“Pero hombre... ¿qué hace un ninja como tú así sin capucha, ni una espada a cuestas?”.
José Defez encaja la broma mezclando sonrisa y suspiro. Porque él sabe mejor que nadie que los ninjas existieron, pero no con ese nombre. Ni llevaban espada a la espalda. Ni mucho menos iban vestidos de mamarracho, como suelen aparecer en las películas. Los ninjas fueron un cuerpo de élite de los samurais japoneses entre los siglos XIV y XIX, y lo que querían precisamente era pasar desapercibidos.
El nombre correcto de los ninjas es Shinobi, como aquel videojuego de Sega. Una orden militar que se encargaba de las misiones más complicadas. Desde la diplomacia hasta el combate con armas, pasando por el envenenamiento de los enemigos. Una especie de boinas verdes de los samurais. El oficio desapareció oficialmente en 1868, coincidiendo con un periodo de paz en Japón. Pero las enseñanzas se han seguido trasmitiendo de forma oral, con cuentagotas. Y aunque el oficio de shinobi ya no existe, todavía quedan tres maestros en el mundo. Dos de ellos son japoneses.
José Defez sabe todo esto porque él es el tercero. Un valenciano de 48 años que ha acabado consagrando su vida a esa disciplina. Recibe a EL ESPAÑOL en el dojo (gimnasio de artes marciales) de su domicilio particular, en los montes de Valencia. Es la única persona no japonesa reconocida en el mundo como maestro de Shinobi. Tras 10 años de preparación, 19 viajes a Japón, 3 libros escritos e innumerables entrenamientos extremos, José Defez ha sido el último en obtener el grado de profesor. Él es el último ninja.
De mitos
En el dojo de la casa de José hay una imponente colección de armas blancas. Se dirige hacia una espada recta y larga. Desenvaina despacio, casi de forma ritual. El sol refleja en la hoja: “¿Te suena? Se llama ninjato y es la espada que llevan los ninjas a la espalda en las películas. Pues bien, ni existió, ni los shinobis llevaban espada ninguna detrás. No sería práctico, no hay una forma natural de agarrarla en esa postura, si se caen les podría dañar...”.
Como ese mito, un montón. José Defez los desmonta todos. Es una absoluta enciclopedia del arte ninja, o shinobi como le gusta llamarlo a él: “Porque lo de ninja tampoco es correcto. Es una expresión de origen relativamente moderno que está relacionada con la cultura del cine, el anime y los videojuegos. Ninja viene de la traducción al chino del kanji (carácter japonés) ‘shinobi’”.
Más errores de bulto: “El uniforme. Si su objetivo era pasar desapercibidos, no podían llevar una indumentaria que les identificase. No podían ir uniformados porque los reconocerían enseguida y los matarían o los llevarían presos. Lo mismo con la katana; no tiene sentido que lleven encima una espada larga que les identifique como shinobis”, resume de carrerilla.
Alude también a la archiconocida rivalidad entre ninjas y samurais, que según cuenta José, es más una exigencia del guión cinematográfico de turno. Como cuando tocaba enfrentar a King Kong contra Godzilla: "Los ninjas, insisto, también eran samurais", subraya mientras muestra otro supuesto icono del personaje: las estrellas ninja.
"Las estrellas en realidad se llaman shuriken y tampoco tenían esta forma. Un ninja no llevaba estrellas metálicas en el cuerpo, porque hacen ruido y no son prácticas". José se carga el mito de un plumazo y cuenta que las verdaderas estrellas ninjas no tenían en realidad forma de estrella. Eran, en realidad, un punzón metálico muy afilado: "Más práctico, más discreto y la punta calibrada para que se clave. Este que sostengo en las manos lo fabriqué yo mismo. Lo del ninja tirando estrellitas es otra aportación del cine y la literatura".
Sueño ser un ninja
José sabe de lo que habla porque lleva 17 años estudiando el temario. Esta es la historia de un valenciano aficionado a las artes marciales que no encontraba su disciplina ideal. Había escuchado hablar del shinobi, el arte ancestral de los ninja. Pero ninguna de las ofertas que encontró le convencieron. Bien por el nivel, bien por el dineral que costaban: “Igual me pedían mil o dos mil euros por cada clase. Ya me hacía desconfiar”.
