Los contagios de Covid-19 están aumentando de manera vertiginosa en España. Este sábado, por ejemplo, se detectaron 1.500 casos sólo en Cataluña y Aragón. Esto, pues, provoca que la historia pueda volver a repetirse con la aplicación de un nuevo confinamiento, riguroso, como el que vivió este país desde el pasado 14 de marzo hasta aquellas primeras salidas para pasear y correr con franjas horarias. En esa primera ocasión, Carmen Nava (30 años) y Daniel Sossa (42) sintieron que su casa de Madrid, de 35 metros cuadrados, era una “prisión” en la que estaban encerrados junto a sus tres hijos de dos, cuatro y ocho años. Ahora, sin embargo, esta madre asegura tener “pánico a una nueva cuarentena porque sería un auténtico infierno con los 40º C” que tiene la pequeña vivienda en las horas centrales del día.
Y es que la pequeña buhardilla del número 5 de la plaza de Matute, en el madrileño barrio de las Cortes, no satisface las necesidades de esta familia de cinco miembros -y menos en épocas de confinamiento-. “Pasar todo aquel tiempo encerrados en casa fue muy duro por no recibir el aire, ni ver la realidad, ya que nuestra casa sólo tiene dos ventanas de 45 por 60 centímetros que miran hacia el cielo. Lo único que percibíamos del exterior eran los sonidos de los aplausos que cada día daban los españoles a las ocho para apoyar a los sanitarios. Pensábamos: otro día más ha pasado en nuestra prisión”, explica Carmen, con tristeza, en conversación telefónica con EL ESPAÑOL.
Ahora, no obstante, la preocupación de esta familia hispano-boliviana crece cada día. Con cada nuevo rebrote, con cada nuevo llamamiento de las autoridades de las Comunidades Autónomas a que los ciudadanos no salgan de casa en provincias como Lérida o Barcelona. “Tememos que nos pille un nuevo confinamiento en esta casa por el calor. Es un infierno al que le da todo el día el sol. De hecho, cuando tengo que cocinar, mis tres hijos se quedan prácticamente en ropa interior para que no sufran tanto con el calor excesivo. Una nueva cuarentena sería horrorosa. Por eso, estamos buscando otro sitio donde ir a vivir antes de que nos vuelvan a confinar”, se sincera esta madre de familia, con desesperación.
No es un caso aislado
Y, realmente, el problema de los Sossa Nava no es un caso aislado. Sólo en la ciudad de Barcelona, donde se han contabilizado del viernes al sábado hasta 329 casos nuevos de coronavirus, hay 47.000 viviendas de entre 30 y 45 metros cuadrados, según los últimos datos de censo y vivienda del Instituto Nacional de Estadística (INE), que datan del año 2011. Esto supone un 7% del total de domicilios que hay en la Ciudad Condal, donde la pandemia se ha descontrolado y la sombra de un nuevo confinamiento crece según pasan los días en Cataluña. De ahí que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, defienda el confinamiento de esta autonomía. Algo que es inviable, ya que no está activo el estado de alarma.
A nivel estatal, son muchas las familias que viven en domicilios inferiores a los 90 metros cuadrados. Concretamente, un 59,4% de la población española vive en un domicilio menor al citado espacio. Son, en total, 11.270.922 viviendas de las 18.083.692 que hay en España, según los últimos datos del INE publicados al respecto. Y es que, según los expertos, estar encerrado en casas de menor tamaño puede generar cuadros de estrés o ansiedad con mayor facilidad. Por ello, el posible nuevo confinamiento asusta tanto a Carmen, Daniel y sus tres hijos, ya que no sólo sería como la última vez, sino que “ahora sería en un pequeño horno de 40º C”.
Para no volver a sufrir, la familia se está moviendo para mudarse. Todo lo rápido que puede. “Estamos buscando un nuevo piso en Aluche, San Cristóbal, Villaverde… cualquier barrio barato que nos podamos permitir, ya que entre mi marido y yo ganamos alrededor de 800 euros. La buhardilla en la que vivimos ahora cuesta en torno a 650, y si pagamos los servicios de agua, luz, gas y el WiFi que tuvimos que contratar para que los niños pudieran asistir a sus clases online ya nos ponemos en 900. Tenemos que hacer malabares para llegar a fin de mes”, explica Carmen, profundamente preocupada, pues observa que día a día sus ahorros se agotan.
“Entre chinches y cucarachas”
Carmen, activista de Stop Desahucios, y Daniel, en realidad, no llevan tanto tiempo en este pequeño domicilio. Llegaron el pasado 6 de enero a la buhardilla de 35 metros cuadrados. “Fue como un regalo de Reyes”, según sus propias palabras. ¿Y por qué? “Porque antes tuvimos una situación muy precaria. Pedimos ayuda a los servicios sociales y nos llevaron a un barracón en Valdelatas, cerca de la carretera M-607, al norte de Madrid. Allí tuvimos que vivir un tiempo entre cucarachas y chinches. Era infrahumano el sitio donde nos llevaron los servicios sociales y no querría volver a pedirles ayuda porque ya sé a dónde nos pueden llevar”.
Fue cuando a principios de este 2020 le salió a la familia Sossa Nava la oportunidad de una nueva casa. De una nueva vida. “Firmamos el 6 de enero y ese mismo día nos mudamos. No podíamos seguir viviendo de aquella manera y menos con tres niños pequeños. Lo que no sabíamos era que iba a llegar el coronavirus… y la casa, que era provisional, ya que estamos huyendo del barracón, se convirtió en nuestra prisión”, recuerda, compungida, la madre de familia que día a día sigue luchando para sacar a sus tres hijos adelante.
Tanto Daniel como Carmen, de hecho, ya no confían demasiado en las ayudas del Gobierno. “A mi marido le hicieron un ERTE el 19 de marzo y no lo ha cobrado. Además, ya no recibimos ninguna ayuda por nuestros hijos por parte de ninguna administración pública. Antes nos daban 100 euros cada tres meses por niño, pero ya ni eso. Mi marido y yo hemos trabajado toda la vida y nos duele que los servicios públicos no nos ayuden, pero sí lo hagan con otras personas que nunca han cotizado”, asevera Carmen.
Ahora, la familia Sossa Nava aguanta, como puede, con los sueldos de los padres, sendos cercanos a los 400 euros. Pero a las dificultades de llegar a fin de mes, se le suma el pánico a un nuevo confinamiento. “Sería terrible que volviesen a encerrarnos por la irresponsabilidad de la gente. Que mis niños vayan a sufrir un infierno de vivir en 35 metros cuadrados a 40 grados centígrados porque haya gente que no use mascarilla y no se cuide, me daría mucha rabia”, sentencia la madre de familia.
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