El 9 de noviembre de 1970, un torbellino estadounidense llamado Bobby Fischer atizó las costas de Palma de Mallorca. Su objetivo era el Torneo Interzonal de España, el último peldaño antes de adentrarse en el Campeonato del Mundo de Ajedrez, que acabaría arrollando. Ahora, medio siglo después del suceso que conmocionó a todo el universo de 64 casillas, un segundo vórtice agita el tablero.
Se trata de Gambito de Dama, la miniserie más exitosa de la historia de Netflix, estrenada justo cincuenta años después de la llegada de Fischer a Mallorca. A sus siete episodios le bastaron 28 días para convertirse en un fenómeno mundial y encumbrar a su actriz protagonista, la ganadora del Globo de Oro Anya Taylor-Joy (1996). Su personaje, Beth Harmond, es sin discusión un trasunto de aquel torbellino estadounidense de los años 70, pero sus vínculos con España están mucho más enraizados que un simple torneo. En términos ajedrecísticos estaría más bien en la apertura, a esa misma que da nombre a la serie con la que ha alcanzado la fama.
Su nombre es ruso; su apellido, escocés; su lugar de nacimiento es Estados Unidos y su nacionalidad es argentina, pero entre toda esta amalgama de culturas se esconde una no tan perceptible a simple vista: raíces españolas. En este caso, como se puede intuir, el árbol genealógico de la actriz está caracterizado por ancestros con culo inquieto.
Sin embargo, para una parte de la familia de Anya todo empieza y termina en Zaragoza por parte de su abuela, Montserrat, quien nació, huyó y volvió a la capital aragonesa tras más de media vida recorriendo el mundo. Todavía sigue allí. También la tienda familiar que regenta, un popular outlet de electrodomésticos en el casco antiguo que lleva el nombre de Morancho, un apellido que no suena tan exótico como “Taylor-Joy” pero que recuerda a la actriz de dónde empezó todo.
La abuela de Zaragoza
Aunque nació en Cataluña, Montserrat Morancho Saumench (Barcelona, 1931) recuerda muy poco de su infancia en la costa del Mediterráneo. Le tocó ver el mundo en una década complicada, al albor de la II República y en los ciernes de una Guerra Civil que acabó separándola de su tierra. En cuanto se oyó el primer ruido de sables, ella y su hermano Ángel huyeron a tierras aragonesas en busca de algo de paz. Parece que la encontraron, y allí se asentaron. Él se hizo ingeniero de caminos. Ella se casó con un inglés. Y las piezas empezaron a moverse.
El afortunado era David Joy (1932-2019), un oficial del Servicio Civil de la Corona Británica que, por motivos de trabajo, viajaba mucho. Montserrat aceptó el reto y se embarcó con él en la aventura, una de esas de estar un par de años en un sitio, nunca acomodarse y volver a cambiar de vida. Y vaya si se adaptó.
Su primer destino de pareja fue la embajada en Rodesia del Norte, entonces colonia británica, donde residieron entre 1956 y 1970. Entremedias, en 1964, el país proclamó su independencia de la Corona y pasó a llamarse Zambia, como se le conoce actualmente. Así, el cambio de nombre no fue el único que vivió en esos años el matrimonio Morancho-Joy, que vivió la llegada de un nuevo miembro a la familia. Se trataba de Jennifer Joy, la que más tarde se convertiría en madre de Anya.
Pero el mundo no iba a parar de girar por el nacimiento de la pequeña. En 1970 David accedió al puesto de diplomático y, con el ascenso, el trío volvió a empaquetarlo todo. En apenas veinte años pasaron por las embajadas de Venezuela, México, Polonia, Honduras, El Salvador y Argentina, donde Joy jugó un papel importante en las negociaciones previas a la Guerra de las Malvinas, según un documento desclasificado del Gobierno británico al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL. Aún así, Montserrat siempre esperaba la vuelta a casa. La logró en 1989, cuando la familia Joy-Morancho regresó a España. Ese día, por primera vez en su vida, deshicieron las maletas y las guardaron en el altillo.
Fue también el año de retiro de David Joy, entonces cónsul general, y de su esposa, Montserrat, tras más de cuarenta años de movimiento. Así, después de haber surfeado todo el tablero, se decidieron por una casilla. La primera. Optaron por volver a casa de ella, a Zaragoza, y pasaron a formar parte de la empresa familiar: la tienda de electrodomésticos Morancho, en pleno casco antiguo de la capital aragonesa, que todavía sigue abierta a día de hoy.
La infancia de Anya
Si le preguntan a Anya Taylor-Joy por la ascendencia de sus padres, la respuesta no deja indiferente. De él, el exbanquero y campeón de regatas Dennis Taylor, dirá que es escocés-argentino. De ella, la fotógrafa y diseñadora de interiores Jennifer Joy, que es “africano-española”, por aquello de nacer en Zambia pero haber madurado en España. Y, a pesar de todo, los familiares no son los únicos vínculos de la actriz con España.
Aunque nació en Miami como la pequeña de seis hermanos -cuatro de un matrimonio anterior-, Anya vivió hasta los seis años en Buenos Aires, cuando su padre era dirigente de la Cámara de Comercio Argentino-Británica (CCAB). En esa época asistió un trienio al prestigioso colegio Northlands School, el mismo centro donde estudió Máxima, reina de los Países Bajos, y Cayetana Álvarez de Toledo, aristócrata y exdiputada del Partido Popular en el Congreso de los Diputados.
El español, que habla con marcado acento argentino, es por tanto su lengua materna, y mucho. Lo es tanto que cuando la familia, ante la abrupta crisis del país en 2001, decidió mudarse a Londres, Anya se negó a hablar inglés. La idea de la cría, en un arrebato típico de la niñez, era revolverse contra sus padres y obligarles a volver a Buenos Aires. Fue su primer enroque. Y a la vez su primer gambito. Pero no salió bien.
Desde entonces ha venido a España en repetidas ocasiones, ya sea por trabajo o para visitar a la abuela Montserrat y a la familia Morancho. Una de las últimas veces fue en 2017, cuando se asentó temporalmente entre Asturias y Terrassa (Barcelona) para rodar El secreto de Marrowbone, una de sus primeras películas.
"Me encantaría volver a rodar en España. Me enamoré de ese país mientras rodaba Marrowbone y sentí que allí había dejado parte de mí. Mis abuelos son de Zaragoza y fue como volver a unas raíces que no sabía que tenía", confesó la actriz en una entrevista con la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood a colación de los Globos de Oro. En esta última edición de 2021 ha ganado uno, el primero, con sólo 24 años. Para ella, la partida no ha hecho más que empezar. Pero ha empezado bien.
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Juegan negras.