El invento con los huesos de aceituna de un andaluz: no hay que tirarlos, sirven para embotellar el aceite
Juan Antonio Caballero ha desarrollado un nuevo material para envasar su aceite de oliva virgen extra ecológico. Su siguiente salto será a la industria cosmética.
6 mayo, 2021 10:36Noticias relacionadas
Si del cerdo se aprovechan hasta los andares, ¿por qué no hacer lo mismo con las aceitunas? Esta premisa ha guiado la vida profesional de Juan Antonio Caballero, ingeniero técnico agrícola, e inventor del primer plástico hecho a partir de huesos de aceitunas. Un invento que se suma a una lista de artificios e ingenios que, lejos de patentar, ofrece gratis a los olivareros de todo el mundo. “Es posible que esto se popularice y yo no me haga millonario”, explica.
Juan Antonio Caballero, que ejerce de presidente de la cooperativa olivarera Los Pedroches (Olipe), en Córdoba, es un tipo sencillo. Tiene 49 años, no está casado y no tiene hijos. Su pasión es el campo. Por eso estudió Ingeniería Técnica Agrícola y es uno de los expertos más duchos en agricultura ecológica, de la que se hizo certificador allá por el año 1995, uno de los primeros en España.
Su vida siempre ha estado vinculada al olivar de montaña en Sierra Morena, de donde los más de 900 agricultores que componen la cooperativa que él preside cosechan las aceitunas que serán luego aceite de oliva virgen extra ecológico. “Para saber todo esto de los plásticos hay que conocer el contexto”, advierte a los periodistas de EL ESPAÑOL, desplazados a Pozoblanco, el pueblo más importante de una comarca, Los Pedroches, en los que sus habitantes innovan por necesidad.
Explica Caballero que bregar con el olivar de montaña no es sencillo. Manejarse y trabajar en la sierra implica cierta dificultad, lo que eleva los costes, como el de acarrear con bestias la fruta del olivo a través de abruptas laderas hasta las almazaras. Además, para complicar más la labor de los olivareros, los árboles más profundos son menos productivos por lo que, entre los mayores costes y menores rendimientos, la productividad es más escasa. Eso obliga a los campesinos a buscarse actividades alternativas y no depender exclusivamente del olivar.
“Las ayudas de la Política Agraria Común (PAC) han ido a empeorar la situación —se queja Caballero—, porque le pagan más a los que menos necesitan. Nosotros cobramos unos cien euros por hectárea, mientras que en Jaén pueden pasar de los mil. Cuando ellos tienen más producción, menos costes y son mucho más rentables, y encima cobran más ayudas”.
Los prolegómenos al Oliplast
En tales condiciones, hace casi 30 años, Caballero vio una posible salida que multiplicase los beneficios de aquellos olivareros: la agricultura ecológica. “Que nosotros ya hacíamos, o estábamos más próximos a hacer, y solo tuvimos que adaptarnos mínimamente a los requerimientos que nos pedían los certificadores”, recuerda el presidente.
Uno de los requisitos que exigía esa forma de producción ecológica es la restricción del uso de insecticidas y plaguicidas. Había que recurrir entonces a productos mecánicos, como el trampeo masivo para conseguir que la mosca del olivo no arruinase la calidad de las cosechas. Pero las trampas existentes en el mercado eran caras. Hasta que a uno de los socios de la cooperativa se le encendió la bombilla.
“¿Y si hacemos nuestras propias trampas con botellas de plástico de Coca-Cola?”, le preguntó Manuel, el socio pensante, al presidente Caballero. Meses después y basándose en esa idea, la cooperativa olivarera de Los Pedroches había desarrollado un sistema alternativo a las trampas que ya se comercializaban. “Y en vez de costar un euro por unidad salían a apenas 15 céntimos”, presume el ingeniero agrícola.
La llamaron Trampa Olipe y con ella llegaron a llamar la atención de la prensa internacional. “Hasta el New York Times y el Times de Londres nos sacó, eso pegó fuerte, tuvo un gran impacto”, explica Caballero. “Incluso universidades en Estados Unidos llegaron a desarrollar investigaciones con la Trampa Olipe”, presume.
Actualmente, la Junta de Andalucía lo reconoce como uno de sus sistemas oficiales de control y el sistema se usa con especial prodigamiento en el Levante. Las investigaciones sobre el terreno demostraban que el mecanismo era incluso más efectivo que los que se estaban comercializando. Tardaron unos seis años en constatar con “estudios como Dios manda” los resultados. “Pero eso no generó beneficio a la cooperativa porque vendimos un sistema, nosotros no vendíamos las trampas —detalla el precursor del ingenio—; pretendíamos que el agricultor tuviese un sistema barato para controlar una plaga en el olivar ecológico”.
