10:05 de la mañana. Los alumnos se apresuran a bajar al Aula del Silencio. Se quitan los zapatos antes de entrar. Estudian primero de la ESO en el IES Salvador Dalí de Madrid. Contrasta ver la diferencia de estatura, algunos son muy bajitos y otros bastante altos. Todos han cumplido los 12 años. A esa edad de transición son pequeños para algunas cosas, como controlar sus impulsos: su cerebro todavía no está del todo desarrollado. Y grandes para aprender a autoconocerse, a identificar sus emociones, a relajarse cuando lo necesiten. Para eso asisten a este espacio donde practican mindfulness —atención plena—.
Laymi, maestra especialista en Pedagogía Terapéutica —PT—, les recibe en el aula para dar su tercera sesión dentro del programa "Educar para la Paz Interior”. Los niños están más inquietos de lo habitual por la visita de EL ESPAÑOL, confiesa la profesora. Cada uno se sienta en una esterilla y, entre risas y voces de fondo, comienza la clase en la que toca trabajar la regulación emocional.
“Ojos cerrados, piernas cruzadas, espalda recta, manos sobre las rodillas...”. Tras participar todos los chavales en una lluvia de ideas para recordar qué es el mindfulness, la especialista en PT les indica la postura correcta para iniciar los ejercicios de respiración y les va guiando para que encuentren la calma. Y así, poco a poco, reina el silencio.
“En total se imparten cinco sesiones durante el curso, en la hora de tutoría. En la primera se explica en qué consiste el mindfulness y en las otras se trabajan la regulación emocional y fortalezas personales de la psicología positiva, la amabilidad, el perdón y la gratitud. Quitarse los zapatos se traduce en dejar las preocupaciones y en entrar en un espacio nuevo y diferente en el que ellos pueden decidir”, explica Laymi.
Con esta práctica de 55 minutos y todas las demás aprenden que ellos mismos, focalizándose en técnicas de respiración, pueden frenar la impulsividad propia de la adolescencia, esa que les hace reaccionar en vez de razonar y que suele originar los partes por mal comportamiento. Lo saben porque en esta sesión Laymi les habla de cómo funciona el cerebro adolescente que es diferente al del adulto.
La profesora les explica que existen tres cerebros: el neocórtex —el que piensa—, el reptiliano —el instintivo que actúa reaccionando— y el límbico —el de lo emocional—. “Podéis elegir entre actuar con el neocórtex o con el reptiliano. Tenemos que llegar al equilibrio entre el corazón y nuestra cabeza. Que lo que penséis y sintáis esté en coherencia”, alecciona. Luego, agita un bote de cristal con agua y purpurina que representa visualmente cómo bullen los sentimientos y las emociones cuando la mente está agitada. Con la respiración profunda, les explica Laymi, estos se posan y vuelve a la calma.
Las risas, cuchicheos y ruiditos continúan de fondo. Esta clase se presta a ello. Un par de vídeos de YouTube en inglés introducen a los menores en el apasionante mundo de cómo en la adolescencia se disparan las emociones por la inmadurez fisiológica propia de esa etapa y los múltiples estresores a los que están expuestos. Laymi se pone seria y les pide atención y silencio para terminar con un ejercicio de autocompasión, esta vez tumbados. A algunos les cuesta callarse. Poco a poco llega la tranquilidad y con ella el silencio. Pero se rompe de nuevo: suena el timbre para salir al patio.
Un programa pionero
“Educar para la Paz Interior” es un programa reconocido por la Comunidad de Madrid, pionero a nivel institucional. Se implantó en este instituto público en 2018 de la mano de su creadora, Laymi —nombre espiritual—. Y no está ideado sólo para los alumnos. Los profesores acuden, durante el recreo, para practicar las técnicas de mindfulness. Ellos, a veces, también están muy estresados, apunta Laura de Miguel, psicóloga orientadora de este centro, que es distinto a otros porque está adaptado a niños con necesidades motóricas: “Hacemos una vez al mes un desayuno en el que meditamos, no tomamos un té, y nos viene muy bien”.
Este programa de gestión emocional para la prevención de problemas de ansiedad se complementa con otra acción tan simple como efectiva: dos veces al día, al volver del patio o entre clase y clase, suena una música relajante para que los chavales conecten con su respiración y se tranquilicen antes de que empiece la lección.
Cualquier alumno del centro que lo necesite puede recurrir al mindfulness en el Aula del Silencio. La orientadora deriva a los niños con ansiedad para que Laymi les asista si hace falta. En las horas del recreo, enseña a los que quieran técnicas de relajación para calmarse en un momento dado y, en cualquier momento, también atiende a aquellos que se sientan mal. Ambas situaciones sucedieron cuando acudimos allí para escribir este reportaje.
La psicóloga dice que algunos alumnos están muy estresados con los exámenes, especialmente los de Bachillerato. “El problema más frecuente es la ansiedad que les bloquea. Algunos gestionan mal la frustración y la tolerancia”. Señala que, como en general los docentes de otros centros educativos, también nota un aumento de las alteraciones emocionales después del confinamiento por la pandemia.
