El pasado siempre sale a flote cuando uno menos lo espera. También los cadáveres. Y por eso, una noche de invierno de principios de 2009, algunos de los habitantes de la localidad alicantina de Benijófar se revolvieron en sus butacas al ver a aquel joven en plena pantalla. No olvidarían su cara ni aunque pasasen décadas. Quince años después, allí estaba el tío, el asesino de Oliver e Isabel: dando bien en cámara, tranquilo y sosegado, intentando triunfar en un reality show. Abriéndose paso en una nueva vida como estrella televisiva.
Los escándalos en los programas de televisión están de nuevo en boca de todos después de la denuncia de Carlota Prado por los presuntos abusos sexuales que sufrió dentro de la casa de Gran Hermano. Decenas de marcas han retirado su publicidad en las últimas horas del programa ante el escándalo, que fue grabado por las cámaras de la casa. Todo el mundo habla ahora de este episodio como quizás el mayor escándalo de la historia de la televisión en España, acaecido en los estudios de Mediaset. Mientras tanto, otros se acuerdan de un caso que afectó, hace ahora 10 años, a la televisión de la competencia. Es la sórdida historia de Cyril Jaquet, de cuando a Antena 3 se le coló un asesino en uno de sus programas.
Corría febrero del año 2009 cuando nacía uno de los programas más breves de todos los tiempos en nuestra televisión. La vuelta al mundo en directo, un reality show en el que 15 parejas iban a viajar por distintos puntos del planeta realizando toda clase de pruebas. Una especie de Pekín Express todavía muy primitivo. A los mandos, el mítico presentador, Óscar Martínez.
Todo ello grabado y emitido por la cadena. El programa, en principio, iba a prolongarse durante 80 días. Las bajas audiencias provocaron que al final solo durase un mes. Y en ese breve período de tiempo dio tiempo a descubrir, entre las parejas de la pantalla de Antena 3, a un parricida que tres lustros atrás había asesinado a tiros a sus padres.
El bueno de Cyril nació en Suiza y con cinco años se marchó a vivir a España con sus padres. "En la actualidad trabaja como auxiliar de vuelo, se considera un nómada y ha probado suerte en multitud de empleos. Es muy puntual y tiene muchas discusiones con su novia por ese motivo. Odia perder”. Esa era la presentación del parricida de Benijófar. Nadie en la cadena parecía conocer el pasado de aquel individuo, pelo ensortijado, ojos verdes, aparentemente tranquilo, pero en el fondo, como finalmente se supo, tampoco mucho.
El crimen de Benijófar
Oliver Jaquet e Isabel Merino, llegaron a Benijófar el año 1984. Su hijo Cyril apenas era un chiquillo rubio con cinco años recién cumplidos. Oliver había intentado regentar un restaurante pero acabó recalando en el oficio de la fontanería. Su mujer era traductora de francés. Vivían bien. Tenían una casa decente. El padre llegó a aglutinar una ingente colección de armas, algunas de ellas ilegales.
Las crónicas de la época están repletas de detalles sobre la personalidad de aquel joven asesino. En los siguientes diez desde su llegada al lugar, Cyril creció, y desarrolló una personalidad un tanto complicada, enigmático, rebelde, diferente al del resto de chicos de su edad. En clase iba de malo. Practicaba deporte, mayormente judo, por lo que ganó una musculatura fibrosa y bien definida. Cada fin de semana salía con su padre a hacer trial en moto. Sus progenitores le colmaron de todo tipo de deseos y caprichos. Él no dejaba de pedirles dinero. Tenía todo cuanto quisiera poseer.
La matanza se produjo el 1 de agosto de 1994. La sentencia del caso lo explica a la perfección. Lo que empezó en una discusión familiar desembocó en un sangriento tiroteo. Cyril se había enfrentado esa mañana a sus progenitores. Ya detenido, tiempo después, ofreció a los investigadores las razones por las que había perpetrado la masacre: "Me reñían y me pegaban".
