Francisca González Navarro ha pasado varias noches en el módulo de enfermería de la prisión de Campos del Río junto a presas que habían tratado de suicidarse para evitar que volviesen a intentar quitarse la vida. Este dato no es baladí si se tiene en cuenta que la reclusa que velaba por la integridad de otras era Paquita: la mujer que el 19 de enero de 2002 no dudó en estrangular con el cable del cargador de un teléfono móvil a sus dos hijos pequeños. “En la cárcel lleva una trayectoria intachable: su caso es chocante”, subraya a El Español un funcionario de Instituciones Penitenciarias que ha tratado durante años con la conocida como parricida de Santomera.
Este viernes por la tarde, Paquita, la autora de uno de los sucesos más atroces en la historia reciente de la Región de Murcia, empezó a disfrutar de un tercer grado en su condena. Su abogado, Melecio Castaño, explicó a este diario que la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias había dado el visto bueno a esta medida para su clienta a propuesta de la Junta de Tratamiento del Centro Penitenciario por su “buen comportamiento, especialmente, y por las buenas expectativas de vivir honradamente en semilibertad”.
La hora prevista para la salida del penal eran las 17.45, pero los medios de comunicación tuvieron que aguantar durante una hora bajo un sol de justicia hasta que la parricida de Santomera salía por la puerta del penal tras cumplir 18 de los 40 años que le cayeron por planear y ejecutar el crimen de dos de sus tres hijos. Todo ocurrió una fría madrugada de enero de 2002 cuando se encontraba fuera del domicilio familiar su marido, José Ruiz: un camionero del que estaba locamente enamorada y por el que sentía unos celos enfermizos por sus presuntas infidelidades.
A Paquita no fue a recogerla a la prisión su hijo mayor, José Carlos, ni ningún otro familiar. El letrado Melecio Castaño, a bordo de un BMW de alta gama, se ocupó de ir a por ella al penal de Campos del Río. El abogado detuvo su coche delante de la comitiva de periodistas y Paquita, vestida con unos pantalones vaqueros y camiseta de color negro, con coletero a juego, gafas de sol, y una mascarilla de tono amarillo, bajó la ventanilla del copiloto para decir una frase: “Voy a tratar de rehacer mi vida poco a poco”. Nada más. “Lo siento, pero no puedo hablar”.
No respondió a ninguna pregunta más porque ya todo está contado y juzgado. Aquella truculenta noche de enero de 2002, Paquita se adentró en la habitación de los pequeños Adrián (4 años) y Francisco Miguel (6 años) después de haber consumido whisky, champán, cocaína y fármacos. Los dos niños opusieron resistencia cuando su madre les atacó, pero no pudieron evitar morir estrangulados con el cargador de teléfono que empleó la misma mujer que los había traído al mundo. El único que sobrevivió al parricidio fue José Carlos, el hijo mayor, que se encontraba en otra habitación durmiendo.
La Audiencia Provincial consideró probado que ni los celos ni el consumo de drogas y alcohol afectaron en la conducta de Paquita cuando perpetró los crímenes. Era consciente de lo que hizo porque lo había premeditado. Prueba de ello es que tras matar a dos de sus retoños trató de simular que habían muerto durante un robo ocurrido en el domicilio familiar. Paquita rompió el cristal de una de las ventanas del dúplex, situado en el número 13 de la calle Montesinos de Santomera, revolvió el contenido de varios cajones y ocultó varias de sus joyas.
En la localidad santomerana, de poco más de 16.000 habitantes, los vecinos se estremecieron por lo sucedido hasta que la Guardia Civil desmontó la farsa: no solo por algunas de las contradicciones en las que incurrió la parricida en su testimonio sobre el robo, sino porque presentaba arañazos en el rostro y hallaron restos de su ADN en una de las uñas de su hijo de 6 años. La detención de la parricida se produjo tras el entierro multitudinario de los pequeños -Adrián y Francisco Miguel- en el que Paquita no cesaba de llorar mientras su esposo, José, la sostenía para que no se derrumbase. El giro que tomó el guión del crimen de los niños terminó de conmocionar a toda la Región.
¿Dónde puedo conseguir tinte?
Durante el juicio los forenses la definieron como una mujer de personalidad narcisista y egocéntrica. De hecho, en el Centro Penitenciario Murcia I, situado en Sangonera la Verde, una funcionaria todavía recuerda que Paquita demostró esa misma personalidad en su estreno en el módulo femenino: “Es una mujer fría porque ninguna compañera la vio llorar por lo que había hecho, cuando ingresó en la cárcel llegó preguntando dónde podía comprar un tinte para el pelo y cuando salía al patio se ponía a tomar el sol”. Paquita había sido una mujer presumida durante su tempestuoso matrimonio con José y no dejó de serlo entre rejas.
