Los últimos 10 días de Bernardo Montoya, el asesino confeso de Laura Luelmo, han transcurrido entre dos cárceles. El miércoles 10 de noviembre pasó de la prisión de Sevilla II, donde está interno, a la de Huelva, ciudad donde se ha celebrado el juicio por el crimen de la profesora zamorana.
En la tarde de este viernes se conocía que el tribunal popular lo encontraba culpable de todos los cargos: Montoya secuestró, violó y asesinó a Laura Luelmo. Ahora la jueza de la Audiencia Provincial de Huelva deberá imponerle la pena que tendrá que cumplir.
Su vida ha sido similar en los dos centros penitenciarios. Montoya está en régimen de aislamiento por el riesgo de ser agredido por otros reclusos. Todo el mundo lo conoce. La cercanía de las cárceles al lugar del crimen hace que su cara sea conocida.
En Sevilla pasa sus días sin sobresaltos. Sale al patio tres horas por la mañana o por la tarde. Sus compañeros de paseo son peculiares: un condenado por yihadismo y otro que no es conflictivo, al que no le queda mucho para salir a la calle. Se muestra altivo y prepotente con los funcionarios, “pero se le bajan los humos rápido cuando hay cacheos o se le llama la atención”, explican fuentes de la cárcel.
En su módulo tiene acceso a material didáctico para estudiar, pero su vida en prisión es de perfil bajo. Los funcionarios creen que, cuando haya veredicto, lo mandarán lejos de la capital andaluza: “A este tío no lo puedes dejar aquí, es el típico caso que genera alarma social por la cercanía con el lugar del asesinato”, afirman las mismas fuentes.
Montoya llegó a Sevilla a finales de 2019. Venía de la cárcel de Huelva, pero su presencia allí se había vuelto insostenible. Amenazas de muerte, insultos y abucheos, así era su día a día. Ahora sorprende que en Sevilla se junte con un condenado por yihadismo, cuando presos del mismo tipo le amargaron su estancia en Huelva.
Pero no solo con terroristas tuvo problemas. Etarras y miembros de bandas organizadas también lo pusieron en su punto de mira, hasta el punto que tuvieron que trasladarlo de prisión.
Vuelta a Huelva
El miércoles 10, Montoya recorrió los 165 kilómetros que separan las dos prisiones, la de Sevilla II y la de Huelva. En la cárcel onubense ha pasado la semana del juicio, también en aislamiento. Salía por la mañana, alrededor de las 9:30 horas, y regresaba después de comer, antes de las cinco.
Su celda está situada cerca del módulo de ingresos, para que el contacto con los otros presos fuese el mínimo. Apenas 150 metros lo han separado del furgón policial que lo ha llevado todos los días hasta los juzgados de Huelva. Por las tardes, a su vuelta, ha gozado de unas horas para pasear por el patio, antes de la hora de la cena.
Montoya tiene un hermano gemelo, Luciano, que también pasa sus días a la sombra. Está interno en la cárcel de Estremera, en Madrid. Cuando el asesino de Laura Luelmo llegó a Huelva, Luciano estaba esos días de permiso en la ciudad, pero volvió a la prisión madrileña el jueves 11, un día después de la llegada de Bernardo. “Nadie le ha traído ropa ni efectos personales aquí”, dicen otras fuentes consultadas por EL ESPAÑOL.
El crimen de Luelmo
Este pasado viernes terminaron las vistas por la muerte de Laura Luelmo, una joven profesora de Zamora que llegó al municipio onubense de El Campillo tras conseguir plaza en una escuela de Nerva, a tan solo ocho kilómetros.
Luelmo alquiló una casita que le ofreció una compañera de trabajo. Llegó el 9 de diciembre de 2018 a su nuevo hogar con la ilusión de empezar una nueva vida. El 12 del mismo mes, tan sólo tres días después, Montoya acabó brutalmente con su vida. Tenía 26 años.
Montoya vivía enfrente del nuevo domicilio de Luelmo. Desde el primer momento, controló sus movimientos. Ella lo notó, y le mandó un mensaje a su novio haciéndole saber que el comportamiento de su vecino le incomodaba.
El día de los hechos, la profesora volvía del supermercado. Fue entonces cuando el “monstruo” (como lo ha calificado algún agente policial) decidió atacarla. La abordó y la arrastró por la fuerza hasta su casa. No le costó: vivía literalmente enfrente.
Allí, según las pruebas recabadas y el relato que realizado por la Fiscalía, le propinó hasta 40 golpes. Uno tras otro, hasta acabar con su vida. Le ató las manos por detrás de la espalda. Le tapó la boca con cinta aislante para que nadie la escuchase gritar. Para terminar con la agonía de Luelmo, que duró 78 minutos desde que fue raptada, le propinó un fuerte golpe en la cabeza.
Se deshizo de su cuerpo sin muchas complicaciones: la calle donde vivían ambos estaba casi siempre solitaria, ya que está apartada del centro de la localidad. Montoya envolvió el cadáver de Luelmo en una manta y la metió en el maletero del coche.
Condujo hasta un paraje conocido como Las Miembreras y allí la arrojó. Volvió a su casa y consumió drogas, según su propio relato. Cinco días después, el cuerpo de Luelmo fue encontrado por un voluntario que participaba en el dispositivo de búsqueda. Un día más tarde, el 18 de diciembre, la Guardia Civil detuvo al asesino, que siempre fue sospechoso para los investigadores.
Una de las claves del juicio ha sido dilucidar si hubo agresión sexual o no. El Ministerio Público sostiene que sí lo hubo, al igual que el jurado popular. El acusado lo ha negado hasta la saciedad. Los médicos forenses han dicho que encontraron “restos biológicos de Bernardo Montoya” en el cuerpo de Laura Luelmo, “no semen”.
Este punto es fundamental para que se le pueda condenar a prisión permanente revisable, tal como pide la defensa y la Fiscalía, además de 12 años por la agresión sexual. De ser así, Montoya podría no volver a pisar la calle en lo que le queda de vida.
“Lo volveré a hacer”
“Dejadme encerrado toda la vida. No me dejen salir jamás porque lo volveré a hacer”. Así se expresó Montoya ante el juez cuando confesó el crimen. Para los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad el asesino de Laura Luelmo no era un desconocido antes del 12 de diciembre de 2018.
Montoya, de 52 años, ha pasado la mitad de su vida entre rejas. En 1995 fue condenado a 17 años y 7 meses de cárcel por asesinar a una anciana. 13 años más tarde, durante un permiso, intentó matar y violar a otra mujer. Más tarde fue condenado de nuevo por quebrantamiento de condena y en 2016 cometió dos robos con violencia tras lo que regresó a prisión.
Este pasado jueves, Montoya hizo uso de su derecho a su última palabra en el juicio. Como durante todo el proceso, ha caído en contradicciones: al mismo tiempo que pidió perdón a la familia de Laura Luelmo, insistía en que es inocente de todos los cargos que se le imputan.
Montoya se ratificó en una de sus versiones, en la que apunta como autora del crimen a una expareja suya, algo que ya mantuvo en su primera declaración en el juicio, que se ha celebrado a puerta cerrada por petición de la familia.
El de Luelmo es su crimen más brutal, el más sanguinario y el que conmocionó a España entera. Ahora, si el jurado popular lo considera culpable y la jueza lo condena a prisión permanente revisable, podría ser el último que cometa fuera de prisión.