David Landazábal no tiene prisa. Su secreto es salir con tiempo. No le importa si forma algún atasco —o si tiene que esperar en alguno—. La calma es una de las secuelas que le ha dejado su vida. Los tres accidentes que le han llevado a tragar con la tragedia, digerirla y, ahora, por fin, convivir con ella. A sus padres los perdió en un accidente de tráfico, a su hermano en otro tiempo después y él se tuvo que someter a 15 intervenciones para poder volver a andar tras un choque con la moto en pleno Paseo de la Castellana.
La fatalidad ha formado, por desgracia, parte de su vida. Lo ha convertido en lo que es hoy: delegado en Madrid de Stop Accidentes, una asociación de ayuda y orientación a los afectados por accidentes de tráfico. En ella ha aportado su testimonio y ha guiado a otras personas que, como él, han pasado por momentos muy difíciles. “Tenía que cambiar para darle sentido a todo el dolor”, reflexiona sentado en una silla en su salón, en Colmenar Viejo (Madrid).
Allí, en su hogar, recibe a EL ESPAÑOL. Se sienta cerca de una fotografía de sus padres, una elegante pareja en blanco y negro. “Los domingos salían así de trajeados a dar una vuelta”. También hay una de él con Sergio, su hermano, quien falleció hace 10 años. Los dos jóvenes aparecen apoyados en el bordillo de una piscina, con el sol dándoles en la cara, con el agua reluciente. “Él tendría unos 14; yo 26. Algunos amigos suyos me contaron que yo era un referente para él y me gusta pensar que era así”.
“Cómo vas a vivir”
A sus 53 años cuenta con calma su vida, una historia de superación marcada por la tragedia. Con una sonrisa amable, capitula los hechos pormenorizadamente. Sus padres murieron en un accidente de tráfico porque un conductor decidió ir a más velocidad de la indicada y se salió del carril. Él falleció en el acto y ella agonizó durante 11 días.
David tenía 19 años, sus hermanos mayores 24 y 23, y el pequeño Sergio solo siete. “Yo lo cuento en las charlas que imparto a los chicos de Bachillerato: imaginad que llegáis a casa y ya no tenéis a quién pedir consejo”. Esa rutina costó. Tuvo que mantener el negocio de su padre, soportar los roces, entender —a esas edades— qué pasaba.
Tampoco tuvieron respaldo. “Recibimos muy poco de la póliza, que era de renting, y del consorcio de seguros, que fueron 200.000 pesetas por hijo. Para que te hagas una idea, esa cifra era la que dos años después yo ganaba mensualmente. ¿Cómo vas a vivir?”.
Volver a esquiar
Cada uno lo afrontó como pudo. “Mis hermanos siempre han sido más responsables. Yo era la oveja negra de la familia y empecé a salir por las noches, a coger motos, coches, a disfrutar de juergas. Tuve un año terrorífico hasta que pasó lo que tenía que pasar: que me empotré con la moto contra una farola en el Paseo de la Castellana”.
El impacto fue agresivo y aun así, él no perdió el conocimiento. “Nunca cogía el casco y ese día lo utilicé porque caían cuatro gotas. Si no, no estaría aquí”. Salió disparado y cuando dejó de rodar se quedó boca arriba. De cuello para abajo no podía mover nada. “Lo bueno es que tampoco sentía dolor, aunque tu cabeza empieza a dar vueltas. ‘¿Y si me he quedado tetrapléjico?'. No voy a tener vida, ni siquiera me voy a poder suicidar”, pensaba. "Los minutos viendo el cielo fueron interminables".
“Estaba muy grave. Me metieron en quirófano, en la UVI y casi me amputan la pierna derecha a la altura de la cadera”. Desde entonces, ha pasado por más de una docena de intervenciones: rodilla, una prótesis de titanio en la cadera, espalda, hombros... Pero a sus 20 años la pregunta que le hacía al cirujano era: “¿Podré volver a esquiar?”.
El paraíso de dormir
Tras dos meses ingresado, David, un hombre de más de metro ochenta, pesaba unos 56 kilos; casi 40 menos que ahora. Salió del hospital sin apetito y sin poder doblar la pierna: se le desbarató la juventud, se sentía como un anciano.
—Me surgían dudas constantemente, me planteaba: ¿Y si no hubiese hecho esto? ¿Y si no hubiera salido ese día?
—¿Y qué respuesta se daba?
—Con 20 años, ninguna. Te planteas lo que ha pasado a los dos años. El cómo, el por qué. No quieres hablarlo con nadie. Lo de la moto fue mi decisión, pero dando charlas he meditado acerca de la repercusión que tuvo el accidente de mis padres en el mío.
