Hace tres semanas, la Policía Municipal de Bilbao desplegó varios dispositivos de refuerzo en el casco antiguo de la capital vasca. El botellón amenazaba con apropiarse, de nuevo, del centro de la ciudad. Así sucedió. Entrada la madrugada, los agentes locales tuvieron que irrumpir en las estrechas calles de Somera y Barrenkale Barrena para disolver las aglomeraciones de jóvenes. Una policía municipal que participó en el operativo relata lo siguiente a EL ESPAÑOL: “Primero vinieron los pitos y los abucheos. Sabían que les íbamos a aguar la fiesta. A los tres minutos, sin que hubiéramos hecho nada, comenzaron a llover botellas de vidrio. Es una tradición. Para ellos somos ‘txakurras’. Perros.”
Aquel día ningún agente resultó herido de gravedad. Contaban, de forma extraordinaria, con cascos y escudos que les protegían. Pero no es la norma. Los policías de diferentes municipios del País Vasco, junto a la Ertzaintza, viven desde hace demasiados meses las consecuencias de una explosión de violencia vinculada al botellón. Una nueva ‘kale borroka’ sin color ideológico pero extremadamente agresiva que toma la calle a las bravas todos los fines de semana sin interrupción. El fenómeno se ha extendido ya a toda España, con escenas similares en Barcelona y en otros puntos del Estado.
Los titulares no dejan lugar a dudas: “ErNE denuncia la brutal agresión a cinco policías locales en las no fiestas de Arrigorriaga con un herido y 4 contusionados” (Europa Press, 24 de julio); “Los incidentes en Villabona dejan un detenido y dos ertzainas heridos” (25 de julio, El Diario Vasco); “Botellones, burlas y ataques a la Policía en el primer fin de semana de mayores restricciones” (26 de julio, El Diario Vasco), “Graves disturbios al disolver la Ertzaintza un botellón con 200 jóvenes en Lekeitio” (9 de agosto, El Correo), “La 'moda' de lanzar objetos a la Ertzaintza cuando intenta dispersar los botellones” (18 de agosto, Vozpópuli); “El botellón desborda a los ayuntamientos” (29 de agosto, El País); “Tres detenidos por lanzar sillas y botellas contra la Ertzaintza en un botellón en Plentzia, en el País Vasco” (1 de septiembre, Antena 3)...
Según explican fuentes policiales a este periódico, el perfil de los jóvenes no es político y la mayoría no tiene antecedentes. Son chicos de familias de clase media que sienten la fuerza del grupo, donde la responsabilidad individual se diluye. El alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto (PNV), de hecho, denunció que “algunos padres llevan a sus hijos a botellones”. No están organizados, pero la violencia que ejercen es deliberada. Porque entre ellos también se cuelan delincuentes -la mayoría marroquíes y argelinos, según las mismas fuentes- que son bien conocedores de la laxitud de los juzgados y elementos de la izquierda radical que aprovechan cualquier ocasión para espolear el caos.
“Podrían ser nuestros sobrinos”, cuenta Ander (nombre ficticio), otro miembro de los municipales de Bilbao. En sus años en el cuerpo no había visto nada igual. “Son los coletazos de la ideología abertzale, han heredado la mentalidad de la kale borroka de antes. Pero no tienen ideología, son nihilistas, quieren hacer el mal por el mal porque nunca les han puesto límites, y los policías somos su principal objetivo”, explica.
Para Ander y sus compañeros -el sentir es generalizado en el cuerpo- el problema no tiene ni siquiera que ver con la Covid y las restricciones derivadas de esta. “Se dice que esto es porque la juventud necesita salir, pero las causas van mucho más allá. Al final todo se resume en un caldo de cultivo que se ha generado a lo largo de años y que ha dejado claro un mensaje en la juventud: si haces algo malo, no te va a pasar nada”.
Falta de medios
El 5 de abril de 2012 es una fecha grabada en la memoria de todo Bilbao. Jugaba el Athletic contra el Schalke en San Mamés. Al terminar el partido se desencadenaron fuertes disturbios y la Ertzaintza “fue con todo”, en palabras de una agente. En el transcurso de una carga en el callejón María Díaz de Haro, un joven de 28 años llamado Iñigo Cabacas falleció como consecuencia del impacto de una pelota de goma en la cabeza. Desde entonces, la Ertzaintza no ha vuelto a usar este material antidisturbios. Y con ello, cambió todo el modelo policial.
“Nos hemos ido de un extremo a otro”, se queja la agente de los municipales que, ahora, acusan a un modelo demasiado “buenista” y “de proximidad” de que la violencia campe a sus anchas. “La Jefatura lleva apostando desde hace cinco años por un modelo como el de los ‘bobbies’ ingleses, pero no funciona. Quieren que seamos colegas del vecino, y eso está muy bien, pero no se puede ser colega de los delincuentes”, señala.
Las consecuencias de este cambio se manifiestan en que los policías no cuentan con las herramientas para hacer frente al caos callejero. “Por ejemplo, cada vez que sacamos la porra extensible debemos escribir un informe que justifique haberla usado”, protesta Ander. Tampoco hay un criterio claro por parte de la jefatura. “Un día autorizan que llevemos cascos y escudos pero al siguiente lo prohíben, y quieren que nos presentemos ahí sin nada de protección para no dar mala imagen, pero es aún peor para el ciudadano lo que sucede cada fin de semana”, añade.
La proliferación de los botellones ha expuesto aún más a los agentes municipales, que entre sus funciones no está la de controlar el orden público. Esa es una competencia de la Ertzaintza. Sin embargo, a los locales no les ha quedado otra que disolver aglomeraciones y hacer frente a situaciones de gran riesgo sin formación antidisturbios, sin material y sin apoyo por parte de sus jefes. “Son más políticos que policías, tienen miedo de actuar con contundencia”, dice la agente, por su parte.
