Son dos mundos que se separan, que se alejan poco a poco del uno del otro, pero que siempre vuelven a encontrarse. En medio hay una grieta, como en todo, pero en esta no es por donde entra la luz, sino en todo caso la ruina. Cuatro años después, la factura del procés en Cataluña sigue engordando. En gerundio.
El indulto a los líderes independentistas ha reabierto la dinámica de una secesión que en los últimos años se quiso vender como inmediata, fácil y gratuita para los catalanes, pero que no tardó en convertirse en inalcanzable, lastimosa y cara, y no sólo en lo económico. El precio a pagar por convertir Cataluña en una especie de Ulster, de momento sin armas, ha sido doble.
El primero, quizá el más fácil de percibir, es que existen dos bloques: una fractura social entre “nosotros” y “ellos”. Desde ciertas partes del independentismo se dice que no, que Cataluña es un sol poble y que, como mucho, la situación está enrarecida y polarizada por un par de interesados, pero la realidad es que no. Según las últimas elecciones regionales hay un 48,01% de independentistas, un 40,15% de no independentistas y, en medio, un 6,87% de ‘comunes’, críticos con el independentismo pero favorables al derecho a decidir. La situación no ayuda.
Esta fractura -que además de política es geográfica, en función de a quién se vota en cada territorio-, ampliada en los últimos años, ha sido el germen para romper amistades, levantar recelos y colarse incluso en las propias familias. En parte, porque un espectro importante de los independentistas se niegan a admitir que la otra mitad también sufre, mientras que los no independentistas dan, en la mayor parte de los casos, por perdidas las relaciones anteriores que tenían con amigos, compañeros o familiares que ya se han quedado al otro lado.
La Cataluña marginada
El documental Ferida oberta, de Jesús Ángel Prieto y Rosa Botella, habla de esto. La cinta, que sirve como reflejo de la fractura social causada por el procés, presenta dos realidades muy distintas de cómo se ha vivido el proceso entre vecinos: todos se sinceran, de uno y otro bando, pero de maneras distintas. Ahí se ve la grieta.
Por un lado, los contrarios al independentismo se sinceran y confiesan, con cierta tristeza, cómo los últimos años de disputa política y territorial se han llevado por delante amistades, relaciones personales y familias enteras. Por el otro los procesistas, también sinceros, también afectados, centran su empatía en los líderes independentistas presos, lloran por ellos y sienten su pérdida más que la del primo que no te habla en la cena o el amigo de toda la vida que ya no saludan cuando van a comprar el pan.
“Es una brecha que ha ido creciendo, y seguirá haciéndolo. A todos nos ha pasado que nos hemos separado de amigos de toda la vida, del colegio, compañeros de trabajo, que de repente dejan de hablarte por tu posición frente al independentismo. Muchos ya no me hablan. De un día para otro te conviertes en un extraño y un enemigo”.
Son las palabras de Ángel Escolano, presidente de Convivencia Cívica Catalana, una de las primeras entidades de resistencia civil contra el independentismo. Empezaron su cruzada en 1998 para defender el castellano como lengua vehicular, mutaron en asesores jurídicos contra la imposición lingüística y hace sólo unos días presentaron el primer recurso contra los indultos. En perspectiva, es pesimista respecto a la herencia del procés.
“La mitad de Cataluña vive marginada con respecto a los independentistas, que hacen girar la vida social alrededor de sí mismos. Muchos, que son tan catalanes como ellos, se sienten fuera de lugar y son expulsados”, refleja. La separación es tal, sobre todo a partir de los sucesos del 1 de octubre de 2017, que bien se podría hablar de dos comunidades distintas habitando en el mismo espacio.
La fractura no es nueva, pero lo que antes era una fina línea ha terminado por convertirse en una grieta insalvable para muchos, también auspiciada por las instituciones que durante años han sido la clave para desbloquear los Gobiernos del Estado. “Al final los independentistas sólo gobiernan para una parte de la población y en contra de la otra: y así no hay convivencia que valga”, añade Pilar Castellanos, socia fundadora y primera presidenta de Societat Civil Catalana – Madrid.
La fractura económica
A la fractura social originada por años de enfrentamiento independentista hay que sumarle una segunda brecha: el suicidio económico de una región que hace no tanto tiempo era la comunidad española con mayores perspectivas económicas. Ahora ocurre todo lo contrario, y en los últimos cuatro años han abandonado Cataluña 7.007 empresas por las 2.509 que han llegado.
Así, la pérdida del dinamismo económico de Cataluña -principalmente Barcelona- en relación con Madrid, la única región comparable, tiene como principal responsable al independentismo y su fractura social, algo parecido a lo que ocurrió en la canadiense Montreal y el secesionismo francófono alrededor de Quebec.
Para los autores de la London School of Economics, en un artículo publicado en agosto, el procés habría resultado en el suicidio económico de Barcelona con respecto a Madrid. Los indicadores, además de las empresas fugadas, son impactantes: entre 2010 y 2018 Madrid atrajo casi el 62% de toda la inversión extranjera que llega a España; Cataluña se quedó por debajo del 16%. Lo mismo ocurre con el PIB per cápita, que en menos de 30 años ha pasado de ser un 25% mayor que el de Madrid a estar un 15% por debajo. La lista sigue.
“Muchas empresas se han ido porque hay inestabilidad, y muchas otras no vienen por lo mismo. Lo que más miedo da a los capitales es la inseguridad”, empieza Pilar Castellanos. “En Madrid, por ejemplo, puedes estar de acuerdo o no con sus políticas, pero por lo menos sabes cuáles son. En Cataluña no sabes qué te vas a encontrar, a quién te vas a someter, cuánto va a afectar a tu negocio el idioma en el que hablen tus empleados… Todo condiciona”.
“La gran mayoría de las principales del IBEX que tenían sede en Cataluña se han ido, tanto por la inestabilidad social como por la política”, resume Escolano. Estas empresas, en en la cresta de la inestabilidad, concentraban el 30% del empleo que se generaba en Cataluña. El resto de datos no es menos pesimista:
El proceso de aprobación de la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) en 2017 hizo perder a la economía catalana 433 millones de euros de actividad económica en esos momentos. El golpe fue más duro en el sector turístico, donde se perdieron más de 180.000 visitantes y 319 millones, y en las entidades financieras, como Caixabank y Banco Sabadell, que cambiaron su domicilio social y operativo.
“En estas circunstancias, quedarse sólo con el dato de que 7.000 empresas se fueron de Cataluña es hasta optimista. Lo que habría que mirar es, con todo esto sobre la mesa, ¿cuántas empresas han dejado de venir? ¿Cuántas querían invertir aquí y han dicho que no por la inseguridad jurídica y política? Es desastroso”, cierra Escolano.