Cuando Hollywood estaba en Gran Vía: los españoles que se convirtieron en 'los magos' de las estrellas
A mediados de siglo Enrique y Quique Herreros, padre e hijo, se convirtieron en los reyes, promotores y confidentes de las mayores figuras del cine.
25 julio, 2021 01:43Noticias relacionadas
En casa de los Herreros nunca ha habido cuchillos de palo. Enrique Herreros padre (uno de los fundadores de La Codorniz, cartelista, cineasta y representante artístico) y Quique Herreros hijo (periodista, publicista, escritor) siempre se movieron a 24 fotogramas por segundo, navegaron entre nubes de celulosa, dibujos imaginarios y supernovas de las que laten hasta sumergir a la cuarta pared en universos oníricos catalizadores de deseos. En pleno auge de su esplendor en los cincuenta, Berlanga tildó al patriarca como “el inventor de la promoción y la publicidad”. Sin embargo, su hijo confiesa a EL ESPAÑOL que “antes de 1936 la revista Cinegramas le llamaba el mago de la publicidad”.
No en vano, hojeando la revista Semana su mirada se posó sobre una fotografía en blanco y negro de Gyenes de una jovencita llamada María Antonia Abad Fernández. Si alguien quería llegar a ser importante tenía que pasar indefectiblemente por la lente del retratista húngaro afincado en España. Por aquel entonces trabajaba como responsable del departamento de publicidad de la productora y distribuidora Filmófono, para la que realizaba también los carteles pintados a mano de las películas. El director Raffaello Matarazzo buscaba una cara fresca que diera la réplica a Fernando Fernán Gómez, por lo que Enrique buscó desesperadamente a aquella adolescente de la que nadie sabía nada. Tras localizarla, le hicieron una prueba de cámara. Y gustó.
La película fue Empezó en boda (1944) y Enrique Herreros, al igual que hacían las majors hollywoodienses, cambió el nombre a la manchega. A partir de ese momento se la conocería como Sarita Montiel. Pronto se convirtió en su amante y Quique la llamaba "mi madrastra". Él no lo ha dicho, pero un íntimo amigo asegura a EL ESPAÑOL que Herreros tiene unos documentos que demuestran que el primer matrimonio por lo civil de Sara Montiel con Anthony Mann no fue válido ya que estaba escrito Antonia Fernández Abad (apellidos intercambiados) y Anthony Mann, que era su nombre artístico, ya que en realidad se llamaba Emil Bundesmann.
Aquel hijo hoy tiene 94 años, una mente lúcida y habla con dificultad sin querer saber nada la Montiel. Cuando publicó sus memorias no mostró su agradecimiento a los Herreros por volverla a encumbrar gracias a El último cuplé (1957) y La violetera (1958). “Como ya no está viva prefiero callar. ¿Me lo respeta, verdad?”. Pero en su libro Herreros a vista de pájaro, se despachó a gusto: “Aquella muchacha que había salido del Campo de Criptana con una mano delante y otra detrás, protegida por sus dos resplandecientes tetas, para recorrer el camino de la vida, triunfar y dominar fuera como fuera (…) Ella no dejaría de incordiar al prójimo”.
Eso sí, confirma lo siguiente: “Ella no fue la primera española que triunfó en Hollywood ya que Antonio Moreno había trabajado en el cine mudo con Greta Garbo. A finales de los cincuenta fue la reina del cine hablado en español. Durante tres semanas en julio de 1960 el Teatro Avenida de Buenos Aires se puso en pie al verla cantar. Estaba lleno a reventar”.
De Mistral a Chaplin
Su progenitor descubrió poco después, en 1946, a Nati Mistral, a quien dirigió en una de las mejores películas de la historia del cine patrio, María Fernanda, la Jerezana (1947), y con quien conservó una amistad basada en la confianza, la inteligencia y la integridad. Incluso llegaron a ser amantes. Se lo pasaban muy bien en Viena. Quique prosiguió con esa relación solo de amistad, nunca se casó y confiesa un affaire con Miiko Taka, la actriz japonesa-americana que interviene en Sayonara (1957), junto a Marlon Brando y Ricardo Montalbán.
Entre 1957 y 1977 padre e hijo trabajaron juntos. Quique Herreros sería el jefe de prensa de United Artists en España y de la Paramount en Latinoamérica, lo que le permitió ver la trastienda de aquellas estrellas intocables de la Golden Age. “Chaplin fue quien me causó el mayor impacto. Era durísimo en el trabajo y le gustaba el dinero más que a mí. Como yo distribuía Un rey en Nueva York (1957) en España le solucioné un problema que tuvo con el pago de un plazo. Aquello no lo olvidó jamás. Fui el único periodista que pudo entrar al rodaje de La condesa de Hong Kong (1967), pero aquel día no rodaba Marlon Brando”, admite algo resignado.
