El turismo sin control lleva inundando Mallorca desde hace años. Balconing, fiestas 2x1, happy hours y barras libres son una constante en las calles de Magaluf entre los más de 13 millones de extranjeros que recibe la isla. Ahora, el Gobierno ha decidido ponerle freno e intentar parar estas prácticas que han provocado un deterioro de la imagen de la ciudad. El Consejo ha aprobado la primera norma europea para combatir los excesos derivados del abuso de alcohol en zonas turísticas. Así, prohibirán los saltos entre balcones, las excursiones etílicas y la venta de alcohol a precio global.
También, suspenderán la concesión de nuevas licencias de party boats y establecerán limitaciones a la actividad en determinadas zonas. Si se hace caso omiso a esta nueva regulación, se preverán multas de hasta 600.000 euros y una suspensión de hasta tres años. El Gobierno ha dejado claro su objetivo: busca un turismo más sostenible y respetuoso, "tanto con el entorno como con la calidad de vida de turistas y residentes". Además, se creará una comisión y subcomisión para el fomento del civismo en las zonas turísticas.
El balconing es desde años uno de los principales problemas del turismo de borrachera en España. Un estudio realizado por el Hospital Universitario Son Espases ha revelado que los balconers se encuentra bastante bien definido. De los 46 registrados durante los últimos cinco años, 45 fueron protagonizados por hombres. La media de edad rondaba los 24 años, en el 95% de los casos el alcohol estuvo presente y en el 37% estuvo acompañado de otras drogas. Porque el alcohol a precios irrisorios -y accesible para todos- también es un continuo entre los bares de Mallorca. Así lo comprobó una periodista de EL ESPAÑOL el pasado mes de julio; trabajó como camarera durante 48 horas en un club de Magaluf.
Entre 16 y 22 años
Dieciséis centímetros. Ese es el largo exacto de las braguitas que llevo ahora mismo. Cubre aproximadamente la mitad de mis nalgas. El resto está al aire. Totalmente al descubierto. Mi torso lo tapa una camiseta de tirantes con un escote bastante pronunciado. En numerosas ocasiones, una mano prácticamente desconocida roza mi trasero. Sin preguntar. Ambas prendas son de color negro y sobre ellas está escrito el nombre de una discoteca, situada en el polémico destino turístico de Magaluf. Alcohol, drogas, balconing, peleas y sexo son características inherentes de esta localidad mallorquina. Mi atuendo podría ser un bikini o un conjunto de ropa interior. Sin embargo, no es mas que mi nuevo uniforme. Así fue como una reportera de EL ESPAÑOL trabajó como camarera durante 48 horas en un club en Magaluf.
El año pasado pasaron por la isla casi 12 millones de turistas. La misma cantidad de dinero que el Ayuntamiento de Calvià presupuestó en Seguridad Ciudadana únicamente para la zona de Magaluf en verano. Entre los meses de junio y septiembre millones de extranjeros eligen esta localidad mallorquina como destino vacacional. Aterrizan en el aeropuerto de Son Sant Joan y van directos a su hotel o apartamento a ponerse el bañador. Probablemente muchos lleguen borrachos. La gran mayoría de visitantes son británicos, generalmente de las ciudades de Newcastle, Leeds y Manchester. Sus edades rondan entre los 16 y 22 años. Ellas, difícilmente puedan pasar desapercibidas. Top, pantalón corto, pestañas postizas, cejas pintadas de color oscuro y dos capas de base de maquillaje beige. Ellos, mucho más simples: riñonera al hombro, gafas de sol y un quemado corporal que indica la falta de protector solar.
Refuerzos policiales
Ni la Catedral de Mallorca ni los pueblos históricos de Valldemosa y Deià. En sus agendas no cabe ningún plan que requiera alejarse de su complejo hotelero. Y mucho menos del alcohol. El desfase. Ese es el imán que atrae a la mayoría de turistas. Vienen a Magaluf porque prácticamente todo vale. El año pasado el Consistorio aumentó los refuerzos policiales en verano: seis agentes más de noche de lunes a viernes y ocho policías más durante el fin de semana. Únicamente para patrullar una calle en cuesta de 600 metros de longitud: Punta Ballena. De hecho, este miércoles se abrió una nueva oficina de la Guardia Civil en pleno centro de la localidad. La misma locura que caracteriza las calles de esta mini ciudad está presente tras las barras del bar. Muchos de estos británicos repiten su visita a la isla, pero lo hacen para trabajar.
