Yorman ha trabajado de rider durante cuatro años en dos continentes, pero nunca había pasado tanto calor como ahora. “En Lima hace calor, pero no como acá”, asegura el joven mientras se refresca a la sombra de un edificio de la calle Bravo Murillo, en Madrid. Es el primer agosto que Yorman pasa en España y ha tenido la mala fortuna que sea uno especialmente caluroso. Y lo peor está por llegar.
La ola de calor que azota a Europa va a dejar este fin de semana temperaturas más propias de un desierto que de un clima mediterráneo. Sevilla y Jaén llegarán a los 44 ºC; zonas de la Comunidad Valenciana, a 45; Córdoba estará cerca de batir el récord de España con 46… El caloret faller, que diría la difunta Rita Barberá. Igual que el recibo de la luz, las temperaturas solo han ido hacia arriba esta semana.
En Italia han bautizado a esta ola de calor como Lucifer. Este jueves, la localidad siciliana de Siracusa batió el récord de temperatura registrada en Europa: 48,5 ºC. Aunque el diablo tiene muchos nombres, quizás no sean suficientes para los episodios que se nos vienen encima. El último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), elaborado por expertos reunidos por la ONU, ha sido tajante: muchos efectos del cambio climático son ya irreversibles. Está en manos de la humanidad que los tiempos venideros sean malos o, directamente, catastróficos.
Con este panorama, lo último que a uno le puede apetecer es enfundarse un enorme disfraz de Mario Bros., el famoso fontanero saltarín de Nintendo. Pues a Mayer no le queda otra. “Es la necesidad. Hay que pagar la habitación, la comida… Y si tienes carga familiar en tu país de origen, pues tienes que mandar dinero. Lo poquito que voy consiguiendo, con este sacrificio se hace. No es mucho, pero bueno”.
Mayer es peruano y tiene 52 años. Permanece parado al inicio de la calle Preciados a las 16 horas de este jueves. El termómetro marca 37 grados y en mangas de camisa ya se suda. Es el segundo año consecutivo que Mayer trabaja disfrazado vendiendo globos por la voluntad. “Este año sentí más calor”. Los golpes de calor son algo habitual en su gremio.
—¿Compañeros que han caído acá disfrazados? Sí, sí. Muchos.
—¿Y a usted no le ha pasado?
—Sí, estuve en ese punto. Pero bueno, tomé mucha agua y me saqué el disfraz totalmente empapado.
Para sus descansos, Mayer tiene un truco que le salva de caer redondo cada día. “Mira, yo voy a la esquina de acá de El Corte Inglés, abro la puerta de este lado y sale el aire acondicionado”.
En el invernadero
Si en el corazón de Madrid se pasa calor, no es distinto en el campo. Juanvi lo sabe bien. Este agricultor de El Perelló (Valencia) lleva toda la vida enfrentándose a la solana durante el trabajo. “Ahora mismo, procuramos ponernos antes a trabajar, aunque sea un poco de noche, y terminamos de trabajar a la hora de almorzar”, asegura en conversación telefónica con este periódico. Juanvi cultiva tomates en verano y hortalizas en invierno. El calor está trastocando sus planes.
“Este año he evitado tener cultivo en invernadero en verano, lo he tenido más en superficie de malla. Con el cambio climático y este calor que hace tratamos de evitar las horas de calor, tanto mis trabajadores como yo”, asegura.
—¿Alguna vez le ha dado un golpe de calor, a usted o a un compañero, mientras trabajaba?
—A mí más de una vez me ha entrado alguna pájara estando dentro del invernadero y pasar un día enfermo, sí. Esto, hace tres o cuatro años. Ahora no me pasa porque me cuido más.
De vuelta a Madrid, hay quien le quita hierro al asunto. Es el caso de Emmanuel, obrero de la construcción, que atiende a este periodista mientras asfalta una calle de Tetuán. “Es acostumbrarse. Mira, voy en manga larga y no tengo calor”.
Lo cierto es que este dominicano de 23 años tiene experiencia bajo el sol: “En mi país estuve desde pequeñito haciendo casas. Aquí [en esta calle] llevo trabajando un mes”. En España, en cambio, lleva 15 años. Emmanuele asegura que nunca ha sufrido (ni visto) un golpe de calor entre sus compañeros. “Bebemos cuatro o cinco litros de agua al día. Es imposible que nos pase algo”.
Prohibido usar moto
A Luis, este viernes le dejan moverse en furgoneta. El hombre trabaja reparando motos de Acciona, esas que se alquilan en la calle. Normalmente, los técnicos se mueven en moto, pero recientemente le dio un golpe de calor a un compañero. Por eso la empresa ha preferido que los empleados se muevan al resguardo de un coche con su correspondiente aire acondicionado.
Adonay también se mueve en furgoneta, aunque su trabajo es bien distinto. Se dedica a recoger chatarra. Justo ha parado a comprar agua cuando es abordado por el periodista. Cuenta que teme que esto vaya a peor en los próximos años, y espera que no le pille trabajando en la calle.
Yorman, el rider, tiene muy claro que no va a pasar otro verano así. Lleva seis meses en Madrid, tiempo suficiente para haber sufrido frío y calor. Ahora toca lo segundo. “Está fuerte. Yo ando tapado porque si te quemas es peor. Está muy fuerte”, aprecia este venezolano de 32 años afincado en España, que también ha vivido en Perú. “Allá hace sol, pero no como aquí, que quema, que duele”.
“Entre cada pedido me paro un ratito y me refresco”, explica mientras señala un vaso de plástico con agua y hielo apoyado en la papelera más cercana. Si todo va según lo previsto, este será el último verano que Yorman pasará repartiendo comida en moto. No entra en sus planes seguir siendo rider. “No, no”, y niega con la cabeza. De momento, toca sufrir.