Desde principios del pasado noviembre, un hombre de 71 años que hasta hace poco tocaba el cielo de la política española y de la economía mundial, llega una vez a la semana con su moto al número 36 de la calle La Bañeza, en el barrio madrileño de El Pilar.
Entre coches sin lujos, edificios humildes y bares de barrio con escaso glamour, el señor, con la salud ya delicada, aparca su ciclomotor, se quita el casco y se atusa el poco pelo que le queda. Luego, intentando que nadie se percate de quién es, entra con prisas a la sede de la Congregación Carcelaria de España (CONCAES), una asociación sin ánimo de lucro que ayuda a la reinserción e integración de presos en la sociedad.
- Hola, buenas tardes. ¿Qué tal?- le dice con educación a la empleada que se encuentra junto a la entrada, detrás de un escritorio.
- Bien, Rodrigo- le suele contestar ella-. ¿Qué tal estamos hoy?
Ese hombre de ademanes corteses y voz rotunda es el mismísimo Rodrigo Rato y Figaredo, quien fuera ministro de Economía varias veces con José María Aznar en La Moncloa, vicepresidente del Gobierno o director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), cargo con el que alcanzó la cúspide de su carrera.
Pero ahora, Rato, alejado de los restaurantes de lujo que frecuentaba cuando vivía en Washington, intenta purgar su persona entre presos que, como él, se encuentran cumpliendo el final de su condena en un régimen penitenciario de semilibertad.
Según confirman a EL ESPAÑOL fuentes cercanas al propio Rato, una vez a la semana acude a este centro para participar en una terapia de hora y media con psicólogos. Se trata de una reunión de grupo junto a otros tres presos más.
Los psicólogos que les tratan les ofrecen mecanismos para reconducir sus vidas alejados del delito. Dispuestos en una clase similar a la de un colegio cualquiera, con pizarra incluida, Rato y sus compañeros de terapia escuchan con atención. No tiene que tomar notas. Simplemente, escuchar y comentar lo que considere oportuno.
Fue Instituciones Penitenciarias, dependiente del Ministerio del Interior, la entidad que le propuso acudir a CONCAES cuando se le concedió el tercer grado. Aunque tendría que dormir en prisión entre semana, la pandemia ha propiciado que no tenga que pasar la noche en su celda de Soto del Real.
“Le está viniendo bien acudir a ese centro. Es un hombre muy religioso que cree en la reeducación del ser humano”, explica una persona que mantiene contacto frecuente con él.
Hace casi dos meses y medio, Rato salió de prisión con pulsera telemática tras ser condenado en octubre de 2018 a cuatro años y medio de cárcel por el caso de las ‘tarjetas black’ de la extinta Caja Madrid. El juez de Vigilancia Penitenciaria de la Audiencia Nacional, José Castro, le concedió el tercer grado por su buen comportamiento entre rejas, porque había cumplido ya un cuarto de su pena y porque acababa de ser absuelto en el juicio de la salida a bolsa de Bankia.
En su auto, Castro esgrimía la “edad avanzada” de Rato, la enfermedad coronaria que padece, la escasa posibilidad de reincidencia y el haber devuelto los casi 100.000 euros gastados indebidamente con cargo a la antigua caja.
Con una tarjeta de la entidad de la que fue presidente pagó 3.600 euros en alcohol, 2.172 euros en discotecas y clubs, 2.500 euros en objetos de arte y hasta 32,2 euros de una pequeña compra en Mercadona.
La cola del hambre
Este pasado jueves, una decena de personas aguardaban en la calle a recibir comida en la puerta de CONCAES. Ocurre una vez al mes. Ese día, la Confraternidad Carcelaria de España reparte alimentos a quienes lo necesitan.
En el almacén se organiza el reparto, aunque antes hay que pasar por la oficina contigua. Allí, dos mujeres esperan para dar el turno. Fuera, expresos y personas necesitadas esperan a que les llamen.
En esa actividad debió haber participado Rato este jueves. Sin embargo, pidió que se le pospusiera a la primera semana de 2021 alegando problemas de salud.
"No suele fallar. Si dijo eso, será verdad", explican las fuentes consultadas. CONCAES también tiene previsto repartir regalos de Navidad a hijos de presos, otra de las actividades en las que podría participar el hombre que un día sonó en las quinielas para ser el sucesor de Aznar al frente del PP.
El día que un reportero de este periódico visita el lugar hay expresidiarios y familiares de presos esperando lotes de alimentos. En CONCAES no hay nombres, no hay delitos. Todo es anónimo. Se trabaja en silencio por la reinserción. Hay cláusulas de confidencialidad firmadas.
