Si algo marcó la infancia de Carlos Moreno Fontaneda (43) fueron las galletas. En su recuerdo están aquellos días en los que siendo pequeño acompañaba a su madre, una de las herederas de la galletera que lleva su apellido, al municipio palentino donde esta familia creó todo un imperio de la nada, Aguilar del Campoo.
Allí, la cuarta generación de la saga todavía conservaba por entonces su joya de la corona, una fábrica de grandes extensiones en pleno centro de la localidad desde donde distribuía las icónicas María Fontaneda a medio mundo.
Para Carlos, resulta difícil olvidar ese olor inconfundible a galleta cuando recorría las calles de Aguilar. Pero aún más cuando su madre se reunía con sus tíos y el resto de accionistas en el consejo de administración de la empresa y él se quedaba en el interior de la fábrica haciendo pastas. "A mí me daban masa de galletas y hacía letras o muñecos, las pasaba por el horno y después las recubría de chocolate", recuerda este madrileño, en una entrevista con EL ESPAÑOL.
Hoy, en cambio, la realidad de esta familia es completamente distinta. El destino quiso que los Fontaneda vendiesen su galletera a finales de los noventa a una multinacional y se deshicieran de ella para siempre a razón de la crisis económica de la época. Desde entonces, las galletas pasaron a ser solo historia, eso sí, familiar. O eso creíamos. Hasta que hace unos años llegó a escena, precisamente, Carlos Moreno, uno de los últimos eslabones de los Fontaneda.
Bar Galleta
Al principio, este empresario tomó un camino completamente distinto. Estudió Marketing y se dedicó a él durante doce años en la multinacional Procter & Gamble hasta que decidió dar un cambio a su vida. "Estaba un poco cansado y la restauración siempre me había gustado desde pequeño. Me encantaban los restaurantes y los hoteles, y sobre todo la decoración. Con el dinero que tenía no podía montar un hotel, así que decidí montar un restaurante", cuenta Moreno Fontaneda.
Pero ¿qué concepto elegía? No tardó demasiado en descubrirlo. "Al final, hay cantidad de restaurantes que se copian entre ellos y pensé que no había nada más propio en mi casa que el mundo de las galletas. Ahí fue cuando pensé hacer un homenaje a mi familia". Carlos decidió revivir su pasado familiar materno, responsable de fabricar y comercializar las galletas más famosas en el siglo XX, y llamar a su restaurante Bar Galleta.
No obstante, no solo sería su denominación lo que escondería su herencia familiar. También la carta y la decoración. "Empecé a comprar publicidades antiguas de Fontaneda para decorar las paredes. Puse una librería con una colección de libros de mi madre, el suelo de espiga, recordando al cereal y mucha madera, para que recordarse al tono de color de la María Fontaneda. También compré fragancias. Así cuando entras al restaurante todo te recuerda al mundo de las galletas, a mi mundo", señala este empresario.
Y no solo eso, también sus platos. Uno de sus postres estrella es la tarta de galletas (Fontaneda, claro) que le hacía (y hace) su madre desde pequeño. "La tarta de mamá estuvo desde la apertura. Vino mi madre con el chef y la hicieron en una cacerola. Sin embargo, después al tener tanta demanda, creamos el concepto de esta tarta en vaso para que así solo tuviésemos que sacarla de la nevera", cuenta.
Después está el resto de la carta. Donde utiliza la galleta para hacer diversos platos salados. "Como la galleta no es muy dulce, si la trituras acabas teniendo un empanado. Así que empezamos con las flautas de pollo rebozadas en galleta. También probamos con las berenjenas y el calabacín. Hemos ido probando con unos platos y otros. A mí me encanta viajar y siempre incluyo ideas nuevas en la carta", prosigue.
La confitería
Hasta la fecha, la idea de recuperar su pasado familiar solo le ha traído éxito. Cuenta con un total de cinco restaurantes distribuidos por las mejores zonas de la capital española. Y no tiene pensado dejarlo ahí. "Antes de la pandemia mi plan de expansión era abrir una pastelería. Comenzar con este negocio es más fácil, los costes son más sencillos y hay muchos postres que no requieren extracción".
— Es bastante curioso, ¿tu bisabuelo también empezó montando una confitería en Aguilar del Campoo, no?
— Sí, genéticamente está claro que hay algo. Mi bisabuelo hacía sus propios dulces en la tienda, y después fue mi abuelo quien trajo la galleta María. Yo nací cuando él murió.
Eugenio Fontaneda Millán, el bisabuelo de Carlos, comenzó a fabricar bizcochos, galletas y chocolates de forma artesanal en su confitería en 1881. Después, tras adquirir una nave en el lugar donde se asentaría su histórica fábrica, sería su hijo, Rafael Fontaneda Ibáñez, quien comenzaría a industrializar la popular galleta María y daría el despegue definitivo a la marca, a partir de 1921.
Tan solo diez años después, este palentino había logrado triplicar la capacidad de producción de su fábrica. En 1950, ya era la principal empresa galletera del país. Así, Fontaneda continuó funcionando como una empresa familiar hasta que en 1996, la incapacidad de la cuarta generación, según publican algunos medios en aquella época, para gestionar la la empresa no les dejó otra opción que venderla. No obstante, muchos de los que entonces eran accionistas, según esgrime Rafael Fontaneda en una entrevista a Abc a principios de la década, se opusieron a la venta. "Cuando hubo que vender la sociedad, que no todo el mundo en la familia estaba de acuerdo, nadie preveía que después desde la empresa no se iba a potenciar la marca Fontaneda ni que se fuera a producir esta situación", comentaba Fontaneda, sobre lo que pasó después con la empresa que tenían en Aguilar.
"Todo ocurrió después de la crisis del 92. Cuando se murió mi abuelo, mis tíos y mi madre llevaron la fábrica muchos años más. Pero el cambio de tendencia a los cereales y a la galleta saludable, como hizo Gullón, y después la devaluación de la paseta, no dejo alternativa. Era cerrar o vender. Las empresas familiares eran complicadas. Eran siete hermanos, todos con un voto diferente. Mi madre decía que había que probar hacer cereales, pero al final era cerrar o vender. La marca era muy fuerte, tenía que seguir existiendo", cuenta el último descendiente de los Fontaneda.
Finalmente, la familia vendió la empresa por 4.000 millones de pesetas a Nabisco, una multinacional americana. Y años después, la adquirió el grupo Siro, quien acabó por demoler la fábrica Fontaneda en el centro de Aguilar del Campoo, convirtiéndola en un aparcamiento de coches. Y dejó a la localidad sin su preciado olor a galleta. "La familia no esperaba que la fuesen a quitar de allí, sobre todo porque el nombre aparece en la galleta. Es la herencia de la marca; si haces eso te cargas una parte", justifica Carlos Moreno. En cualquier caso, ya poco se puede hacer. Lo único que los Fontaneda conservan en Aguilar es la casa familiar donde algunos de sus miembros acuden los fines de semana. Otros, en cambio, jamás han salido del pueblo.
— ¿Qué pensó tu madre y tu familia cuando les contaste la idea?
— A mi madre que se llamase Galleta le encanta. A mis tíos también. Todos en general se sienten orgullosos de que Fontaneda siga ligado a algo relacionado con las galletas.
Quién sabe, quizá la historia se repita y Carlos Moreno Fontaneda vuelva a crear otro imperio como su bisabuelo.