelina, que estaba sin trabajo, no pudo retomar la búsqueda. Estuvo de baja durante el tiempo que duró la pesadilla. Al incidente le siguieron las curas, los días de acudir al hospital, los antibióticos… “Aquel año no pude salir a la calle. El dolor era tremendo. En verano, sólo podía irme a dar una vuelta cuando llegaba la tarde-noche porque si no me moría”, lamenta.
Entonces, se puso manos a la obra. Lo primero que hizo fue comunicarle a su vecina lo que había ocurrido. “Ella fue la que avisó a la empresa”. Un empleado acudió entonces a su casa a retirarle la máquina -que no la volví a ver- y le dio otra. Fue la única noticia que tuvo de la compañía alemana. “Yo les envié un correo a los seis meses para preguntarles qué ocurría, por qué había saltado la tapadera. Pero nadie me contestó”, reconoce, indignada.
Ella, ante aquel tratamiento del todo incorrecto de la empresa, se juró que no se daría por vencida. Todo lo contrario. Un año después, se puso en contacto con Francisco de Asís, su abogado, e interpuso una demanda contra la empresa alemana. “Tuvimos el acto de conciliación, intentamos llegar a un acuerdo, pero ellos no quisieron. Ni siquiera presentaron la máquina que a mí me había causado las heridas”, confiesa.
Total, que siguieron los trámites. Marcelina no quería que nadie pasase por lo mismo. Ella sufrió quemaduras de primer grado en el tórax que derivaron en “heridas sangrantes de profundidad intermedia”. Es más, empezó a recopilar argumentos de peso para seguir su camino. En la nueva Thermomix que recibió la goma era de otro color y en las instrucciones cambiaban algunas instrucciones para hacer el puré de calabacín.
Total, que el Francisco de Asís inició los trámites y dos años más tarde el Juzgado de Primera Instancia 52 de Madrid le ha dado la razón. Ha condenado a la empresa a pagarle 17.914 euros de multa más los intereses devengados desde que se puso la demanda. En total, 24.000 euros que recibirá Marcelina de inmediato. Por fin, puede (a pesar de las secuelas) respirar tranquila.