El fin de las restricciones por la Covid-19 y la entrada del nuevo curso han supuesto el regreso de un deporte nacional a las calles de nuestro país. Si el Comité Olímpico Internacional lo reconociese como tal, España sería campeona mundial. Eso es, hablamos del botellón. Las imágenes de los pasados fines de semana hablan por sí solas.
Hace dos semanas le tocó a Madrid, con un macrobotellón de 25.000 jóvenes en la Ciudad Universitaria que se saldó con 11 personas atendidas por los servicios de emergencia, entre ellas, una joven que estuvo cerca de perder el brazo izquierdo.
Y el fin de semana pasado, le tocó a la ciudad condal. Los tres días de las fiestas de la Mercé dejaron un importante reguero de destrozos, peleas, ataques a la policía y pequeños robos en comercios. Esos tres días de juerga se saldaron con 80 personas atendidas por los servicios médicos y cerca de 50 detenidos. La alegría de la “nueva normalidad”.
El botellón —dícese de la actividad que consiste en beber ingentes cantidades de alcohol en la vía pública— se lleva practicando en España desde tiempos inmemoriales. Casi todos los nacidos desde el fin de la dictadura hasta principios del siglo XXI lo han practicado en alguna ocasión. Sin embargo, el fin de las restricciones de movilidad, reunión y cierres nocturnos ha desmadrado a los más jóvenes hasta límites insospechados.
EL ESPAÑOL ha hecho una encuesta callejera por el centro de Madrid para ver qué opina la Generación Z o centennial —los que tienen entre 18 y 25 años— de estos desmadres y de que se les criminalice por un comportamiento que las generaciones anteriores, en mayor o menor medida, han tenido. Ya lo dijo el tipo más influyente de la historia de la humanidad: el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Gabriel tiene 19 años, estudia periodismo —buena elección— y estuvo el pasado viernes 17 en el macrobotellón de la Ciudad Universitaria de Madrid. “A un botellón así de grande no había ido nunca”, confiesa.
Aunque asegura que no le gustó la experiencia, no cree que lo vivido aquel fin de semana fuera tan grave: “Yo he visto cosas en Twitter de ‘qué vergüenza, qué no sé qué’... Me parecen exageradas las reacciones. Entiendo que te parezca mal y que no quieras ir. Creo que la mayoría de la gente que había ahí ya ha pasado un año de restricciones y es consciente, responsable y sabe lo que puede pasar si va”. Asegura que “no volvería a ir” y que una conocida fue una de las 11 personas que salieron de allí en ambulancia. “Se dio un golpe en la cabeza”.
—¿La gente estaba muy desmadrada?
—Sí, a mí no me gustó la experiencia, pero por la gente, no porque hubiera mucha acumulación.
—¿Qué le dirías a los que son ahora un poco más mayores que critican vuestro comportamiento?
—Que piensen en lo que eran ellos hace 10 o 20 años. Estamos en nuestro mejor momento y queremos aprovecharlo y disfrutar. Luego ya cuando tengamos un trabajo y que pagar tal, ya no podremos hacer esto.
Los argumentos de Gabriel son muy similares a los de Marco, un joven malagueño de 18 años. “Con más del 80% de la población vacunada y después de dos años de pandemia, creo que ya es hora de volver a la vida de antes, aunque sea poco a poco. Que se nos criminalice tanto me parece un poco fuera de lugar”.
“Los botellones pueden ser, en parte, malos por que a la gente se le va la cabeza, se pelea por cualquier cosa y destroza mobiliario urbano. Pero hablando del tema Covid, creo que es hora ya de tirar para adelante, tío”.
“A ver, es un descontrol”
Un botellón, como el simple gesto de beber en la calle, no tendría por qué ser un problema. Pero este tipo de reuniones a menudo traen consigo el vandalismo, el ruido, que la calle huela a pis y que un parque amanezca cubierto de bolsas de plástico y botellas vacías. Eso, sí reina la paz. Pero las peleas son habituales en los botellones. Hasta Bárbara, que no bebe ni va de botellón, ha visto peleas provocadas por gente que se trasforma cuando el alcohol le llega a la sangre. Todos los entrevistados de este reportaje las han visto bronca o incluso la han sufrido.
“Yo salgo de fiesta y no me aglomero. Cuando salgo veo a mucha gente que no hace lo que debe hacer”, asegura Bárbara, que tiene 18 años y nunca ha pisado un botellón. “Yo no bebo, directamente. Y cuando salgo de fiesta vamos cuatro o cinco personas”. Una excepción notable respecto al resto de testimonios.
En el otro extremo, están Alba y Patricia, estudiantes de sociología, de 20 y 21 años, respectivamente. Una es de un pueblo de Orense y la otra, de Arenas de San Pedro (Ávila) y la pandemia les ha impedido hacer vida universitaria en condiciones. Hasta ahora. Ambas estuvieron en el botellón de la Ciudad Universitaria.
“Me parece que hay que verlo desde el punto de vista de que todo el mundo ha sido joven. Que de repente te quiten la socialización que es algo super importante para que te puedas desarrollar pues, al cabo de un tiempo, eso tiene que salir por algún lado”, afirma Patricia. “A ver, es un descontrol, no lo vamos a negar”, añade Alba. “Nos pasamos un poco”.
Aseguran que no vieron ninguna pelea, si bien ellas llegaron pronto y se fueron pronto. Los problemas llegaron a altas horas de la madrugada. “La policía no pudo desalojar a la gente, pero estuvo pendiente de que no hubiera ningún problema ni nada”.
—¿Lo pasasteis bien?
—Sí, la verdad es que sí.