Sin embargo, tiene una anécdota graciosa ocurrida en un restaurante de West Hollywood en el que estaba protagonista de Un tranvía llamado deseo (1951): "Discutía a gritos con mi jefe, teníamos una pelea gorda, y Marlon Brando estaba comiendo en una mesa de la esquina. Cuando se iba, en plena bronca se paró y nos dijo: ‘¡Qué conversación tan agradable!”.
En su corazón aún palpita Elizabeth Taylor. La conoció por primera vez en 1959 (es el único error que comete al hablar de fechas) cuando llegó para acompañar a su tercer marido, el productor Michael Todd, “porque Cantinflas tenía que rodar algunas escenas para la película La vuelta al mundo en 80 días (1956). Yo trabajaba para el diario El Alcázar y junto a otros periodistas la estuvimos esperando en Barajas. Cuando llegaron al hotel Castellana Hilton llamé a la puerta porque quería una entrevista con ella y Todd me señaló con el dedo mientras me decía get out (fuera)”. Cuando empezó a tratar a la estrella hasta convertirse en su amigo, Herreros le comentó aquella anécdota: “La Taylor no paraba de reírse”.
Con nostalgia recuerda sus vivencias en el Festival de Cine de Cannes en 1987, donde acudió con su entonces pareja, George Hamilton: “Durmió en casa de un amigo en un pueblecito cercano a Cannes, pero el festival le tenía reservada la suite del Carlton que solo usó para maquillarse y vestirse. Mientras la peinaba Alexandre de París pidió que le trajeran un televisor pequeño y como me quedé extrañado le pregunté ‘What for’ (¿Para qué?) y me dijo: ‘para ver cómo entran las mujeres’. Era tremendamente lista, se las sabía todas. Hizo esperar a Paul Newman que presentaba como director una nueva versión de El zoo de Cristal, pero su aparición eclipsó todo con aquel vestido rojo chillón. Triunfó”.
En una ocasión, lo llegó a pasar francamente mal cuando fueron a cenar a Chasen, el mejor restaurante de Los Ángeles en aquel momento. Entre plato y plato, Hamilton pidió a Herreros que le contara las anécdotas durante la promoción de Amor al primer mordisco (1979) -lanzó al estrellato al eterno bronceado de Hamilton- “y en mitad de la conversación, con la euforia, cogí el vaso que tenía delante y me lo bebí entero. Casi me muero. Era ginebra. El camarero ya conocía a la Taylor y se lo servía. Hamilton y ella siempre discutían porque él no quería que bebiera. Esa costumbre la cogió al lado del cretino de Richard Burton (su quinto y sexto marido)”. A ella le dedica uno de los capítulos de su último libro, Los dos Herreros. Cuando Hollywood brillaba en la Gran Vía (Modus Operandi).
Nostálgico del cine
Antes de ir a cenar, recuerda cuando asistió a la gran fiesta de Elizabeth Taylor para celebrar su 60º aniversario. Alquiló todo el parque Disneyland en California para invitar a todos sus amigos “y ya se sabe que en esos sitios están prohibidas las bebidas alcohólicas. Pero en aquella fiesta salió borracho de champán el que quiso porque Elizabeth se saltó las normas a la torera. Era única”. Y añade: “También era muy puritana. Se peleaba también con Hamilton porque ella se quería casar, no quería ir de querida. Si se presentaba a los sitios tenía que ir de señora”.
En el despacho de su casa, las miradas de Bette Davis, Buster Keaton, Tyron Power, Sofía Loren o Frank Sinatra se clavan desde las paredes para potenciar aún más la atmósfera de aquel misterio que destilaban las estrellas de entonces. “Hoy ya no existen -afirma apesadumbrado- porque el magnetismo y el glamur son intrínsecos a la persona. Hoy en día no pasa eso con los actores. Esas que van por ahí con las alpargatas y los pantalones rotos diciendo esa frase que tanto odio ‘¿qué pasa tío?’ o si vas al mercado y te encuentras a la protagonista de una película con la cesta de la compra…
El otro día vi los premios Forqué y no conocía a nadie. El cine de ahora no lo veo. No conozco nada. En televisión solo pongo películas clásicas como La sombra de una duda (1943) de Hitchcock que también le encanaba a mi padre o El hombre tranquilo (1952) de John Ford. Antes los extras eran de verdad, como en El Cid (1961), pero ahora los pintan”. De tanto en tanto tira algún dardo (envenenado) a algunas de las actrices a las que actualmente llaman estrellas.
