Cuando Amancio Ortega jugó a ser Florentino Pérez y fundó su propio equipo Zara de fútbol sala
En agosto de 1981 el fundador de Inditex organizó un torneo local en A Coruña en el que participó su propio conjunto: el equipo Zara.
19 diciembre, 2021 02:32Noticias relacionadas
Denis recorta y encara a portería. Levanta el balón a un palmo del suelo, lo suficiente para esquivar la entrada, y deja sentado al último defensa. Levanta la cabeza, le separan cinco metros de los palos. “Suficiente”, piensa, y arma el tiro con la derecha. El pabellón de Salesianos (A Coruña) contiene la respiración, pero todo el mundo sabe lo que va a pasar, y pasa. El equipo del Zara encaja el tercero y su presidente se echa las manos a la cabeza. El goleador no lo sabe, pero ese hombre acabará convirtiéndose en el empresario más rico de España. También le dará trabajo durante 30 años.
“Estoy orgulloso de cuatro cosas en la vida: jugar al fútbol sala, venir a vivir a A Coruña, conocer a mi mujer y haber trabajado para Amancio Ortega”. Quien habla es Denis Ney Araujo da Silva, el fenómeno de Río Club, delantero, sambero, carretillero “y lo que hiciera falta”. En 1981, durante una gira de exhibición en Galicia, marcó dos goles que le cambiaron la vida. Esa noche ganó el torneo, conquistó a una chica en la fiesta de celebración y fichó por el equipo local.
Denis, primer brasileño en firmar por un conjunto español, llegó a Galicia bastante antes de que Bebeto y Mauro Silva conquistaran Riazor. Hizo carrera en el club más emblemático de la década de los 80, el Chaston, ganó ligas y copas y cambió la caipirinha por el licor café. Decir que le fue bien sería quedarse cortos, pero tiene la sensación de haber llegado tarde. Un par de meses antes y, quizás, se hubiese puesto la camiseta del Zara, el desconocido equipo de fútbol sala que acababa de fundar un empresario de la moda.
Amancio Ortega no tuvo la suerte de fichar a Denis para su equipo, pero sí para sus almacenes. Cuando la aventura del fútbol terminó, el gallego recordaba sus malabares con el balón y le hizo un contrato en el departamento de logística. Allí, el carioca se reencontró con todos: Miguel Galán, Kubala, Ballesta… gente con la que llevaba años enfrentándose en la pista. Todos habían jugado al fútbol 11, algunos en el Deportivo de la Coruña, y acabaron trabajando en Zara. Allí formaron un equipo.
El Trofeo Zara
Equipo del Zara, anfitrión del torneo celebrado la pasada semana, con estupendos jugadores en sus filas que dieron un gran espectáculo por encima del resultado.
Así definió La Voz de Galicia al Zara, un equipo pequeño que en agosto de 1981 quiso medirse a los gigantes del fútbol sala coruñés. Su recorrido fue brevísimo, sin disputar ningún torneo más allá del que organizó la propia empresa, el Trofeo Zara. Por entonces, el fútbol sala competía por ser el deporte rey en la ciudad, y la publicidad era evidente. Con todo de su parte, Amancio Ortega se juntó con Pepe Corbal, un enamorado del balón, y se lanzó a la aventura futbolística.
Corbal, un vecino de Berdeogas que llegaría a ser vicepresidente de la Federación de Peñas Deportivistas, recuerda en conversación con EL ESPAÑOL aquel evento tan oculto en la memoria. “Ni me acordaba de él”, confiesa desde el salón de su casa mientras desempolva un viejo álbum de fotos. En él está la prueba, quizá la única, de aquel verano coruñés en el que el hombre más rico de España jugó a ser el Florentino Pérez de la pista pequeña.
“A Amancio no le gustaba el fútbol, pero alguna vez vino a ver algún partido. El fútbol sala estaba de moda en A Coruña y daba mucha publicidad, y como tenía a varios jugadores profesionales que trabajaban para él decidió unirse y patrocinar el torneo”, rememora. En realidad, la idea partió también de Fernando Martínez, el histórico ejecutivo de Inditex, a quien Corbal conocía de la escuela de comercio. “Nos convenció a los dos, a Amancio y a mí, y nos animó a montar un equipo cada uno”.
