De jornalera a terrateniente, de antitaurina a propietaria de una ganadería de toro de lidia, de ocupar tierras con los compañeros del antiguo sindicato de obreros del campo a disponer de miles de hectáreas de cultivo. Sofía todavía está asimilando cómo un apellido le ha cambiado la vida. Un juez, y hasta el Tribunal Supremo, ha certificado que esta vecina del sevillano municipio de El Coronil es la hija de una relación furtiva de José Benítez-Cubero Cañete de Beca y, por lo tanto, hermanastra del afamado ganadero Benítez-Cubero, con quien deberá repartirse una herencia que sobrepasa, solo en terrenos, los veinte millones de euros. “Lo único que no ha cambiado ni cambiará en mi vida es que votaré a la izquierda, siempre a la izquierda”, sentencia la heredera. El juicio para el reparto de la herencia está señalado para el 24 de mayo en Sevilla.
“Antes a Izquierda Unida y ahora a Podemos”, puntualiza Sofía. Antes apellidada Reguera Hidalgo, los apellidos de la madre, y desde hace un par de años, Benítez-Cubero Reguera. Su madre, Ana Rosario, mantuvo una relación clandestina con un importante señorito andaluz y fruto de ese escarceo amoroso nació ella. Algo intolerable en la época que sus ya abuelos paternos trataron de silenciar, pero que era bien conocido en su pueblo. “Hasta que me cansé de ser ‘esa’”, dice a EL ESPAÑOL, y se lanzó a litigar por su verdadero apellido, también por la fortuna que le corresponde.
Todo empieza cuando su madre, Rosario, entra a trabajar como empleada del hogar en la finca El Hornillo, propiedad del Conde de Maza pero que la familia Benítez-Cubero tenía alquilada para abastecerse de forraje para el ganado. Ahí se conocen José y Rosario, ambos en la veintena, y ahí empieza una relación furtiva de cinco años que se salda con el nacimiento de Sofía.
Rápido, la familia ganadera aparta a Rosario del servicio con la amenaza de desheredar a su único hijo. “Mi abuela paterna le pidió a mi madre que si era un niño le pusiera el nombre que quisiese, pero que si era una niña la llamase Sofía, como ella, el nombre familiar de los Benítez-Cubero”, comenta Sofía a sus 66 años en el salón de su casa, una humilde pero amplia vivienda situada en El Coronil, a escasos metros de donde vive el líder del jornalerismo andaluz Diego Cañamero, diputado en Cortes por Podemos. “Somos muy buenos amigos”, comenta.
Después de dar a luz, Rosario se ve obligada a irse a trabajar a Sevilla como sirvienta; después a Lora del Río, lejos de su amado y de su hija, que se queda en El Coronil con sus tíos solteros.
Sofía todavía recuerda cómo “un señor, siempre a caballo, vestido de señorito y con una cámara de fotos bien grande” la buscaba en el patio del colegio de las monjas para retratarse con ella. “No entendía nada y llegué a tener miedo —explica—, hasta que mis tíos me tranquilizaron explicándome que no temiera, que era mi padre”.
Además de escudriñar a su hija, no fueron pocas las veces que el ganadero acudió a Lora del Río en busca de Rosario, que había rehecho su vida con otro hombre de cuyo matrimonio surgieron cuatro varones. “Mi padre compró un piso en Sevilla, en la plaza de Cuba —en el barrio de Los Remedios, una de las zonas más caras de la ciudad— y le propuso que se mudara allí conmigo. Él ya estaba casado con María Pallarés, un matrimonio arreglado, se veía claramente; y mi madre dijo rotundamente que ella no iba a ser ‘la otra’”, pormenoriza Sofía, mostrando fotos de sus padres juntos en la finca con otras sirvientas. José Benítez-Cubero Cañete de Beca solo tuvo dos hijos. Por un lado, Sofía, fruto de su relación con Rosario. Por otro, Benítez-Cubero, propietario de una conocida y centenaria ganadería. Ambos son hermanastros y se disputarán en unos meses la herencia de su padre.
El ADN, un 99,99 por ciento de coincidencia
El material fotográfico aportado en juicio subrayó la tesis de Sofía. “El juez dijo que no era habitual que un señorito se hiciera tantas fotos con las sirvientas”, recuerda la heredera. Algo que inclinó la balanza a su favor pero que se quedó en una anécdota a tenor otra prueba aportada: el análisis de ADN, que mostraba una coincidencia del 99,99% con el de su hermanastro, fruto del matrimonio de Benito Cubero con María Pallerés.
