Mientras en los bares la conversación es qué pasará con los migrantes más adelante, los gigantescos carteles publicitarios de escuelas militares abren las principales calles de la ciudad. También es sencillo ver a soldados paseando. O incluso a paramilitares. Bialystock está nevada, apenas tiene vida en el centro y, con sus dos gigantescas bases militares para una ciudad de 300.000 habitantes, se ha convertido, a unos 40 kilómetros de la frontera con Bielorrusia, en el principal punto neurálgico de la crisis migratoria.
Allí, los militares se preparan para dar apoyo. Como Robert, que atiende a EL ESPAÑOL a las puertas del cuartel. Él dice que son "policías ciudadanos", que dan "apoyo a los miitares de la frontera". O, dicho de otra forma, que van allí a intervenir para devolver en caliente a los inmigrantes.
Él es uno de los muchos que parten desde Bialystock, una ciudad rara. No es nada nuevo. No es de ahora ni de hace pocos años. Situada en una de las zonas más frías de Polonia y a pocos kilómetros de la frontera de su enemiga Bielorrusia, se encuentra dentro del Voivodato de Podlaskie –nombre que se le da en Polonia a las provincias–; un voivodato regido por el partido ultraderechista Ley y Justicia, el mismo al que pertenece Andrezj Duda, el presidente del país.
Duda, quien lleva desde agosto de 2015 al frente del ejecutivo de Polonia, se ha convertido en uno de los políticos más polémicos de la Unión Europea. Con una desvergonzada tendencia xenófoba, anti LGTBI (a cuyos miembros ha acusado de “enfermos” públicamente) y antieuropea, Polonia es un país que, por sus malas praxis en cuestiones sociales como la libertad de prensa, paga multas diarias a Bruselas por valor de un millón de euros.
“El objetivo de Duda es destruir la Unión Europea”, aseguran a esta cabecera fuentes de la embajada española en Varsovia muy conocedoras de la política interior y exterior del país. “Lo único que le interesa a Polonia del proyecto común es su dinero. Sus subvenciones. La crisis migratoria le está viniendo muy bien para meter presión a la UE, solicitar más dinero a los socios y reforzar sus relaciones con EEUU”.
Esto último viene por las fuertes relaciones que Varsovia tiene con Washington. Siendo su histórico aliado en Europa del Este, Polonia ha rechazado la intervención de Frontex, el sistema europeo de protección de fronteras, para pedir directamente la ayuda de la OTAN. “Duda quiere que se despliegue por el borde el ejército americano. Eso le vendría muy bien para mejorar aún más sus relaciones con ellos, y, además, continuar con su estrategia de propaganda interior. Ley y Justicia es un partido político ultraderechista que vive de la imagen policial y militar”, continúan explicando voces diplomáticas.
Defensa al presidente
Mientras tanto, en Bialystock el apoyo a los planes de Duda es total. Más allá de un par de periódicos de información independiente, el entramado mediático defiende a pies juntillas al presidente, quien ha invertido mucho tiempo y dinero en comprar las principales cabeceras del país.
Vía Orlen, la petrolera estatal polaca, el gobierno del líder ultraderechista ha comprado en lo que llevamos de año más de 20 periódicos nacionales y regionales. Una de las compras más significativas ha sido la del grupo de comunicación Polska Press –el equivalente a un Prisa o Vocento polaco–, principal editor del país y dueño de algunos de los medios de mayor tirada tanto en inglés como en polskie.
Esta jugada mediática ha permitido que apenas existan periodistas contrarios al gobierno. Los pocos que hay, como los redactores de La Gazeta Wyborcza –en español, “el periódico electoral”– viven en un estado de paranoia constante, comunicándose solo por canales seguros y sin querer facilitar demasiados datos de su identidad, como si viviesen en un régimen dictatorial.
Con este panorama, Duda tiene manga ancha para atajar cómo deseé la crisis fronteriza. El apoyo en Polonia es enorme, y en una ciudad pequeña, conservadora y militarizada como Bialystock, casi total.
