Los ojos de los vecinos de Los Marines, un pequeño pueblo situado en pleno centro de la sierra de Huelva, miran desde el inicio de la pandemia a la virgen de Gracia, su patrona. Cuenta la leyenda —hoy más viva que nunca entre los lugareños— que fue ella la que, en plena epidemia de cólera por los pueblos de la comarca, evitó que la enfermedad llegase a las casas de este coqueto pueblo onubense. La gratitud de los fieles con su patrona se tradujo en un voto que se ha mantenido de forma inquebrantable desde 1864. Desde entonces, en su día, el 8 de septiembre, se organizan unas fiestas patronales acompañadas de nueve novenas y nueve piezas de fuegos artificiales. Ni siquiera la Guerra Civil interrumpió la tradición surgida en plena epidemia. No hubo casos de cólera entonces, como tampoco los hay ahora de coronavirus. Desde el inicio de la pandemia, en Los Marines no se ha registrado ningún contagio. Los lugareños llevan medio año libres de la Covid-19. Otro milagro que atribuyen a la virgen, que se quedará sin fiestas este año.
Como Los Marines, otros siete pueblos de la comarca de la Sierra de Huelva se encuentran libres de coronavirus. Galaroza, Castaño de Robledo, Linares de la Sierra, Cortelazor, Puerto Moral, Santa Ana La Real o Alájar no tienen casos entre sus vecinos. En las estadísticas del Ministerio de Sanidad aparecen con cero diagnosticados, un reclamo que atrae visitantes a la zona, muy dependiente del turismo. Con ellos también llega la intranquila sospecha de que alguno de ellos puede llevar el virus a sus casas.
Israel Arias, alcalde de Los Marines (PSOE), presume de que sus vecinos han mantenido una actitud escrupulosa en el cumplimiento de las medidas decretadas por el Gobierno de Pedro Sánchez. Durante el confinamiento, y ante la falta de policías locales en su municipio, le tocó hacer guardia por las calles. Recuerda la tristeza de ver un pueblo inerte, con sus 396 habitantes enclaustrados.
“Yo digo que han sido ellos los que han hecho que el virus no llegue, pero los mayores del pueblo, los más devotos, señalan a la virgen como salvadora”, apunta Israel, que alerta a los periodistas de EL ESPAÑOL de la polémica que estos días recorre su pueblo.
El equipo de Gobierno decidió al principio de la pandemia suspender todos los eventos, algo que también afecta a las fiestas patronales. Una medida poco celebrada por muchos vecinos, que piden a su alcalde que permita al menos que se echen los fuegos como parte del voto que se le hizo a la virgen en 1864.
“La hermandad está empeñada en tenerlos, aunque sea a puerta cerrada, por el mero hecho de cumplir con la promesa; pero a ver qué se puede hacer”, dice Arias.
Los alcaldes de la comarca de la Sierra de Huelva se han mostrado tajantes respecto a dos medidas: cancelar las fiestas y no abrir las piscinas municipales. Así ha sido en todos estos pueblos, a excepción de Aracena, el mayor de todos con una población de 8.107 habitantes y en el que se han diagnosticado 55 casos y ocho fallecimientos. En los últimos 14 días, la provincia suma 108 casos. 62 de ellos, en la última semana.
Médico, alcalde y decisiones mancomunadas
Sin fiestas y sin piscinas han puesto cerco a los contactos masivos, una idea que surgió de una de las recurrentes videoconferencias que los alcaldes de estos municipios vecinos han mantenido desde el principio de la pandemia.
“Hemos encontrado apoyo en el alcalde de Alájar, Rafael, que es médico internista en el hospital comarcal de Río Tinto y es un tipo muy apañado —asegura el alcalde de Los Marines—. Él tenía más información y formación en estas cuestiones que el resto, y todas las preguntas iban para él”.
En Alájar tampoco hay casos. Ninguno de sus 758 vecinos ha dado positivo. La receta de su alcalde: “Lavado de manos, mascarilla y distancia social”. Las mismas que para cualquiera. “No ha habido más secreto”, apunta Rafael Martín Bohórquez, médico de 47 años. “Eso sí, hemos cumplido el confinamiento a rajatabla”.
Rafael recuerda que cuando todos estaban en casa, él atendía a las personas mayores de su pueblo al volver del hospital, donde trataba a pacientes enfermos por el coronavirus. “Así evitábamos que estuviesen fuera de casa”, asegura el galeno. En paralelo, desde el ayuntamiento se han mantenido desinfecciones periódicas dos o tres veces por semana.
