“Pero que éramos cinco o seis, eh. Nada de 15 o 10 personas o las que dejen ahora, ni nada de pasar de las medidas sanitarias, eh… que, además, yo trabajo aquí y voy con cuidado”. Ana habla de aquella cena como echando balones fuera, que no es su culpa, que simplemente pasó y ya. Y, sin embargo, aquí está, saliendo del Hospital de Fuenlabrada con su yerno mientras se presiona el algodón del brazo. Fue, primero, un amigo de su hija el que dio positivo por coronavirus, luego su hija y, ahora, le toca a ella hacerse la prueba. Dice que se encuentra bien, que es por mera precaución, como si hace un minuto no acabara de toser raro.
Madrid se encuentra en la calma que precede a la tormenta del, por desgracia, esperado rebrote. El viceconsejero de Salud Pública y Plan Covid-19 de la Comunidad, Antonio Zapatero, ha comunicado este martes que ya hay 2.139 ingresados en las plantas de los hospitales y 275 pacientes en la UCI. Si bien la premisa antes era que esto del bicho no entiende de edades, fronteras, ni de clase social, la situación ahora parece bien distinta. “La mayor incidencia de casos de Covid está en la zona sur de Madrid”, ha explicado Zapatero en una rueda de prensa.
¿Y por qué el sur? “Hay más que en la zona norte y oeste, claramente, y está relacionado con la situación socioeconómica de la población. Se ve que los distritos con más incidencia en Madrid son los de menos renta per cápita, como Vallecas o Usera”, explica a EL ESPAÑOL un portavoz de la Federación de Asociaciones Para la Defensa de la Sanidad Pública. Esto es algo que este diario ya señaló y no es sólo aplicable a Madrid: un estudio elaborado en Barcelona muestra cómo la primera ola se cebó más con aquellos sitios en los que hay menor renta.
Está claro que no es lo mismo ir al trabajo en transporte público que en coche propio. Igual que tampoco se parece tener que caminar por calles hacinadas, llenas de bloques, que hacerlo por las anchas aceras de una localidad con poca densidad y mucha renta. Tampoco tiene nada que ver confinarse por precaución, faltar al trabajo, cuando uno no tiene que mirar la cuenta corriente a ver si este mes es que sí o va a ser que no.
Para tomarle el pulso a la situación, este diario ha recorrido cuatro de los principales hospitales que están notando la presión en el sur. Tienen, todos ellos, cosas en común: sanitarios cansados y esperando que no se vuelva a lo de antes, gente que se ha contagiado a pesar de todo, plantas que cada vez cuentan más camas ocupadas y menos sitios libres y UCI con la memoria corta recordando lo que fue, esperando.
“La cosa no va bien, va mal. ¿Quieres que te cuente más?”, explica un doctor, junto a dos compañeros, mientras se dirigen al módulo de Covid habilitado, medio improvisado con unas casetas como de obra, en el parking del Hospital 12 de Octubre. “Esta zona del sur es más complicada por la clase social. Hay mucha gente que hablas con ellos y te dicen que no pueden hacer el confinamiento que deberían porque pierden el trabajo y ves que hay más gente y que es muy difícil mantener una distancia de seguridad”, comenta, antes de entrar en el turno del que saldrá la mañana de este miércoles, quizás mientras usted lee esto, con los ojos escocidos por las gafas de metacrilato que forman parte de su EPI.
Cancelando cirugías
La mañana se presenta relativamente tranquila en la puerta de Urgencias del Hospital Universitario de Móstoles. En una hora llegan un par de ambulancias y se desata el ritual de desinfección por parte de los técnicos pero nada que ver con la actividad que regenta el Mercadona que hay justo enfrente. De sus 332 camas, hay 44 ocupadas por pacientes con coronavirus y otros cuatro están críticos en la UCI, según los datos facilitados a este diario por la Federación de Asociaciones Para la Defensa de la Sanidad Pública, los más fiables a falta de datos oficiales desagregados por parte de la Comunidad.
Que el aparente número de camas no distraiga. El de Móstoles es el segundo hospital más afectado de la región sur, sólo detrás del 12 de octubre y la localidad es una de las punteras en casos de Covid-19. De hecho, hace un mes el centro tuvo que activar un plan de elasticidad que consistía en suspender toda cirugía no prioritaria y cancelar varios de sus servicios para volcarse en actuar contra el coronavirus. La primera semana tenían 24 ingresados, ahora son el doble.
