Hace un par de meses todo Madrid estaba expectante de las noticias de la Consejería de Sanidad. ¿Qué barrio confinarán ahora? La estrategia del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso —única en España y defendida a uñas y dientes por la presidenta autonómica— era confinar por zonas básicas de salud (ZBS) que superasen los 400 casos de coronavirus por cada 100.000 habitantes. ¿Era? No, sigue siendo, aunque ahora cope menos titulares. Actualmente hay siete zonas confinadas solo en la capital. ¿Vive usted en una y no se ha enterado? Es muy posible.
Las restricciones afectan a más de 143.000 personas que viven en esas zonas (Alameda de Osuna, Rejas, Virgen de Begoña, Vicálvaro, Valdebernardo, Núñez Morgado y Chopera), así como a todos lo que quieran entrar en las mismas. Sin embargo, moverse por zonas confinadas es perfectamente posible. Sin ir más lejos, la sede de este periódico se encuentra en una ZBS confinada y les podemos asegurar que nadie ha tenido que pasar un control para acceder a su puesto de trabajo este lunes.
Lo mismo ocurre, al menos, en otras cuatro zonas visitadas por EL ESPAÑOL este lunes. Hay vecinos que saben que están confinados, los hay que no. Los hay que lo respetan, los hay que no. Pero todos coinciden en algo: apenas hay controles de entrada y las multas por saltarse el confinamiento brillan por su ausencia.
Un SMS de aviso
Son las tres y media de la tarde en la calle Agustín de Foxá de Madrid, justo al lado de la Plaza de Castilla. Aquí, Carlos pasea con su madre del brazo. Solo unos segundos antes de atender a este periódico han cruzado la frontera de su ZBS. “A los que vamos andando no nos suelen decir nada, pero ahí arriba en la Castellana sí que se suele poner la policía municipal”, asegura señalando hacia el norte.
Carlos sí está al corriente del cierre de su zona: su centro de salud se lo ha notificado a través de un SMS. Sin embargo, admite que la entrada en vigor de esta restricción no cambia en nada su rutina. “Tampoco es que hagamos nada fuera de lo normal”. Pero también entra y sale sin problema.
Lo mismo hacen Pedro y Roberto, que regentan una inmobiliaria en esta zona confinada. Ni se habían enterado. “Hoy está confinado, mañana no. Según cómo se levanten los políticos…”, resume Pedro. Aunque su afirmación representa muy bien el caos de las restricciones en Madrid, el confinamiento de estas zonas durará, por lo menos, hasta el 12 de abril.
—¿Cambia en algo vuestra rutina esta restricción?
—No. Al principio te lo tomas más en serio, pero ahora mismo… Hay que seguir viviendo.
Un par de kilómetros al norte, en la Avenida del Cardenal Herrera Oria, Cristina y Mari Ángeles tiran de sendos carros de la compra. Estas dos ancianas están convencidas de que el único confinamiento que hay vigente es el perimetral de la Comunidad de Madrid. Por boca de este periodista descubren que en realidad no pueden salir de su barrio. “¿Desde cuándo, desde esta mañana?”. Así es. Y ambas sueltan un sonoro: “Aaaaah”. Afortunadamente, no entra en sus planes salir del barrio.
Lo mismo les ocurre a otras dos ancianas que prefieren no identificarse. Las dos vienen de recibir la segunda dosis de la vacuna de Pfizer en su centro de salud. Pero del confinamiento no han oído nada. “Si es que, normalmente, ni salimos a andar”, afirma la que parece mayor de las dos, dando a entender que viven en un burbuja ajena al caos que se vive en la movilidad en tiempos de la Covid-19.
Control en la Ermita
A la entrada de la Alameda de Osuna hay un control. Un coche y una furgoneta de la Policía Municipal permanecen parados en la rotonda de acceso a la avenida de Logroño. Esta glorieta es famosa por acoger la Ermita Virgen de la Soledad, que sobrevivió a la construcción de carreteras adyacentes al aeropuerto por presión popular de los vecinos de Barajas. La solución fue precisamente eso, hacer una rotonda que la rodeara.
Aunque los coches de los agentes permanecen parados ocupando un carril de la glorieta, no están parando a ningún coche. Los vehículos entran y salen a placer de la M-11. A los pocos minutos, además, el control se disuelve y cada coche patrulla tira para un lado.
En un parque de esta ZBS, un grupo de chavales jóvenes -la mayoría chicas- pasan el rato en un banco comiendo pipas, fumando y escuchando música.
—Perdonad chicos, ¿sois vecinos del barrio?
—Sí —responden a coro.
—Mirad, soy periodista y estoy haciendo un reportaje sobre las nuevas zonas confinadas de Madrid.
—Anda, ¿está confinado esto?
Y sin darse cuenta, uno de los chicos confirma la tesis de este reportaje. Pero, en honor a la verdad, la mayoría sí que lo sabía. El patrón se repite: “No hay mucho control, quizás más a los coches”, explica una de las chicas. “Andando no te dicen nada”, salta otra. “Y en bus tampoco”, completa una tercera. “Yo vengo de Barajas y nunca me han dicho nada”.
En este mismo parque, Lorenzo pasea a un simpático teckel que se lanza a los pies de este periodista y se pone panza arriba. Su dueño, preguntado por el tema que nos ocupa, refleja un notable hartazgo. “Lo que tienen que hacer es vacunar, vacunar y vacunar. Y dejarse de tanto politiqueo y tanta historia”. Pone el ejemplo de Israel, donde una cuarta parete de la población ya ha recibido la inyección.
“He visto en las noticias que Estados Unidos está vacunando a tres millones de personas al día. China, a cinco… ¿Y aquí qué hacemos?”. Lorenzo trabaja en el Aeropuerto de Barajas, que queda incluido en la zona confinada. Paradójicamente, dos de los lugares de Madrid con ayor tránsito de personas quedan dentro de una ZBS: el citado aeropuerto y la estación de Chamartín.
En la Ciudad Pegaso
La última parada de este recorrido -no da tiempo a más- es uno de los lugares más curiosos de Madrid: la Ciudad Pegaso. Está pequeña colonia está delimitada por tres carreteras (M40, M14 y A2) y fue construida durante el franquismo tardío para acoger a los trabajadores de ENASA, la empresa que fabricaba los autobuses Pegaso. De ahí su nombre. Pertenece a la ZBS de Rejas y, actualmente, está confinado.
Patricia es hija de una antigua trabajadora de la fábrica y actualmente vive con sus hijos en la Ciudad Pegaso. La mujer sí que sabe que está confinada. “Te habrás encontrado con muchos que no, ¿verdad?”, y se echa a reír. Patricia también se enteró del confinamiento a través del SMS de su centro de salud y por los grupos de WhatsApp de los vecinos.
“A la vida diaria, no afecta mucho. Pero los fines de semana, que tengo a dos criaturas que no salen de aquí, sí que se nota. Nos solíamos ir fuera los fines de semana, a la sierra”. Sin embargo, y aunque Ciudad Pegaso es un buen barrio para vivir, las limitaciones son notables: “Aquí, excepto para ir al médico, te tienes que ir a Canillejas. Ahí están todos los servicios públicos”.
El relato de Patricia coincide bastante con lo que se ve en los otros barrios: no han visto un solo control de acceso. De hecho, “muchísima gente viene al [centro comercial] Plenilunio y ni uno es del barrio. Yo creo que por eso es una zona muy afectada. Es que cada fin de semana parece que hay algún tipo de cupón descuento en el Plenilunio. Es una barbaridad Y Mucha gente del barrio trabaja en las tiendas del Pleni”.