Recuperación
“Una aventura”, así define su recuperación. “La atención sanitaria de la que tanto se alardea no es tan buena. El 80% de operaciones las he recibido porque me he podido pagar un seguro médico”, critica. Fue lento: nueve meses sin poder flexionar la rodilla, una dura operación, otros dos meses postrado en una máquina que le estiraba y recogía la pierna. “El primer mes me movía las 24 horas del día y el segundo, 12. Eso fue un paraíso, podía descansar”.
Cuando terminó su pequeña tortura se levantó de la cama y pudo caminar por las calles. Fue breve. Al segundo día —cuando iba a rehabilitación— su suerte se enrevesó: su pierna le falló en un mal momento y acabó descalabrado por las escaleras. Se destrozó la pierna cuando aún estaba por cicatrizar la operación.
Sentado en la silla de ruedas, a la espera de una reconstrucción, ni siquiera le brotaban lágrimas. Se preguntaba: “¿Y ahora qué?”. Y se respondía a sí mismo, casi con sorna: “Vaya año”.
Valorar la vida
Su cirujano volvió del extranjero en el primer vuelo que había y le dijo lo peor: “Te has destrozado la pierna. No sé si volverás a andar”. Sin embargo, este paciente es “un tipo con mucha suerte”, según él mismo reconoce. Afortunado por aquello y por regalos descomunales y corrientes, como el cariño de su abuela paterna, quien le cuidaba a diario, le traía bollitos y se desvivía en ánimos. “Vas valorando otras cosas y eso es importantísimo”.
En aquella época, sufría muchísimo: cambios de humor, problemas con el alcohol y tropezones con su angustia. Fue a algún psicólogo tarde, como a los 34 años. “No me sirvió mucho, no estaría muy dispuesto. Entonces ir al especialista era como declarar que estabas loco. Luego fui en otro momento clave”. Se refiere a cuando su hermano pequeño falleció en otro accidente de tráfico. “El 6 de diciembre va a hacer 10 años. Fue en ese momento cuando terminé de hundirme del todo”.
Era una época espinosa. Estaba en medio de un proceso de divorcio y un domingo, mientras descansaba en casa, llamó una tía para decirle que Sergio se había salido en una rotonda. “Yo me sentí muy culpable porque llevaba dos años sin hablarme con él, habíamos discutido sobre a cuál de los dos le había afectado más la muerte de mis padres”.
Su sensación era la de que su hermano se había ido de viaje y cuando se dio cuenta de que no iba a volver, cayó en una depresión. “Me levantaba todos los días llorando y me acostaba llorando. Así fue mi vida unos meses”, reconoce.
Le sacó de la cama ese ímpetu que transmite en sus frases, su esperanza inagotable y las casualidades afables. “Colgué en Facebook un mensaje sobre mi hermano y un par de días después me respondió una amiga de él que yo había conocido cinco años antes. Hoy está en el despacho de ahí al fondo y es mi mujer”.
Esta anécdota es la que más emociona a los adolescentes en las charlas. Los jóvenes, que empiezan ensimismados en sus cuadernos, terminan con los ojos brillantes. Muchas veces se acercan para agradecer y David solo espera algo: que no se les olvide, que su testimonio sirva para que ellos no excedan la velocidad o para que se paguen un taxi a casa si están cansados o con una copa de más.
Acompañar el duelo
Con su mujer también bromea sobre sí mismo, porque el humor espanta a lo malo. “Tengo el síndrome del mosquito y por eso me estampé de joven, para buscar la luz”, comenta con alegría. Le anima también su labor en Stop Accidentes, aunque asegura que la asociación no debería existir. “Tendríamos que estar cubiertos por la sociedad”, puntualiza.
“Nosotros, de manera voluntaria, gastamos dinero y tiempo para proteger a las víctimas, para echarles una mano”. En su día a día, David tiene una empresa de pequeñas reformas, y en su esfuerzo por socorrer a los demás, habla con gente como Carmen, cuyo hijo murió atropellado por un camión en la calle de Bravo Murillo.
¿Cómo se les cuida? ¿Cómo se les anima? “Es muy complejo que tu cabeza acepte lo ocurrido. Esa madre me preguntaba si alguien había conseguido estar mejor. Y yo le respondí que no es un mes o en un año, que depende de nosotros”.
—¿Se sale de esa situación?
—Tienes que aceptarlo y trabajar duro. Y entonces sí, se sale.