Diana López-Pinel llegó a los juzgados en torno a las diez de la mañana, pero se marchó a la media hora, rodeada de micrófonos y cámaras bajo la lluvia a las puertas de los juzgados de Santiago de Compostela. Dijo que llegaba al juicio en blanco, "sin ninguna información", sin haber leído una sola línea del sumario. Por eso, abandonó el edificio minutos después de entrar en los juzgados. Decidió desaparecer, pero regresó dos horas y media después para escuchar las palabras de José Enrique Abuín, 'El Chicle', el asesino confeso de su hija, ante las preguntas de los letrados de las partes, y para prestar ella misma declaración como testigo.
Rompió a llorar cuando llegó su turno, a los diez minutos escasos de sentarse en la silla, situada el centro de la sala. Dejó en el suelo, junto a ella, el bolso, y empezó a declarar. La fiscal, Cristina Margalet, le preguntaba en ese momento que cómo era su hija. También por el camino que llevaba a la casa, donde fue secuestrada y asesinada por 'El Chicle', un sendero que tanto ella como el resto de la familia tomaba de forma habitual. Ahí se quebró por la mitad:
-¿Cómo era el carácter de su hija?
-Era tremendamente bondadosa, buena... (sollozos) Era un ángel, un ser muy frágil. Era un ángel. Era muy miedosa. No podía ni ver películas de terror.
-¿Era una chica fuerte?
-Siempre fue muy frágil, nació muy prematura...
En medio del silencio, Diana se giró en ese instante hacia la izquierda, donde estaban sentadas las partes, y también el asesino confeso, para mirarle, y dirigirse directamente hacia 'El Chicle'.
-Lo sabrá su asesino, digo yo. ¿Verdad, 'chiquilín'?.
El juez la interrumpió en ese mismo momento: "Señora, no vuelva a hacer eso o tendré que echarla de la sala".
La declaración de Abuín
Una hora se prolongó la declaración de José Enrique Abuín Gey. Comenzó a las doce y media de la mañana, con los padres de Diana Quer sentados cada uno en un extremo de la sala, atendiendo al susurro con el que 'El Chicle' relataba su versión de los hechos, su salida a por gasoil, su encuentro fortuito con la joven, el ataque, el crimen y finalmente el ocultamiento del cadáver. Una voz ronca y arrastrada, que sonaba como frotar una lija contra el suelo.
-"Creí que me iba a delatar -dijo Abuín-. Yo no podía cometer delitos o entraría en prisión, porque estaba pendiente de una sentencia por drogas, con la condena suspendida. Me fui hacia ella y la agarré con la mano derecha por el cuello. Luego le sostuve la cabeza con la izquierda, por detrás, de la cabeza, y apreté. Se fue al suelo y se quedó con los ojos abiertos. Vi que no se movía, que estaba parada. Le pegué en la cara dos o tres palmadas. Estaba muerta. Me asusté".
La versión que defiende su letrada, María Fernanda Álvarez, es que aquella noche Abuín no salió 'de caza' en busca de alguna mujer, de alguna presa femenina. Había aprovechado el barullo y el ajetreo de la última jornada de las fiestas de A Pobra do Caramiñal para salir la madrugada del 22 de agosto a saquear de gasoil los camiones de los feriantes. Lo que dice El Chicle es eso, y ni un ápice se apartó de su declaración. La única pregunta que no contestó tenía que ver con el intento de secuestro y agresión sexual perpetrado en Boiro el 25 de diciembre de 2017, cuando se precipitó su detención. Fue condenado en abril de este año por ese crimen, cuyo modus operandi reproducía, prácticamente, el ocurrido en el asesinato de Diana. "Ese es otro tema. A eso no voy a contestar". El juez, al inicio de la sesión, aceptó esa sentencia aportada como prueba por las acusaciones.