Sin embargo, a veces las personas que acuden aquí no son tan anónimas. Irremediablemente, se les conoce nada más verlas. Algunas, como Rato, han salido en la televisión o han protagonizado portadas de periódico por los casos de corrupción en los que se han visto inmersos.
Pero, por el momento, a Rato le está funcionando bien ese perfil discreto con el que llega a la sede de CONCAES. Ningún vecino dice haberlo visto. Es complicado en esta parte de la calle de La Bañeza, donde hay una zona estrecha de aparcamientos que permite llegar hasta la misma puerta de la asociación sin apenas dificultad.
Hasta allí, una vez a la semana, acude montado en su moto desde su casa en el barrio de Salamanca, la zona más rica de Madrid. Tras remontar hacia el norte de la capital por el Paseo de la Castellana, por unas horas abandona la vida de lujo que ha mamado desde que era crío.
En el barrio de El Pilar, Rato puede ver bares con trabajadores que se desloman de sol a sol. Lugares donde el cliente maneja el mando de la tele a las tres de la tarde para poner la película mala que toca ese día. Cuando le apetece, alguno incluso se atreve a bajar la voz del aparato. El camarero aguanta, resignado. Es que han empezado los tiros y todo retumba en un pequeño local junto a la sede de la asociación, colmado por el olor del anís que bebe el amo y señor de la televisión.
La sede de esta organización está compuesta por unas dependencias austeras. Una reja verde y un cristal opaco son la carta de presentación. En la planta baja, una mesa a modo de escritorio y recibidor. Hay que entrar de uno en uno, avisan nada más llegar.
En el primer piso, al que se accede por unas estrechas escaleras, dos salas: a la izquierda, una especie de salón; a la derecha, mesas de trabajo y sillas, carpetas, papeles y ordenadores para organizar la documentación. En el descansillo hay carteles que avisan de las medidas anticovid: máximo ocho personas y ventilación de las salas cuando se pueda. Las ventanas están abiertas.
En CONCAES no pueden ofrecer datos de las personas que acuden allí. Los trabajadores tienen firmado un contrato de confidencialidad. “No vais a contar una verdad absoluta”, dice una de las empleadas al ser cuestionadas por la presencia aquí de Rodrigo Rato un día a la semana. Insisten: no pueden darnos información.
Vida de película
La vida de Rato se asemeja a un guión de película dramática de Hollywood. Ha sido capaz de alcanzar los cielos del poder y, a su vez, quemarse en el infierno público por 100.000 euros malgastados.
La reciente sentencia del caso Bankia, con la absolución de los 34 imputados, cierra el segundo de sus cuatro casos judiciales abiertos. A fecha de hoy aún tiene pendiente sentarse en el banquillo de los acusados por el origen de su patrimonio y por los contratos de publicidad de Bankia. Un juez le atribuye la comisión de los presuntos delitos de blanqueo de capitales y contra la Hacienda Pública por unos 6,8 millones de euros en cuotas impagadas del IRPF entre 2004 y 2015.
El pasado 2 de octubre, Rato salió de prisión. Ante los periodistas que le esperaban en la puerta de Soto del Real, dijo: “Acepto mis obligaciones con la sociedad y asumo los errores que haya cometido. Pido perdón a la sociedad y a aquellas personas que se hayan podido sentir decepcionadas".
Rato se despidió con especial cariño de sus compañeros del módulo 10, a los que esperaba haber dejado “muy buen recuerdo”. “Les deseo a todos mucha suerte, justicia y libertad”, añadió.
Licenciado en Derecho y máster en Administración de Empresas por Berkeley (California), Rato es hijo del empresario ligado al franquismo y a la Corona Ramón de Rato Rodríguez-San Pedro.
Al progenitor del ahora convicto también se le encarceló en 1967 por evadir 70 millones de las antiguas pesetas (421.000 euros) a Suiza a través de su entidad, el Banco de Siero. El hermano mayor de Rodrigo, Ramón Rato, siguió el mismo devenir que su padre por la misma causa. La madre de ambos era Aurora Figaredo Sela.
Ambas familias, de origen asturiano, eran propietarias de industrias y poseen títulos nobiliarios. En abril de 1990, la ONCE compró 63 de las 72 emisoras de la Cadena Rato por alrededor de 4.500 millones de pesetas al padre de Rodrigo y de Ramón. De la fusión de las dos empresas surgió una cadena nueva, Onda Cero.
Pero aquellos eran otros tiempos. Hoy, Rato es un hombre en el ocaso de su vida, sin ambiciones políticas ni esperanzas de alcanzar un puesto notable en una gran empresa o banco. Aquello quedó atrás. El hombre que pudo reinar se reúne ahora cada semana en un aula fría con otros tres presos que, como él, anhelan su expiación, borrar la culpa que llevan dentro.