José Luis P. M. fue de los madrugadores el pasado 1 de noviembre. Era el séptimo Día de Todos los Santos sin su esposa María Pilar M. F., fallecida en junio de 2015. Optó por acudir al cementerio antes que la muchedumbre. Pero allí, lejos de la paz que esperaba encontrar ante la tumba de su mujer, lo que halló este zapatero jubilado de 79 años fue un cúmulo de infortunios que le llevó a la muerte. Todo se alineó contra él. Se topó con la emboscada de un clan gitano de Torrent a sus enemigos, y una bala perdida del tiroteo recorrió más de 30 metros hasta impactar en su cuerpo.
"Tenía problemas del corazón", relató este martes a El ESPAÑOL una conocida del difunto en el propio camposanto. En efecto, la primera hipótesis de los investigadores apunta a que murió de un infarto por el sobresalto. Pero al analizar el cadáver detectaron también el balazo. Será el resultado definitivo de la autopsia el que determine la causa exacta de su muerte. En cualquier caso, la provocó el fuego inesperado con el que se encontró pasadas las 10.15 horas del lunes en el Cementerio Parroquial.
Los análisis preliminares de la Policía apuntan a un ataque de los Bocanegra a los Canuto, dos clanes gitanos de Torrent que se encuentran en guerra abierta desde hace años. Hasta el punto que no dudaron en profanar el sagrado descanso que ellos mismos otorgan a la efeméride del 1 de noviembre. Al contrario. Aprovecharon la rutinaria visita de sus enemigos a los difuntos para sorprenderlos con armas cortas. Mataron a un hombre de 45 años e hirieron a su hijo de 20. Además, resultó herido un tercero -al parecer, uno de los agresores, porque huyó sin ser asistido dejando un rastro de sangre-.
Y el daño colateral de su cruenta ofensiva fue José Luis, un vecino de toda la vida de Torrent, residente en el núcleo urbano de la ciudad y dedicado al sector del calzado hasta su jubilación. Entre otras empresas, trabajó para la histórica firma local Calzados Beguer, según precisaron a este periódico varios de sus primos en el lugar del crimen.
Vivía en Torrent con su hija, que a media mañana se extrañó de la inusual demora de su padre. Primero lo buscó sin éxito en el bar cercano al que acostumbraba a acudir. Después fue directamente al cementerio, donde se encontró con el abultado despliegue de la Policía Nacional y la Policía Local. El recinto ya había sido cerrado al público, y los agentes permanecieron durante horas en el lugar interrogando a varios de los presentes y recabando pistas sobre la huida de los agresores.
Lo identificó su hija
Fue entonces cuando apareció la hija del septuagenario. Al describir el hombre al que buscaba, los agentes consideraron que podía tratarse de José Luis, que había acudido al cementerio sin documentos que acreditaran su identidad -según relatan sus familiares-. Ella misma confirmó la inesperada tragedia a las fuerzas de seguridad. Su padre había muerto, de forma injusta y desafortunada, cuando acudía llorar, precisamente, la pérdida de su madre.
El trágico suceso ha causado una gran indignación en Torrent. Por primera vez, la inseguridad provocada por esta guerra entre clanes gitanos que sufre la ciudad -concentrada en el barrio del Xenillet- se ha traducido en la muerte de un ciudadano completamente ajeno a la disputa. En el cementerio, que este 2 de noviembre lucía como si de un día 1 se tratase por el sobrevenido cierre de la jornada previa, los asistentes constataban con estupor que su pasillo, el denominado Juan Pablo Segundo, era el del tiroteo.
"Dios mío, pero si tengo una mancha de sangre en el nicho", exclamaba una mujer que acudía a limpiar la lápida de su hijo. El lugar del crimen fue desinfectado con esmero, pero aún podían verse grandes gotas del reguero de sangre en los alrededores. "A mí me han apartado todas las flores, que las había dejado preparadas la semana pasada", lamentaba otra visitante.
"Son unos malnacidos, no se les puede llamar de otra manera. Con lo sentidos que son ellos para honrar a sus difuntos, resulta increíble que no respeten a los muertos de los demás y sean capaces de venir a matar el Día de Todos los Santos al mismo cementerio", razonaba otra vecina de Torrent.
Como informó este diario, fuentes de la investigación indicaron que el tiroteo fue "un ataque, no un intercambio". Todo apunta a que fueron los Bocanegra quienes tendieron la emboscada a los Canuto (también conocidos como los Marco), un clan con el que mantienen una rivalidad desde un antiguo altercado en 2016. Antonio G. G., de 45 años, murió con dos impactos de bala, uno en el pecho y otro en la espalda. Su hijo, de 20 años, tuvo que ser ingresado en un centro hospitalario después de que otra bala le alcanzase en una pierna con orificio de entrada y salida.
La Policía constató también la existencia de un segundo herido. "Desconocemos cómo se encuentra porque se ha marchado. Hemos visto el reguero de sangre", informaron fuentes policiales. Después precisaron que se dio a la fuga en una furgoneta Ford Transit de color azul.
El enfrentamiento no ha sido fruto de la casualidad ni de una afrenta reciente. Todo comenzó hace más de cinco años. Concretamente, el 21 de febrero de 2016 en una de las calles de Xenillet. Aquella tarde, dos jóvenes de ambas familias tuvieron un fuerte encontronazo. "Fue todo porque los críos se tiraron un pedo", llegó a declarar uno de los procesados durante la vista oral del juicio en la Audiencia Provincial de Valencia. A lo que no debería haber sido más que una discusión sin trascendencia se sumaron más y más personas de ambos clanes.
Algunos llegaron sin nada, otros con una garrota -como reconocieron en el juicio- y alguien con un arma de fuego. Cuatro personas resultaron heridas, dos de ellas, un hombre de 59 años y su hijo de 32, ambos del clan de los Bocanegra, con impactos de bala. De hecho, el padre, conocido como El Mone, llegó a revestir gravedad al ser alcanzado en un riñón y tuvo que pasar por la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital General de Valencia.
Evitar represalias
El caso terminó en los tribunales con tres acusados por los disparos, para los que la Fiscalía pedía penas de 16 años de prisión por dos asesinatos en grado de tentativa más condenas de entre nueve meses y 17 por tenencia ilícita de armas, aunque aquella misma noche, tanto la Policía Local de Torrent como la Policía Nacional desplegaron a más de 50 agentes por el barrio -ambas familias viven separadas por apenas unos metros- para evitar que se reprodujeran los altercados. Precisamente el mismo miedo que recorre las calles del barrio ahora, cinco años después.
"En estos momentos estamos patrullando con intensidad y despliegue de medios en Torrent para evitar una respuesta", informaron a EL ESPAÑOL fuentes policiales el pasado lunes. La vigilancia se mantuvo durante todo el martes y continuará durante los próximos días con el objetivo de evitar una nueva represalia.