“En clase, en la facultad, me decían: ‘No se infecta quien quiere, se infecta el que puede’. Esa es una regla de oro. Si las circunstancias son propicias, habrá contagio. De ahí que evitemos que se den esas circunstancias con el lavado de manos, las mascarillas y la distancia social”, apunta Martín, que gobierna Alájar desde hace un año bajo las siglas de un partido independiente.
— ¿Llegará el día en el que tengan casos?
— Es posible. Ya ha ocurrido en Aroche, en Cortegana… porque el virus no se ha ido. El miedo ha mantenido a la gente en sus casas, pero la tasa de contagios ha bajado y la gente ha malentendido que el virus ya ha pasado, pero está ahí. Ahora estamos viviendo una situación de mayor vulnerabilidad porque es cuando más visitas estamos teniendo. Eso da que pensar que pueda haber mayor contacto interpersonal y mayor posibilidad de contagio.
Gran parte de la economía de estos pueblos depende del turismo, además de la ganadería porcina. En la Sierra de Huelva no sólo disfrutan de una vida sosegada, al amparo de las encinas, los cerdos ibéricos. Cada vez son más los que se decantan por esta opción de turismo interior, que ofrece senderos en torno a los riachuelos y una estancia tranquila en pueblos de calles empedradas y casas amplias, frescas y de fachadas blancas. Este año, esta opción ha tomado mayor auge si cabe.
Turismo vs contagios
Luismi López vive, en gran parte, del turismo. Regenta desde el año 1992 el restaurante Los Arrieros en Linares de la Sierra, un pueblo de 263 habitantes situado en la espesa vegetación del Parque Natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Hasta allí se llega por una labertíntica y estrecha carretera. El premio para el viajero es descubrir un pueblo silencioso de intrincadas calles empedradas y grandes caseríos.
Los vecinos de Linares de la Sierra bromean con Luismi con la idea de rotular una calle con el nombre del restaurante, que es todo un motor económico para el pueblo. Hay quien se decide a visitarlos por la propuesta gastronómica de Arrieros, una cocina de cercanía, “tradicional, pero un poco elevada”, en torno a un claro protagonista: el cerdo ibérico.
Para Luismi, el hecho de que su pueblo no tenga casos de coronavirus ha servido como un potente reclamo para muchos viajeros. “Hay gente con miedo a la que este tipo de turismo le aporta seguridad. La gente está viniendo a la sierra, es un reclamo, se nota mucho más público que el año pasado”, asegura el cocinero.
El restaurante —galardonado con un Sol de la guía Repsol y un Bib Gourmand que otorga Michelin— ha estado cerrado durante cuatro meses. Durante ese tiempo han aprovechado para sembrar una huerta de tomates, habichuelas, pepinos, calabazas, pimientos, orégano, hierbabuena y demás hierbas aromáticas que usan en su cocina. Ahora han vuelto, pero sólo con el 75 por ciento de su aforo: 20 clientes. “Con eso vamos pagándonos el sueldo”.
“Es difícil ponderar, necesitamos que venga gente, porque nosotros generamos dinero para otras tiendas que viven del turismo —razona Luismi—. De hecho, estamos frotándonos las manos con el reclamo de cero contagios, pero vivimos con miedo de que traigan el virus, algo que sería desastroso para una población envejecida como la nuestra”.
Contagios “con nombres y apellidos”
En Cortelazor, un pueblo situado a unos veinte minutos en coche de Linares de la Sierra, también manejan esa dicotomía. En el pueblo viven en invierno unos 270 vecinos, pero la cifra de residentes se dispara en los meses de verano hasta los 1.500. Hay más de 80 plazas de alojamiento rural. El pueblo vive del turismo cada vez más.
María JL Hierro es artista. Su pareja, Enrique Rivero, es director de cine. Ella nació en Huelva. Él, en Ciudad de México. Ambos tienen hijos de relaciones anteriores. Él tiene dos, de seis y ocho años. Ella, uno de catorce. Ambos conocieron este coqueto pueblo de la sierra gracias a unos amigos. Lo que empezó siendo una escapada de fin de semana acabó en la compra de una casita que estrenaron justo al abrirse la veda de los viajes interprovinciales. “Fuimos los primeros en llegar, y nos miraban mal”, asegura ella.
La desconfianza duró poco. Un día el alcalde se acercó a ellos para preguntarles si habían incumplido el confinamiento. Ellos les explicaron que venían de Huelva y la voz se corrió entre los vecinos. Desde entonces son unos cortelazoreños más.