“Ahora, muchos chicos quieren ser sanitarios. Después de la Covid están supermotivados con ser médicos o enfermeros, y las notas para acceder a esos estudios se han disparado. Eso les genera mucho estrés porque tienen que sacar un 13,5 sobre 14 para ser médico. Eso supone que en Bachillerato no puedes bajar del 10. Es que se ponen unas metas impresionantes y eso les genera tener unas expectativas excesivamente altas que a veces no se ajustan a la realidad”.
Y precisa que, según su experiencia, la ansiedad se da sobre todo en el género femenino, en referencia a las “alumnas que asisten a extraescolares de gimnasia, que hacen competiciones, que tienen dos o tres horas al día de entrenamiento, que siempre han sido maravillosas, pero llega un momento en que van subiendo de nivel y ya no llegan. Y como tienen esa hiperexigencia y a veces no llegan, se frustran mucho”.
Perfiles de depresión
Otros niños presentan perfiles de depresión, subraya De Miguel. Desde el departamento de orientación no se diagnostica, pero la orientadora dice que a algunos se les ve tristes. Lo achaca a la escasa red de apoyo social con la que cuentan por culpa, una vez más, de la pandemia. “Desde la Covid quedan menos presencialmente, se desahogan mediante el chateo, pero no es lo mismo. Están más metidos en casa, tienen menos amigos, esa válvula de escape de juntarse y hablar no la tienen. Se relacionan a través de internet, pero no es lo mismo que hacerlo en un parque”, sostiene. Y resalta la etapa de la adolescencia como la más social de los humanos.
“A los amigos les contamos cómo nos sentimos y son los que nos dan el apoyo. Con los abrazos se libera oxitocina, y ya no nos tocamos tanto y somo seres sociales”. Por lo que vive cada día, la psicóloga piensa que este menor contacto en persona de los chavales también ha provocado un aumento en la adicción a los videojuegos. “Se quedan el fin de semana jugando y no salen con amigos, hablan con ellos a través de soportes digitales”.
Que la pandemia ha hecho mucho daño en la mente de los niños no es solo una percepción de la orientadora. Un informe reciente de la organización Save the Children advierte de que por este motivo se han triplicado los trastornos mentales entre los menores y adolescentes españoles, y quiere concienciar sobre la importancia de cuidar la salud mental en la infancia y la adolescencia.
Practicarlo en casa
No cabe duda de que la sesión el en Aula del Silencio les ha relajado, pero los chavales salen disparados —y con el correspondiente alboroto— hacia el patio, excepto cinco que quieren contarnos su experiencia con el mindfulness en el colegio. A todos les ha gustado. A Hansel porque se puede “relajar” y tiene claro que quiere practicarlo en casa con un cojín y con música en la tele o un vídeo. Algo que Julia ya ha integrado en su vida, medita con su madre, los viernes y el fin de semana, se ponen un audio. Ella valora la sesión porque “enseña que, cuando estamos enfadados, podemos relajarnos, respirar, contar hasta cinco y entonces ya no estamos enfadados”.
A Laura, que también hace ejercicios de relajación con su madre y sola cuando está enojada o estresada y cinco minutos antes de dormir, lo único que no le ha gustado de la sesión es que algunos compañeros “no dejaban de gritar, sin pensar en las otras personas que sí querían hacerlo bien”. A Esteban, le “ha molado porque explican las partes del cerebro y se parece mucho a la biología”. Como “la clase es para relajarse un poco de la tensión del día”, le gustaría que hubiera más momentos de relax en su jornada escolar. Él utiliza esta herramienta de vez en cuando porque está “muy saturado por las clases de guitarra del conservatorio”.
Ana no para de moverse mientras espera a ser entrevistada, y no es algo puntual, dice que ella es así normalmente. Tal vez por eso le agrada tanto relajarse en el Aula del Silencio, especialmente “cuando nos hemos tumbado”, y con la música instrumental que “nos despeja la mente”. Ella sola también recurre a esta herramienta a través de Spotify: “Porque después del instituto tengo muchas cosas que hacer. Además de los deberes, tengo otras actividades y, a veces, como me estreso o me enfado, lo hago”. Y siempre le funciona, puntualiza.
Estos escolares ya han integrado las herramientas de meditación en su vida fuera del colegio. Precisamente de eso va el mindfulness, de practicarlo con regularidad —tal y como ejercitamos los músculos en el gimnasio— para obtener resultados. Y eso que solo llevan tres sesiones. Les quedan dos más para iniciarse en pautas básicas para desenvolverse emocionalmente en su día a día. La psicóloga De Miguel aboga por introducir la materia de educación emocional desde pequeñitos, desde Primaria. Porque comprueba a diario que los niños no saben identificar sus emociones.
“Vienen y me dicen que se encuentran mal pero no saben qué les pasa. Si no sabes reconocerlas, tampoco las puedes contar y si no las puedes contar no puedes mejorar y al final se va generando una angustia. Tampoco saben gestionar el fracaso, que forma parte de la vida, que del error se aprende”. A mejorar todo esto ayuda el programa “Educar para la Paz Interior”, que está abierto a cualquier colegio, público o privado, que quiera implantar el mindfulness en el proyecto educativo del centro a través de su impulsora, quien forma al profesorado.
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