Para acceder a la plaza de toros de Moralzarzal (Madrid) es necesario una licencia de armas o un carné de prensa. Hay que pasar por un arco detector de metales, descubrirse la cara y mirar a una cámara de seguridad. Toda precaución parece poca en este gran bazar de chismes que disparan. Escopetas, rifles, pistolas y hasta ballestas se reparten por las largas mesas que ocupan el ruedo. Unas 5.200 piezas conforman la última subasta de armas organizada por la Guardia Civil.
El pasado noviembre, una modificación del Reglamento de Armas puso fin a estas tradicionales subastas, punto de encuentro de cazadores, armeros, empresas de seguridad y miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. A partir de ahora, el armamento recibido por la Benemérita pasa a ser destruido en el plazo de un año, a excepción de aquellas armas que acrediten un valor como patrimonio histórico, que sí saldrán a la venta pública.
Esta última subasta reúne más armas de lo habitual —las anteriores solían rondar las 3.000 piezas— y, asimismo, atrae a gente de toda la comunidad a la caza de posibles gangas. Es lunes por la mañana y hay cola para entrar. La exposición durará hasta este viernes a las 13 horas. El lunes que viene tendrá lugar la subasta como tal, que se realiza con las pujas en sobres cerrados y no a mano alzada, como se hacía antaño.
Javier no se para a contemplar y va mirando las etiquetas rápidamente. Busca un lote en concreto. Viene a tiro hecho —nunca mejor dicho— pero no encuentra lo que busca: una pistola Infinity. “Es como el Ferrari o el Lamborghini de las armas cortas”. Todas las pistolas están unidas entre sí por un largo cable que las agarra del guardamonte (el arco que cubre el gatillo), no vaya a ser que a alguien se le vaya la mano.
Cuenta que hace tiro al blanco con armas cortas y que es la quinta o sexta vez que viene a una de estas subastas, pero nunca se ha llevado nada. Aprovecha esta última oportunidad para hacerse con la ansiada Infinity. “Hay una, pero no es la que busco y piden por ella casi lo que te cuesta nueva”. Agarra el arma en cuestión y señala la etiqueta. Precio de salida: 3.000 euros. A otra cosa.
Con mucha más calma se lo toma Emilio, que ojea tranquilamente el material expuesto dando pasos lentos. De vez en cuando coge alguna, la mira con detenimiento, abre el cañón y mira dentro para dejarla de nuevo cuidadosamente en su lugar.
—¿Ve algo interesante?
—Veo que son armas genéricas, por lo general. Hay alguna que destaca por la marca y calidad, pero es una pena que están muy maltratadas. Se nota que han estado amontonadas y hoy se deterioran mucho más. Estoy viendo cómo se están arañando las culatas y guardamanos, moviendo los puntos de mira… Eso deprecia mucho el arma. Pero bueno, por lo general, están bien. Para alguien que quiera comprarse una escopeta barata porque se está iniciando en la caza o el tiro, sería ideal venir.
Es la primera vez —y será la última, si nada cambia— que viene a una exposición de estas características. Lo hace más por afición y curiosidad que por intención de comprar. “Todas las armas que me he comprado han sido nuevas”, asegura este cazador. “Es la primera vez que vengo y me he enterado ahora de que es la última. Me da lástima. Se ve claramente como se intenta eliminar todo el mundo de la caza”.
—¿Cree que responde a una persecución de la caza?
—Sí, por supuesto. Soy cazador y he sido perseguido toda mi puñetera vida. Y soy motero y ahora también me están persiguiendo. Yo no sé qué actividad se puede hacer aquí y que la vean bien. En cuanto te gusta un deporte con un poco de aventura, ponen pegas para todo.
El rifle húngaro
Las armas expuestas en esta plaza de toros provienen de usuarios que las ponen a disposición de la Guardia Civil, porque les ha caducado la licencia o por cualquier otra razón que les invite a deshacerse de ellas. Es el propietario quien pone el precio de salida, no la Benemérita. Eso hace que haya tantas gangas como timos.
La mayoría son escopetas y rifles que se podrían ver en cualquier coto de caza, pero hay piezas que resultan llamativas, al menos, para el ojo profano. Juan Carlos sostiene una de esas armas peculiares, una pieza de acero negro con dos láminas de madera contrachapada en los laterales. Recuerda peligrosamente a un Kaláshnikov, el mítico fusil de asalto soviétivo, el arma de fuego más producida de todos los tiempos.
“Es un AKM, un rifle de repetición manual de origen húngaro basado en la plataforma de un AK-47. Mecánicamente, es como un AK-47, pero la diferencia es que tiene tiro de repetición manual y tiene un calibre que se puede comprar en el mercado civil español”, explica Juan Carlos, demostrando saber bien de lo que habla. El precio de salida de esta pieza singular es de 300 euros. Él pujará por “400 o 450”.
Preguntado por el fin de esta subastas, responde antes incluso de terminar de formular la pregunta. “Mal, mal”, se lamenta. “Está la economía como está y se puede mover el dinero en cuanto a la compra y venta de armas totalmente legalizadas. Me parece fatal poner límites a que la gente pueda adquirir armas”. Rafael, en cambio, se entera por boca de este periodista de que estas subastas llegan a su fin.
—¿Se acaban?
—Esta es la última… Siento darle yo la noticia.
—Me parece muy mal. Hay gente que no se puede permitir armas nuevas y viniendo aquí puede encontrar algo a un buen precio.
Rafael tiene en sus manos una escopeta de caza de dos cañones. “Esta es una buena escopeta. El precio de salida está en 10 euros y con unos arreglillos quedaría bastante bien”. No pagará por ella más de 300 euros. “Tengo rifles y una escopeta para tirar al plato. Estoy buscando una segunda”, explica.
Esta subasta no atrae solo a cazadores o aficionados al tiro al plato, aunque son los más habituales. En la cola, que se ha alargado durante unos 20 minutos, han entablado conversación un inspector de policía, un agente de aduanas y un escolta. Son tres de los pocos gremios que pueden comprar armas cortas. “Aquí vienen muchas empresas de seguridad a por pistolas. A lo mejor compran un lote de 20 armas, las ponen a punto y se las dan a los trabajadores”, explica el escolta.
Para salir de la plaza de toros de Moralzarzal hay que volver a pasar por un arco detector de metales. No vaya a ser que a alguien se le haya ido la mano. Un guardia civil registra la mochila de este periodista sin encontrar otra cosa que una libreta y una cámara de fotos. Esto también dispara, pero de otra forma.
Tras pasar el arco, un cartel pegado a una puerta indica donde se hacen las pujas. Ahí también hay cola. Los interesados ponen en un sobre cerrado el precio que creen que merece un determinado lote. El lunes sabrán si se lo llevan.