Esperó aquel día, en plenas vacaciones estivales, a que sus progenitores apareciesen. Llevaba en la mano una Mauser-Werker, calibre 7,65 sin registrar. Al mediodía llega a casa su madre. No le dio tiempo a desvestirse. Su hijo ya le había disparado dos veces, y los tiros le alcanzaron en el cuello. El tercero, en la cabeza. Murió en el acto y cayó por las escaleras.
Luego llegó su padre, que no apareció por casa hasta cuatro horas después. Le esperó en la cocina, y vació sobre él las siete balas del cargador. Con otro tiro en la cabeza incluido. Su progenitor cayó desplomado en el suelo, sin vida.
Después, el joven Cyril tuvo la precaución de revolver la casa, simular el robo de algunas joyas de su madre, desmontar el arma y arrojar sus partes cerca del chalé familiar. Ya había preparado el escenario del crimen como si la cosa no fuera con él. Luego cogió su bici y se marchó a la casa de sus abuelos en la urbanización de al lado. Les dijo que pasaría la noche con ellos, y nada comentó sobre lo que acababa de suceder.
Al día siguiente se encontraron los cadáveres, y él, ante los investigadores y sus abuelos, ante todo el pueblo y ante la atención de los medios, se disfrazó de un sobrecogido adolescente que acababa de descubrir el asesinato de sus padres.
La teoría del robo se cayó por su propio peso, porque no tenía sentido que el ladrón hubiera esperado cuatro horas -la diferencia que marcó la autopsia al analizar ambos cadáveres, entre la muerte de los dos inquilinos- para perpetrar el robo por unas joyas, además, de escaso valor. No había cerraduras forzadas, ni perros que hubieran ladrado ante extraños individuos. Para el entierro, días después, los agentes de la investigación ya sospechaban que el asesino pertenecía al círculo más cercano de las víctimas. Y no era otro que Cyril.
Los agentes le interrogaron diez días después del crimen. Su abuelo estaba delante cuando dejó caer los brazos y dijo:
-"Fui yo".
Cómo entró en el programa
Tras el crimen, a Cyril le condenaron a permanecer recluido en un reformatorio hasta que cumpliera la mayoría de edad. Al ser menor, no podía entrar en la cárcel. Ahí, en 1999, comenzaba su nueva vida. Tomó un vuelo rumbo a Palma de Mallorca y desapareció. Atrás dejaba un pueblo consternado, dos padres asesinados y una familia a la que nunca más pudo volver a mirar a la cara.
Cyril Jaquet Merino desapareció de la vida pública durante los diez años siguientes a su salida del reformatorio. En 2009, cuando hizo las pruebas del programa, tenía ya novia, una nueva vida y un renovado aspecto, pero en su cara permanecían los mismos rasgos de entonces. Él sabía que podía ser reconocido por los habitantes del pueblo donde asesinó a sus padres.
Los organizadores del programa llegaron a inquirirle sobre su familia. Solo dijo que sus padres habían fallecido en extrañas circunstancias años atrás. Que prefería, dijo, no hablar demasiado sobre ello. No comentó nada del asesinato, y tanto él como su novia pasaron el filtro y accedieron al programa.
Con su cara ya en todas las pantallas, hubo muchos que pronto se percataron de quien era aquel tipo. Los usuarios de unas incipientes redes sociales comenzaron a indagar en las hemerotecas y rescataron los titulares de las crónicas de la época - "Un tirano de 15 años", "A sangre fría", etc.- y pronto se formó el escándalo en el programa. Tuvieron que obligarle a abandonar la emisión.
Los habitantes de Benijófar revivieron, sin quererlo, aquel día los viejos fantasmas, cuando vieron a un joven pero reconocible Cyril (29 años), conduciendo su vehículo y posando junto a su pareja dispuesto a iniciar la aventura televisiva.
Nadie olvida allí al joven al frente de la comitiva del entierro de sus padres. Su cara de hielo al llevar las coronas de flores entre las manos, sin una sola expresión, ni dolor ni llanto, ni frío ni calor. Los agentes ahí sospecharon. El pavor definitivo llegó cuando 15 años después apareció en televisión.