La Policía Municipal tan solo cuenta con una unidad de apoyo -la Inspección de Refuerzo Táctico (IRT)- a las labores de orden público de la policía autonómica, pero se trata de un grupo pequeño que ha ido menguando con el paso de los años. Así, los municipales de a pie tienen que hacer frente a una “anarquía total”, como definen ellos, que se ha instalado en el centro de la ciudad, concretamente en las calles Somera, Licenciado Poza o el parque de doña Casilda.
Delincuencia descontrolada
La violencia de los botellones se enmarca dentro de un repunte de la criminalidad en Bilbao que los agentes no dudan en señalar como una consecuencia más de la laxitud de las autoridades. Según datos del Ministerio del Interior, de 2020 al segundo trimestre de 2021, el crimen ha crecido en la capital vasca un 5,92% con un total de 8.781 delitos.
La estadística no contabiliza el verano, donde se multiplicaron los disturbios callejeros y las agresiones a policías, de las que no hay una estadística pública. Y no solo eso: también se registraron tres brutales violaciones grupales. Por si fuera poco, el pasado jueves, un chico de 16 años residente en un centro de menores mataba a puñaladas a otro a plena luz del día en la céntrica estación de Abando.
“El 95% de nuestros clientes [como se refieren a los delincuentes] son extranjeros y tienen 6 ó 7 páginas de antecedentes penales en su historial. Pasan una noche en el calabozo y los jueces les dan una palmadita y los sueltan diciéndoles que no se porten mal. Tenemos un problema como sociedad. No puede ser que los detengamos día sí, día también, y que no sirva para nada”, dice uno de los agentes con los que ha hablado EL ESPAÑOL.
Para los policías, esto desemboca en una falta de respeto a la autoridad y que se genere una sensación de impunidad que se extiende desde los delincuentes comunes hasta los chavales que salen a beber a la calle. “Se ha puesto de moda agredir al policía porque saben que no les va a pasar nada. Cualquiera cuelga un vídeo y se replica por todas partes, porque en todas partes es lo mismo”, prosigue el agente.
El caso de Barcelona
La situación que vive la policía local de Bilbao no es ninguna novedad para la que es su homóloga en Barcelona, la Guardia Urbana. Allí, el clima de impunidad se ha podido palpar después de numerosos episodios violentos que van desde las protestas por la sentencia del ‘procés’ a los disturbios por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, pasando por una multitud de agresiones callejeras. El botellón tenía que llegar también a la capital catalana, como si fuera parte de un efecto dominó con salida en el País Vasco: el fin de semana pasado, con motivo de las fiestas de la Mercè, se registraron altercados que se saldaron con 70 detenidos y 83 heridos, entre ellos 13 por arma blanca.
“En 20 años que llevo en el cuerpo no he vivido nada similar”, explica un veterano cabo de la Guardia Urbana que participó en el operativo en las inmediaciones de la Plaza de España, donde se produjo uno de los botellones. La violencia fue igualmente extrema. Los agentes quedaron rodeados por un gran grupo de gente. Se quedaron solos, porque parte del dispositivo de los Mossos d’Esquadra tuvo que dirigirse a otros puntos de la ciudad para prevenir un posible estallido tras la detención del expresidente catalán Carles Puigdemont.
Para Jordi Rodríguez, guardia urbano y portavoz del sindicato SAPOL, las causas están en lo mismo que en el Norte: una mala gestión política y un modelo social, desde la educación a los juzgados, que no castiga las malas conductas. “Si creas una sociedad de irresponsables no es ninguna sorpresa que ocurra lo que está ocurriendo con los botellones”, dice Rodríguez. Como policía, denuncia que “el nivel de frustración es muy alto” y asegura que es “muy difícil darle la vuelta a la situación”.
Tras los altercados de la Mercè, en los que la Guardia Urbana perdió dos vehículos que fueron calcinados, tenían que reunirse los responsables del cuerpo, el teniente de alcalde de Seguridad, Albert Batlle, y la alcaldesa, Ada Colau. La última no se presentó. “Eso te da un poco la idea del respaldo político que tiene la policía en la ciudad”, dice Rodríguez.
Su sindicato y otros del cuerpo de policía municipal llevan años denunciando la dejación por parte de las administraciones. En Barcelona, al igual que en Bilbao, la unidad de apoyo táctico de la Guardia Urbana estuvo a punto de ser desmantelada bajo el mandato de Colau y existe a día de hoy reducida a la mínima expresión. “Es una unidad necesaria para la ciudad pero se la querían cargar. Le cambiaron el nombre para tener contenta a la CUP. A día de hoy está completamente mermada”, dice Fernández.
El policía insiste en que es necesario “un ingente trabajo político” para corregir la situación. Augura que estos episodios se repetirán e irán en aumento. “Aprehendemos armas todos los días, los delincuentes campan a sus anchas y los políticos, en vez de llamar a la responsabilidad y apoyar a la policía, les dicen a los jóvenes ‘apreteu!’ [apretad]. Luego vas a disolver un botellón multitudinario y se ríen en tu cara”, concluye el agente.
De vuelta a Bilbao, solo el jueves de esta semana se impusieron 62 sanciones en la calle por botellón y otros altercados. Previendo la violencia de fines de semana anteriores, la Policía Municipal decidió blindar el centro, lo cual, por primera vez desde antes del verano, ha dado algo de paz a la localidad vasca. Pero los policías insisten: “Las acciones tienen que tener consecuencias y, hasta que esto no se interiorice, no va a parar”.
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