Seis meses sin un día libre
¿Alguna vez te has preguntado cómo sería romper con tu habitual rutina de 9 a 17 horas? ¿O cómo sería trabajar con sol y no con llovizna?
Si uno escribe "Work in Magaluf" (trabajar en Magaluf, en español) en Google verá los casi 28 mil páginas web que ofrecen empleo durante la época estival. Con mensajes como el anterior convencen a numerosos trabajadores todos los años con el fin de salir de su zona de confort. Yo fui una de sus víctimas. Conseguí el número de teléfono de una relaciones públicas y le comenté mis intenciones:
- Hola. Me encantaría trabajar en Magaluf este verano. Tengo experiencia a nivel internacional como camarera, azafata y gogó. Estaría muy bien poder charlar contigo. Podría empezar inmediatamente.
Intenté venderme lo mejor que pude y envié mi exagerado CV para tener más puntos. Y funcionó. Me citaron al día siguiente a las 20 horas frente a lo que estaba a punto de ser mi nueva oficina. Le tocaba al dueño decidir si estaba dentro o no.
- Si quieres puedes hacer mañana un día de prueba
- ¿Y por qué no hoy?
- Venga, vale
A los pocos minutos ya estaba presentándome a mis nuevas compañeras. Todas vestidas con el ajustado top y el culote negro. Ellos, en cambio, llevaban un polo y unos pantalones estilo pesquero. Lo bueno de mi día de prueba era que no tenía que ponerme el uniforme. Mi jornada laboral empezaba a las 20 horas y tenía que estar tras la barra del bar hasta las 4 de la mañana. Rachel (nombre ficticio) fue la encargada de enseñarme todo lo que tenía que saber. Era el cuarto verano que hacía de camarera en Magaluf y estaba muy contenta. Me explicó que la temporada empezaba en abril y acababa en octubre. Sin ningún día libre, únicamente en casos excepcionales. "Tienes que estar un poco loco para trabajar aquí. Cuando acabe me iré a Tailandia", cuenta la inglesa, a la vez que confiesa que no le gustan los españoles, "solamente los guardias civiles".
"Utiliza el alcohol malo"
No había tiempo para charlas. La gente estaba a punto de llegar y mi misión era sorprender a mi jefe. Quería repetir. Me mostró las botellas que tenía que servir y cómo era el funcionamiento. "Por 6,50 les das dos copas, un cocktail y un chupito. Es importante que sólo utilices esta marca, la mala. Si quieren una mejor, que paguen", explica Rachel. La empresa mallorquina Antonio Nadal Destilerías es la que está detrás del alcohol de la discoteca.
- ¿Bebes?
- Sí, claro
- Pues hasta las 2 de la mañana no puedes hacerlo mientras trabajas. A partir de esa hora sí. Refrescos, agua y bebida energética, cuando quieras.
Shot girl
La plantilla de la discoteca estaba compuesta por relaciones públicas, camareros, un dj, bailarinas y shot girls (chica chupito, en español). Este último, el más complicado. Su misión era convencer a los turistas de comprar uno de sus chupitos. Algo no muy complicado, ya que era ella quien le daba el alcohol a los turistas a través de una jeringuilla directamente en la boca. Sus clientes eran, mayoritariamente, hombres. Estaban encantados. Comprobé que en algunas ocasiones era necesario restregar el trasero en la delantera de algunos hombres para que vendiesen algún otro sorbo. Eso sí, la sonrisa era un requisito fundamental.
Muchas de esas chicas probablemente habían trabajado en la barra del bar. Después cambian de rango y se convierten en chica chupito. En el caso de las clientas, para conseguir el alcohol de forma más sencilla a veces no es necesario pagar. Los euros se transforma en mamading: un chupito gratis a cambio de una felación.