“Hasta cuatro veces nos dio plantón para hacerse las pruebas de ADN”, recuerda el abogado de Sofía, Fernando Osuna. Según explica el letrado, para dificultar el cotejo del ADN de su clienta con el de su difunto padre, el hermano de ésta llegó a incinerar los restos del ganadero, el de su mujer y el de sus abuelos paternos. “Y todo después de poner la demanda de paternidad”, puntualiza Sofía. “Pero así es mi hermano”, añade con sorna.
—Porque es su hermano, ¿no?
—Sí, claro, con un 99,99 por ciento de coincidencia del ADN, como para no llamarlo así.
—¿Ha habido algún acercamiento?
—Me hubiese encantado pero él no ha querido. De hecho, no me saludó en el juicio, hasta incluso se sentó dándome la espalda para no verme.
Él nació en el 1953 y ella en 1950, pero sus vidas corrieron caminos muy diferentes. Sofía solo estuvo hasta los diez años en el colegio y a los doce empezó a trabajar en El Chaparral, una de las fincas de su abuelo, que la expulsó para distanciarla de su padre. Y a partir de ahí empezó su trabajo como jornalera.
“Fui una niña que nació rica y se crió pobre”, reconoce con aparente orgullo. “Intentaron ayudarme cuando me casé —continúa—, y sé que mi padre llevaba sobres para aliviar nuestra situación”.
—¿Cree que a su padre le hubiese gustado saber que le iban a terminar reconociendo a usted el apellido?
—Sí, seguro que sí. Ya en el carné de identidad me registró como hija de José y de Rosario, sin poner apellidos. Porque ni siquiera hizo testamento, ni él ni mi abuela, que me querían. No testaron por si algún día…
—¿Cree que a su padre le dolió tener que dejar esa relación furtiva?
—Mucho. Porque a mi padre lo operaron de un tumor cerebral, entró como en coma, y a la hora de morir mentó a mi madre y no a su mujer. Y su madre le dijo: “¿Hasta última hora vas a estar con ese nombre en la boca?”. Y mi madre, igual, quiso mucho a su marido, pero no como quiso a mi padre
“Mi abuela paterna decía que mi madre se había dejado hacer la barriga por el dinero, pero nada más lejos de la realidad, porque nunca quiso nada de ellos”, defiende Sofía. Por respeto, no se puso a indagar en su pasado hasta que la abuela falleció. “Por eso no hemos movido ni un solo papel hasta que ella muriese, hace ahora 13 años. Siempre quise respetar su voluntad”, añade.
Fallecida Rosario, después de cuatro años de reflexión, la familia de Sofía toma la determinación de luchar por el legítimo apellido de su madre. Pero no todos se lo han cambiado en el carné de identidad.
Reticencias ideológicas por el nuevo apellido
“Mi hijo mayor ya lo ha hecho, y cuando le mento el apellido se pone más ancho; el chico está esperando a que le caduque el carné para cambiárselo; pero mi hija Sofía se niega en rotundo, por lo que significa, ella siempre ha estado en contra del poderoso y por cambiarse el apellido no pasa”, detalla Sofía Benítez-Cubero, que se enfada cuando la tratan de usted.
Sofía González Reguera, la nieta de Benítez-Cubero que abomina de él, es hija predilecta de La Habana por sus muchos viajes de voluntariado a la isla. “Es mucho más de izquierda que yo”, confiesa su madre, orgullosa por los logros que su hija acumula. “Estudió tres carreras: marketing, graduado Social, Educación Especial y ahora está estudiando Derecho”, concreta. “Y este verano estuvo en Grecia con los refugiados sirios”, zanja.
Más allá de su contribución como cooperante, Sofía González ha sido la candidata número cuatro en la lista de Podemos al Congreso por Sevilla. Antes ya lo había sido, en clave municipal, por Izquierda Unida Los Verdes Convocatoria por Andalucía (IULV-CA); o en las Autonómicas de 2008 en la lista que lideraba por también por Sevilla el ex alcalde de Marinaleda Juan Manuel Sánchez Gordillo.