“Los ánimos están destrozados”, apunta un celador vestido de paisano mientras apura un cigarro junto a otro compañero. “La gente es que… como si nada. Está mejor que en abril todo esto pero va para arriba. No hay más que ver el parque este de aquí”, dice señalando. “Vente por la noche, todos los días hay botellón, 9 o 10 personas. Las plantas están todavía bien pero viene algo, y como sea como la última vez, yo acabo en el psiquiátrico”, apuntala.
Y lo secunda una compañera que también aprovecha la pausa para el cigarro. “Lo que pasó fue traumático. La cosa ahora está más o menos… bueno, pero aquello fue traumático, espero que no se repita”, dice. Y, a sus espaldas, el ritual de desinfección de la ambulancia. “Ya no es como antes, no, pero estamos viendo cómo hay muchos asintomáticos y eso es lo más complicado de todo”, comenta, apresurado, deseando que se le deje en paz para seguir echando el líquido por la camilla que entró con alguien y ahora sale vacía.
Sólo una cama libre
El Hospital Universitario de Fuenlabrada, ahora mismo, tiene un problema: sólo queda una cama libre en la UCI. Hay ya 10 personas en estado crítico y sólo caben 11. Por eso está aumentando la preocupación en el centro y desde su dirección han reservado módulos de la segunda planta para lo que pueda venir. Fuera de la UCI, hay 49 camas ocupadas por positivos ante un total de 406. Cuando se piensa en el por qué y se mira de nuevo al elemento socioeconómico, se ve que Fuenlabrada es el gran municipio más pobre de la Comunidad de Madrid.
Es aquí de donde sale Ana, el testimonio que abre este reportaje, junto a su yerno Juan Manuel. La suya es una historia que podría ser de cualquiera. Respetando las medidas sanitarias, estuvo con su hija en una cena pequeña. El problema es que un amigo de la chica dio positivo y ahora es ella la que tiene fiebre. Al amigo le hicieron la prueba un viernes pero no lo dieron los resultados hasta el lunes y, justo, ese fin de semana ellos cenaron sin saber lo que podía venir.
-¿Los rastreadores les han llamado para que vengan a hacerse la prueba?
-¿Los rastreadores? Nada de nada. Hemos venido por nuestra cuenta. La niña dio positivo y así lo hemos tenido que hacer. Ella, por lo menos, está relativamente bien, sólo tiene fiebre.- explica, desgranando cómo algo aparentemente inocuo como una cena puede acabar con el peor de los resultados.
“A ver, yo estuve en IFEMA cuando todo aquello y es que era como una guerra, había gente tirada por el suelo y muchos muertos”, explica un técnico de ambulancia mientras pliega la camilla. “Aunque no sea así, sí que están subiendo los positivos y da un poco de miedo”, añade. “Se están haciendo PCR de manera constante”, comenta Malvina, una enfermera. “¿Más que antes? Claro, es que antes ni había pruebas que hacer. Ahora intentamos ser optimistas, no sé, pero es que es una incertidumbre constante”, añade ella.
La UCI, llena
Marina dice que no quiere hablar. Esta enfermera mira a través de unos ojos verdes enmarcados en el dibujo que le han dejado en la cara las gafas del EPI. “Acabo de salir de la zona roja, perdona, es que estoy un poco mareada”, dice, y se une a otro grupo de trabajadores. Pero el tema no la abandona. “Tenían que abrir ya el IFEMA”, le opina su compañera. “Pero es que no hay gente, antes usaban a los de los centros sanitarios y esos ya están saturados también… es que no sé en qué va a acabar esto”, dice la otra enfermera.
El Hospital Severo Ochoa en el que todos ellos trabajan fue uno de los más castigados de Madrid por el coronavirus. En la primera oleada se vio cómo el centro colapsaba y la historia se reptie: en la actualidad tiene todas sus camas de UCI, 10, ocupadas. También es el segundo de los que este diario ha visitado con más pacientes con la enfermedad en planta, 40 en el módulo B y 20 en el módulo C de la tercera planta. Fuentes del centro comentan a este diario que están planteándose habilitar otras ocho camas de UCI si la cosa sigue así.