En mi caso, únicamente aguanté dos noches. No me dio tiempo a experimentar más. Ni tampoco quería. Me limité a poner los chupitos en la barra. Aunque en muchas ocasiones me pidieron que saliese fuera. Querían verme mejor. Más cerca.
A las 12 de la noche el local estaba a reventar. No cabía ni un alma. La barra estaba llena de adolescentes que suplicaban que les diese algo para paliar su sed. Vodka con Sprite, el cóctel Sex on the beach y chupito del licor italiano Sambuco era lo más solicitado. Los más valientes se atrevían a probar el licor Absenta, con un volumen de alcohol del 80%. A las dos de la mañana uno de los jefes me sonrió y me comentó que lo estaba haciendo muy bien. "Tómate un chupito con nosotros", dijo.
A las cuatro de la mañana el mismo hombre me comentó que, si quería, estaba dentro. "Mañana tendrás que ir vestida como tus compañeras", añadió mientras sonreía. Una hora después la gran noticia me la comunicó otro superior: "Tienes cosas que mejorar, pero eres divertida". Lo del nuevo uniforme no paraba de retumbarme en la cabeza y se lo comenté a Olivia (nombre ficticio), otra de las camareras.
- ¿Qué pasa si digo que no quiero ir así vestida?
- (Se ríe) Pues que no trabajas. Es lo que hay. Al principio te sientes incómoda, pero luego te acostumbras.
Me invitaron a salir de fiesta con ellas. Eran las 5 de la mañana y llevaban trabajando desde las 9.
- ¿Cómo aguantáis?
- A veces me tengo que drogar, pero hoy no he tomado nada.
300 euros a la semana
Al día siguiente mi jefe me explicó las condiciones laborales. Mi nuevo sueldo serían 300 euros semanales que cobraría todos los martes en efectivo. Los contratos de la mayoría del equipo funcionaban de la misma manera. Todos menos el de una. Julia es una nigeriana que trabaja en el baño durante toda la noche. Ni tiene 20 años ni va ligera de ropa. Es una madre de familia con tres hijos y se encarga de dar papel higiénico a las chicas. También vende caramelos y algo de maquillaje. Sus ingresos dependen de la propina que le dejen. "Llevo muchos años así. Veo a mis niños cuando les meto en la cama y a la hora de comer", confiesa.
Desnuda. Olivia tenía razón cuando dijo que me sentiría incómoda con mi nuevo uniforme. Nada más salir del baño los ojos de mis compañeros no hacían más que fijarse en lo que sobresalía de la parte superior de mi nuevo atuendo. "¿A ver qué tal te queda detrás? No estás nada mal", bromeó uno de los trabajadores. Lo mismo ocurría con el resto de los clientes. En una hora ya estaba totalmente acostumbrada. Los comentarios obscenos y las invitaciones a chupitos ya se habían convertido en algo habitual. Entendí que si mis compañeras estaban allí era porque querían. Se divertían. Y mucho. Desde fuera parecía que nadie las obligaba.
Sin querer
El problema aparece cuando uno se aprovecha. Cerca de las 11 de la noche, mientras preparaba una copa, noté como una mano me rozaba el trasero. Era uno de mis jefes, pero pensé que había sido sin querer. Sin embargo, lo mismo ocurrió unas diez veces más durante toda la noche. Al principio lo hacía de forma disimulada, después, mucho más descarado. Y no era la única. Percibí que su mano pasó por la cadera y las nalgas de otras camareras. Y no era el único. La barra del bar se convirtió en el lugar idóneo para tocar "sin querer" las partes íntimas de las trabajadoras. Ellas no decían nada. Yo, decidí alejarme.
A las 4 de la mañana el equipo se fue a una fiesta secreta para trabajadores de Magaluf. Me pasé a tomarme una cerveza, pero al ver que era difícil conectar con la gente me fui. Volviendo a casa me crucé con un coche de policía y con un par de mujeres. Llamaban mucho la atención porque rompían con la sintonía de Punta Ballena. Iban tapadas de arriba a abajo con un velo que, posiblemente, fuese impuesto por su religión. Y yo, en cambio, con un culote de 16 centímetros.
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