Escogieron bien la fecha: 11 de agosto de 1981. El Chaston, llamado así por la discoteca que lo patrocinaba, venía de ganar el campeonato gallego y quedar segundo en la liga nacional. Con el Deportivo sumido en las fauces de la Segunda División, el fútbol sala se convirtió en el deporte rey y llenaba el Palacio de los Deportes cada dos semanas. En los 80, si jugabas al futsal contra los coruñeses, sabías que te ibas a enfrentar a un buen equipo. Así que nada mejor que un torneo local.
Era una época distinta, de esas en las que los futbolistas conocían a sus vecinos y se preguntaban por la familia al cruzarse por la calle. Se tomaban el café en el bar de siempre, se afilaban el bigote por la noche y entraban a trabajar a Zara por la mañana. Los jugadores, aunque profesionales, eran seres humanos y no se distanciaban demasiado de tu tío segundo. Todavía eran mundanos, como Ortega en aquellos años, pero ya se ve cómo cambian las cosas. En el fútbol y en la vida.
Ortega lo sabía, y aprovechó la fama del deporte para lanzarse entre los locales. Patrocinó la competición -de final y semifinal- y fundó el equipo Zara, que acabaría en último lugar; Corbal, por su parte, se encargó de la organización y de fundar el Mare Nostrum, que ganaría la copa. El conjunto, que llevaba el nombre de su gestoría, tenía también a dos exdeportivistas, Pepe Vales y Julio Pardo, y a un recién retirado Francisco Delgado, Melo, quien ganaría una liga y una copa como segundo entrenador del Deportivo a finales de los noventa.
Completaron el plantel el Chaston (que acabó segundo) y el Bauknatch Artilar (tercero), todos con exjugadores profesionales en sus filas. Entre ellos destacaba Carlos Pellicer, delantero del Depor y del Barcelona que a finales de los 70 había jugado a las órdenes de Di Stefano.
El equipo de Amancio Ortega, cuentan las crónicas de la época, jugó “con nobleza de cara al espectáculo, pero falló tácticamente, de manera especial en la zona defensiva”. Esto quiere decir que perdieron todos los partidos a pesar de su buena plantilla, que incluía a dos exjugadores del Deportivo de La Coruña, Miguel Galán y Antonio Ballesta (hermano de Carlos Ballesta, que luego sería segundo entrenador del Súper Depor de los noventa). Completaban la formación Tito Aldao, Kubala, Negreira, Toceda, Kike, Juan y Amo, el portero.
“Ese era el único que no trabajaba en Zara, pero hicimos la trampa de ficharlo porque era muy bueno”, ríe uno de los jugadores de aquel equipo que prefiere mantenerse en el anonimato.
La revancha de Ortega
Después de aquella breve aventura en las pistas de Salesianos, el equipo jugaría algún otro partido de pretemporada, pero no se integraría en ninguna liga ni competiría en otro torneo. Las aspiraciones de celebrar una segunda edición del Trofeo Zara, el más concurrido de aquel año, se evaporaron al terminar el verano.
“El torneo fue un éxito y los organizadores querían que se repitiera cada año, pero Amancio Ortega nunca quiso volver a patrocinarlo, y sin él no tenía sentido”, añade el exjugador del Zara. “La empresa casi no hacía publicidad más allá de alguna página en el periódico una vez al año. Como el fútbol sala estaba tan de moda, creo que promocionó el torneo para dar a conocer la tienda, no porque le interesase. Siempre se ha dicho que podría haber ayudado al Deportivo, pero nunca ha querido”, recalca la misma persona.
Con la plantilla desmantelada, sus jugadores empezaron a militar en otros clubes del momento, ya en el crepúsculo de sus carreras deportivas. Fuera como fuere, el I Trofeo Zara supuso el último peldaño para un fútbol sala ya asentado en la ciudad, pero no catapultó al equipo que le dio nombre. La empresa, por otro lado, tuvo un futuro radicalmente opuesto.
Amancio Ortega terminaría cobrándose la revancha a su manera: fuera de las pistas. Terminada la aventura del fútbol, muchos de los jugadores que habían goleado a su equipo terminarían, más pronto que tarde, vistiendo la camiseta de Zara, pero la de la empresa. Afortunado en el negocio, desafortunado en el deporte, dirán algunos. Lo importante es el legado que uno deja, y cuarenta años más tarde nadie recuerda que el Mare Nostrum le metió cinco goles, sino al presidente perdedor que acabaría convirtiéndose en el hombre más rico del mundo. Los hay que ganan fuera del campo.