Por esas paradojas puñeteras que tiene la vida, él no llegaría a verlo. El pasado 28 de noviembre -jueves- el periodista de El Mundo David Gistau (Madrid, 1970) publicaba su último reportaje. Versaba sobre su eterno boxeo, sobre cómo Miriam La Reina Gutiérrez y Damian El Guinea Biacho se iban a enfrentar ese viernes en sendos combates para apuntarse una línea más en el palmarés. Detrás de los focos estaban, por supuesto, Gistau, haciendo las preguntas, y el entrenador de ambos púglies y amigo del periodista, Jero García. Pero Gistau no llegaría a ver los combates.
Fue ese mismo viernes, después de una jornada de entrenamiento golpeando un saco, cuando David Gistau, uno de los periodistas y escritores más brillantes de su generación, entraba en un profundo coma. La carrera por despertarlo se hizo cuesta arriba y, dos meses después, este pasado domingo, acababa falleciendo a los 49 años. Con su muerte deja huérfanos a sus cuatro hijos; a su mujer, Romina; a puñados de amigos y anécdotas; al columnismo patrio; y a su querido Jero García, el hombre que le hacía de confesionario, contertulio, entrenador y filósofo particular.
“Este fue nuestro último rato juntos. No podíamos estar mejor acompañados. Ellos, ese mismo viernes [29 de noviembre], ganaron sus cinturones y tú te echaste la siesta, esa siesta que todavía me duele, ese sueño que me desgarra por dentro”, ha publicado el propio Jero, junto a una fotografía post-entrevista, la que encabeza este reportaje, para lamentar la muerte del periodista. “El día que vuele y vuelva a estar en tu esquina, ese día lo cerlebraremos no con agua y hielo, sino como se merece: con un par de negronis. Vuela alto y libre como siempre lo has hecho. Te quiero, hermano”, apuntalaba.
La historia de Gistau y García hay que empezar a contarla desde el boxeo para, después, llevarla a todo lo que ha empapado entre ambos. Gistau era un apasionado del deporte. Lo fue desde la noche del 27 al 28 de julio de 1991, a sus 21 años, en la que se desveló para ver a Poli Díaz enfrentarse a Pernell Whitaker y quedó prendado. Desde entonces le ha acompañado como pasión, como válvula; como Hemingway, que escribía como si boxeara.
García, en cambio, fue un niño problemático que encontró en el ring un chaleco salvavidas y se acabó convirtiendo en campeón de España de boxeo, kick boxing y full contact. Tras colgar los guantes ha seguido dando pelea y se ha dedicado a dar clases de boxeo a víctimas be bullying, de violencia de género, chavales con problemas, a agresores… a todos esos derrotados que, de no ser por él, se habrían quedado en los márgenes. Y también acabó convirtiéndose en el entrenador de David Gistau.
El ‘hermano mayor’ Jero
Nacido también en Madrid en 1970, Jero García fue a sus primeros combates de boxeo con su abuelo cuando tan solo gastaba cinco años. Desde entonces, este niño que tenía trastorno por déficit de atención y una afición poco sana a pegarse con los niños del barrio, comenzó en los deportes de contacto. Desde el full contact al taekwondo, pasando por el boxeo, por supuesto. Arrancó cuando los gimnasios eran prácticamente clandestinos, cuando no había cultura, cuando Poli aún no había democratizado el boxeo para los españoles y levantaba pasiones marginales. Así, Jero García acabó disputando 11 combates de boxeo de los que sólo perdió uno.
Sin embargo, como en España lo que sucede dentro de un ring se estima con cartilla de racionamiento, no fue hasta que dejó el boxeo profesional y pasó a ser entrenador, a los 33 años, cuando su nombre se empezó a conocer. Dirigió una escuela de boxeo para víctimas de bullying, escribió libros sobre boxeo y la vida en los que plasma su filosofía y fue presentador durante tres temporadas del programa Hermano Mayor.