Diana ya muerta, la versión de Abuín es que su intención inicial era la de dejar su cuerpo en la ría, pero que se encontró gente en los muelles y decidió girar el volante de su coche. "Entonces me acordé de la nave". A 150 kilómetros por hora cruzó la autopista AG-11, la autovía do Barbanza, atravesando la oscuridad de la noche. Llegó a la nave, junto a la casa de sus padres en Asados (Rianxo), abrió el portón y metió el coche marcha atrás. Bajó con el cuerpo de Diana al sótano. Entraba en aquel lugar la luz de la luna del verano, y la estancia quedaba así iluminada. Abuín conocía bien este sitio: era un almacén abandonado, antaño fábrica de muebles. Él, carpintero en sus ratos libres, había acudido tiempo atrás a aquel lugar para abastecerse. "Estábamos reformando la casa, iba y me llevaba tablones y muebles. Hice un vestidor y puertas. Hacía cosas para mí en casa.
Sabía, por tanto, dónde estaba cada una de las estancias de la sala. Así que ya allí se valió de un cable para levantar la tapa del pozo. Comprobó que había agua. "Tuve suerte. Senté el cuerpo delante del agujero, le metí las piernas en el agujero y lo dejé ir. Se quedó flotando boca abajo. Luego cogí unos pesos que había allí en la nave y aún así seguía flotando".
Le quitó la ropa al cuerpo de Diana antes de arrojarlo al pozo y se lo llevó al coche. Abuín dijo que se desharía de ella porque no quería que quedasen restos en el coche, utilizado también por su mujer. "Estaba puesta detrás del asiento del copiloto. Llegué a casa y me acosté. Mi mujer despertó y me dijo 'vaya horas'. Cuando me desperté saqué las garrafas del coche y dejé la ropa en un contenedor de un desguace en La Esclavitud (Padrón)". Para entonces, la familia ya había denunciado la desaparición.
Abuín lo reconoció todo: reconoció ser un contrabandista, un ladrón, de muebles y de gasoil, reconoció sus trapicheos con cocaína, haber traicionado a su tío, jefe de un clan local de narcotraficantes. Incluso reconoció haber matado a Diana. Pero negó una y otra vez la violación, y también que fuera un asesino.
Una hora después, Juan Carlos Quer echó a andar pausado hacia la silla de los testigos. Habló 20 minutos, con la cadencia en la voz y el silencio separando las frases. Se refirió al acusado como "ese hombre, si es que merece ese calificativo".
Tanto su declaración como la de Diana, los padres de la víctima, no se prolongaron demasiado, ocupando la menor parte de lo ocurrido a lo largo de la mañana, en la que lo más relevante fue la intervención del acusado respondiendo a las preguntas de la fiscal, de la acusación particular y de su propia abogada.
"Mírame a la cara"
La noche de la desaparición de Diana su madre estaba despierta. A la una y veinte de la mañana escribió desde su teléfono un último mensaje, diciéndole que no se retrasase. Luego se marchó a dormir. Fue a la mañana siguiente cuando supo que algo iba mal. Diana no estaba en la cama. "Me desesperé, perdí el norte. Jamás daba un paso sin comunicármelo. Sabía que algo malo había pasado".
En los meses siguientes, en medio de la incertidumbre del caso, sin pistas, sin pruebas, sin avances, llegó la peor parte. López-Pinel lo explicó a las preguntas del abogado de la acusación particular, Ricardo Pérez Lama: "Tanto Valeria como yo, no me voy a referir al señor Quer, caímos en depresión. La incertidumbre es uno de los peores sentimientos que se pueden tener. No me morí de pena de milagro. Todo el mundo que tiene hijos debería entender que es la peor situación que se le puede presentar a una madre". Diana se refirió también al "escarnio público" al que en aquellos meses sin novedades, sin cuerpo, sin sospechoso, fue sometida la familia.
La abogada de Abuín, María Fernanda Álvarez, quien sorprendió a todos con un duro alegato contra la instrucción, contra "el circo mediático" y denunciando la falta de presunción de inocencia- no quiso realizar preguntas a ninguno de los dos padres de la víctima.
El juez entonces dio por terminada la sesión, levantándola hasta el día siguiente, y entonces la madre de Diana Quer se levantó de su sitio entre el público y trató de acercarse a 'El Chicle'. "Le dije: 'Mírame, mírame a la cara'. Y me miró. Me dio pena, la verdad", dice a EL ESPAÑOL.
Los guardias no le permitieron acercarse. Diana López-Pinel salió al momento de los juzgados, protegida por varios amigos mientras la nube de cámaras trataba de fotografiarla. Juan Carlos Quer abandonó la sala minutos después. Fuera seguía lloviendo.