Cuando los habitantes del Viejo Mundo descubrieron Australia a finales del siglo XVIII, los datos, las evidencias empíricas, parecían irrebatibles: todos los cisnes documentados del planeta eran blancos. Pero el hallazgo de una especie de estas aves con el plumaje negro en los territorios de la gigantesca isla que asoma en el Océano Índico sacudió las creencias y estudios previos de los ornitólogos. No fue un hito en la historia de la humanidad, sino una pequeña sorpresa que revela la grave limitación del aprendizaje en base a la observación o la experiencia, y la fragilidad de nuestro conocimiento.
Esta anécdota es el punto de partida de la teoría del cisne negro, popularizada por Nassim Nicholas Taleb, profesor de Ciencias de la Incertidumbre de origen libanés y nacionalizado estadounidense, con su bestseller homónimo, editado en España por Paidós. El Cisne Negro —en mayúsculas— es un suceso imprevisto, una rareza ajena a las expectativas normales que provoca un impacto tremendo y que, por eso mismo, la naturaleza humana trata de inventar una explicación verosímil después de que se haya producido este cambio, con lo que se hace justificable y a priori predecible.
Un Cisne Negro es una guerra que altera el orden mundial, un atentado que infunde miedo y modifica nuestras precauciones, una catástrofe natural como un tsunami que desemboca en el desarrollo de nuevos sistemas de alerta preventiva. Pero también se incluyen en esta categoría las tendencias, la moda, las ideas o las corrientes artísticas. Todos estos acontecimientos, cuya manifestación puede ser fugaz o alargarse durante décadas, siguen una misma dinámica: la combinación de poca predictibilidad y gran impacto. Y vivimos en una evidente ceguera hasta el momento mismo en el que se presentan.
El coronavirus es un Cisne Negro. Nadie lo auguró, nadie vaticinó que el primer caso diagnosticado en la ciudad china de Wuhan se convertiría en una pandemia, nadie atisbó el hundimiento de las bolsas y el derrumbe de las principales economías mundiales. ¿Era imposible? Ahora, como ha pasado siempre a lo largo de la historia, buscamos un por qué a la catástrofe, las pistas que no supimos descifrar. La hipótesis del ensayista es que "no aprendemos reglas sino hechos, y solo hechos", que pensamos que el mundo es más comprensible y predecible. Craso error: eso nos hace todavía más vulnerables, como estamos apreciando en estos angustiosos días.
"La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir el curso de la historia, dada la incidencia de estos sucesos en la dinámica de los acontecimientos", escribe Nassim Nicholas Taleb en El cisne negro. "La historia es opaca. Se ve lo que aparece, no el guión que produce los sucesos, el generador de la historia", añade. Aún así, nos empeñamos en cambiar su curso, en atisbar, por ejemplo, cuánto va a crecer el PIB en un año. Hasta que de repente surge el ignorado y desconocido Covid-19 y todo se precipita.
Desconocemos todavía las consecuencias que la actual emergencia sanitaria y económica provocarán en la sociedad mundial, pero tal vez nos ayude a reflexionar sobre la vulnerabilidad del ser humano rememorar algunos de los Cisnes Negros —no todos implican un cariz negativo— más recientes que le han dado un vuelco a la historia.
El 11-S
La imagen la tenemos grabada a fuego en nuestra memoria visual: cómo el 11 de septiembre de 2001 dos aviones comerciales impactan contra el corazón de Nueva York, las Torres Gemelas, provocando su colapso. Aquel atentado terrorista conmocionó al mundo entero, nos hizo conscientes de la amenaza islamista, redujo enormemente nuestra sensación de seguridad —lo mismo podría aplicarse al 11-M en Madrid—. El resultado del ataque provocó cambios en la configuración física de los aviones, como la instalación de un puerta a prueba de balas en la cabina de los pilotos, y en los controles del aeropuerto: desde ese momento el portátil hay que colocarlo en una bandeja separada. ¿Pudo haberse evitado?
Taleb parte de que "la lógica del Cisne Negro hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos". ¿Qué es lo que sabían las autoridades estadounidenses? Que un suceso de ese tipo era altamente improbable que se registrase; es más, seguramente jamás se imaginaran un escenario así. También que Nueva York era un blanco relativamente fácil para los terroristas. Pero el profesor viene a decir que nunca estimaron la coyuntura más extrema: "Quizá parezca raro que, en un juego estratégico de este tipo, lo que sabemos pueda ser por completo intrascendente".
El aprendizaje del 11-S fueron "unas reglas precisas para evitar a los prototerroristas islámicos y los edificios altos", según Taleb, no que algunos sucesos se sitúan lejos de lo predecible. La paradoja es que después de un Cisne Negro semejante, "la gente espera que vuelva a ocurrir, cuando, de hecho, las probabilidades de que así sea posiblemente han disminuido. Nos gusta pensar en Cisnes Negros específicos y conocidos cuando, en realidad, la propia naturaleza de la aleatoriedad está en la abstracción". Es decir, "aprendemos de la repetición, a expensas de los sucesos que no han ocurrido con anterioridad. Los sucesos que son no repetibles se ignoran antes de que se produzcan, y se sobreestiman después (durante un breve tiempo)".