“Yo aquí encuentro mucha confianza. Es un pueblo muy comunitario. Nos han abierto las puertas y eso no lo encuentras en cualquier pueblo. Es pequeño, hay mucha naturaleza y mucha tranquilidad. Vamos a los riachuelos, muchos senderos… Es un gustazo irte a un riachuelo con una tumbona y un libro”, explican.
— ¿Os sentís más seguros viviendo en un pueblo?
— Sí, pero tienes cien mil veces más responsabilidad. En la ciudad, el contagio es anónimo, mientras en un pueblo tiene nombres y apellidos. Y si te contagias, te cargas a la mitad del pueblo.
Cuenta el alcalde de Cortelazor, Franco Javier de Pablos Candón (PSOE), que mantener a cero el contador ha traído consigo muchos sacrificios. Se han suspendido las fiestas del pueblo, que debieron de ser el 14, 15 y 16 de agosto. Tampoco se ha celebrado el certamen de pintura, la semana cultura o la fiesta del chopo. También se ha cancelado la romería de Nuestra Señora de La Coronada, la patrona, en el segundo domingo de mayo.
“Imponer sentido común”
Pero De Pablos no se arrepiente de la decisión al ver que todos sus vecinos, de una edad avanzada, siguen vivos. “No estamos contentos con la cancelación, pero se tenía que imponer el sentido común”, razona Franco. 170 personas, la mitad del pueblo, tiene más de 70 años. La entrada del virus causaría estragos en la población. De ahí los recelos con los que vienen de fuera.
En Galaroza, el turismo en tiempos de la Covid es un mal necesario. Hace 30 años vivían de la madera y muchas empresas hacían muebles. “Pero llegó el IKEA de turno y…”.
Su alcalde, Antonio Moreno (Ciudadanos), conoció esa época boyante, ya pasada. En su vida laboral cuentan los 27 años que estuvo dirigiendo la firma de embutidos Sánchez Romero Carvajal. A falta de madera, muchos se refugiaron en el cerdo ibérico, que ha perdido peso frente al turismo. También se han perdido habitantes. En la actualidad ya sólo viven en Galaroza unos 1.500 vecinos.
En su caso, la receta del éxito de los cero casos ha sido la anticipación. Suspendieron antes que nadie sus carnavales, incluso antes de que se decretase el estado de alarma, y otras fiestas de arraigo. “Fue una medida muy impopular pero que ahora agradecen los vecinos”, apunta. También repartieron mascarillas entre todos ellos a la semana de la primera comparecencia de Pedro Sánchez, cuando las autoridades decían que eran inútiles para la población en general.
"Dios lo ha querido así”
“También acordamos con los comercios locales que surtieran de productos a los vecinos a domicilio y atendieran por teléfono. Pusimos a un empleado municipal a hacer esos repartos, incluidas las aldeas del municipio. Y a los vecinos les recomendamos que no viajasen a hacer las compras a otros pueblos”, recuerda Moreno. Había que cercar al virus.
“Hemos tomado medidas, pero hemos tenido mucha suerte”, zanja el alcalde. “O como nosotros decimos en el pueblo, la virgen del Carmen nos ha puesto la mano encima, y el pueblo está contento”.
Milagro es la palabra más repetida en la Sierra de Huelva. Quienes creen no tienen dudas. Los agnósticos, en cambio, dudan hasta de su fe. Señalan al cielo en Los Marines, en Alájar, en Galaroza y en Puerto Moral, donde rezan a la virgen de la Cabeza.
Carmen, la vecina más longeva, con 90 años, tiene un rosario sobre el cristal de su mesa de camilla y el salón repleto de estampitas con santos. Ella es de los que tienen claro que en su pueblo ha habido una mano divina.
“Me he criado con la Iglesia, mire usted”, se disculpa la nonagenaria, a la que todo el pueblo conoce como la tía Carmen. Enviudó joven, a los 51 años, y no tiene hijos. Sus cuatro sobrinos nietos cuidan de ella, que anda con poca soltura.
Carmen asegura que no sale a la calle desde que se desató la pandemia. Y señala al dintel de la puerta como el límite que no piensa cruzar. Desde su ventana ve pasar a sus vecinos con mascarillas y se siente muy orgullosa del comportamiento que todos están teniendo para evitar que el coronavirus transite por las calles de su pueblo.
“La gente está poniendo de su parte, porque este pueblo es una gran familia y todos sabemos que nos tenemos que cuidar”, razona la anciana. Y zanja: “Yo rezo para que el virus no se acerque. Parece que por ahora está sirviendo. Porque si en muchos sitios hay casos, y aquí no, será que Dios lo ha querido así”.