La historia de Sofía es más propia de la ficción que de la realidad: señorito sevillano conoce a chica pobre que trabaja en su finca y ambos se enamoran. De ese amor surge una criatura ilegítima, una bastarda que la familia de él se niega a reconocer. La chica es repudiada y la criatura crece sin padre. Ahora, a sus 70 años, Sofía reclama lo que, como descendiente directa, le pertenece: una herencia de cerca de 12 millones de euros. El juicio empieza este mismo miércoles. “Estoy nerviosa”, reconoce Sofía a EL ESPAÑOL.
Esta historia comienza en El Coronil sevillano a principios de los 50. Todo empezó cuando Ana Rosario Reguera entró a trabajar como empleada del hogar en la finca El Hornillo, propiedad del Conde de Maza pero que la familia Benítez-Cubero tenía alquilada para abastecerse de forraje para el ganado. Ahí se conocieron Rosario y José Benítez-Cubero. Ella, pobre y sin apenas educación; él, de una de las familias más ricas del campo sevillano. Ambos contaban veintipocos. Se enamoraron locamente.
Empezaron una relación furtiva que se alargó durante cinco años y que acabó abruptamente con el embarazo de ella. La familia ganadera apartó entonces a Rosario del servicio con la amenaza de desheredar a su único hijo. “Mi abuela paterna le pidió a mi madre que si era un niño le pusiera el nombre que quisiese, pero que si era una niña la llamase Sofía, como ella, el nombre familiar de los Benítez-Cubero”.
Llevaría el nombre familiar, pero no el apellido. Eso lo conseguiría mucho más tarde. “Nací en Sevilla, en el hospital que había de los pobres. Crecí sin padre y sin madre, porque yo a los dos días de nacer ya estaba con mis tíos y mis abuelos. En aquellos tiempos estaba mal visto quedarse embarazada de un señorito”, explica la mujer con un marcado acento sevillano. “De pequeñita, mis tíos eran mis padres. Fueron los que me criaron”.
Desde muy joven, Sofía fue conocida como la Cuberita. Cuando tenía siete años, a la salida del colegio, solía visitarla “un señor muy arreglado” que le hacía fotos. Un día lo comentó en casa. “Mis tíos sabían quién era”. Poco a poco, Sofía fue entendiendo quién era ese señor.
La niña contaba nueve años cuando se fue a vivir con su madre, Rosario, que ya había rehecho su vida con otro hombre en Lora del Río (Sevilla). También su padre biológico se casó y nació su hermanastro, José Benítez-Cubero, el único hijo legítimo y heredero de los Benítez-Cubero, y el mismo con el que ahora tiene un pleito y que niega que Sofía sea su hermana. Sin embargo, un tribunal ya falló en 2015 que Sofía era hija de José y actualmente lleva sus apellidos. Las pruebas de ADN así lo demostraban.
“Lo único que no ha cambiado ni cambiará en mi vida es que votaré a la izquierda, siempre a la izquierda”, dijo Sofía a este periódico cuando se le reconoció que era hija de Benítez-Cubero. La mujer es activista y su hija está muy metida en la política de Podemos. Es habitual que haga peregrinaciones a Cuba.
Sin jornada no hay jornal
Volvamos al pasado, a la vida de la joven Sofía en Lora del Río. Fue allí donde la joven niña vio nacer a sus hermanastros maternos. Y también fue en ese lugar donde recibió visitas de su padre biológico. Era algo relativamente habitual. “Mi madre nos cogía a los tres, nos vestía lo mejor que podía y nos llevaba a ver a mi padre. A mí me daba besitos, mientras que a los otros [sus hermanastros] les ponía la mano en la espalda o en el hombro”.
Unos años más tarde, cuando Sofía contaba 18 e iba a pasar por el altar, su padre le escribió a su tía, en la que le decía que no se tenía que preocupar por buscar casa, que él se la ponía. “Mi tía dijo que no”. Una muestra de orgullo de clase, de que el que algo quiere, algo le cuesta; que sin jornada no hay jornal.
“Mi abuela quiso siempre darme unos estudios. Era gente de mucho dinero, de mucha categoría. Ella habló con mi maestra, y mi maestra con mi tía”. Pero su abuelo biológico era “de aquella manera” y se opuso. Para que Sofía estudiase, alguien de la finca iba a perder el trabajo, para ahorrarse un sueldo y pagar con ese dinero sus estudios. Al final, nunca estudió.
Sin embargo, años antes, José sí que se las ingenió para hacerle llegar dinero a su hija ilegítima, Sofía. “Yo me he criao bien. Doy gracias a Dios por haber tenido a mi tía, que era mi madre, y mi tío, que era mi padre. No me hizo falta una casa ni nada. Aunque sí que se echa de menos haber tenido un padre”.
Ahora, tantas décadas después, Sofía vive con una pensión de 600 euros. Su marido cobra lo mismo. “Para los dos, tenemos para vivir. Pero me hace falta para mis hijos”. Sofía tiene tres hijos, de 50, 45 y 38 años. Los dos varones trabajan en la carretera. La hija, como hemos nombrado, está muy metida en política.
La familia de Sofía siempre se ha dedicado al campo, a trabajar una tierras que nunca les han pertenecido. Por eso Sofía es tan de izquierdas. Antes votaba a Izquierda Unida; después, a Unidas Podemos. Y sus apellidos de alta alcurnia no han cambiado eso. Si gana la fortuna que se juega en los tribunales, ¿se cambiará de bando político?
—Si gana el juicio, ¿qué hará con ese dinero?
—Ay, comprar una finquita y colocá a mis hijos, que uno se levanta a las cuatro de la mañana pa’ conducir un camión hasta las tantas de la tarde.
Fernando Osuna, el abogado de Sofía, se ve confiado en poder ganar el juicio que comienza este miércoles. Asegura que hay casos favorables en que la parte demandante ha salido ganando. “Yo llevo muchos y hemos conseguido casos muy importantes. Tenemos el caso de la duquesa roja, la de Medina Sidonia. Fue un caso parecido. En vez de ser una finca rústica era una zona rural en Madrid. El hijo del dueño dejó a una empleada embarazada. E igual”.
—Fernando, ¿cree que ganará el caso?
—Hombre, es hija. Y los hijos tienen derecho, como mínimo, a la legítima estricta, es decir, a la tercera parte de la herencia. El hermano rico alega unos argumentos que son muy endebles.
Este miércoles empieza el juicio entre dos hermanos (o medio hermanos) que corrieron suertes muy diferentes por el origen de sus madres. Ahora la justicia determinará si terminarán sus días con fortunas similares o si se mantendrá una desigualdad que ha durado todas sus vidas.