A la cárcel de Campos del Río (Murcia II) llegó en 2011 después de pasar una temporada en la prisión del municipio valenciano de Villena. En las tres cárceles por las que ha pasado cuando alguien le ha preguntado por la trágica madrugada de enero de 2002 siempre ha ofrecido la misma versión, al menos así lo aseguran trabajadores de Instituciones Penitenciarias: “Dice que no se acuerda de nada porque en el momento del delito había consumido cocaína”.
Una presa de confianza
Paquita hace tiempo que está limpia como una patena de estupefacientes. Valga como ejemplo de ello que desde que en septiembre de 2016 le concedieron el segundo grado, comenzó a disfrutar de sus primeros permisos, de 3 a 7 días de duración, y en las analíticas que se le hacían al regresar siempre daba negativo en consumo de drogas. Solo una prueba tuvo que repetirse y el contraanálisis confirmó la ausencia de sustancias.
Los funcionarios del Centro Penitenciario Murcia II consultados por El Español coinciden en subrayar que durante su estancia en esta cárcel ha mostrado una conducta positiva y colaborativa: “Como interna es buena, no da problemas, es correcta con los funcionarios y tiene un comportamiento correcto, sabe lo que debe y no debe hacer”.
Ese talante ha sido uno de los factores clave para estrenar este viernes su tercer grado en la condena que a partir de ahora le permite disfrutar de un régimen de semilibertad: los fines de semana puede hacer lo que quiera con su tiempo y dormir sin vigilancia. De lunes a viernes, según su abogado, Melecio Castaño, solo está obligada a pernoctar en el Centro de Inserción Social (CIS) Guillermo Miranda de Murcia. Por las mañanas podrá desempeñar un trabajo como cualquier otro ciudadano. “Mi clienta afronta esta etapa con muchas ganas y con mucha ilusión para normalizar su vida”, resaltó el letrado. “Es una presa modelo y lo seguirá siendo seguro”.
Encontró novio
En la cárcel de Campos del Río ha pasado de ser Paquita la parricida a ser conocida como Paquita la de la lavandería. Este ha sido uno de los últimos puestos que ha desempeñado para seguir ganando puntos ante la Junta de Tratamiento del Centro Penitenciario y de esta forma suavizar lo que le queda de larga condena. “Estaba en el módulo 16, el de respeto, porque es una presa de confianza”, tal y como corroboran dos funcionarios.
Para adquirir tal distintivo Paquita ha hecho de todo en los últimos años: desde realizar el curso del programa de prevención de suicidios para evitar que otras reclusas se quiten la vida, al de educación para la salud que imparte Cruz Roja y otros talleres del Colectivo Paréntesis. “Su conducta ha sido muy buena porque ha tenido muchos destinos (trabajos dentro de la cárcel), como en el office ayudando a servir comidas, limpiando las distintas estancias de la prisión, en la biblioteca llevando el control del préstamo de libros y ha participado en las representaciones teatrales que se hacen en fechas especiales, como el día que se celebra la patrona de prisiones o en Navidad”.
Paquita ha realizado cursos de teatro, pero para los funcionarios ningún papel que haya interpretado ha podido enmascarar la sombra de su personalidad narcisista y egocéntrica: “Ella mira por encima del hombro al resto de presas”. Cuando salió de prisión este viernes y los periodistas le pidieron que bajase la ventanilla del coche no dudó un segundo en hacerlo para que la fotografiasen.
Ahora ya no tendrá que volver a la cárcel de Campos del Río donde ha tenido tiempo de encontrar el amor en los escasos momentos en los que la población reclusa masculina y femenina coincide en talleres, en los viales del centro penitenciario o en el polideportivo.
“A su novio lo conoció hace algunos años: él salió en libertad y continuó viniendo a verla, hace unos meses entró de nuevo para cumplir una condena corta, de menos de un año”. Paquita había encontrado una pareja que también mostraba una conducta colaborativa en la rutina diaria del penal. La obtención del tercer grado de Paquita se ha convertido esta semana en objeto de las tertulias de la mayoría de los vecinos de Santomera. Durante estos 18 años casi todo el mundo se preguntaba en la localidad si iba a visitarla el único hijo que sobrevivió al parricidio: José, el mayor de los tres hermanos y que logró rehacer su vida casándose y formando una familia.
Melecio Castaño, su abogado, aseguró este viernes que Paquita “mantiene sus vínculos afectivos con su familia y evidentemente seguirá con ellos”.