Año 1981. La familia Golet abandona definitivamente su casa, la última que todavía quedaba habitada en el pueblo. Tras este último abandono, Àrreu queda oficialmente deshabitado tras varios centenares de años de historia. Mientras tanto, una importante actividad ganadera en los siglos XIX y XX e incluso la reconstrucción completa del pueblo tras ser engullido por un alud en 1803. Ahora, Eloi Renau ha decidido emprender él solo un proyecto de repoblación para recuperar el arte de la artesanía antigua y demostrar que una vida más sostenible, equilibrada y consciente es posible. “No pretendo ser un ejemplo para nadie. Simplemente quiero llevar a cabo el proyecto de vida que siempre he tenido en mente”, explica con rotundidad.
Uno de los principales motivos por los que Àrreu se quedó definitivamente sin habitantes fue la ausencia de una carretera que permitiera el acceso en vehículo. De hecho, hoy en día todavía no la hay. La única manera de llegar es a través de lo que pretende ser una especie de pista forestal que se empezó a construir en 2019 y que ni siquiera conduciendo un todoterreno resulta fácil de sortear. “El ayuntamiento hace más de dos años que debería haber construido una carretera asfaltada en condiciones. Dejaron el proyecto a medias e incluso la pista que prepararon se está viniendo abajo”, explica su único habitante.
El crecimiento exponencial a mediados del siglo pasado de la red de carreteras pirenaicas condenó el futuro del pueblo. Mientras el resto de municipios vecinos quedaban perfectamente conectados con las carreteras más importantes de la zona, Àrreu empezó su declive al no contar con ninguna vía de acceso en condiciones. La falta de infraestructuras sería lo que acabaría sentenciando la vida del pueblo para siempre.
Pero, aunque parezca imposible, esta no es la primera vez que se intenta repoblar este recóndito enclave pirenaico. Ya a mediados de los años 90, tres jóvenes de entre 20 y 25 años iniciaron un proyecto de repoblamiento que acabaría frustrándose en poco más de tres años. Eloi estaba entre ellos. La última en abandonarlo fue Demon, allá por 1998, tras casi cuatro años viviendo completamente sola.
“Por entonces era mucho más complicado. No había ni siquiera una pista por donde subir en todoterreno. Teníamos que subir todo a cuestas. La comida, el pienso de los animales, las bombonas de butano... fue realmente duro. Por entonces sí que estábamos verdaderamente aislados del mundo”, explica Eloi a EL ESPAÑOL. Los jóvenes acabarían dejando el pueblo por varias razones, pero la salida de Demon se vio precipitada a raíz del anuncio de Baqueira Beret de extender sus instalaciones al Valle de Àrreu. La Unión Europea, finalmente, acabaría bloqueando el proyecto.
Carpintero y artesano
Renau se dedica ahora a la carpintería y artesanía tradicionales. Este mes de marzo se cumplen dos años desde que inició el último proceso de repoblación del pueblo. A finales de 2019 decidió comprar una casa y varios terrenos con los ahorros que tenía y, a partir del mes de marzo del año siguiente, empezó la mudanza. El traslado coincidió con el primer confinamiento, el más severo de todos, un hecho que agravó todavía más los inicios de un proyecto ya de por sí muy complicado.
Antes vivía en un pueblo cerca de Sort, a poco más de 40 kilómetros, donde se dedicaba a trabajar la madera al modo tradicional tras haberse dedicado durante más de 20 años a los deportes de montaña. “Necesitaba un cambio de vida radical, poder implementar todo aquello en lo que creo de forma completa. Aquí lo tengo todo: bosques, montaña, animales y tiempo. ¿Qué más puedo pedir?”.
Situado a 1.251 metros de altitud, este pequeño enclave de montaña situado al extremo norte de la provincia de Lérida desprende una calma y tranquilidad difíciles de encontrar en un Pirineo cada vez más explotado. La ubicación original de Àrreu se sitúa unos pocos metros más arriba. ¿El motivo? A principios del siglo XIX un alud arrasó con la mayoría de las casas y mató a 17 personas. Una verdadera tragedia para un pueblo que, por entonces, contaba con un total de 88 habitantes. A pesar de ello, los supervivientes decidieron levantarlo de nuevo con éxito.
Aunque al principio se dedicaban fundamentalmente a la cría de caballos, acabarían siendo la producción de leche el motor económico del pueblo. Los ganaderos bajaban cada día andando hasta el cruce de la carretera, donde un camión recogía la leche. Media hora de bajada y lo mismo de subida. Lloviera, nevara o hiciera un sol de justicia en pleno verano. “Algunos de los antiguos pobladores me han explicado que el camino era tan accidentado que cuando llegaban abajo la leche parecía mantequilla”, explica Eloi entre sonrisas.
Nuevos cultivos y animales
Renau cuenta con varios huertos de frutas y hortalizas, un corral de gallinas y de patos, dos imponentes yeguas y dos perros de montaña, mezcla de mastín y pastor del pirineo. Cuando se levanta, lo primero que hace es dar de comer a los animales. “Aquí son lo más importante. Ellos son los verdaderos protagonistas de esta historia. Sin ellos sería imposible volver a las formas tradicionales de trabajo”, cuenta mientras acaricia el lomo de Aska, una de las yeguas.
La principal función de los caballos será arar la tierra y bajar los troncos de madera hasta el taller. Pero eso no será hasta que cumplan los cinco años, cuando lleguen a la madurez de su crecimiento. Ahora, con sólo dos años, podrían acabar destrozadas. “Es como si pones a un niño de diez años a cargar decenas de kilos cada día. Cuando llegue a la edad adulta, lo hará con graves problemas físicos”.
El proyecto lo financia mediante sus ahorros y gracias a la venta de objetos y utensilios hechos con madera de nogal. El objetivo es acabar de construir su propia vivienda, ampliar el taller donde trabaja y alojar una pequeña tienda de intercambio delante de casa. “Me gustaría poder exponer allí todas mis creaciones para que la gente, de forma libre, las pueda comprar y depositar el dinero en una pequeña hucha sin necesidad de que yo esté presente. Un pequeño gesto de intercambio de confianza mutua”.
"Me encantaría tener vecinos"
Eloi deja muy claro que no se ha instalado en Àrreu para aislarse del mundo. Todo lo contrario. “Me encantaría tener vecinos. Ojalá viniera gente de todos lados que ejerciera otros oficios tradicionales y poder crear un proyecto comunitario”. De hecho, ese es su principal objetivo. Justo en la casa de al lado se instalará una pareja joven a partir del próximo verano, y los propietarios de otra de las viviendas adyacentes pasan cada vez más tiempo allí.
Según cuenta, se ha sentido muy acogido por los vecinos de los pueblos cercanos, e incluso le han ayudado en algunas tareas de reconstrucción. “Siempre de forma remunerada”, específica Renau, que no cree en el trabajo voluntario. “Ya he llegado a una edad en la que valoro de verdad lo que implica el trabajo”, sentencia.
Aunque es originario de Barcelona, y “cuando eres de Barcelona siempre te consideran un forastero en cualquier lado”, Eloi dice que se siente parte de este lugar. “Es como si encajara, como si todo tuviera sentido. Aunque lleve poco tiempo aquí, me siento parte de todo esto”, concluye.
También te puede interesar...
-España Vaciada pide al nuevo gobierno de Castilla y León que aborde la exclusión financiera
-El 20 de marzo nos vemos en Madrid
-Seguimos trabajando para la España Despoblada