“Lo que estamos viendo es que la gente que viene por esto ya no es tan mayor”, explica el guardia de seguridad. “Son todos más jóvenes, gente como nosotros”, añade, mientras derriba el segundo mito, una vez superado el de que el coronavirus no entiende de clase social, que dicta que la cosa no va de edades. Aunque Leganés no tiene una renta per cápita tan baja como las demás áreas de influencia visitadas, es uno de los municipios que más positivos ha estado acumulando durante la pandemia, aumentando así la incesante presión sobre los hospitales del sur.
-¿Hay algún tipo de optimismo?
-Hombre, antes las Urgencias estaban llenas de personas por el suelo. Ya no es lo mismo. Ahora, sigue cansando, porque con el EPI hace muchísimo calor. Pero en cuanto al optimismo… pues depende de lo que haga la gente y a dónde nos lleve todo esto.- relata una enfermera.
En esas, entra una ambulancia habitada por un señor mayor. Los técnicos le bajan a una silla de ruedas y, a gritos, una enfermera le pregunta “¿Ha tenido falta de aire o tos?” No. “¿Ha estado en contacto con alguien con coronavirus o lo ha tenido usted?” No. Todo bien, a seguir.
El más golpeado
En unas escaleras adyacentes a la entrada de Urgencias del Hospital 12 de Octubre, una enfermera mira el móvil sentada con la mascarilla ligeramente bajada. Cuando el periodista se le acerca para preguntar por la situación, mientras se sube la mascarilla y hace un gesto de hartazgo, dice que no. “Es mi momento de relax, la verdad, antes de entrar ahí. No quiero remover nada”, dice, y en ese “ahí” señala a una pared. Detrás de ella está todo eso. Y es que el Hospital 12 de Octubre es el peor de esta ruta, por la gente que atiende, y porque recoge la presión de los barrios del sur de Madrid, los más desfavorecidos económicamente, los que más contagios gastan.
El ambiente en este centro es el más movido de los cuatro. Se junta que llega la hora de comer, y su cambio de turno, con el ajetreo perenne que mueve constantemente. Si en los demás sitios es relativamente difícil encontrar a alguien que esté ahí por la Covid-19, aquí afloran solos. “Tengo un amigo ahí, llevo un par de horas esperando”, explica un hombre de etnia gitana. “Está mi pareja ahí, ya es la tercera vez que le hacen la prueba. Le sale que no pero sigue teniendo los síntomas”, dice Ángel, de origen latino.
Su “ahí” no es el mismo que el de la enfermera. Ellos se refieren a una suerte de casetas de obra montadas en el parking, frente a las Urgencias. Basta pararse un rato, mirar, para ver que de ese “ahí” sólo sale gente triste o gente que hace su trabajo enfundados hasta lo imposible con los EPI. Se trata de un módulo medio improvisado que sólo recibe a pacientes de coronavirus. Mirar por las pocas ventanas con la persiana subida da una idea de lo que hay “ahí”: pacientes por todos lados, medio a oscuras, guardando su distancia de seguridad mientras les atienden sanitarios que parecen sacados de E.T.
De sus 1.256 camas en total, el 12 de Octubre tiene un total de 197 ocupadas por pacientes positivos y hay otros 21 en la UCI. Es el cuarto hospital más afectado por el coronavirus de todo Madrid, superado sólo por aquellos que están en el centro de la ciudad, que atienden a una densidad poblacional mayor. Y eso es justo porque aquí es a donde tiene que ir la gente de ese sur más empobrecido, de clase más obrera.
“Por este módulo deben pasar una media de 600 personas al día”, explica a este diario uno de los tres médicos que remarcaban la cuestión socioeconómica para responder al por qué. “Nosotros atendemos a unos 40 por turno”, añade. “Hay muchas cosas que no se están haciendo bien”, explica su compañero. “Por ejemplo, nos viene gente que sólo han tenido contacto y eso debería ser cosa de los rastreadores o mandarles a otro sitio. Además, reparten menos EPI, como esperando que no se acabe, tal y como ya pasó”, apuntala. “Y falta personal”, apunta el tercero. “A veces nos mandan gente de otras partes del hospital, lo que hace que a su vez se deje otros sitios desatendidos”, añade.
Mientras hablan, a nuestras espaldas, una ambulancia se abre y baja una señora, completamente tapada, en una camilla. Todos los que esperan en Urgencias la miran y se apartan. No por respeto, que quizás, sino por lo que intimida el traje, completamente cubierto a prueba de Covid, del hombre que la empuja. Esto, como dicen, no ha acabado.