El 31 de diciembre, mientras todo el mundo cuenta las horas para las uvas, Cynthia espera una llamada. Terminó la carrera de Enfermería en 2016 y desde entonces ha estado encadenando diferentes contratos temporales, siempre sin saber cuál será su próximo destino. Con la llegada del Covid-19, en marzo le llegó el último, una plaza en urgencias del Hospital Universitario La Paz (Madrid), hasta mayo. Luego, se la prorrogaron hasta el 1 de enero. Es Nochevieja y no sabe si al día siguiente va a tener trabajo. Hacen falta enfermeros, más que nunca, todo el mundo lo sabe, pero nadie llama. Finalmente suena el teléfono. "El mes que viene sigues dentro, hasta junio".
Parece una decisión de última hora, un golpe de suerte que suena en Nochevieja y te alegra la primera mitad del año, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que las bolsas están colapsadas, que no hay enfermeros suficientes, y que las vacunas no se van a poner solas. En total, son 73,6 millones de dosis para los 119.687 enfermeros que hay en España, el problema es que no los contratan. Toca a 615 pinchazos por cabeza, sin contar con que no todos trabajan en centros de salud, servicios de preventiva o residencias, que es donde se vacuna. Según los cálculos de Antonio Cabrera, secretario general de la FSS-CCOO, hacen falta, como mínimo, 15.000 más.
"En Asturias y La Rioja las bolsas de empleo están completamente agotadas y andan pidiendo enfermeros a otras comunidades que tampoco tienen. No hay nadie disponible, es la primera vez que pasa en la historia, y no se está vacunando a tiempo", señala en conversación telefónica con EL ESPAÑOL. Y no es por falta de vacunas. Hasta ahora, ninguna comunidad autónoma ha inoculado todas las dosis que les han llegado. Si ha habido desigualdad de vacunas, desde luego no es porque falten.
Se busca enfermero
Es, más bien, debido a que no hay enfermeros suficientes para suministrarlas. Según los datos del Ministerio de Sanidad, comunidades como Madrid han empleado un mísero 6% de sus dosis. Otras, como Murcia, no llegan al 2%. La conclusión es clara: no queda nadie que pueda hacerse cargo de ellas, y es un problema que trasciende a todas las regiones, incluso para las que no han vaciado sus bolsas. Incluso así, el caos de la pandemia obliga a muchos enfermeros, como Cynthia, a estar pendientes del teléfono hasta su último día de contrato temporal.
Su caso es particular. Entró en las urgencias de La Paz en marzo de 2019 con uno de los famosos "contratos Covid", esa locución sanitaria que oculta la temporalidad, los bajos sueldos y la movilidad constante. Así lleva los últimos cuatro años, desde que terminó la carrera, y no ha sido fácil.
"En muchas bolsas hay dedazos y es difícil colocarse, pero luego llegó la pandemia y necesitaban más gente que nunca", comenta a este diario sobre su última temporalidad. "He llegado a firmar más de veinte contratos diferentes en varios meses, y es lo normal, pero con el Covid saltaron las alarmas y se dieron cuenta de que no había enfermeras suficientes. Todavía no los hay". Lo mismo ocurre con Arancha, que no ha dejado de encadenar "contratos vergonzosos" y mudarse a Albacete.
De un día para otro, pandemia mundial. Te vas a dormir y al despertar hay estado de alarma. Y de repente hacen falta más manos. Y haberlas haylas, dicen, pero muchos prefieren irse fuera de España o incluso rechazar contratos que podrían exponerles a un riesgo. Particularmente hay un nombre que suena más que ninguno cuando preguntas sobre la peor pesadilla del enfermero.
"Mi temor ahora mismo es que me trasladen al [Hospital] Isabel Zendal. Si mañana me dicen que me mandan ahí me plantearía renunciar", confiesa Abraham, enfermero de 28 años. Lleva desde marzo en un contrato Covid para el Hospital Universitario de Móstoles. Se lo acaban de ampliar hasta el 30 de junio y, para él, el nuevo centro de emergencias erigido por Isabel Díaz Ayuso es lo único que le apartaría de su vocación.
Y no es nada fácil. "Si rechazas un destino, te penalizan un año sin trabajar", indica a este diario. Abraham lleva en esto desde 2016, cuando empezó a cubrir bajas en su Sevilla natal. Pasó dos años empalmando contratos temporales en residencias de ancianos, pero era imposible mantenerse a flote. Se mudó a Madrid en febrero de 2018 en busca de una bolsa de empleo más abultada. La encontró en Móstoles, en el Rey Juan Carlos, y siguió viviendo de conciertos temporales. Entonces era difícil buscarse un hueco. Quién le diría lo que vendría después.
"Ahora no tiene nada que ver. Si eres médico o enfermero y no encuentras trabajo es porque no quieres", señala, y añade, "aunque es normal que algunos no quieran, tal y como está la cosa". En su experiencia del último año, su profesión ha sido una de las más reclamadas, pero simplemente no quedan más. Hay falta de personal, y muchos compañeros hacen horas extras para ir a vacunar a las residencias.
"Todos lo vimos claro"
No es sólo una visión de los temporales. Pilar opina lo mismo, y eso que lleva fija desde 2002 en el servicio de reanimación del Hospital Gregorio Marañón. En estos años ha visto ir y venir, entrar y salir, a cientos de enfermeros, compañeros, pero temporales al fin y al cabo.
"La gran mayoría de los empleados actuales están en esa situación, entre el 60 y el 70%", comparte con EL ESPAÑOL. A mediados de marzo, quienes mandan se dieron cuenta de que no iban a aguantar el empuje del coronavirus y se lanzaron a contratar, a vaciar las bolsas de empleo con contratos Covid y a meter a quien fuera donde fuera. Esto aupó a los novatos, los que no tenían puntos ni experiencia, y muchos renunciaron cuando se tuvieron que enfrentar a la pandemia. El resto se fueron marchando poco a poco.
El miedo se repite una vez más, y vuelve a sonar el nombre: Isabel Zendal. En Madrid no se habla de otra cosa, al menos en el ámbito sanitario. Al menos, Pilar puede respirar tranquila en ese sentido. A sus 48 años y con un contrato fijo, no corre el riesgo de irse al nuevo hospital, pero entiende el miedo de sus compañeros temporales. "Hay gente que prefiere irse al extranjero o a zonas de guerra antes que al Zendal. Además, todo el dinero se va allí y no nos restituyen las 35 horas [semanales]", aprovecha. Lejos de Valdebebas, la preocupación es otra: que no haya enfermeros para vacunar.
"La primera ola fue un tsunami, nos pilló a todos desprovistos y hubo muchísima contratación, pero de una manera caótica. Todos vimos claro que hacían falta refuerzos", recuerda. Pero el problema vino después. "Entró mucha gente sin experiencia que terminaron por renunciar, y luego esos puestos no se han renovado. Si faltan enfermeros es porque les dejamos marchar".
Se lo achaca a los recortes y a las condiciones. A no cuidar a los sanitarios, los héroes de la pandemia, los de los aplausos, que ahora parecen olvidados de nuevo. A Pilar no le importa, y tras casi un año de pandemia deja una píldora que, dice, resume el pensamiento colectivo de los suyos, sus compañeros. "Estamos muy cansados y aún así queremos vacunar. Pero no hay gente. Simplemente no la hay, no nos han cuidado".