Pero su Capilla Sixtina es, sin duda, La Escuela. Sita en el barrio madrileño de Lucero y donde David Gistau ha basado algunos de sus reportajes, entre ellos al que hace referencia la apertura de este artículo. Por ahí han pasado chavales con síndrome de Asperger, agresores y víctimas de toda clase y mujeres maltratadas que quieren aprender a devolver los golpes. Pero, llegados a este punto y con el más reverente de los permisos, que lo diga el propio Gistau:
En el gimnasio La escuela, una institución en el barrio del Lucero, la actividad es abrumadora. Mientras los profesionales guantean, los aficionados hacen saco y los padres del turno infantil ayudan a sus hijos a ceñirse los guantes. Un abuelo se dispone a entrenar con su nieto y le elogia lo que ha mejorado ya con la comba.
El gimnasio derrocha vida y la derrama a las calles del barrio, donde gasta fama de forja en la que se moldean caracteres. Todo orbita alrededor de Jero García, que ha sabido crear un ambiente de fraternidad e impone a los recién llegados apodos con los que ingresarán en el sentido de pertenencia.
(...) Ese gimnasio es un clan en el que todos se auxilian y se apoyan. El núcleo original de los púgiles que comenzaron a los 12 años a entrenar juntos ha ido ampliándose hasta incorporar a las parejas y los recién nacidos. A cada fiesta de cumpleaños, a cada boda y, por supuesto, a cada combate, los boxeadores acuden sin que falte ninguno y amplían la certeza de tener dos familias: la del hogar y la del gimnasio.
“Eran como familia”
Es entre esos cuadriláteros que Gistau y García se conocieron y empezaron a forjar lo que a día de hoy se ha convertido en una amistad sin paliativos. Todo a la vez que García empezaba a entrenar al propio Gistau y se colaba hasta en su literatura, basando en él al protagonista de su última novela, Golpes Bajos. Sus sesiones de entrenamiento, sin embargo, no ocurrían tanto en La Escuela sino en el Club Deportivo Metropolitano, aunque el accidente fue en el Morales Box Chamberí.
Ese viernes 29 de noviembre, después de entrenar solo, el periodista empezó a encontrarse mal y se desplomó repentinamente. Tras el incidente fue trasladado al hospital y operado de urgencia de la lesión cerebral. Ahí vieron que tenía un hematoma subdural en el cerebro, según trasladaron a este diario fuentes cercanas a Gistau. Con el desenlace, tras varios intentos infructuosos de despertarle, Jero García perdía un hermano.
“Eran como familia”, explica a EL ESPAÑOL Miriam La Reina Gutiérrez, campeona de Europa del superligero y que estuvo con Gistau y García el último día que ambos se vieron. “Con David he estado muchas veces, en la boda de Jero y los días de cumpleaños de sus niños. Había una relación bastante estrecha entre ambos. Todos éramos amigos y hablábamos de todo tipo de cosas”, añade.
Esa última vez fue poco antes de entrar en coma, cuando Gistau se acercó a La Escuela y entrevistó a Gutiérrez y a Damian El Guinea Biacho. “En esa entrevista, y en general, era grandioso hablar con él. Porque te contaba vivencias o anécdotas. Fue un rato muy ameno, ni nos dimos cuenta de que era una entrevista. Porque era hablar entre amigos sobre los miedos que teníamos antes de la competición”, explica Gutiérrez. También hablaron de palmeritas de chocolate, pero ese es otro asunto.
“Cada vez que veías a Jero y David juntos estaban hablando. Siempre. De política o de lo que habían visto en la última velada de boxeo. Se pasaban toda la clase hablando de golpes, de contraataques...”, explica Gutiérrez. “Era algo grandioso escucharlos hablar. Se tiraban horas sin hacer nada, sólo hablando y hablando”, añade.
-¿Y cómo era Gistau boxeando? ¿Tan bueno como escribiendo no, no?
-Boxeaba para disfrutar, para golpear su saco y sus manoplas y tener una conversación. Esa era su manera de entrenar: hablando. Le gustaba más estar mirando a los demás. Era un listo. Cuando se cansaba, cogía y se ponía a preguntarte cualquier cosa para poder respirar, el puñetero. Él iba allí a disfrutar del ambiente. Porque, hacer, hacía poco. Cuando le tocaba pegarle al saco, bien, pero cuando le tocaba saltar a la comba, resulta que le gustaba hablar.- dice Gutiérrez, y se ríe con un cariño profundo.