Un hueso con posibilidades
Todo eso ocurrió en el año 2000. Y desde entonces Juan Antonio lleva dándole vueltas a la cabeza a nuevos ingenios siempre con el mantra de optimizar cada aceituna que cae en sus manos. Ya sea utilizando la materia orgánica resultante del prensado como compost agrícola o usando el hueso de la aceituna como combustible para la generación de energía eléctrica en las calderas de biomasa.
Pero esa solución para el hueso de la aceituna nunca le dejó satisfecho. No era un “uso legítimo”. No le gustaba eso de quemarlo, necesitaba usarlos para crear algo distinto. “En esta cooperativa tenemos muy desarrollado el departamento de i+D: imaginación y desparpajo”, asegura con tono de broma el presidente Caballero. “Y cuando tenemos ideas —sigue—, llamamos a muchas puertas hasta conseguir que nos ayuden. Así hemos conseguido la colaboración del CSIC de Granada, para el tema de bioindicadores y de fauna auxiliar, o la Universidad de Córdoba”.
Por eso el día que recibió la llamada de unos viejos amigos, la empresa de plásticos biodegradables con la que desarrolló las Trampa Olipe, pidiéndole ideas para presentar a investigaciones públicas no dudó en coger su coche e ir de Pozoblanco a Valencia a proponerles una interesante salida a los huesos de aceituna.
“Todos los proyectos hay que soñarlos antes y yo ya lo soñé”, explica Caballero. “Yo les propuse hacer un plástico hecho con huesos de aceitunas; plástico para hacer mis botellas y envasar en ellas mi aceite de oliva virgen extra”, expone con una ilusión desbordante y con una de las últimas pruebas recién salida del laboratorio.
—¿Y qué le dijeron?
—Pues yo creo que ellos pensaron que estaba más loco de lo que inicialmente sospechaban.
Juan Antonio estuvo todo el viaje de vuelta de Valencia —donde está la sede de Aimplas, el Instituto Tecnológico del Plástico— a Pozoblanco alimentando ese sueño. Sobre el papel podía llegar a funcionar. A fin de cuentas, razonaba el ingeniero agrícola, “el hueso de la aceituna es carbono y esa es la materia prima para hacer plástico”.
Una idea, la del grupo operativo denominado Gooliva, que le ha valido unos 360.000 euros en ayudas públicas para el desarrollo financiado con fondos Feder de la Unión Europea y del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, cuyo objetivo se centra en desarrollar un producto bioplástico versátil y ecológico a partir del hueso de la aceituna.
Polvo de hueso
Pero la práctica siempre pone a prueba a tipos como Caballero. “Les pedí a Aimplas que qué necesitaban para hacer plástico con los huesos y ellos me pidieron que tenía que reducir los huesos de las aceitunas a unas partículas de unas 50 micras”, recuerda.
Sobre la mesa, en una de las dependencias de la cooperativa Olipe, hay un bol con el hueso de la aceituna tal y como sale del prensado. El proceso hace que el duro centro de las olivas se rompa en diminutos trozos, pero nada que ver con el tamaño que le pedían los desarrolladores del laboratorio. Entonces Caballero pensó que debía probar a moler esos minúsculos trozos de aceituna hasta conseguir reducirlos a las 50 micras solicitadas.
Para la primera prueba usó un mortero manual con el que él hacía añicos piedras de cuarzo para una aplicación de agricultura biodinámica. Necesitaban unos cinco kilos de polvo de hueso de aceituna. “Y ahí empezamos a molerlos a base de porrazos”, rememora el presidente. Pero no había manera. Se turnaban para evitar el cansancio, pero por mucho que golpearan, las partículas resultantes no entraban por los diminutos agujeros de los matices de 50 micras. “Cuando veía el polvo que se levantaba de darle con el mortero me echaba las manos a la cabeza porque esas eran las partículas que necesitábamos para hacer el plástico”, explica Caballero. Y desistieron.
Viendo que era una misión imposible, al presidente de la cooperativa se le ocurrió llevar sus huesos de aceituna a Milán, Italia, a una empresa que pulveriza lo que sea. “Lo consiguen gracias a un sistema que lanza un chorro de aire contra una pantalla de tolueno”, apunta Caballero. Aunque para los italianos, acostumbrados a la industria de la pintura, también fue su primera vez con los huesos de olivas.
“Se lo tomaron como un reto, pero fueron cautos. Hicieron un trabajo muy bueno, con curvas de rendimiento que nos ayudan al posterior proceso industrial. Y conseguimos las 50 micras y un rendimiento aceptable”, asegura el inventor.
Su parte estaba cumplida. La segunda parte de esta historia estaba en las manos del laboratorio de Aimplas. Eso sí, con las indicaciones de Juan Antonio. “En mi cabeza siempre ha estado la idea de que el plástico resultante tenía que ser compostable y totalmente biodegradable, por eso les pedí que usaran un plastificante orgánico y ecológico”, recuerda Caballero. Y así se hizo.