Hundimiento del Titanic
Otro ejemplo revelador para comprender la teoría del cisne negro y la imprevisibilidad de un giro definitorio en la vida, en este caso en la de un simple pavo: cada vez que su dueño le alimente, el animal desarrollará una creencia de que su rutina consiste en comer todos los días aquello que le proporciona un amable ser bípedo. "La tarde del miércoles anterior al día de Acción Gracias, al pavo le ocurrirá algo inesperado. Algo que conllevará una revisión de su creencia", expone el ensayista. La pregunta que se abre entonces es la siguiente: ¿cómo podemos conocer el futuro teniendo en cuenta nuestro conocimiento del pasado?
Y su respuesta, según Taleb, resulta bastante sorprendente: la experiencia del pavo pudo significar un aprendizaje negativo. "Su confianza aumentaba a medida que se repetían las acciones alimentarias, y cada vez se sentía más seguro, pese a que el sacrificio era cada vez más inminente. Consideremos que el sentimiento de seguridad alcanzó el punto máximo cuando el riesgo era mayor". Qué curioso: pensamos que lo que ha funcionado de forma óptima en el pasado va a seguir siendo así, hasta que un día, de forma inesperada, todo se quiebra.
Eso mismo fue lo que le sucedió a Edward Smith, el comandante del Titanic. Esto dijo en 1907: "Con toda mi experiencia, nunca me he encontrado en un accidente (...) de ningún tipo que sea digno de mención. En todos mis años en el mar, sólo he visto un barco en situación difícil. Nunca vi ningún naufragio, nunca he naufragado ni jamás me he encontrado en una situación que amenazara con acabar en algún tipo de desastre". Cinco años más tarde moriría, junto a más de 1.300 personas, en las gélidas aguas del Atlántico tras colisionar su barco contra un iceberg. Fue el hundimiento de una forma de observar la realidad. Otro terrible disfraz del Cisne Negro.
La Gran Guerra
En una categoría similar de Cisne Negro coloca el también autor de ¿Existe la suerte? la "sorpresa" del estallido de la Gran Guerra (1914-1918) —Taleb comulga con la hipótesis del historiador Niall Ferguson de que la I Guerra Mundial fue un conflicto inesperado y que sólo se consideró inevitable cuando algunos investigadores de épocas más recientes la han analizado de forma retrospectiva—. Tras la destrucción provocada por las guerras napoleónicas, el mundo llevaba un siglo en una paz relativa, y parecía que la amenaza de un conflicto con una gran capacidad de devastación se había difuminado.
Pero esa "sorpresa" fue que la Gran Guerra se convirtió en el hasta entonces conflicto más mortífero de la historia. Taleb escribe que quienes lucharon en ella, como en la Guerra de Vietnam o en la más reciente de Irak, consideraban que sería "un simple paseo". "No podemos ignorar el autoengaño. El problema con los expertos es que no saben qué es lo que no saben. La falta de conocimiento y el engaño sobre la calidad de nuestros conocimientos van de la mano: el mismo proceso que hace que sepamos menos también hace que nos sintamos satisfechos con lo que sabemos". La cosas son proclives al Cisne Negro.
La crisis de 1987
Hace un par de semanas, debido a la grave situación generada por el coronavirus, el Dow Jones registró su peor día desde el 19 de octubre de 1987. Aquel lunes negro, en una sola jornada, el mercado de valores cayó un 23% sin aparente explicación. El panorama era totalmente improbable para los inversores si se agarraban a las fluctuaciones anteriores: su peor predecesor era una pérdida diaria de en torno al 10%. Pero el suceso extremo, que semejaba imposible en base a la experiencia, sucedió. La economía tampoco se libra de las rarezas de la historia.
A Taleb, no obstante, lo que más le sorprende fue la respuesta de los expertos: "Después de la crisis bursátil de 1987, la mitad de los operadores estadounidenses se preparaban para sufrir un nuevo cataclismo todos los meses de octubre, sin tener en cuenta que el primero no tuvo ningún antecedente. Nos preocupamos demasiado tarde, es decir, ex post. Confundir una observación ingenua del pasado con algo definitivo o representativo del futuro es la sola y única causa de nuestra incapacidad para comprender el Cisne Negro".
El ordenador e Internet
El Cisne Negro negativo suele ser instantáneo, ocurre muy deprisa; los positivos —¡también los hay!—, por el contrario, requieren un tiempo mucho mayor para mostrar sus efectos. Algunas de las fracturas históricas, como el desarrollo del ordenador y la implantación de Internet, han requerido décadas de perfeccionamiento y paciencia para brindar cambios trascendentales a la sociedad sin que la invasión que suponía en la vida diaria de las personas se observara con nitidez.
Lo curioso es que no estaba previsto que ninguna de estas herramientas, a la hora de ser concebidas, dirigiesen el mundo como lo hacen ahora. Tampoco fueron apreciadas en el momento de su descubrimiento y hasta mucho después de sus primeros usos ¿Pero qué sería de nosotros en la actualidad sin un portátil y libre conexión por la Red? Ni siquiera nos lo imaginamos.
"No se construyó el ordenador para que nos permitiera desarrollar unas matemáticas nuevas, visuales y geométricas, sino con algún otro objetivo", reflexiona Taleb. "Resultó que nos permite descubrir objetos matemáticos que pocas personas se preocupaban de buscar. Tampoco se inventó para poder chatear con nuestros amigos de Siberia, pero ha hecho que nazcan relaciones a larga distancia. Pero éste no era el propósito que dijo tener su diseñador militar (...) Construimos juguetes, algunos de ellos cambian el mundo".