Una vieja fábrica abandonada en un paraje escondido. Mientras más remoto e inaccesible, mejor. Es noche cerrada y el termómetro marca bajo cero, pero las 400 personas que bailan dentro de la nave en ruinas no parecen pasar frío. Visten gorros de lana, ropas anchas y abrigos gruesos. Llevan más de 24 horas de fiesta. Porque “menos de 24 horas no es una rave, es un cumpleaños”, como dicen los habituales.
Hay drogas de todo tipo. Hay tripis, setas y ketamina, que es un anestésico para caballos. Hay camaradería y gente que no para de bailar en días. Hay alcohol. Hay bengalas. Hay camiones equipados con varias camas para dormir por turnos. Hay tiendas de campaña, cascotes en el suelo y perros sueltos. Hay un DJ que marca el ritmo y centenares de jóvenes que se mecen, como hipnotizados, frente al muro.
El muro no es más que un gigantesco equipo de sonido del que emerge un atronador caudal de música electrónica. Fuerte el bombo. Es el centro de la fiesta. No son cuatro altavoces mal montados, es un equipo profesional que tiene que ser transportado en camión y que puede costar más de 50.000 euros. Al muro le llaman soundsystem y es el altar mayor de estas fiestas de estética postapocalíptica. Las Free Party. El fenómeno contracultural de las rave, que ha adquirido una relevancia inusitada en este pandémico año que acabamos de abandonar.
Las Free Party nacieron en los 70, pero en 2020 han reforzado más si cabe su espíritu transgresor y desobediente que le acompaña desde su concepción. En pleno pico de una pandemia global, los ravers se han saltado normas y confinamientos. Han montado festivales masivos cuando no se podía salir de casa. Han reunido a centenares de personas que se han ido moviendo por toda Europa solamente para irse de fiesta ilegal.
Porque la Free party de Nochevieja en Llinars (cerca de 400 personas desalojadas por los Mossos) puso a las raves en el foco mediático nacional. Pero los organizadores de estas fiestas clandestinas llevan desafiando a la ley desde que empezaron los encierros. Y el concepto de Free party, este año, trasciende a la fiesta. Pasa por ser una especie de reivindicación contra las medidas de control impuestas por los gobiernos para frenar al coronavirus. Es un manotazo insolidario a las restricciones. El ‘free’ de su nombre es, dicen, un grito en forma de baile pidiendo libertad.
Además de nuestro país, Italia, Alemania, Bélgica y Holanda son los principales escenarios. Pero especialmente en Francia, donde una rave acabó en noviembre con los propios organizadores pegándole fuego al carísimo soundsystem como fin de fiesta, justo antes de la llegada de la policía. Una protesta contra la represión, declararon después. EL ESPAÑOL se adentra en el mundo de las Free Party y habla elementos de esta subcultura que se ha popularizado en el contexto de la pandemia y se mueve entre el hedonismo y el nihilismo. Les da igual que el mundo se esté hundiendo; sólo les importa bailar.
En el fin del mundo
“Cuando estés en el sitio en el que quieres montar la rave, mira a tu alrededor. Si puedes ver un edificio, ten por seguro que desde allí te van a oír. Intenta elegir un sitio lo más alejado posible del mundo. Las calas de la playa, por ejemplo, amortiguan bien el ruido si son profundas y están rodeadas de acantilados de rocas”. Se lo cuenta a EL ESPAÑOL un veterano ravero barcelonés. Administra un grupo de Telegram de Free Partys y se sabe de memoria las normas que hay que seguir para montar discretamente una fiesta clandestina de grandes dimensiones.
“No estuve en la de Llinars porque pasé la Nochevieja en una casa okupa de Barcelona. Pero sabía que se organizaba y he coincidido en otras raves con algunos de los que estuvieron allí”, nos cuenta, justo antes de aclararnos que “no, no te pienso decir cuándo ni dónde se hará la próxima”. Lo mismo nos encontramos en las principales cuentas de la escena rave en redes sociales. “No party info” es la primera advertencia cuando se accede.
Porque las Free Party se mantienen así, en secreto. Siempre fue un fenómeno clandestino, underground y que se mueve por el boca a boca. Pero ahora aún más, por razones obvias. Las multas a los organizadores pueden superar los 60.000 euros en el caso de Llinars, aunque las intervenidas en Francia tendrán sanciones aún mayores. Todo depende de la legislación del país en cuestión. Eso ha llevado a que en el mundo raver protesten en redes sociales con un meme autoinculpatorio: “Je suis l’orga” (Yo soy el organizador).