En 2009, la Junta de Andalucía —en cuyo gobierno estaba Izquierda Unida— la designó como consejera de la Asamblea General de Cajasol. En las últimas elecciones municipales, González Reguera concurrió a la alcaldía del Ayuntamiento de Sevilla como número cuatro en la lista de Participa Sevilla —afín a Podemos—; se quedó a las puertas de ser nombrada concejala. Actualmente trabaja en la Diputación de Sevilla como asesora. También milita en la Candidatura Unitaria de Trabajadores, principal partido nacionalista andaluz desde la disolución del Partido Andalucista (PA).
“Dichosa la rama que al tronco sale”, expresa orgullosa su madre, Sofía Benítez Cubero la próxima terrateniente de Podemos, que cambió su tradicional voto a Izquierda Unida por amor a su hija.
—¿Pablista o Errejonista?
—Pues me quedo con Pablo Iglesias. Y no es que Errejón me disguste. Pero no sé por qué, me gusta más Pablo.
—¿Qué te dice Cañamero?
—Él se ofreció como testigo para explicar en el juicio que en el pueblo todos sabían que yo era hija de Benítez-Cubero. Él sabe que de chica me decían ‘la Cuberita’. Diego Cañamero ha luchado mucho, ha enseñado mucho. Ha sido un maestro para nosotros. Eso ha sembrado el espíritu sindicalista en El Coronil.
Sofía acompaña a los periodistas de EL ESPAÑOL a las puertas de casa de Cañamero. Una imagen de Andrés Bódalo, el concejal de Podemos que está en prisión un delito de atentado, preside la casa del diputado. La condena de Bódalo tuvo la agravante de ser reincidente, por agredir al concejal del PSOE en Jódar, Juan Ibarra, durante una protesta del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT). El congresista Diego no está en casa, su mujer abre la puerta. “Está en Madrid, pero ayer estaba aquí cogiendo alcachofas”, comenta. “¿Sofía, de lo tuyo se sabe algo? A ver si heredas pronto”, le pregunta con familiaridad.
Los jornaleros ya bromean con ocuparle las tierras
Sofía renunció a entrar en política, pero sí pertenece al SAT. “Siempre que puedo ayudo al sindicato, a Diego…”, narra. “Y he participado en ocupaciones de fincas”, añade. “Mis amigos del sindicato me preguntan: “¿Falta mucho para que te den las tierras para ir a tu finca a ocuparla?”. Pero son bromas, muy mala tengo que ser para que terminen ocupándolas”.
—¿Cómo encaja ahora la frase emblema del jornalerismo andaluz: ‘La tierra para el que la trabaja’?
—Pues dando empleo para quienes lo necesitan, y con sueldos dignos, porque sé lo duro que es trabajar en el campo. Yo lo he padecido en mis carnes. He cogido mucho algodón, aceitunas... En mi pueblo saben que voy a dar trabajo. De hecho ya tengo familias a los que voy a donarles tierras para que las trabajen, porque sé que les hace falta.
De hecho, ya hay quien la para por la calle y le pide peonadas —trabajo en el campo—. “Ojalá cuando tenga pueda repartir mucho trabajo en mi pueblo, porque hace falta. Dar un jornal a una criatura, eso es lo más bonito que hay”.
También sabe que cuando se concrete la herencia, que se juzga el próximo 24 de mayo a las diez de la mañana en Sevilla, ayudará a los niños de Melena del Sur, Cuba, pueblo que está hermanado con El Coronil y que ha visitado en varias ocasiones. “Arreglar las escuelas, eso será de lo primero que haga; pero antes pienso arreglar un campito, aunque sea poner una tienda de campaña en la finca y darle una comida a mi familia en mi campo”, fantasea.
Será después de pagar el correspondiente impuesto de sucesiones, que en Andalucía se elevan hasta el 20 por ciento. “Hay vecinos que en El Coronil han perdido sus casas por no poder pagarlo; yo espero que la Junta me dé facilidades de pago. Siempre he pedido tierras y dinero para pagar a la Junta de Andalucía y a mi abogado”, calcula ya Sofía.
—¿Y si se frustra sus aspiraciones de llevarse su parte de la herencia?
—Nací en cueros y hoy estoy vestida. Para comer, si no me quitan la pensión, tengo. Y si me tengo que ir a limpiar escaleras, pues me iré. Pero luchar lo que he podido, lo he luchado. Creo que lo tengo asegurado. Y si por lo que sea yo no cobro, pues la Junta no va a cobrar, y esa está deseando. Así que, como diría el Che: “Hasta la victoria, siempre”.