Pasear por ella, desde su estación hasta el centro, es demoledor. Mientras se construyen gigantescos edificios a un lado de la calle –en Polonia se está fomentando una nueva burbuja inmobiliaria vía fondos europeos–, al otro las casas se caen. En muchas calles hay barro hasta las rodillas y policías desplegados por doquier. Se ven militares andando, comiendo bocadillos de embutido polaco, sin que ninguno de los habitantes de la ciudad siquiera los mire. Como si el constante estado de miedo al migrante y el bielorruso ya fuera algo normal aquí. También se ha normalizado que en pleno corazón de la ciudad allá una cárcel militar de 1940 completamente operativa.
Cuando uno se fija en los carteles y graffitis de Bialystok, le invade la sensación de que aquí los jóvenes no tienen muchas salidas. Con un PIB per cápita de 10.000 euros anuales (al mismo nivel que países como Rumanía o Bulgaria), los chavales solo pueden agarrarse a dos clavos ardiendo: ser jugadores del Jagiellonia –el popular equipo de fútbol local –o militares. Dominic ha decidido ser de los segundos.
No es obligatorio, pero el joven lampiño acude a sus clases en el instituto militar vestido como un soldado. Lo hace con orgullo, e incluso recomienda la tienda en la que lo adquirió. Aunque no puede ir, cuando se le pregunta por la frontera, sonríe. “Soy solo un estudiante”, afirma mientras deja escapar azúcar por sus ojos.
Él estaría encantado de que, dentro de unos años, su centro de trabajo y residencia se movieran a la calle Kawaleryjska. Tras un largo paseo tanto por barrios acomodados como por distritos de arquitectura soviética se llega allí. Lejos de todo excepto del aeropuerto, se encuentra la junta militar provincial. Es enorme, cuenta con todo lujo de detalles y cantidad de departamentos especializados. Tras varios giros de cabeza, respuestas negativas y miradas de desconfianza, parece claro que allí nadie va a hablar, y mucho menos en inglés. A lo lejos alguien observa y advierte por teléfono. La prensa no es bien recibida. Aún menos la internacional, que no está controlada por la petrolera Orlen.
El cuartel de la Guardia Fronteriza es posiblemente el punto más caliente de la ciudad. El ambiente en él es denso como una nube de metano, por mucho que se intente transmitir transparencia –tienen incluso una jefa de prensa, aunque decida no comparecer con los medios. Aquí es donde se preparan y duermen las tropas que van a la frontera.
En su puerta, además de un militar chepudo completamente cubierto de ropa –recordamos que en esta ciudad las temperaturas son gélidas– hay un equipo de un medio polaco perteneciente a un fuerte grupo estadounidense. Tras terminar su conexión en directo, la reportera se despide con un coloquial “good luck”.
Casualmente, frente a las puertas del cuartel pasea Robert. Es un ingeniero de unos 60 años que asegura formar parte de la policía patriótica: “Somos policías ciudadanos. Damos apoyo a nuestros militares en la frontera”.
En un inglés trabado, explica que forma parte una especie de grupo de montaña, tipo boys scouts. Desde el grupo, “dan soporte”, sin matizar como, a los militares desplegados en la frontera con Belarús. Asegura también que en su grupo hay menores de edad.
“En Polonia no ha habido ningún caso de terrorismo, pero actuamos para que no lo haya. Los polacos primero”, continúa mientras deja su equipo, una gigantesca mochila militar con un cartel en polaco en el que se lee “voy a dar apoyo y defender la labor de los militares de la frontera”.
Aunque Robert esquiva las preguntas en las que se busca aclarar qué es lo que hacen concretamente en la frontera, explica que no pueden llegar hasta allí, pero que suele estar con su grupo por la zona: “No somos nacionalistas. Somos patriotas. Nuestra labor es defender la democracia”.
Mientras crítica el régimen de Lukashenko, presidente de Bielorrusia, por ser dictatorial y coartar la libertad de prensa, alaba las virtudes de su jefe Dude. Asegura estar de acuerdo con el gobierno y con el partido. Al relatarlo, mueve los ojos con paranoia y locura, como si quisiera asegurarse que los entrevistadores no éramos espías a sueldo de Putin.
Después de su charla, Robert volvió a echarse el petate a la espalda y aseguró que se iba “por ahí”. No dijo dónde, pero puso rumbo a la frontera.