Juan Antonio se emociona cuando se lleva a las manos el plástico resultante de todo ese proceso. Es una bandeja marrón verdoso, opaca y rígida. Él la toca, la huele y hasta la muerde. Dice que la primera vez que la tocó trató de doblarla para ver la dureza. Apretó tanto que acabó por romperla. “Y no es porque no me gustara, pero quería ver el límite, lo dura que era”, apunta.
Tenedores o envases de cremas
Y mientras que llegan las pruebas que demuestre que es un producto apto para el uso alimenticio y que no hay transferencia de sabor al aceite de oliva, ya han surgido otros usos en el ámbito del menaje. Tenedores, cuchillos y demás utensilios de plástico. Aunque hay más, el Oliplast —que es como han bautizado a este material— también ha llamado la atención de la industria cosmética para emplearlo como envase de sus cremas elaboradas con aceite de oliva.
En uno de los almacenes de la cooperativa olivarera de Los Pedroches hay montañas de huesos de aceituna. Cuesta andar sobre ellos, que se comportan como si fuesen arenas movedizas. Esa ingente cantidad de este subproducto del aceite de oliva es solo una parte de toda la producción anual. Otros años habría acabado en una caldera de biomasa, pero a partir de ahora se guardarán para la producción del Oliplast.
Si se extrapola lo visto en ese almacén al resto de almazaras del país, el resultado es abrumador: 360.000 toneladas al año de huesos de oliva en España. Una materia prima ecológica para hacer plásticos biodegradables.
—¿Llegará el día en el que el hueso valga más que el aceite?
—No lo creo. Nosotros vendemos aceite. Esto lo hacemos para abrir camino.
—¿Podría pasar que esto se popularizase y tú no te hicieses millonario?
—Es que estoy seguro de ello. No me voy a hacer millonario. Ni yo ni la olivarera. Si esto se populariza esto lo va a poder hacer cualquiera. Y estaré orgulloso por ser pioneros y haber abierto este mercado.
—¿Y no se plantea patentar?
—Es muy complicado hacer una patente o registrar una propiedad industrial. Si este proyecto lo hiciese una empresa gorda, con dos o tres millones de euros lo podría tener en poco tiempo. ¿Que qué pretende la cooperativa con este proyecto? Abrir un camino, y es lo mismo que hicimos con la Trampa Olipe. No queríamos ganar dinero. De haberlo pretendido habríamos hecho las cosas de forma diferente, pero vendimos el sistema. No vendimos las trampas. Lo hicimos así porque era una herramienta útil para los agricultores. Llámame iluso o loco.
Sostiene Caballero que hace lo que hace porque es su obligación. Y no oculta su deseo de equivocarse y hacerse millonario, pero no son esos sus planes. “Por ahora somos ricos en compartir conocimiento”, confiesa el de Pozoblanco, que sigue pensando futuros usos para la aceituna.
Cremas antioxidantes
La aceituna está compuesta por un 85% de pulpa y un 15% de hueso. La materia grasa se reparte en tres: aceite en un 20%, el 35% es pulpa y el 45%, agua. Y es este último elemento el que ya ocupa su pensamiento. “Esa agua tiene propiedades, incluso más que el aceite. Y nadie se para a mirarlo”, se queja el ingeniero agrícola.
“Es un secreto, pero lo siguiente será hacer algo con el agua de vegetación, el nombre técnico, que es un líquido rico en antioxidantes, un componente que tienen dos posibles salidas: el de la alimentación, como conservante; y el de la cosmética”, revela Caballero.
Sin dar muchos más datos, el presidente de los olivareros de Los Pedroches explica que entre sus clientes ya están afamadas firmas de cosméticos como Weleda y Balance, “y ahora también L'Oréal”. “De hecho, L'Oréal ya nos compra el aceite, y flipan”, confiesa. Y además de plásticos, compost, combustibles para biomasa, conservantes y cosméticos, Caballero también hace aceites de olivas virgen extra, el principal objetivo de una almazara, aunque no lo parezca en su caso.
“Y es un aceite de mucha calidad. Tanto en la organoléptica como en la visión saludable, porque nuestro aceite tiene unos niveles muy altos de polifenoles”, presume. “Siempre me pregunto que por qué nos elige un cliente. ¿Puede ser por el sabor? ¿Por el precio? ¿O quizás por quién eres y qué haces? Pienso que al consumidor le interesa cada vez más saber quién está detrás de lo que compra y todos los proyectos asociados que llevamos nos da un plus y hace que se decante la balanza a nuestro favor”, defiende Caballero.
—Y para los cooperativistas y el resto del pueblo, ¿quién eres tú? ¿Cómo le ven?
—En el pueblo me tienen por loco. [Bromea]. Hay veces que me pregunto si me falta tener los pies en la tierra. Pero yo soy feliz. Y aquí, en la cooperativa, tengo la oportunidad de inventar cosas.