“No entiendo el fenómeno de Penélope Cruz. La vi de cerca cuando organicé la promoción para los Oscar de Belle Époque donde ocurrieron ciertas cosas que no puedo contar porque no quedaría bien. Y otro Oscar que no comprendo es el que le dieron a esa actriz de Shakespeare in Love (1998), ¿cómo se llama?”. Le refresco la memoria: “Gwyneth Paltrow”. Y prosigue.
“Sí, sí, ella. No entiendo que esa señora se lo haya llevado y que Cary Grant y Barbara Stanwyck solo obtuvieran los honorarios”. Está algo descontento con la industria del cine española. Quique Herreros fue quien diseñó la campaña publicitaria de los Oscar del filme Volver a empezar, de José Luis Garci, para que la legendaria actriz Louise Rainer junto a Jack Valenti exclamara el “and the winner is… Volver a empezar”, convirtiéndose en la primera estatuilla que nuestro país ganaba a la mejor película extranjera. Pero tras el largometraje Belle Époque “desde 1995 ninguno de los que ha sido nominado me ha llamado para que le diera algún consejo. Es un trabajo muy duro organizar toda la promoción en Los Ángeles”. Pero pelillos a la mar.
Arde Madrid
De repente, suelta que vio a Gary Cooper en Madrid. “Fue a través de la ventanilla del tranvía a las puertas del Castellana Hilton porque vino a su inauguración en 1951”. Le comento al señor Herreros la anécdota que su hija Maria Cooper Janis me explicó hace un par de años: “Aquella noche se fue la luz durante la fiesta y los invitados tuvieron que sostener velas y candelabros. Fue algo muy divertido”. No tuvo ocasión de conocerle en persona, pero sí a Robert Taylor, de quien siempre ha dicho que fue una auténtica estrella.
En la década de los cincuenta, mientras Ava Gardner se bebía todo Madrid, Herreros afirma que, aunque no la trató mucho, “aquella fama de que se había tirado a media ciudad no era cierta. No se acostaba con el primero que llegaba. Pero con un Sinatra, un Dominguín, un Cabré…. sí. Siendo redactor de La Gaceta Ilustrada recuerdo que la estuvimos esperando en la puerta de su casa durante tres días y al cuarto salió hacia La Moraleja para jugar al tenis en la mansión del millonario Frank Ryan con Luis de Figueroa, conde de Quintanilla (heredero del histórico condado de Romanones y casado con la supuesta exespía americana Aline Griffith).
La retratamos jugando. Y siendo jefe de publicidad de la United Artists me pidió que le hiciera un pase privado de la primera película de Stanley Kramer No serás un extraño (1955) que la protagonizaba Olivia de Havilland, Robert Mitchum y Frank Sinatra, que por entonces estaba casado con ella. Ava llegó con su hermana y unos perros salchicha que los tuve en brazos durante toda la proyección. ¡Qué ganas me dieron de devolvérselos! A la salida preguntó dónde había un bar y se pidió un güisqui con cerveza. ¡Qué mezcla tan fuerte!”.
Cuando en 1950 llegó a España para protagonizar Pandora y el holandés errante en la Costa Brava ya se había enamorado del país. “Recuerdo que durante el rodaje en Tossa de Mar, Sinatra se presentó hecho un basilisco porque sabía que tenía un romance con el otro protagonista, Mario Cabré”. Entre 1954 y 1968, la protagonista de Mogambo (1953) instaló su residencia en Madrid porque “encontró la libertad que tanto ansiaba alejada de la férrea disciplina de la MGM y Louis B. Mayer. Se encontró el mar abierto y dijo, esta es la mía”.
Ya no hay promociones como las de antes. El Palacio de la Música era el mejor cine de Madrid para congregar a miles de personas que vitoreaban a los intérpretes. “Hoy es un solar. Se me saltan las lágrimas cada vez que paso por ahí porque yo me crié en ese cine”, asevera Herreros. Allí su padre planeó el estreno de las primeras películas de René Clair, El millón y Viva la libertad, ambas de 1931, pero sin duda alguna, lo mejor estaba aún por llegar. A partir de 1950 los estrenos fueron apoteósicos.
“La llegada a Madrid de Romy Schneider para promocionar Sissi (1955) fue apoteósica en el Palacio de la Prensa. Contratamos a un faquir famosísimo llamado Daja Tarto, invitamos a miles de personas que en realidad eran extras para que hicieran ruido, aplaudieran y vitorearan e incluso previamente ensayamos la rotura de los cristales del cine para crear más expectación. El trabajo era saber hacer ruido”, relata nuestro protagonista. Con cariño guarda muchos de los carteles de su padre y algunos trabajos de La Codorniz, donde realizó 807 portadas, 45 contraportadas y 2.303 piezas. Los Herreros fueron los creadores de la promoción moderna en el séptimo arte.