Siguió investigando hasta descubrir que en Japón vivía Jinichi Kawakami. El último ninja vivo. Un ingeniero japonés heredero de la sabiduría shinobi. El último maestro, el depositario de todo un legado marcial de 7 siglos. Era 2003 y José no se lo pensó. Emprendió rumbo a Koka. En esa ciudad japonesa es donde la familia 'Ban de Koka' fundó la disciplina. Hasta allí viajó José sin más plan que el de ser aceptado como discípulo.
“Para que el maestro Kawakami te acepte necesita que ver que eres honesto y que tienes capacidad de sacrificio. Que realmente va a enseñar a alguien comprometido, con ganas de aprender. Si lo identifica, ni siquiera te cobra. Yo veía supuestas clases anunciadas por 1.000 euros, pero el maestro Kawakami nunca me cobró. No sólo eso: nos presta el alojamiento y nos da comida. Yo tampoco cobro. No hago esto para ganar dinero. Es otra cosa; es difundir un arte ancestral y que no caiga en malas manos”, sentencia.
Sin beber ni comer
Llegó José a Japón, pasó la entrevista con el maestro Kawakami y empezó el entrenamiento extremo. “Podíamos estar una semana sin comer, a base solamente de té, agua e infusiones. O un tiempo muy prolongado sin beber agua. Si apretaba el calor, entrenábamos con mucha ropa puesta. Si hacía frío nos íbamos a meditar bajo una cascada, a endurecer el espíritu. O a correr descalzos por la montaña, a clavarnos piedras y pinchos en los pies”; resume ahora.
No parecen, a priori, unas vacaciones ideales en Japón. Pero José no había ido de veraneo. Acababa de encontrar la vocación de su vida. “Yo le dije al maestro que lo único que quería era aprender, que haría lo que fuese necesario”. Y eso hizo todos los años siguientes. Ir a Japón a segur recibiendo clases, a seguir meditando bajo el agua helada y a seguir clavándose pinchos y piedras en los pies descalzos. Hasta en 19 ocasiones a viajado al país del sol naciente para empaparse de las enseñanzas, en una casa aislada en las montañas de Koka y en las condiciones más extremas.
El esfuerzo es duro porque el ninja (perdón, shinobi), tenía que ser el guerrero más preparado, el más sigiloso. Tenía que pasar desapercibido y para ello también se le permitía disfrazarse y suplantar personalidades. "Al desplazarte entre zonas, camúflate. Puedes cambiar tu cara, tu cuerpo y tu ropa", dicen las enseñanzas. Daba para ello cinco perfiles de incógnito: "Puedes caracterizarte como monje, médico, empresario, granjero o una persona con determinados vicios".
Entrenar borracho
Uno de estos vicios autorizados para el camuflaje era el alcohol. El ninja podía hacerse pasar por un mendigo borracho para no levantar sospechas. Por eso, el guerrero debía estar preparado para mostrarse en plenitud de facultades a pesar de una hipotética borrachera monumental. Pues esto también es parte del entrenamiento que tuvo que pasar José.
“Nos poníamos a beber cerveza y sake. Cuando el alcohol había hecho efecto, procedíamos a entrenar. Lo que hay que conseguir es que el alcohol no afecte. Ni el frío, ni el calor. Nada. El shinobi tiene que poder soportarlo. Había guerreros que podían pasar dos y tres días esperando a atacar y permanecían escondidos en un pozo ciego (el lugar donde se defecaba), entre excrementos. Aguantando hambre, sed, mal olor y los bichos picando”, explica José.
Otros entrenamientos extremos consistían en pasar días inmóvil, porque el ninja podía verse en la tesitura de tener que ocultarse tan bien que fuese confundido con una piedra. O aprenderse la forma de caminar de un auténtico guerrero, para no ser detectado. Desde el 'paso sigiloso' al 'paso flotante', pasando por el 'paso de la tortuga' o el 'paso del conejo en la hierba profunda'. Porque la forma de andar importa,
Esa ha sido su rutina durante 17 años. José empezó el entrenamiento en 2003 y ha ido viajando religiosamente cada año. Algún año incluso ha repetido. Sus estancias suelen durar uno o dos meses. Solamente se ha saltado el viaje de 2020, por cuestión de fuerza mayor: "El coronavirus ha hecho que tengamos que aplazarlo. Ahora, en este mes de octubre, nosotros ya tendríamos que estar allí", aclara José.