El perfil del raver
¿A quién podemos encontrarnos en una Free party? Nuestro raver nos ilustra: “Te puedes encontrar varios perfiles. Por un lado, muchos de los que puedes ver en un casal okupa: punkis, anarkas, rastas así como yo [ríe]. Pero también te encuentras al típico trancero [que escucha música trance] alemán o de por ahí. Más arreglado, con su pelo teñido y su ropa techno. Hay quien se hace miles de kilómetros cada año para ir a estos festivales y para eso tienes que tener pasta. También ves skaters, hardcoretas [aficionado a la música hardcore], hay de todo. Lo que no vas a ver son Cayetanos o nazis. Aquí no se tolera el racismo”, resume.
La procedencia, los países europeos con mayor arraigo en la escena techno: Alemania, Bélgica, Francia y Holanda. “También ves muchos italianos que están viviendo aquí, por Barcelona”. En el caso de la rave de Llinars, la policía identificó como organizadores a un varón de Tarragona que ya contaba con antecedentes por temas similares en Italia, y una joven neerlandesa. Pero en Cataluña, que es tal vez el lugar donde más fiestas de este tipo se organizan, muchas están montadas por franceses, donde la escena ha arraigado con más fuerza.
La indumentaria, de batalla: calzado cómodo y ropa ancha que te permita bailar. Y en esta época, que abrigue mucho. Viejos plumones, ponchos desgastados, mucho gorro de lana y cazadora gruesa. “Piensa que es al aire libre, la montas en diciembre en la montaña y bajas de cero grados. Y eso en España. Imagínate una rave en pleno invierno en Alemania. Luego eso en verano cambia, que se organizan durante todo el año. Yo monté una un mes de septiembre en las costas del Garraf (Barcelona) y es un lujo”.
¿Dónde se monta?
Las convocatorias se hacen en canales de Telegram a los que se accede sólo por invitación previa. Alguien de confianza que te introduzca, para evitar topos que le den el chivatazo a la policía. Una vez dentro, las instrucciones para llegar al destino se dan como mucho 72 horas antes. En ocasiones, sólo con 24 horas de antelación. No se suelen dar direcciones sino coordenadas. Y casi siempre una contraseña para entrar.
Los espacios elegidos suelen ser viejas naves industriales abandonadas, calas escondidas o valles en zonas montañosas “aunque los árboles amortiguan bastante menos el ruido que la roca”, advierte nuestra fuente. Tiene que ser un lugar apartado, pero con un acceso relativamente fácil para que pueda entrar un camión o un furgón de grandes dimensiones. Se debe a que el soundsystem, que es el colosal equipo de sonido, suele ser transportado en este tipo de vehículos por su tamaño.
En ocasiones, tras la llegada de los camiones con el material, se procede a dificultar el paso. Es lo que sucedió en la rave de Llinars del Vallés. Fuentes de Mossos que conformaron el operativo confirmaron que los asistentes a la rave bloquearon el camino. Aprovecharon elementos como piedras o un panel de hormigón que había colocado el Ayuntamiento en la zona, para moverlo y entorpecer el paso a la policía.
PLUR
Pero este, por norma, es el mayor grado de resistencia que van a encontrar en una rave. Una de las principales consignas del mundo de las Free Party es no emplear la violencia. No oponer resistencia en caso de intervención policial. Desde Mossos confirman a EL ESPAÑOL que la actitud de los asistentes de Llinars no fue violenta en ningún caso. “Cuando llegamos ya habían tapado las matrículas de los coches y camiones, para que no las filmasen. Alguna queja por querer seguir la fiesta, pero nada más. Nadie se rebeló ni hubo que reducir a ningún exaltado”.
Porque este es el espíritu de las Free Party. “No te vas a encontrar peleas en una rave, es muy difícil. Hay un ambiente fraternal. La gente comparte lo que tiene, sea comida o droga. Nadie viene buscando bronca”, concreta nuestra fuente. Un espíritu que se resume en un acrónimo: PLUR. "Peace Love Unity Respect". Un lema surgido en las fiestas acid de los 80 y que es la bandera de las Free Party. Es la actitud que se espera de la gente que acude a una rave.
Cuenta la leyenda que la expresión la acuñó sin querer un DJ llamado Frankie Bones en una multitudinaria Free party celebrada en Inglaterra el 26 de agosto de 1989. Se congregaron más de 25.00 personas. En un momento dado empezaron varias peleas. Frankie se subió entonces a un altavoz y empezó a gritar: "Si no empezáis a mostrar un poco de paz, amor y unidad, os rompo vuestra puta cara". La R de Respect se incorporó más tarde, aunque no hay consenso sobre cuándo ni por qué.
Soundsystem: el altar
Pero si hay un elemento que define a las raves es el soundsystem (o Sound6tem). Aunque el término también se puede referir al colectivo que monta la rave, en realidad es el nombre del equipo de sonido que se emplea en estas fiestas. Está montado en forma de muro y frente a él bailan los asistentes a las Free party. Se necesita un equipo muy potente. “En Llinars tenían más vatios que en una fiesta mayor de pueblo”, cuenta un efectivo de los Mossos a este periódico. Porque esa es la seña de identidad del colectivo de músicos que organiza estas fiestas.