El maestro valenciano
En 2013 llegó por fin el ansiado título. José ya era maestro shinobi, después de una década de sacrificio: “Es un periodo de 10 años, que es un plazo muy japonés. Como una carrera universitaria. Para servir el té correctamente también invierten diez años. O para aprender a poner kimonos, porque estas cuestiones tradicionales son milimétricas. Si el doblez del kimono va de tal forma, significa que va exactamente de tal forma, no va un centímetro más a la izquierda o a la derecha”.
Y es aquí en Valencia donde se encuentra el único dojo oficial de shinobi que hay fuera de Valencia. José no abandona su aprendizaje y se encarga de divulgar el shinobi por el mundo. Imparte charlas en países como México, Chile, Finlandia, Brasil. Y en su casa de Valencia sigue dando clases.
Pero no se publicita, porque no es el suyo un gimnasio al uso, al que se accede mediante pago de una matrícula. Esto es algo más personal y hay una especie de casting. "Yo acepto a quien quiero. Tampoco cobro, como no me ha cobrado nunca mi maestro. Si alguien quiere aprender, necesito hablar con él primero. Si la primera impresión es buena, lo cito a una entrevista", resume.
Sobrevivir al harakiri
Cuenta José que el entrenamiento en su dojo valenciano es "exactamente igual que el que imparte Kawakami, no hay variaciones en el sistema. Lo que sí que se eluden algunas enseñanzas, como la de fabricar veneno". Porque el arte ninja no puede caer en malas manos. U otras cuestiones que, por cuestiones de física, resultarían imposibles: "Cuando el shinobi recibía formación desde niño, aprendían a dislocarse huesos para meterse en los sitios más inaccesibles. Eran capaces incluso de desplazar órganos internos de su cuerpo, para fingir un seppuku (harakiri) y salir indemnes"
A lo que sí que se enseña en su dojo es a cuestiones mucho más rutinarias. Cuestiones que yo no entiendo. Por ejemplo, a servir el té correctamente. "¿El té? En qué medida es importante aprender a llenar una taza?". José me contesta a la pregunta con un rápido movimiento de manos. Me agarra por los pulgares y me hace amago de dislocarlos: "Si le estás sirviendo un té a tu enemigo y llevas los pulgares visibles, te los puede atrapar e inmovilizarte. El té se sirve con los pulgares escondidos", concluye, mientras me miro con alivio mis pulgares ya liberados. Creo que, a partir de ahora, pienso esconder mis pulgares hasta para ponerme un café de la Nespresso. No todos los días recibe uno lecciones gratis de un ninja.
No obstante, José aprovecha para recordar que "el shinobi, como tal, no existe desde 1868. El periodo Edo trajo la paz a Japón y el oficio de shinobi quedó en desuso. Se empezaron a abrir academias para seguir impartiendo las enseñanzas. Pero oficialmente no podemos decir que ni yo ni mi maestro Kawakami seamos shinobis, porque el oficio como tal no lo hemos desempeñado nunca". Su labor, sin embargo, es que esta disciplina no desaparezca, aunque está en peligro de extinción.
Compañeros de viajes
José Defez no ha estado solo en estas aventuras. En 10 de los viajes a Japón le ha acompañado Ana, su esposa, que nos recibe en el dojo con un kimono. Una 'afición' de este calibre y coste puede acabar dando con una relación sentimental al traste. Pero Ana ha acabdo imbuyéndose también de toda la cultura tradicional nipona. Su apoyo ha resultado fundamental para que Jose pueda alcanzar sus objetivos.
También ha estado formando parte de la expedición Germán Gómez, otro valenciano que empezó a seguir la estela de José en los primeros años de aprendizaje. Ahora es considerado uno de los pocos expertos mundiales en esta disciplina. Es el único extranjero, junto a José, que domina este arte. Es este un escorzo histórico inesperado: después de años siendo patrimonio exclusivo nipón, ahora es Valencia el lugar que guarda el secreto de la familia 'Ban de Koka'. La capital del Turia es también la capital mundial de los ninja. Eso sí, sin capucha ni estrellas de puntas.