“Un equipo básico para montar una rave digna de estas dimensiones igual lo tienes por 10.000 euros. De ahí para arriba. Yo he estado en raves en Francia donde tenían equipos Void o Funktion One. Son marcas muy buenas, para entendernos. En eso te puedes gastar 40, 50, 60 mil euros... No sé, de ahí para arriba lo que quieras. Depende también de quién lo organice. Algunos se fabrican ellos sus propios equipos de sonido, las cajas, las vigas… Pero es verdad que la calidad de una rave se mide bastante por eso. Por la calidad del soundsystem. Hay gente que entiende mucho, tanto pinchando como bailando”, nos cuenta nuestro testimonio.
Eso del soundsystem procede de Jamaica, del auténtico origen de las raves. En los años 50, en los suburbios de Freetown había jamaicanos que sacaban a la calle altavoces artesanales, los disponían en forma de muro y pinchaban música para que la gente bailase. Así, los que organizaban la fiesta se sacaban un dinero vendiendo comida y bebida. Luego llegó la emigración masiva de jamaicanos a Inglaterra y allí, en los 70, arraigó este tipo de fiestas que desembocó en las raves actuales. Ahora, el soundsystem ya no está hecho de forma artesanal, ahora es el elemento más caro de la fiesta.
Y eso, ¿quién lo paga? Porque las raves son gratis o la entrada es muy asequible. En el caso de la rave de Llinars, este equipo venía en camiones de matrícula alemana. La caja, luego, se reacondiciona para que albergue camas. Allí se turnan para dormir los organizadores, porque la fiesta suele durar 72 horas, o hasta que el cuerpo aguante. Equipos y vehículos, en definitiva, muy caros. “Son colectivos que se dedican a eso. Tienen sus ingresos por otras partes. Algunos cobran de lo que la gente gaste en la rave”, nos explican, sin entrar a valorar si se refieren al alcohol, a las sustancias estupefacientes o a algún otro tipo de ingresos atípicos.
¿ Y de política, qué?
¿Hay ideología política en la escena rave? Tras el desmantelamiento de la de Llinars, fueron muchas las voces críticas surgidas del entorno de la izquierda española que quisieron desligarse del fenómeno. Al respecto, nuestro testimonio nos lo aclara: “Es que las Free party no tienen un componente político, o no al menos de partidos políticos. No hay una identificación con tal o tal partido. La gente va a su bola, a bailar y a disfrutar de la experiencia. Lo que somos es antisistema y nuestra forma de cambiar el sistema es esta. Igual por el perfil de gente que te comentaba del entorno de casas okupas, pues sí hay más gente próxima a la izquierda. Pero también depende de lo que consideres izquierda. Si eres de los que te has creído eso de que el PSOE es izquierda, pues no, probablemente no te encuentres a mucho militante socialista allí metido”, ríe.
La pregunta se hace extensible, de forma inevitable, a la pandemia. ¿Son negacionistas? “no es que seamos negacionistas, que cada uno piensa lo que quiere. Sí que es verdad que hay mucha gente que no se lo cree. Gente de los que salieron a la calle y protestaron en Barcelona por los encierros. También hay quien se lo cree, pero le da igual. Hay gente que se relaciona poco con la sociedad, más allá de estas fiestas. Difícilmente voy a contagiarte yo nada”, concluye.
Lo que tienen claro es que los gobiernos se han extralimitado en sus atribuciones a la hora de negarles la posibilidad de montar fiestas. Y que este tipo de fiestas es la respuesta pacífica adecuada. Una resistencia pasiva de nuestro tiempo. Son Gandhi puestos de tripis. En la Free Party de Llinars había colgado un manifiesto que decía lo siguiente:
“Vivimos en una etapa en la que por supuesta “seguridad” los gobiernos emplean un rol ampliado, basado en una fuerte presencia policial y un uso desproporcionado de la fuerza, además de otros asuntos relacionados con los derechos humanos. En este momento la Free party es un símbolo de libertad y vida. Un grito potente. Un respiro profundo. Es por eso que pedimos no sólo a los Soundsystem sino a toda la gente que forman parte de esto que despierten y se unan. El sistema no funciona. Hora de salir”.
Es su grito de reinvindicación. Dicen que han tenido suficiente pandemia. Las Free Party se postulan como el punto en el que convergen el hartazgo por el encierro, la idea de cambiar el sistema y las ganas de fiesta. Y les da igual la solidaridad, la ley o que el mundo esté enfermo. Sólo quieren bailar.